Jaime Nubiola, “¿Guerras de religión?”, La Gaceta, 6.III.2004

Hace escasas semanas tuve ocasión de visitar la catedral de Barcelona y pude ver el famoso Cristo de Lepanto, que iba en la nave capitana en aquella singular batalla naval de 1571 que significó el declive del poder turco en el Mediterráneo. Llamó mi atención una lápida en el suelo de la capilla que testimonia que allí está enterrado el Obispo Irurita, asesinado en los primeros días de diciembre de 1936. Esos hechos -afortunadamente ya lejanos en el tiempo- cobraban ante mis ojos una especial actualidad, pues aquel mismo día el entonces conseller de Ensenyament, Josep Bargalló, declaraba en la prensa su empeño por cancelar los acuerdos vigentes con la Santa Sede y “luchar” -así decía- por la laicidad de la escuela pública. Al mismo tiempo decía sorprenderse porque, de todas las declaraciones que había hecho desde su nombramiento, las que causaban más reacciones y debate eran las relacionadas con la religión.
Continuar leyendo “Jaime Nubiola, “¿Guerras de religión?”, La Gaceta, 6.III.2004″

Salvador Cervera, “La depresión, entre el malestar y la enfermedad”, Zenit, 23.XI.2003

Síntesis de la intervención pronunciada por el profesor Salvador Cervera Enguix, profesor de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra, en la XVIII Conferencia Internacional sobre «La depresión», convocada por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud del 13 al 14 de noviembre.

Continuar leyendo “Salvador Cervera, “La depresión, entre el malestar y la enfermedad”, Zenit, 23.XI.2003″

María Elósegui, “Laicidad y clase de religión en la escuela pública”, Aceprensa, 19.XI.03

LA INCULTURA NO ES LAICA A raíz de la Ley de Calidad de la Enseñanza (LOCE), que introduce una enseñanza no confesional del hecho religioso alternativa a la versión confesional ya existente, ha vuelto a resurgir un debate típico en España: la polémica entre los defensores de un modelo de Estado laicista (que no laico) y quienes defienden un Estado no confesional, con separación entre la Iglesia y el Estado, pero con una laicidad positiva, que permite la manifestación de las creencias en la vida pública.

El derecho a la libertad religiosa y la laicidad del Estado pueden articularse de muchas maneras. El ordenamiento jurídico español, empezando por la Constitución, responde a un modelo de laicidad positiva, con cooperación entre el Estado y las distintas confesiones (art. 16, 3). Ese modelo ha sido refrendado democráticamente y quien desee cambiarlo deberá hacerlo a través de las urnas. Por eso es demagógico atribuir el mantenimiento de la enseñanza de la religión en el currículum escolar a una decisión unilateral del actual partido gobernante.

Con el respaldo de la Constitución La Constitución se votó con un gobierno de UCD en diciembre de 1978 y el Acuerdo entre el Estado español y la Santa Sede sobre Enseñanza y Asuntos culturales fue ratificado el 4 de diciembre de 1979 en el Pleno del Congreso por amplia mayoría. De manera que es perfectamente constitucional. Posteriormente, los acuerdos del Estado español con las confesiones islámica, hebrea y evangélica para la enseñanza religiosa específica, fueron realizados durante la legislatura socialista entre 1992 y 1996.

También se hizo también bajo dicha legislatura la regulación de las actividades de estudio alternativas a las enseñanzas de religión. Así que quienes ahora alegan que la enseñanza de la religión en la escuela es inconstitucional, porque ellos defienden un modelo de Estado que no es el vigente y lo hacen contra la opinión mayoritaria de la sociedad española, deberían saber perder y utilizar los cauces democráticos para demandar sus legítimas aspiraciones, en un legítimo disenso.

Normal en Europa Están en minoría en España, pero también lo están en Europa. Si nos fijamos en los países del entorno europeo, prácticamente todos establecen un modelo de laicidad positiva con cooperación entre las distintas confesiones y el Estado, que incluye la enseñanza en la escuela pública de las religiones mayoritarias. Bélgica, Italia, Escocia, Inglaterra, Alemania, con distintos sistemas, son un ejemplo de lo dicho. En todos ellos se imparte la asignatura de religión en la escuela pública. Por citar el caso de Bélgica, además está regulada la enseñanza del Corán con un convenio con el gobierno turco por el que se contratan laboralmente profesores con el título de teología coránica para impartir esa asignatura en la escuela pública.

Sólo Francia ostenta en solitario un modelo de separatismo y de laicismo de Estado. Y también es el país donde esta concepción de la laicidad en la escuela está dando lugar a mayores polémicas a raíz de la creciente presencia de alumnos musulmanes. Pero, incluso en Francia, en Primaria queda a disposición de las confesiones media jornada a la semana, para la enseñanza de la religión fuera de la escuela, y en Secundaria se deja libre una hora semanal dentro del propio centro para que un capellán pueda impartir esa enseñanza al que lo desee.

Después de una época en que el aspecto religioso fue proscrito de la escuela estatal, en los últimos tiempos se ha advertido que esto es una carencia cultural importante. Por este motivo, Jack Lang, ministro de Educación del anterior gobierno socialista, encargó al intelectual Régis Debray un estudio sobre cómo abordar el hecho religioso en los programas escolares. Régis Debray, antaño revolucionario con el Che Guevara en las montañas de Bolivia, defendió en su informe de marzo de 2002 sobre “La enseñanza del hecho religioso en la escuela laica” (ver servicio 45/02), que el hecho religioso es un hecho social, multidimensional, que también debe ser transmitido en la escuela. Debe ser estudiado con rigor y tomado absolutamente en serio, por pensable y vivible, por significativo y actual. Incluso quien no crea debe conocerlo en su dimensión exterior histórica.

Para entender el mundo La cultura religiosa, como asignatura específica y sometida a examen, es absolutamente necesaria en el mundo de hoy para no ser unos ignorantes. No basta que se trate transversalmente de esas cuestiones en otras materias. Sin conocer el fenómeno religioso no se puede entender con profundidad muchos temas. Por ejemplo, es imposible entender los derechos humanos y su interpretación sin conocer el contexto religioso y la religión profesada o criticada por sus protagonistas. Con mayor razón en el arte, la literatura, la historia y la filosofía. Es imposible entender la historia del pensamiento filosófico, jurídico y económico europeo sin conocer algo sobre la teología protestante (en sus versiones luterana y calvinista), la católica, y la anglicana.

No se llega a conocer con profundidad a Kant, Hegel o Marx sin saber algo sobre el pensamiento de Lutero, o entender a Adam Smith sin saber qué es el calvinismo, o a Hobbes y Locke sin conocer el anglicanismo. Todavía recuerdo la sabiduría oriental que demostró una economista japonesa con quien coincidí en la Universidad de Glasgow, que para entender la Economía clásica se matriculó, antes de leer La Riqueza de las Naciones, en una asignatura de estudio protestante de la Biblia.

La misma historia de España, el arte, la arquitectura, la pintura, la música están teñidas de religiosidad. Hasta para juzgar de los actuales conflictos mundiales hace falta conocer otras religiones como la islámica con mayor profundidad, sin caer en estereotipos ni prejuicios.

En la propia construcción de la Unión Europea el conocimiento del factor religioso se revela también importante. Así se reconoce en una declaración publicada en Le Monde (14-XI-2003) por una veintena de personalidades de procedencia muy diversa (escritores como Claudio Magris o el Premio Nobel de Literatura Imre Kertész; políticos como el socialista Mario Soares, ex presidente portugués, el democristiano italiano Emilio Colombo o el ex ministro de finanzas alemán Theo Waigel; un científico como el Premio Nobel de Física Carlo Rubbia; hombres religiosos como el cardenal Achille Silvestrini, o el ex gran rabino de Francia, René-Samuel Sirat). Hablando del espíritu común que puede animar la Europa unida, escriben: “Todo demuestra hoy las limitaciones de una visión estrechamente secularista de las sociedades europeas. El fin de la opresión ideológica y el ascenso de los fundamentalismos llevan entender mejor la realidad: uno de los rasgos más marcados de Europa es la separación flexible entre lo político y lo religioso, y el pleno ejercicio de la libertad de creencia como condición del desarrollo de la persona y del enriquecimiento de la vida social (…) Fenómenos tan diversos como la crisis de la transmisión entre las generaciones, las secuelas de la represión antirreligiosa y la invasión de una subcultura mediática y mercantil han llevado a los responsables más apegados a la laicidad a reconocer que la ignorancia sobre las religiones se ha convertido en una amenaza para la vida y para la cohesión de cada país, así como para el pleno desarrollo de la construcción europea”.

Lección del mundo protestante A tenor de la proporción de familias que escogen la enseñanza de la religión (ver cuadro en p. 4), se ve que el español medio quiere que sus hijos e hijas conozcan la religión que profesa y la historia de las religiones (aunque son cosas distintas, ambas necesarias). Después de 25 años de discusión sobre la enseñanza religiosa en la escuela, es ya hora de empezar una etapa en la que dediquemos las energías a proporcionar medios al profesorado que debe impartir la asignatura confesional y la de cultura religiosa. En los sucesivos años que he impartido cursos sobre interculturalidad en el Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Zaragoza a profesores de Secundaria y Bachillerato he sido testigo del malestar que ha creado la impartición de unas asignaturas alternativas a la religión mal planteadas, asignadas a los profesores recién llegados o a quienes debían completar su horario lectivo. Por su parte, el cuadro de profesores de enseñanza confesional se ha cubierto con profesorado de diversos niveles de preparación.

Es necesario que las personas encargadas de estas enseñanzas, como las de cualquier otra, estén bien preparadas. España sigue dividida muchas veces entre su clericalismo y su anticlericalismo. Una buena muestra del primero, a mi juicio, es que los estudios de teología se han contemplado sólo como parte de la formación de los sacerdotes. En ese punto, creo que debemos aprender una lección del mundo protestante, en el que los profesores que van a impartir las materias de cultura religiosa o historia de las religiones en la enseñanza secundaria y bachiller deben cursar en la Universidad del Estado una licenciatura pertinente, y otra licenciatura de teología confesional protestante o católica, o una especialidad dentro de la licenciatura o diplomatura de Magisterio para quienes impartan esas materias en primaria.

Esas carreras, incluida la confesional, denominada Divinity en las universidades anglosajonas, no es una carrera para clérigos, sino estudios cursados por profesores laicos que, por ejemplo en Alemania, Escocia e Inglaterra, opositarán como el resto de sus colegas para ser funcionarios de esas asignaturas en el sistema educativo estatal.

En España sólo algunas universidades de la Iglesia han articulado enseñanzas de la licenciatura de Teología a las que pueden acceder laicos. En cambio, los países europeos que he citado anteriormente ofrecen entre sus enseñanzas estatales dicha licenciatura. Hasta la republicana Francia conserva en Estrasburgo la licenciatura de Teología impartida en la Universidad del Estado, dándose el caso de que la alcaldesa de la ciudad es licenciada en esa materia.

Formación del profesorado En España, debido a la crispación del debate sobre la enseñanza de la religión, jalonado por una continua jurisprudencia del Tribunal Supremo, no se ha dado el clima adecuado hasta ahora para articular estas enseñanzas de mejor modo. En ocasiones, los profesores que imparten religión en los centros escolares públicos han sido víctimas de actitudes hostiles y sectarias en el claustro de docentes. Es ese sectarismo el que peca, en todo caso, de inconstitucionalidad.

En definitiva, hay que preparar adecuadamente el profesorado para impartir con rigor esas materias. De hecho, los programas de “Sociedad, Cultura y Religión” estaban en vigor en la legislación nacional y autonómica ya desde 1995 dentro de las materias alternativas a la religión, aunque en la práctica no se impartieran en casi ningún centro escolar.

En el futuro, cuando las aguas vuelvan a su cauce, y sean superados tanto el laicismo beligerante como el clericalismo de sacristía, habrá que articular en la Universidad estatal una licenciatura de ciencias teológicas (confesional) y una historia de las religiones (en este caso no doctrinal, sino descriptiva).

El siglo XXI será el de los laicos y no el del laicismo, y tampoco el del clericalismo, espero, pero eso está por hacer.

María Elósegui Itxaso (elosegui@posta.unizar.es) es Profesora Titular de Filosofía del Derecho en la Universidad de Zaragoza.

Jaime Nubiola, “La marea negra de la pornografía”, Aceprensa, 11.IX.2003

La pornografía es uno de esos temas de los que se habla poco, pero influye mucho. En la sociedad occidental solo se considera verdaderamente reprobable la denominada “pornografía infantil”, y, a juzgar por las reacciones que suscita cualquier intento de contener otras modalidades, hay más adicción de la que parece. También la “pornografía de lujo”, que pretende ser aceptada bajo el término de “erotismo”, se abre paso en los medios de comunicación, la publicidad o las modas. Por eso es interesante clarificar términos y deslindar campos, como lo hace el filósofo Jaime Nubiola en este texto, síntesis de una conferencia. Continuar leyendo “Jaime Nubiola, “La marea negra de la pornografía”, Aceprensa, 11.IX.2003″

Manuel Guerra, “La invasión de las sectas en el mundo hispánico”, Zenit, 14.IX.03

«La raíz principal de la difusión de las sectas radica en cada cristiano», alerta el especialista en historia de las religiones y sectas Manuel Guerra, autor de un nuevo libro en el que explica cuáles son las sectas y corrientes sectarias que acechan el mundo hispano. Guerra está convencido de que «sin una formación doctrinal, vibración interior y oración y dinamismo apostólico, el terreno puede quedar abonado para la penetración de las sectas». Manuel Guerra Gómez, experto en sectas, es el autor de un libro-guía para orientarse en este complejo mundo: «Las sectas y su invasión del mundo hispano: una guía», publicado por las Ediciones Universidad de Navarra (http://www.eunsa.es). Manuel Guerra es sacerdote de la diócesis de Burgos, profesor emérito en la Facultad de Teología del Norte de España, sede de Burgos, en la que sigue impartiendo Historia de las Religiones.

Continuar leyendo “Manuel Guerra, “La invasión de las sectas en el mundo hispánico”, Zenit, 14.IX.03″

Giovanni Lajolo, “La libertad religiosa, piedra angular de la dignidad humana”, Zenit, 7.II.05

Intervención del arzobispo Giovanni Lajolo, secretario de las relaciones de la Santa Sede con los Estados, en el congreso sobre la libertad religiosa celebrado el 3 de diciembre en la Universidad Pontificia Gregoriana por iniciativa de la embajada de Estados Unidos ante la Santa Sede.

Continuar leyendo “Giovanni Lajolo, “La libertad religiosa, piedra angular de la dignidad humana”, Zenit, 7.II.05″

Julián Marías, “Males presentes”, ABC, 31.X.2002

HACE cosa de veinte años dije que tres males amenazadores del mundo actual, en especial de Occidente -el terrorismo organizado, la difusión universal de la droga y la aceptación social del aborto-, se habían constituido y consolidado en la decena de los años sesenta. Continuar leyendo “Julián Marías, “Males presentes”, ABC, 31.X.2002″

Andrés Ollero, “Religiones y solidaridad”, El Grado, 20.IV.2002

Conferencia pronunciada en las III Jornadas del Voluntariado, promovidas por la ONG Cooperación Social en El Grado (Huesca, España).

Continuar leyendo “Andrés Ollero, “Religiones y solidaridad”, El Grado, 20.IV.2002″

José Ramón Ayllón, “Entender el silencio de Dios eterno”, Arvo, 15.XI.02

Un niño judío, Elie Wiesel, llegó una noche a un campo de exterminio y más tarde escribió lo siguiente: “No lejos de nosotros, de un foso subían llamas gigantescas. Estaban quemando algo. Un camión se acercó al foso y descargo su carga: ¡eran niños! Si, lo vi con mis propios ojos. No podía creerlo. Tenia que ser una pesadilla. Me mordí los labios para comprobar que estaba vivo y despierto. ¿Cómo era posible que se quemara a hombres, a niños, y que el mundo callara? No podía ser verdad. Jamás olvidaré esa primera noche en el campo, que hizo de mi vida una larga noche bajo siete vueltas de llave. Jamás olvidaré esa humareda y esas caras de los niños que vi convertirse en humo. Jamás olvidaré esos instantes que asesinaron a mi Dios y a mi alma, y que dieron a mis sueños el rostro del desierto. Jamás olvidaré ese silencio nocturno que me quitó para siempre las ganas de vivir.” Aquel niño judío no pudo entender el silencio del Dios eterno en el que creía, del Señor del Universo, del Todopoderoso y Terrible. Tampoco pudo entender la plegaria sabática de los demás prisioneros. “Todas mis fibras se rebelaban. ¿Lo alabaría yo porque había hecho quemar a millares de niños en las fosas? ¿Porque hacia funcionar seis crematorios noche y día? ¿porque en su omnipotencia había creado Auschwitz, Birkenau, Buna y tantas fábricas de la muerte? Un Dios todopoderoso y bueno, ¿podía crear un mundo sin mal. Si no podía, no es todopoderoso; si podía, le falta bondad. Estamos ante el dilema clásico, desde Confucio hasta Voltaire; la existencia del mal y del sufrimiento es el principal obstáculo para la fe en Dios, y el argumento más importante en favor del ateísmo. Los hombres niegan a Dios porque observan que el mal triunfa, porque experimentan sufrimientos sin sentido. Sin embargo, la fe en Dios y en los dioses nació porque los hombres sufrían y sentían la necesidad de liberarse del mal. La existencia del mal se convierte en prueba de la existencia de Dios cuando provoca el descontento de este mundo y orienta a los hombres hacia otro mundo distinto. Los sofistas fueron los primeros en apreciar ese fundamento empírico de la conciencia religiosa.

Es oportuno volver a las palabras de Zeus y recordar que no es decente echar sobre Dios la responsabilidad de nuestros crímenes. Pero nos gustaría preguntarle por qué se ha concedido a los hombres la enorme libertad de torturar a sus semejantes; nos gustaría preguntar. Como Shakespeare, por qué el alma humana, que a veces lleva tanta belleza, tanta bondad, tanta savia de nobleza, puede ser el nido de los instintos más deshumanizados. Quizá sirva como respuesta la que ofrece Jean-Marie Lustiger, otro muchacho judío con una historia similar: “Yo tenía la sensación de que nos hundíamos en un abismo infernal, en una injusticia monstruosa. Hay en la experiencia humana abismos de maldad que la razón no puede ni siquiera calificar. Buenos virajes hacia lo irracional, donde las causas no están en proporción con los efectos. Y los hombres que encarnan esa maldad parecen pobres actores, porque el mal que sale de ellos les excede infinitamente. Son peleles, títeres insignificantes de un mal absoluto que los desborda. Y el rostro que se oculta no es el suyo es el de Satán. Sólo así se explica que una civilización que desea la razón y la justicia caiga en todo lo contrario: en la aniquilación y en el absurdo absoluto”.

Los dos adolescentes se salvaron de la barbarie nazi. Medio siglo después, a Wiesel le concedían el Premio Nobel de la Paz y Lustiger se convertía en arzobispo de París. La respuesta de Lustiger no es original. Desde antiguo, la magnitud del mal hace intuir, junto con un Dios bueno, la existencia de un principio maligno con poderes sobrehumanos. Pero, si el Dios bueno es todopoderoso, aparece como último responsable del triunfo del mal, al menos por no impedirlo. Sumergida en el mal, la historia humana se convierte a veces en un juicio a Dios, en su acusación por parte del hombre. Hay épocas en las que la opinión pública sienta a Dios en el banquillo; ya sucedió en el siglo de Voltaire, y sucede ahora. El periodista Vittorio Messori interpela al papa, representante y defensor del Dios bíblico: “¿Cómo se puede confiar en un Dios que se supone Padre misericordioso, a la vista del sufrimiento, de la injusticia, de la enfermedad, de la muerte, que parecen dominar la gran Historia del mundo y la pequeña historia cotidiana de cada uno de nosotros?” “La contestación del Pontífice es de una radicalidad proporcionada a la magnitud del problema: el Dios bíblico entregó a su Hijo a la muerte en la cruz. ¿Podía justificarse de otro modo ante la sufriente historia humana? ¿No es una prueba de solidaridad con el hombre que sufre? El hecho de que Cristo haya permanecido clavado en la cruz hasta el final, el hecho de que sobre la cruz haya podido decir como todos los que sufren: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, ha quedado en la historia del hombre como el argumento más fuerte. “Si no hubiera existido esa agonía en la cruz -dice Juan Pablo II-, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar.” Cuando Ulises regresa a Ítaca -su patria-, se presenta disfrazado ante su porquero Eumeo con aspecto de anciano harapiento. Eumeo no le reconoce, pero se compadece y le acoge con hospitalidad. Ulises lo agradece de veras y el porquero le explica que “no es santo deshonrar a un extraño ni aunque viniera uno más miserable que tú, pues todos los forasteros y mendigos son de Zeus”. Desde Homero, la referencia a la Divinidad se ve como indispensable para dotar al hombre de inviolabilidad. El Libro Eterno, más explícito, define al hombre como hijo de Dios, y sabemos que cualquier otra definición rebaja peligrosamente su dignidad. Si ser considerado hijo de Dios no siempre ha sido suficiente para proteger al hombre, ser mero animal racional o animal social es dar demasiadas facilidades para pisotearlo.

André Frossard, “¿Y si la ciencia demostrara que Dios no existe?”, Arvo, 15.XI.02

“Esta pregunta se hace eco de un temor, muy habitual entre los creyentes, ante el auge de las ciencias naturales que contradicen en no pocos puntos su credo religioso, al tiempo que manifiesta una esperanza avivada periódicamente por el ateísmo militante. Ese temor fue el que indujo a los rectores de la Iglesia a condenara Galileo, no a la hoguera, ciertamente, sino a una especie de “arresto domiciliario”, castigo que no deja de tener su ironía referido á un hombre que se mostraba seguro de estar dando vueltas alrededor del sol. Para aquellos eclesiásticos, la tierra debía ocupar el centro del mundo universo, y pretender lo contrario suponía infligir a la Escritura santa un agravio lindante con la blasfemia. Tuvo que pasar un siglo para que se reconociera el error y para que se cayera en la cuenta de que la importancia de la tierra no dependía de su localización en el espacio. Los creyentes sufrieron mucho en el siglo XIX ante las declaraciones de Marcelin Berthelot en el sentido de que “en adelante, el universo no guardará secreto alguno para los sabios”. En esa línea, es razonable pensar que llegue el día en, que se prescinda de “la hipótesis de Dios” forjada en los siglos oscuros de la ignorancia.” Sin embargo, el objeto de la ciencia no es más que lo observable y lo medible, y Dios no es nulo uno ni lo otro.

Para demostrar que Dios no existe, sería menester que lo que vosotros llamáis “la ciencia” descubriera un primer elemento que no tuviera causa, que existiera por él mismo, y cuya presencia explicara todo lo demás sin dejar nada fuera. Y justamente ese elemento es lo que nosotros llamamos Dios.

Extracto de “Preguntas sobre Dios”, Rialp, Madrid 1991, pp. 70-71.

——————————————————————————– El autor, André Frossard André Frossard nació en Francia en 1915. Como su padre, Ludovic-Oscar Frossard, fue diputado y ministro durante la III República y primer secretario general del Partido Comunista Francés, Frossard fue educado en un ateísmo total. Encontró la fe a los veinte años, de un modo sorprendente, en una capilla del Barrio Latino, en la que entró ateo y salió minutos más tarde “católico, apostólico y romano”.

Ateo perfecto, ni se planteaba el problema de Dios El ateísmo en André Frossard y su posterior y repentina conversión se entienden un poco más contemplando su propia familia, como nos lo cuenta él mismo: “Eramos ateos perfectos, de esos que ni se preguntan por su ateísmo. Los últimos militantes anticlericales que todavía predicaban contra la religión en las reuniones públicas nos parecían patéticos y un poco ridículos, exactamente igual que lo serían unos historiadores esforzándose por refutar la fábula de Caperucita roja. Su celo no hacia más que prolongar en vano un debate cerrado mucho tiempo atrás por la razón. Pues el ateísmo perfecto no era ya el que negaba la existencia de Dios, sino aquel que ni siquiera se planteaba el problema. (…) El mundo: material y explicable Dios no existía. Su imagen o las que evocan su existencia no figuraban en parte alguna de nuestra casa. Nadie nos hablaba de Él. (…) No había Dios. El cielo estaba vacío; la tierra era una combinación de elementos químicos reunidos en formas caprichosas por el juego de las atracciones y de las repulsiones naturales. Pronto nos entregaría sus últimos secretos, entre los que no había en absoluto Dios.

¿Necesito decir que no estaba bautizado? Según el uso de los medios avanzados, mis padres habían decidido, de común acuerdo, que yo escogería mi religión a los veinte años, si contra toda espera razonable consideraba bueno tener una. Era una decisión sin cálculo que presentaba todas las apariencias de imparcialidad. ¿A los veinte años quiere creer? Que crea. De hecho, es una edad impaciente y tumultuosa en la que los que han sido educados en la fe acaban corrientemente por perderla antes de volverla a encontrar, treinta o cuarenta años más tarde, como una amiga de la infancia… Los que no la han recibido en la cuna tienen pocas oportunidades de encontrarla al entrar en el cuartel…

Mi padre era el secretario general del partido socialista. Yo dormía en la habitación que, durante el día, servía a mi padre de despacho, frente a un retrato de Karl Marx, bajo un retrato a pluma de Jules Guesde (socialista que colaboró en la redacción del programa colectivista revolucionario) y una fotografía de Jaurès.

Fascinado por Marx Karl Marx me fascinaba. Era un león, una esfinge, una erupción solar. Karl Marx escapaba al tiempo. Había en él algo de indestructible que era, transformada en piedra, la certidumbre de que tenía razón. Ese bloque de dialéctica compacta velaba mi sueño de niño. (…) El domingo El domingo era el día del Señor para los luteranos, que a veces iban al templo, y para los pietistas, que se reunían en pequeños grupos bajo la mirada falta de comprensión de otros. Para nosotros era el día del aseo general, en el agua corriente del arroyo truchero, después del cual mi abuelo mi friccionaba la cabeza con un cocimiento de manzanilla…” Navidad sin sentido En Navidad, las campanas de los pueblos cercanos, que no encontraban eco entre nosotros, extendían como un manto de ceremonia sobre la campiña muerta. Nosotros también nos poníamos nuestros trajes domingueros para ir a ninguna parte (…) Almorzábamos en la mejor habitación, sobre el blanco mantel de los días señalados.

Sus padres unidos por el socialismo Entre las izquierdas la política se consideraba como la más alta actividad del espíritu, el más hermoso de los oficios, después del de médico, sin embargo. A ella debían mis padres, por otra parte, el haberse encontrado. Mi madre de espíritu curioso, había escuchado a mi padre hablar del socialismo ante un auditorio obrero, con la fogosidad de sus veinticinco años, una inteligencia combativa, una voz admirable. Desde aquel día, ella le siguió de reunión en reunión, por amor al socialismo, hasta la alcaldía. Cuando me contaba esa historia, yo no comprendía gran cosa. Para mí, mis padres eran mis padres desde siempre y no imaginaba que hubiesen podido no serlo en un momento dado de su existencia. La honestidad, la natural decencia de su vida en común, me habían dado del matrimonio la idea de una cosa que no podía deshacerse y que, al no tener fin, no había tenido comienzo.

La política llenaba la vida familiar Mi madre vendía al pregón el periódico de la Federación Socialista, completamente redactado por mi padre, entonces maestro destituido por amaños revolucionarios y reducido a la miseria. Pero la política llenaba la vida de mi padre. (…) Jesucristo hubiera sido de los suyos Rechazábamos todo lo que venía del catolicismo, con una señalada excepción para la persona -humana- de Jesucristo, hacia quien los antiguos del partido mantenían (con bastante parquedad, a decir verdad) una especie de sentimiento de origen moral y de destino poético. No éramos de los suyos, pero él habría podido ser de los nuestros por su amor a los pobres, su severidad con respeto a los poderosos, y sobre todo por el hecho de que había sido la víctima de los sacerdotes, en todo caso de los situados más alto, el ajusticiado por el poder y por su aparato de represión”.

Encontró a Dios sin buscarlo Pero sin tener mérito alguno Frossard, porque Dios quiso y no por otra razón, fue el afortunado en recibir el regalo de la conversión. El no buscaba a Dios. Se lo encontró: “Sobrenaturalmente, sé la verdad sobre la más disputada de las causas y el más antiguo de los procesos: Dios existe. Yo me lo encontré.

Me lo encontré fortuitamente -diría que por casualidad si el azar cupiese en esta especie de aventura-, con el asombro de paseante que, al doblar una calle de París, viese, en vez de la plaza o de la encrucijada habituales, una mar que batiese los pies de los edificios y se extendiese ante él hasta el infinito.

Fue un momento de estupor que dura todavía. Nunca me he acostumbrado a la existencia de Dios. Habiendo entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra.

Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, y aún más que escéptico y todavía más que ateo, indiferente y ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía intención de negar -hasta tal punto me parecía pasado, desde hacía mucho tiempo, a la cuenta de pérdidas y ganancias de la inquietud y de la ignorancia humanas-, volví a salir, algunos minutos más tarde, “católico, apostólico, romano”, llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.

Al entrar tenía veinte años. Al salir, era un niño, listo para el bautismo, y que miraba entorno a sí, con los ojos desorbitados, ese cielo habitado, esa ciudad que no se sabía suspendida en los aires, esos seres a pleno sol que parecían caminar en la oscuridad, sin ver el inmenso desgarrón que acababa de hacerse en el toldo del mundo. Mis sentimientos, mis paisajes interiores, las construcciones intelectuales en las que me había repantingado, ya no existían; mis propias costumbres habían desaparecido y mis gustos estaban cambiados.

Cómo lo encontró No me oculto lo que una conversión de esta clase, por su carácter improvisado, puede tener de chocante, e incluso de inadmisible, para los espíritus contemporáneos que prefieren los encaminamientos intelectuales a los flechazos místicos y que aprecian cada vez menos las intervenciones de lo divino en la vida cotidiana. Sin embargo, por deseoso que esté de alinearme con el espíritu de mi tiempo, no puedo sugerir los hitos de una elaboración lenta donde ha habido una brusca transformación; no puedo dar las razones psicológicas, inmediatas o lejanas, de esa mutación, porque esas razones no existen; me es imposible describir la senda que me ha conducido a la fe, porque me encontraba en cualquier otro camino y pensaba en cualquier otra cosa cuando caí en una especie de emboscada: no cuento cómo he llegado al catolicismo, sino como no iba a él y me lo encontré. (…) Nada me preparaba a lo que me ha sucedido: también la caridad divina tiene sus actos gratuitos. Y si, a menudo, me resigno a hablar en primera persona, es porque está claro para mí, como quisiera que estuviese enseguida para vosotros, que no he desempeñado papel alguno en mi propia conversión. (…) Una revolución exraordinaria Ese acontecimiento iba a operar en mí una revolución tan extraordinaria, cambiando en un instante mi manera de ser, de ver, de sentir, transformando tan radicalmente mi carácter y haciéndome hablar un lenguaje tan insólito que mi familia se alarmó. Se creyó oportuno, suponiéndome hechizado, hacerme examinar por un médico amigo, ateo y buen socialista. Después de conversar conmigo sosegadamente y de interrogarme indirectamente, pudo comunicar a mi padre sus conclusiones: era la “gracia”, dijo, un efecto de la “gracia” y nada más. No había por qué inquietarse.

Hablaba de la gracia como de una enfermedad extraña, que presentaba tales y cuales síntomas fácilmente reconocibles. ¿Era una enfermedad grave? No. La fe no atacaba a la razón. ¿Había un remedio? No; la enfermedad evolucionaba por sí misma hacia la curación; esas crisis de misticismo, a la edad en que yo había sido atacado, duraban generalmente dos años y no dejaban ni lesión, ni huellas. No había más que tener paciencia.

Se me toleraría mi capricho religioso a condición de que fuese discreto, como lo serían conmigo. Se me rogó que me abstuviese de todo proselitismo en relación con mi hermana menor. Ella se convertiría a pesar de todo al catolicismo, y mi madre también, bastantes años después de ella”.

Best-seller mundial Frossard escribió el libro de su conversión, “Dios existe. Yo me lo encontré” (Editorial Rialp), que mereció el Gran Premio de la literatura Católica en Francia en 1969, y que se convertiría en un best-seller mundial.

En 1985 fue elegido miembro de la Academia y trabajó en la Comisión del Diccionario. Muere en París en 1995 a los 80 años de edad, tras haber sido uno de los intelectuales católicos franceses más influyentes de su país en el presente siglo.