José Miguel Odero, “Evangelización e Islam”, ARVO, IX.01

En los comienzos del III Milenio cristiano se hace pertinente un examen de cuáles han sido los progresos en la labor evangelizadora de la Iglesia y de qué tareas, por el contrario, merecen una nueva y especial atención y esfuerzo pastoral. Es sabido cómo el actual Pontífice ha destacado reiteradamente que los cristianos no podemos conformarnos con la escasa difusión del Evangelio alcanzada hasta ahora en Asia, pues el mandato apostólico de Cristo tiene un carácter universal y transcultural.En este sentido el teólogo debe preguntarse con audacia cuáles son los obstáculos que han “impermeabilizado” la mentalidad de los pueblos semíticos – especialmente todos aquellos que hoy soy confesionalmente musulmanes – ante el Evangelio de Jesús, cuando dicho Evangelio fue predicado originariamente en una lengua asiática y semítica, cuando la predicación de Jesús y de sus Apóstoles se inculturó de forma inicial en formas propias de los pueblos que – como es el caso del Islam – reconocen a Abraham como su padre en la fe, cuando la primera expansión del Islam tuvo por escenario lugares como Egipto, Siria o el Magreb donde estaba presente la Iglesia desde los inicios de ésta [1].Una de las cuestiones abordadas en la Segunda Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos (1999) fue precisamente este mismo reto evangelizador. La actual presencia masiva de musulmanes que vienen a trabajar y a vivir en la Europa contemporánea es sólo un germen – según los pronósticos económicos y demográficos – de lo que en este siglo XXI será con toda probabilidad una ingente ola inmigratoria de colectividades procedentes de países norafricanos (tanto mediterráneos como subsaharianos), colectividades todas ellas igualmente musulmanas.De la urgencia que reviste este esfuerzo de evangelización da idea una reciente Pastoral de los Obispos italianos, en la cual se desaconsejan los matrimonios mixtos con musulmanes: un hecho que sociológicamente será más frecuente, pero del cual la Iglesia tiene una experiencia claramente negativa; las familias surgidas de dichas uniones lejos de ser vehículo de evangelización, resultan ser en la mayoría de los casos una ocasión próxima para que el cónyuge cristiano abandone la práctica de su fe [2].El presente estado de cosas dibujado así de modo somero suscita consecuentemente – como antes se apuntaba – la reflexión del teólogo. ¿Por qué la evangelización en culturas musulmanas resulta especialmente ardua? ¿Qué actitudes específicas del creyente musulmán (muslim) se oponen a la acción santificadora del Espíritu de Cristo? Y, sobre todo, ¿cuáles han de ser las líneas maestras que deben guiar la acción apostólica de los cristianos entre los musulmanes? Peculiaridad del Islam como religión Antes de abordar qué características del Islam se oponen más específicamente al Evangelio y a la evangelización, conviene hacer notar la asimetría formal que existe entre Islam e Iglesia Católica. Suele decirse que ha sido muy característico de los católicos saber qué es lo que creen en común y saber porqué lo creen. Esta claridad a la hora de determinar en qué consiste ser católico (la unidad en la fe) permite hablar en un sentido muy concreto de la Iglesia católica. Ahora bien, en el caso del Islam – como en el de otras muchas religiones – la esencia del ser musulmán no se muestra de forma tan inmediata ni indubitable ante los ojos del observador. Porque existen muchos modos de ser musulmán, cada uno de los cuales pretendiendo ser “el único modo legítimo”. En parte, ello es fruto de exclusiones mutuas de unos grupos respecto de los demás, pero sobre todo se explica porque en la comunidad islámica no existe una autoridad jerárquica de tipo magisterial similar a la del Colegio Episcopal y a la de su cabeza, el Obispo de Roma. El Islam no cuenta, en definitiva, con un común punto de referencia similar y ni siquiera análogo al que poseen los más de mil millones de católicos en el mundo.El Islam no contempla la existencia sobre la Tierra de una autoridad permanente a la cual Dios haya encomendado de forma eficaz “atar y desatar” al unísono del atar y desatar divino, constituyéndola en sacramento y ministerio de unidad [3].. En este sentido, ni los musulmanes ni tampoco los estudiosos de la religiosidad islámica están en condiciones de determinar a priori si es más ortodoxo – más fiel al deseo divino del cual se habría hecho eco Mahoma – un fundamentalista como el paquistaní Mawdúdí (1903-1979) que preconiza la constitución de una Estado y sociedad que se atengan literalmente a El Corán y a la Sunna, o bien si resultan ser más fieles al carisma original divino quienes se esfuerzan por vivir el espíritu del Islam, desechando sin dudarlo elementos culturales caducos – costumbres marcadamente medievales o arábigas – aunque dichos elementos hayan pervivido durante siglos como sagrados e intocables.¿Qué es lo esencial y definitorio del Islam? Ante esta pregunta muchos traen a colación las llamados “cinco pilares del Islam”: confesión de fe, oración ritual diaria (al-salat), la prestación pecuniaria obligatoria (al-zakat), la peregrinación ritual a La Meca y el ayuno durante el mes del Ramadán [4]. En realidad, todas estas prácticas simbólicas constituyen la catequesis apropiada para realizar el acto de islam: el acto y la actitud de someterse absolutamente al Señorío del único Dios, viviendo como siempre y en todo como siervo de Dios (‘abd ´Alá) [5].Este acto de fe fundamental es notablemente similar a la fe bíblica y neotestamentaria: el hombre ha de vivir para Dios, no para sí mismo. Juan Pablo II se muestra buen conocedor del Islam al reiterar que judíos, cristianos y musulmanes son las tres grandes religiones monoteístas; más aún, se revela como buen conocedor del mismo Corán al describir a estas tres colectividades religiosas como “los hijos de Abraham”.En efecto, Abraham (Ibrahim) aparece descrito en El Corán como el prototipo del hombre creyente en Dios, del que confía en Él, de quien se somete totalmente a su Voluntad. Abraham es el perfecto creyente. Así, el carácter sagrado de la Kaaba proviene de que – según Mahoma – fue el templo erigido por Abraham tras sacrificar a su hijo. La peregrinación a La Meca y sus rituales específicos (en especial, los sacrificiales) se entienden como reiteración de la suprema sumisión a Dios que hiciera allí mismo Abraham.La fe sumisa a Dios conduce inmediatamente a una actitud ética de sometimiento a la Voluntad divina. Este es el sentido prístino de la sunna, que designa el modo de vivir propio de un creyente, ejemplarizado en la vida de Mahoma [6]. La sunna se crea alrededor de un núcleo fundamental, que en líneas generales coincide con los preceptos del Decálogo – es decir, con normas que la cultura cristiana considera contenidos de ley divina natural – (cf. Corán 17, 22-39).Mahoma, por su parte, se presenta como último eslabón de una cadena de testigos que Dios ha enviado a los hombres durante su historia para hacerles ver la gloria de Dios y la adoración singular que Él merece por parte de cada persona humana. Mahoma sería el último de los profetas, inmediatamente posterior a Jesús “el hijo de María”, y habría estado precedido también en su tarea profética por el patriarca José – el hijo de Jacob – , por Moisés y otros.Ahora bien, los estudiosos de El Corán disciernen en este texto determinadas suras que se limitan a presentar el Islam en esa continuidad con la religiosidad humana auténtica, una actitud compartida especialmente por judíos y cristianos. Se trata de aquellas predicadas en La Meca antes de la Hégira.Por el contrario, las suras predicadas posteriormente en Medina se tiñen de un novedoso carácter polémico, que refleja la historia misma de la comunidad islámica. En Medina se produjo, en efecto, un enfrentamiento abierto con la tribu árabe judía de los Beni Kainuká, obligada por Mahoma a abandonar la ciudad. Desde entonces el profeta del Islam dejó de orar postrándose en dirección a Jerusalén, y eligió a La Meca – con sus connotaciones abrahámicas – como nuevo norte de su plegaria. En estos años concede el permiso de llevar adelante la difusión del Islam mediante la guerra. En fin, entonces escribe: “Abraham no era ni judío ni cristiano. Era monoteísta puro (kalil) y musulmán” (Corán, 3, 67). Sólo los musulmanes han recibido a través de Mahoma “el Libro de Alá”; los hebreos y cristianos sólo recibieron “una parte del Libro”; su vocación consiste, pues, en llegar a ser musulmanes plenamente (Corán, 3, 23) [7].Mahoma se convierte así en “el Profeta”, es decir, en el único profeta que ha transmitido a los hombres la plena revelación de Dios, una religión (dín) perfecta ya concluida, la religión verdadera, la única querida por Dios (cf. Corán 5, 3; 3, 19). Moisés y Jesús habrían fracasado en esta tarea, lo cual se muestra – afirma Mahoma – en las divisiones doctrinales internas que sufren judíos y cristianos [8]. El Corán es terminante al respecto: “Quienquiera que desee una religión diversa del Islam no será aceptado [por Dios], y en el más allá se encontrará entre los perdidos” (3, 85). Sólo el Islam es vía de salvación [9].Esta institucionalización exclusivista de la fe islámica lleva a separar de hecho el acto de creer en Dios (‘ímán) y la praxis propia del creyente (islam); a su vez, la univocidad originaria del término islam “queda perdida de modo total. Junto al doble sentido de actitud existencial y de modo global de vida que supone convicciones y praxis – fe y obras – , el término islam queda limitado a [designar] un solo aspecto de la religión: el ritual, la práctica del culto” [10]. La pertenencia a la comunidad islámica (umma) tiende a identificarse en la práctica con la adhesión al culto específicamente islámico. Este fenómeno de translación semántica es comprensible, si se considera que los musulmanes han esperimentado vivamente en su historia pasada y contemporánea las dificultades insoslayables que impiden a la umma poseer “un mismo espíritu” (Hechos 2,46) y compartir “una misma fe” (Ef 4,5) [11].Mahoma, profeta y líder político, cedió a la tentación de considerar que Dios permitió a la umma islámica el uso de la violencia para fines religiosos [12]. Primero alude a ella como derecho a la autodefensa: “Combatid en el sendero de Dios a quienes os combaten” (Corán 2, 190). Más tarde, en los días postreros de su vida abre las puertas a una escalada coactiva: “Combatid a quienes no creen en Dios ni en el último Día, a quienes no prohíben lo que han prohibido Dios y su mensajero y – entre los que han recibido el Libro [judíos y cristianos] – a quienes no profesan la religión de la verdad, hasta que no paguen la prestación pecuniaria (al-djizya) con sus propias manos tras haber sido humillados” (Corán 9, 29). Este espíritu de lucha (djihad), esta declaración formal contra la libertad religiosa civil se constituirá de hecho en un punto de apoyo para arbitrariedades casi ilimitadas por parte de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, que hacen sumamente precaria y penosa la existencia de cristianos en sociedades de mayoría musulmana [13].Pero la sangre derramada durante la historia de la Umma no se limita ni mucho menos a la persecución de los no musulmanes. Contra los deseos más íntimos de su fundador, que predicó vivamente la necesidad de que reinara la paz dentro de la umma [14], el Islam iba a sufrir desde sus mismos inicios trágicas divisiones (sobre todo a raíz de la batalla de Shiffín en el año 657, apenas veinticinco años tras la muerte de Mahoma) [15]. Estas divisiones enfrentarían a unos musulmanes contra otros de una manera mucho más drástica, sangrienta y persistente que las “guerras de religión” europeas; para un muslim devoto este hecho constituye “la gran prueba” o castigo de Dios [16].

El Islam: religiosidad, cultura y política Las primeras predicaciones de Mahoma se centraron en un núcleo de carácter netamente religioso: en la fe y en las obras mediante las cuales el hombre puede disponerse a realizar ese acto de fe / sumisión. Dichas obras son principalmente de tipo cúltico y ético.Ahora bien, una vez instalado en Medina, Mahoma decidió determinar muchas cuestiones de orden social y político, estableciendo así una vinculación religiosa entre determinadas formas culturales y la fe en Dios.A este respecto su postura difiere fundamentalmente de la adoptada por Jesús, quien se negó repetidamente a regular “las cosas del César”, es decir, aspectos sociopolíticos de la conducta de los cristianos [17]. Mediante este acto Cristo dejaba a la discreción libre de cada cristiano muchas de las grandes cuestiones humanas, cuya solución no nos es revelada por Dios. Jesús indicaba así que la pluralidad cultural, social y política es una consecuencia natural del orden establecido por Dios en la Historia. Y, en consecuencia, reconocía una legítima autonomía de las realidades humanas. Jesús enseñó que Dios Creador ha querido libremente establecer ese ámbito de autonomía, merced a la cual no deben buscarse soluciones sagradas vinculantes para todos los creyentes en la mayor parte de los aspectos que configuran la sociedad y la civilización. No deben buscarse soluciones de ese tipo, porque no existen como tales [18].Ante los ojos de la fe cristiana la autonomía de las cuestiones sociopolíticas y culturales no conlleva en modo alguno una disminución de la gloria divina. Sólo un Dios Omnipotente y libre podía crear seres libres y otorgarles un amplio ámbito en el cual ejercer ellos mismos su propia providencia. La secularidad de la Ciudad terrenal no es ontológicamente el resultado de un proceso de secularización ejercitado en contra de la fe cristiana, sino que sobreviene, por el contrario, como una dimensión implícita de esa misma fe.Por el contrario lo usual en la mentalidad musulmana reside en la convicción de que, para establecer el Reino de Dios no basta la actitud personal de sumisión (islam), sino que esta sumisión conlleva necesariamente la implantación de las normas sociales, culturales y políticas que Mahoma preconizó de palabra o mediante su propia conducta. Mahoma – como es obvio a cualquier historiador – no fue sólo un profeta religioso, sino también un líder político, un estratega bélico y un legislador social. Él formuló el núcleo de una nueva estructuración sociopolítica, la cual cristalizará más tarde en la sharí ‘a o ley islámica [19]. El conjunto de normas contenidos en la sharí ‘a ha sido sacralizado por el profetismo de Mahoma como parte de la revelación divina. La fe musulmana contempla en la sharí ‘a aquella forma predeterminada mediante la cual Dios desearía ver al hombre sometido a su Señorío. De forma que no es posible el Islam – el sometimiento del hombre y de lo humano requerido por la gloria divina – sin la instauración de la sharí ‘a .El juridicismo característico de los líderes musulmanes va unido a un autoritarismo cultural, porque en la mentalidad social islámica el pluralismo cultural aparece como fruto del extravío de los hombres y no como una manifestación gozosa de la libertad de los hijos de Dios [20].En este sentido deben interpretarse los continuos rebrotes de islamismo que se han sucedido desde la muerte de Mahoma, y que – como sobradamente conoce la opinión pública mundial – siguen originándose en el siglo XX. La historia de aquellos estados donde existe una mayoría de población musulmana – muchos de ellos surgidos en la última centuria – se forja al hilo de dos fuerzas que operan dialécticamente entre sí: a) el proyecto cultural de autoridades islámicas tradicionales; b) los siempre reiterados movimientos islamistas, que denuncian la complicidad de las autoridades tradicionales con el poder (ya sea militar ya económico) o con una determinada situación social que a algunos les parece desviada, proponiendo un retorno a las fuentes del Islam – una nueva lectura de su origen – con el fin de revolucionar las estructuras vigentes y crear una sociedad auténticamente islámica [21].La efervescencia del islamismo no debería hacer olvidar al observador algo obvio: tanto los nuevos visionarios radicales como los musulmanes integrados o integristas buscan de hecho un mismo fin objetivo: islamizar la sociedad, someterla a la sharí ‘a . Sus caminos pueden ser muy diversos y sus altercados mutuos violentísimos, pero el musulmán ni siquiera concibe que la secularidad pueda ser una condición intrínseca de la sociedad humana diseñada por Dios.En el Islam sólo se reconoce un ámbito de posible secularidad lícita: el de la técnica (incluyendo la lógica, la matemática y las ciencias positivas concebidas en forma meramente pragmática, no como saber acerca de la naturaleza de la Creación).

Islam y evangelización El hecho al que venimos aludiendo – la integración fundamental de la sharí ‘a en aquello que los musulmanes tienen como revelación divina – es a nuestro juicio el obstáculo más imponente para la evangelización.En efecto, la predicación del Evangelio de Cristo escandaliza al musulmán creyente (muslim) en un nivel muy hondo, subyacente incluso al de los contenidos de dicho Evangelio. Es bien sabido que las suras de El Corán predicadas tras la Hégira enuncian de modo explícito que la fe cristiana es inaceptable como tal a causa de una hipotética manipulación del mensaje de Jesús, mediante la cual entre los contenidos del Evangelio se habría incluido de modo arbitrario (en contra de la auténtica predicación de Jesús) la creencia en la divinidad de Cristo y en la Trinidad de Dios.Evidentemente es deseable emprender un diálogo que pueda conducir a una clarificación de conceptos en el credo musulmán (al ‘aquída), mostrando que la fe cristiana ni imputa a Dios el acto biológico de engendrar ni introduce forma alguna de politeísmo. Dicho diálogo puede fundarse en la común concepción de la absoluta trascendencia divina, en la familiaridad musulmana con la recitación de los múltiples nombres (“atributos”) de Dios [22]. Sin embargo, al emprender este diálogo el cristiano habrá de tener en cuenta que la ausencia de una tradición musulmana propiamente teológica – hecho que resulta muy significativo, cuando se advierte de modo paralelo el enorme desarrollo de las ciencias jurídicas religiosas – no facilitará encontrar interlocutores receptivos [23].En el ámbito de la Teología Fundamental es preciso observar además la existencia de una barrera – también fundamental y quizás más radical – entre musulmanes y cristianos. Este distanciamiento compete, no ya a la formulación de los contenidos de la revelación, sino a la naturaleza del acto mismo de creer en Dios. Creer consiste esencialmente para ambas comunidades religiosas en someterse a Dios el hombre entero. Ahora bien, ¿cómo ha de entenderse este sometimiento respecto al ejercicio de la propia libertad?Mahoma subraya la existencia y consistencia del libre albedrío siempre que alude a la responsabilidad de cada hombre ante Dios Juez escatológico (lo cual es tema reiterado de su predicación). Pero lo que importa ahora no es tanto la cuestión de si el acto de fe es libre (fruto de una decisión personal y auténtica), sino cuál es el papel de la libertad en quien es ya creyente: cuáles son los designios divinos respecto a la vida social humana.La teología cristiana sostiene que la fe debe ser una luz perpetuamente inspiradora de la praxis humana. Pero simultáneamente afirma que Dios ha deseado para el hombre algo más que el libre albedrío: la libertad. Libertad significa para el cristiano que gran parte de su quehacer ha de ser necesariamente espontáneo y autónomo, porque Dios no ha querido ser el único ingeniero de la Creación y de la Historia, dejando así al hombre como mero ejecutor de unos planes preexistentes. Ser creyente en Dios consiste en dejar iluminar la propia vida por la fe, pero también radica en actuar según el propio leal entender humano, respetando y amando que otros obren de modo diverso. El cristiano sabe que así se asemeja más a quien “hace llover sobre justos y pecadores” (Mat 5,45), a quien eligió crear un mundo determinado – escogiendo libremente los detalles de su configuración – entre otros muchos posibles.Sin embargo, el musulmán ortodoxo no concibe que en las cuestiones propiamente humanas la libertad – que es no se reduce al libre albedrío – tenga un papel decisivo. Según la doctrina que le enseñan sus maestros religiosos, el espacio para ejercitar dicha libertad creadora se halla estrechamente limitado, pues la Revelación determina cuestiones tan precisas como el modo de vestir, los impuestos, las herencias o los castigos penales; y desde luego decide con bastante minuciosidad sobre cómo ha de conformarse la sociedad que Dios desea [24]. Sociedad y estado han de ser, pues, confesionales, y dicha confesionalidad se manifiesta en la aplicación de grandes principios y en la observancia civilmente obligatoria de unas normas preexistentes que han de regir los múltiples aspectos del quehacer humano. Cabe afirmar que, para la mentalidad musulmana más generalizada, no existe nada importante que sea de suyo profano o secular.Dentro de esta lógica el hombre – ante los ojos del muslim – no da gloria a Dios con su libertad. Por el contrario: la libertad real es concebida como un desafío a la Soberanía divina, como impiedad.Por esta razón tanto el islamismo como el tradicionalismo islámico rechazan la esencia de la democracia: la existencia de unos derechos humanos y, sobre todo, la del derecho a la libertad religiosa. Unos derechos humanos naturales a la persona como tal, ¿no serían una forma de rebeldía y de insumisión frente a Dios? [25] Y un régimen jurídico de libertad religiosa, ¿no constituye acaso la renuncia a construir el Reino de Dios que Dios mismo ha diseñado pormenorizadamente en la sharí ‘a ? No es de extrañar que, dentro de esta peculiar lógica, la libertad religiosa aparezca ante los ojos de islamistas y de tradicionalistas como una impiedad fundamental, una forma insufrible de occidentalismo, como el más taimado y perverso colonialismo cultural. Unos y otros la tolerarán en ocasiones (ciertamente muy pocas, y con muchas restricciones), pero su cultura religiosa dificulta enormemente contemplar la libertad religiosa jurídica como un bien real, como un estado social querido decididamente por Dios.En este punto procede quizá examinar críticamente la noción de musulmán ortodoxo en la perspectiva de las ciencias de las religiones y, sobre todo, a la luz de Historia de la Salvación.En primer lugar, ¿qué significa ortodoxia en una comunidad religiosa profundamente dividida entre diversas formas de integrismos e islamismos? ¿Qué valor cabe atribuir a dicho concepto, cuando las autoridades religiosas que han de definir la esencia de lo musulmán son múltiples y divergentes en sus enseñanzas? Los estudiosos suelen apelar en esta situación a un criterio meramente pragmático de tipo sociológico: es musulmán aquello que resulta difícil imaginar que quien se denomina musulmán pudiera rechazar. Tal es el caso del carácter revelado de El Corán o de la obligatoriedad universal de los mentados “cinco pilares del Islam” [26].Ahora bien, desde la perspectiva de la historia salutis se sitúa en primer plano una consideración de gran importancia que la sociología desconoce por su metodología propia: Dios llama a la salvación a cada persona concreta por vías muy diversas. Esa llamada divina, cuando es acogida por una persona cristaliza en la fe teologal, en una realidad que no procede de las fuerzas humanas – “la carne, ni la sangre” (Mat 16,17) – sino que “ha nacido de Dios” (1 Juan 5,4): es un don divino sobrenatural. Mediante la fe divina el hombre se somete a Dios, pone en sus manos su corazón y su mente, deja que sea Otro – Dios trascendente – quien guíe toda su existencia [27].En definitiva, mediante la fe el hombre se somete a la Libertad divina, a unos designios que – como muestra la fenomenología religiosa y especialmente la experiencia de la Iglesia – a menudo contrarían tendencias, opiniones y actitudes antes muy arraigadas en el sujeto. La vivencia de esta resistencia del “hombre viejo” (Ef 4,22) es una garantía de la autenticidad de la sumisión prestada a Dios.Por su parte, la evangelización se dirige igualmente al corazón de cada persona concreta; nada más lejos de su naturaleza que la propaganda, la edulcoración del kérigma, cualquier tipo de chantaje (ofrecer bienes terrenales como contrapartida de la conversión) y – por supuesto – cualquier tipo de coacción.En el plano existencial propio de la evangelización, donde prima la iniciativa libre de Dios – el Espíritu Santo que ilumina la mente y alienta el corazón – , lo inusual y lo impredecible (para la sociología de las religiones) resulta ser algo de ordinaria administración. La fe – como gustaba repetir Karl Barth – es siempre un milagro. En consecuencia, por lo que atañe a la evangelización, una valoración sociológica del impacto probable que pueda tener la predicación del Evangelio sobre el musulmán ortodoxo será siempre accidental. Dicha ortodoxia carece de consistencia ontológica frente a la Libertad divina: el Espíritu de Verdad “sopla donde quiere” (Juan 3,8) y su querencia es de hecho cristocéntrica, ya que es Espíritu del Hijo (Gal 4,6), Espíritu de Cristo (Lc 4,18; Rom 5,9), Espíritu de Jesús (Hechos 16,7). Dicho en otros términos: si un musulmán recibe de Dios la fe teologal, será obediente a las mociones del Espíritu de Dios y se sentirá atraído por el Evangelio de Cristo, y no de cualquier modo sino precisamente en cuanto verbum salutis.Ciertamente sería simplista ignorar la gran fuerza que sobre dicho creyente ejerce “la ortodoxia islámica”. Ésta constituye un complejo entramado de creencias, principios éticos y rituales que están integrados más o menos hondamente en su personalidad. Se trata de una forma de vida, una cultura, en la cual aparecen integrados auténticos elementos salvíficos – por ejemplo, la necesidad de someterse a Dios; el conocimiento de la unicidad divina; o la práctica de la oración – , con valores humanos muy ricos (si bien, de orden no sacral) – la belleza literaria de El Corán; el sentido de hermandad comunitaria – y algunos elementos que contrarían la Voluntad divina – el menosprecio de la libertad religiosa o el rechazo de Cristo como Salvador – .Reconstruir la propia vida, discerniendo aquello que puede y debe ser conservado de esas tradiciones y lo que ha de rechazarse sin ambages, es una tarea no exenta de dificultades. La experiencia de un gran africano magrebí como fue San Agustín, su lucha por someterse a Dios sacrificando convicciones y costumbres – quizá menos poderosas que las vigentes en una sociedad islámica – es todo un paradigma para la evangelización de quienes se han educado en una cultura islámica. Un paradigma que invita a la esperanza teologal y a perseverar en la tarea evangelizadora, desterrando cualquier impaciencia al respecto.Tras morir Mahoma, en momentos de confusión, Abu-Bakr – su sucesor y primer califa del Islam – pronunció ante la comunidad musulmana unas palabras que, tomadas en su sentido literal, resultan hoy proféticas: “Hombres, si adoráis a Mahoma, Mahoma ha muerto; si adoráis a Dios, Dios está vivo” [28]. Mahoma fue en la historia de las religiones un gran profeta, que predicó doctrinas fundamentales para la salvación; algo que ya había resumido la Epístola a los Hebreos: “Sin fe es imposible agradarle, pues quien se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan” (Heb 11,6). Como es sabido, Tomás de Aquino comentaba estas palabras en el sentido de que “todos los artículos [de fe] se hallan implícitamente contenidos en algunas realidades primeras que se han de creer; es decir, todo se reduce a creer que existe Dios y que tiene providencia de la salvación de los hombres”; en el ser de Dios – continúa – se halla contenido el misterio de la Trinidad de Personas en la unidad ontológica, y creyendo en la realidad de la providencia salvadora se cree implícitamente en toda la Historia de la Salvación centrada en Cristo [29]. Pero en el corazón de un auténtico muslim las palabras de Mahoma deben subordinarse a la Libertad del Dios vivo, al obrar del Padre (cf. Juan 5,36), quien sigue actuando mediante el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia: “Mi Padre actúa siempre, y yo también actúo” (Juan 15,17).El cristiano enfrentado a la tarea de la evangelización debe tener fe en la fe, es decir, convencerse confiadamente de que “todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe” (1 Juan 5,4). Es preciso confiar en esa dinámica interna de la fe teologal, dinámica promovida por el Espíritu del Hijo, a quien se atribuye el don de la fe plena [30]. Es preciso tener en cuenta que una fe auténtica (teologal) atraerá al creyente musulmán hacia Cristo, lo moverá internamenta a amarle y a seguirle.En un medio culturalmente islamizado el evangelizador ha de ocuparse activamente en dar testimonio de su ser-creyente, de su sumisión a la Voluntad divina. Este es sin duda el signo de credibilidad que puede tocar las fibras más íntimas del muslim honrado. A este respecto, la defensa de la santidad de la vida humana desde su concepción, una defensa llevada a cabo por la Santa Sede a contracorriente y resistiendo la presión de los poderes de este mundo, ha suscitado de hecho el afecto y la adhesión de muchos musulmanes. En definitiva, es sumamente importante dar testimonio de que el cristiano lucha seriamente contra la infidelidad, contra la tentación del hombre que “es cada vez más insolente, pues cree bastarse a sí mismo” (Corán 96, 6). La mente islámica resulta especialmente sensible a todo lo que sea manifestación de esa insolencia frente a Dios y, por lo mismo, percibe con agudeza el sentido que tienen actos como bendecir la mesa, saludarse con fórmulas que mencionan implícitamente a Dios, reconocer con sencillez los errores propios y la falibilidad humana, estar desprendido de las cosas materiales (no quejarse cuando faltan, pues ello revela confiar en la Providencia), acudir a la oración al tomar una decisión y no adoptar un talante calculador respecto al futuro de nuestras vidas – pues sólo Dios sabe lo que nos sucederá: “No andéis preocupados por vuestra vida” (Mat 6,25-34) – , etc.Evangelizar en medios islámicos será siempre dar testimonio de la auténtica sumisión a un Dios que es Amor. Por eso, la amistad – el acercamiento de corazones – no sólo es un ámbito en el cual es posible que otros perciban la fuerza y sinceridad de ese ser-creyentes en Dios-Amor, sino que constituye ella misma el modo más idóneo de materializar dicha fe, de hacerla fructificar. Como recientemente ha declarado el Arzobispo de Argel, Mons. Henri Teissier, “no estamos en este país para fabricar mártires, sino para ser amigos. Pensamos en Jesucristo que nos ha dicho: Amaos como yo os amo. No nos hemos quedado en Argelia para que pueda haber mártires sino para construir amistad entre cristianos y musulmanes. (…) Nuestros mártires no han sido asesinados por su fe sino por su amistad con los vecinos musulmanes. Hay grupos que no aceptan esta relación positiva y han asesinado. (…) Estamos en la sociedad argelina porque tenemos la convicción de que hay una Palabra de Dios en el Evangelio y que esta Palabra la podemos compartir también con los hermanos musulmanes. Esta Palabra es un tesoro para cada hombre” [31].Las relaciones históricas de la Iglesia con el Islam recuerdan en parte las polémicas que Jesús mantuvo en el Templo antes su última Pascua en Jerusalén: “Si fuérais hijos de Abraham, haríais las obras de Abraham. (…) Quien es de Dios, escucha las palabras de Dios; vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios” (Juan 8,39.47). La reacción airada de fariseos y saduceos ante la autoridad de Jesús que actuaba con libertad divina y subordinaba la tradición del sabbath a la necesidad de curar y perdonar los pecados a enfermos graves, ¿no presenta paralelismos con la intransigencia de algunos musulmanes que condenan con la muerte apartarse de algunas de sus tradiciones culturales cuando se produce una conversión al camino de Jesús? [32].A este respecto resultan esperanzadores algunos hechos que se están produciendo en estos años. Por ejemplo, la condena prácticamente unánime del terrorismo islámico por parte de la Umma argelina y egipcia – incluidos sus ulemas – no se ha fundamentado ni en El Corán ni en la Sunna; y sin embargo la apelación de grupos terroristas islámicos a pasajes coránicos donde se admite el derecho a la violencia o a la tradición de la djihad ha sido, a pesar de todo, descalificada por esas comunidades musulmanas. Por otra parte, no faltan voces – singularmente la de los sufíes [33], pero también la de otros intelectuales musulmanes – en pro de una convivencia respetuosa y tolerante de los buenos musulmanes con hombres santos de otras religiones [34]. En esta realidad se inspiran las esperanzas de un diálogo interreligioso franco, en el cual la parte musulmana ha de estar dispuesta a no descalificar por principio – desvinculándose de tradiciones multiseculares, apoyándose en las primeras suras de La Meca y aceptando el principio de libertad religiosa – el discurso cristiano sobre Cristo [35].De un modo u otro, siempre se cumplirá la promesa de Cristo a Pedro, y la fe vencerá en el corazón de esta y de aquella persona, que constatarán con ojos de fe la verdad divina del Evangelio de Cristo: “Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me ha enviado. El que quiera cumplir su Voluntad, verá si mi doctrina es de Dios. (…) El que cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me ha enviado” (Juan 7,16s.; 12,44).La realidad social de la inmigración masiva de musulmanes a estados donde la ley civil tutela el derecho a seguir las propias convicciones religiosas se está mostrando como una ocasión privilegiada para que algunas de estas personas alcancen libremente la libertad que Cristo nos ha ganado [36]. Nos encontramos, pues, ante un claro “signo de los tiempos”, ante unas circunstancias propiciadas por la Providencia divina para emprender una etapa nueva en la historia de las relaciones entre la fe cristiana y el Islam. En esta nueva etapa la evangelización de Cristo dará frutos insospechados.Ello depende de nuestra correspondencia a la gracia. Es preciso superar netamente recelos y barreras que naturalmente plantea la convivencia con personas de culturas aparentemente extrañas. La actuación de los cristianos laicos que trabajan y conviven con musulmanes se carga, pues, de una especial responsabilidad: sobre ellos recae la tarea de establecer vínculos de amistad y fraternidad con los emigrantes musulmanes – aquellos vínculos que deberían surgir lógicamente entre los hijos de Abraham, creyentes en Dios, pero que serán suscitados en buena parte como iniciativa de la benevolencia y caridad cristianas – [37]. Estas relaciones interpersonales harán presente a Cristo ante los musulmanes honrados, desvelando el verdadero rostro de Jesús, el del Enmanuel: Dios con nosotros.

Comunicación al XXI Simposio Internacional de Teología (Univ. de Navarra). Abril de 2000 —————————– [1] Los mismos historiadores musulmanes explican que en tiempos de la conquista islámica muchos cristianos de estas Iglesias se hallaban desorientados ante las controversias eclesiales doctrinales y disciplinares, de modo que “pudieron sentirse atraídos por la simplicidad de la respuesta de los musulmanes a tales preguntas en el seno de lo que venía a ser, en líneas generales, el mismo universo de ideas [monoteísmo, primacía de la confianza en Dios, de la oración, etc.]. La ausencia de una iglesia musulmana o de un elaborado ritual de conversión, la necesidad de utilizar unas pocas y sencillas palabras, convirtió la aceptación en un cómodo proceso”, aún más cómodo en cuanto eximía de pesados impuestos establecidos sólo para los cristianos y proporcionaba una mínima seguridad jurídica, negada a quienes no eran musulmanes (A. hourani, Historia de los pueblos árabes, Barcelona 1992, p. 22).

[2] Los obispos italianos, al considerar la “delicata questione dei matrimoni fra cattolici e musulmani”, recomiendan que al respecto se aplique la ley canónico en todo su rigor: “prevale l’orientamento che si debba comunque seguire una prassi rigorosa, valutando caso per caso se sussistono le condizioni per concedere la dispensa per la celebrazione del matrimonio” (CONSIGLIO PERMANENTE della Conferenza Episcopale Italiana, Puntualizzazioni sul rapporto con l’Islam, 3-II-2000, en: “M.Press” 12, nr. 6 [2000]).

[3] Ciertamente la expresión atar y desatar se atribuye literalmente en el Islam a los ulemas o doctores de la Ley islámica (sharí ‘a ). Pero éstos nunca han estado estructurados jerárquicamente y su autoridad tan sólo alcanza un ámbito más o menos localista.

[4] Obra de consulta obligada para precisar la naturaleza de estos y otros temas relacionados con el Islam es: Encyclopaedia of Islam, T.W. ARNOLD y otros (ed.), Leiden – New York 1986 ss. (incluye dos volúmenes de Índices; la 1º edición fue publicada entre 1913 y 1936). Cf. The Encyclopedia of Religion, 16 vols., M. ELIADE (ed.), New York 1987.

[5] Someterse a Dios, confiar en Dios o ponerse en su manos “son matices que tratan de delimitar el sentimiento fundamental que impregna al creyente musulmán: no existir gracias a uno mismo y, desde luego, no existir para sí mismo”; simultáneamente, la etimología de islam está emparentada con la de salam, porque la fe reconstruye el orden debido de las cosas, coloca al hombre en su justa relación con Dios, otorgándole una paz sin igual (E. PLATTI, Islam… étrange?, Paris 2000, pp. 19-21).

[6] De ahí que las tradiciones sobre palabras o actos del profeta (hadith) sean consideradas como parte de la revelación salvadora.

[7] Cf. W.M. WATT, Muhammad at Meca, Oxford 1953; Muhammad at Medina, Oxford 1956.

[8] Por esta y otras muchas razones es una simpleza concebir que la presencia respetada de Jesús “hijo de María” en El Corán hace de este texto un cuasi-evangelio. En efecto, además de omitir todo lo relativo a la pasión y resurrección de Cristo, su predicación es reducida a generalidades; como efecto de todo ello, el cristiano no reconoce al Jesús que retrata El Corán, sino que le resulta un personaje extraño. Todos los elementos cristianos están íntimamente mistificados por un espíritu que no es el evangélico (cf. PLATTI, Islam, 164-176).

[9] Acerca de los problemas que conlleva aplicar el concepto cristiano de revelación al Corán, cf. J. MORALES, Revelación y religiones: ScrTh 32 (2000) 52s.; 66-72.

[10] PLATTI, Islam, 224.

[11] “La Umma no ha poseído jamás un Magisterio, en el sentido de una instancia superior que tenga una autoridad decisiva en relación a la ortodoxia o a la ortopraxis” (PLATTI, Islam, 259ss.).

[12] “Su religión y sus acciones político-militares no eran dos actividades separadas que llegaron a mezclarse. Estaban fusionadas, y esta fusión se expresaba doctrinalmente en el vocabulario de política monoteísta que impregana a El Corán” (M. COOK, Muhammad, Oxford 21996, p. 51).

[13] Según el derecho musulmán (al-Fiqg) estas normas tardías deben ser interpretadas de acuerdo con el llamado “principio de abrogación” (násikh), de modo que el espíritu de celo intransigente que inspiran estas suras tardías abroga otras suras anteriores más irénicas. Y de hecho en el discurso que pronunció durante su última peregrinación a La Meca explícitamente ordenó que “los musulmanes tendrían que luchar contra todos los hombres hasta que aquellos dijeran: No hay más dios que Dios” (hourani, Historia de los pueblos árabes, 14). La vigencia de esta sentencia puede constatarse fácilmente. “Un joven cristiano paquistaní que se convirtió al Islam para casarse con una joven musulmana de la que se había enamorado (según el código de familia islámico una mujer musulmana sólo se puede casar con un hombre musulmán), fue encarcelado la semana pasada en Pakistán, acusado de cometer una blasfemia porque intentó regresar a su fe cristiana. Según el Código Penal Paquistaní, inspirado en la sharí ‘a, se castiga con pena de muerte la profanación del nombre del profeta Mahoma, que está implícita en la conversión al cristianismo” (Agencia Zenit, 9-V-2000, Serv.

ZS000509-05).

[14] “Y si dos grupos de creyentes se combaten, haced que se reconcilien entre ellos” (Corán 49, 9), pues “los creyentes no son sino hermanos. Estableced la concordia entre vuestros hermanos, y temed a Dios, a fin de que tenga misericordia con vosotros” (49, 10).

[15] Cf. H. LAOUST, Les schismes dans l’Islam, Paris 1965; J. WANSBROUGH, The Sectarian Milieu, Oxford 1978.

[16] En la raíz de estas divisiones violentas se encuentra una práctica de intolerancia reiterada en las sociedades musulmanas: la tendencia siempre viva y activa de excluir al pecador de la Umma. Así, las diferencias de opinión se ventilan una y otra vez con mutuas acusaciones de “impiedad”, de traición al Islam. La consecuencia de ello es una ininterrumpida fragmentación de la Umma en facciones. Por eso es un error atribuir a los chiítas la exclusiva del extremismo militante islámico; más bien debería hablarse de un permanente tentación kháridjita o aislacionista – por referencia a quienes se apartaron de chiítas y sunnitas en la crisis del año 657 – (cf. G.Ch. ANAWATI, Une résurgence du kharijisme au XXè siècle: L’obligation absente, en “Mélanges de l’Institut dominicain d’études orientales du Caire (MIDEO)” 16 [1989] 191-228).

[17] Cfr. Mc 12,17: el episodio aparece recogido en todos los Sinópticos. La negativa a regular cuestiones como el impuesto exigido por Roma a los judíos se plantea en una contexto en el cual Jesús discierne un ámbito estrictamente sagrado (“lo que es de Dios”) de una multitud de cuestiones que se sitúan en otro nivel, el de lo legítimamente profano. En este sentido, Jesús rechaza decidir sobre otras muchas cuestiones jurídicas que ciertamente presentan un aspecto ético, pero que no son éticamente universalizables y que requieren en cada caso un juicio prudencial; así, lo relativo a las herencias (Lc 12,4); al derecho penal (Juan 8,1-11), etc.

En contraposición, Mawdúdí escribe como lema supremo de la vida social: “La religión para Dios, y la nación para todos” (Abú l-A’ lá MAWDÚDÍ, Al Islam wa l-Madina al-haditha, Djidda 1987, cit. por PLATTI, Islam, 288).

[18] Paradójicamente quien arrolla esta legítima autonomía, llevado por cierto afán sacralizador de la vida social, no debería ser tenido por persona auténticamente religiosa, pues atenta contra el orden querido por Dios. El fundamentalismo es a fin de cuentas una artera manifestación de impiedad, una injusticia hipócrita respecto a Dios.

[19] Ya en los años veinte de este siglo lo puso de relieve Alí ‘Abd ar-Ráziq.

[20] En las sociedades musulmanas que se extienden desde Indonesia a Marruecos, de Alemania a Nigeria, “por profundas que sean las diferencias [entre ellas], el Islam tiende a unificar su cultura”, pues el la sharí ‘a se extiende a los reductos culturales más íntimos (cf. PLATTI, Islam, 261s.).

[21] Cf. Gema MARTÍN MUÑOZ, El estado árabe. Crisis de legitimidad y contestación islamista, Barcelona 1999.

[22] A este respecto debe señalarse que la ausencia entre dichos nombres del de Padre debe contrapesarse, sin embargo, con la realidad de que el muslim establece con Dios una relación de intimidad mediante la fe (cf. PLATTI, Islam, 238ss.).

[23] Entre el legado teórico del Islam “resulta sorprendente constatar el mínimo número de obras de dogmática y de filosofía por contrate con la producción y edición de antologías de Hadíth, de Sunna, de jurisprudencia y de géneros análogos” (PLATTI, Islam, 200). Cf. Ch.Si H. BOITELAAR, Traité moderne de théologie islamique, Paris 1985. Pero en general, los estudios acerca de la filosofía y teología del Islam suelen consistir meramente en una historia de la filosofía, que se centra en la Edad Media: cf. J. VAN ESS, Theologie und Gesellschaft im 2. und 3. Jahrhundert Hidschra. Eine Geschichte des religiösen Denkens im frühen Islam, 6 vols., Berlin – New York 1991-1995.

[24] Tras la Hégira “se aprecia una honda preocupación [en Mahoma] por definir las partes rituales de la religión, la moral social, las reglas de la paz social, la propiedad, el matrimonio y la herencia. En algunos aspectos se ofrecen preceptos específicos” (hourani, Historia de los pueblos árabes, 13).

[25] Los derechos humanos no pueden ser considerados en las sociedades islámicas como fundamento del orden social, porque el Islam no ha desarrollado una teología donde éstos se fundamenten debidamente en la Ley divina, en el querer de Dios. El pensador musulmán contemporáneo más claro e influyente al respecto ha sido el paquistaní Mawdúdí (1903-1979).

[26] “Los musulmanes ortodoxos siempre han creído que El Corán es la palabra de Dios, revelada en lengua árabe a través de un ángel a Mahoma, en diversos momentos y de formas adecuadas a las necesidades de la comunidad” (hourani, Historia de los pueblos árabes, 15).

[27] Esta descripción de la fe no es extraña a un muslim: “A quien Dios desea guiar, le abre el corazón al sometimiento (islam) [de la fe]” (Corán, 6, 125; cf. 39, 22).

[28] Cit. por hourani, Historia de los pueblos árabes, 17.

[29] Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Suma de teología, II-II, q. 1, a. 7, ad c.

[30] Para salvarse es preciso “nacer del agua y del Espíritu” (Juan 3,5). Cf. J.M. ODERO, Teología de la fe, Pamplona 1997, cap. I, X-XI.

[31] Entrevista con monseñor Henri Teissier, arzobispo de Argel, Agencia Zenit (8-V-2000), Serv. ZS000508-06.

[32] No faltan musulmanes que se muestran perplejos ante la generalizada persecución que desencadenan las conversiones a la fe cristiana (en países como Arabia Saudí la policía religiosa persigue cualquier asomo de estas “apostasías”), sobre todo cuando leen en El Corán: “¡Ninguna coacción en religión! Pues el buen camino se ha distinguido del extravío” (2, 256). Cf. PLATTI, Islam, 83. A este respecto, el rector de la Gran Mezquita de París, Dalil Boubakeur, tras denunciar “el integrismo y el fanatismo» explica así la situación en Arabia Saudita (donde el mero hecho de poseer una Biblia o una imagen cristiana es considerado y castigado como un delito): “En este caso estamos de frente a una teocracia y, por otra parte, en aquel país no hay cristianos”. Respecto a Sudán se manifiesta de modo menos ambiguo: “Estamos en presencia de un Estado integrista que no nos gusta, desde luego. El Islam en Sudán es usado como un instrumento político, lo mismo que en Irlanda la religión católica o la protestante” (Agencia Zenit, 27-II-1999, Serv.

ZS991027-02). Su información sobre el estado saudí es notablemente insuficiente: El pasado 7 de enero la policía religiosa saudí irrumpió en una casa privada de Riad y arrestó a quince de las cien personas presentes. El crimen que estas personas, cristianos provenientes de Filipinas, habían cometido era mantener un servicio religioso no permitido. Entre los detenidos estaban tres niños, uno de ellos de sólo tres años de edad. Mientras tanto otro filipino, Edmar Romero, sigue bajo arresto tras ser detenido el uno de diciembre de 1999; la policía confiscó una Biblia y otras publicaciones cristianas que tenía en su casa. Según las leyes en el país los que no son musulmanes, unas seis millones de personas actualmente, no pueden practicar su propia fe (Compass Direct, 10-I-2000).

[33] El sufismo, con la relatividad que atribuye al conocimiento humano terreno en materia de salvación, tiene una indudable raíz coránica: “Sabed que la vida presente no es sino un juego, diversión, adorno vano, una solicitación a vuestro orgullo y una rivalidad en acaparar riquezas e hijos” (Corán 57, 20). Esta humildad cognitivo-salvífica permite a los sufíes ser tolerantes teórica y prácticamente respecto a la fe cristiana.

[34] La Asamblea de las Religiones que se celebró del 25 al 28 de octubre de 1999 en el Vaticano concluyó con un mensaje final aprobado también por los representantes del Islam allí presentes; en dicho texto se lee: “La colaboración entre las diferentes religiones tiene que basarse en el rechazo del fanatismo, del extremismo y del mutuo antagonismo que genera violencia. (…) Estamos convencidos de que nuestras tradiciones religiosas tienen los recursos necesarios para fomentar la amistad mutua y el respeto entre los pueblos» (Agencia Zenit, 29-X-1999, Serv. ZS991029-09).

[35] Las líneas maestras de este diálogo han sido expuestas por el Card. Francis Arinze (Christian-Muslim Relations in the 21st Century: “Pro Dialogo” 97 [1998] 81-92). Ciertamente algunas reuniones teológicas cristiano-islámicas aportan signos de esperanza al respecto; por ejemplo, en el Seminario reunido en Islamabad en octubre de 1997 “religious freedom was strongly emphasized” (“Pro Dialogo” 97 [1998] 117).

[36] En 1999 se bautizaron en Francia 2.500 adultos; el 10% de los mismos procedían del Islam (cf. La Croix, 12-V-2000).

[37] Cf. J.M. ODERO, El testimonio de los laicos y la credibilidad de la revela­ción en el Concilio Vaticano II, en “La misión del laico en la Iglesia y en el mundo. Actas de VIII Simpo­sio Internacional de Teolo­gía de la Universidad de Navarra”, A. SARMIENTO (ed.), Pamplona 1987, pp. 537-544.

Julio de la Vega-Hazas, “Los adivinos: ¿un negocio… o algo peor?”, ARVO, 20.II.02

La existencia de adivinos es algo que se remonta a los albores de la historia, y posiblemente es aún anterior. La novedad, hoy en día, es la proliferación generalizada, que adopta incluso formas y técnicas comerciales, hasta poderse decir que la adivinación constituye un sector económico, que mueve cada año cantidades sustanciosas de dinero. La “normalización” de esta actividad hace que sea contemplada por muchos como algo más o menos trivial, o como una manifestación -entre tantas otras- de búsqueda de seguridad, sin que tenga una particular relevancia moral. Ahora bien, ¿es así? Escasean los escritos críticos sobre esta actividad, mientras que una sencilla reflexión plantea cuestiones interesantes, por lo menos para quienes gastan tiempo y dinero como clientes, y carecen de respuestas claras. ¿Tiene algún fundamento? ¿Es simplemente un timo? ¿Hay que distinguir entre unos y otros para contestar lo anterior? ¿Es de verdad algo trivial? ¿Hay un mal en ello? Y si lo hay, ¿en qué consiste y por qué está mal? Intentaremos aquí contestar a todo ello.

Una panorámica del mercado Comencemos por examinar brevemente lo que ofrece el mercado. A riesgo de simplificar un poco una realidad bastante compleja, podemos clasificar la oferta en cuatro categorías.

a) Adivinación sin contacto con el cliente: la forman fundamentalmente los horóscopos incluidos en los medios de comunicación. Al faltar el contacto con el receptor, se deben conformar con ofrecer predicciones generalizadas agrupadas por signos del zodiaco. Salta a la vista lo endeble de este planteamiento, cuya fiabilidad se diluye rápidamente cuando, por ejemplo, se comparan horóscopos de dos fuentes distintas, o se compara uno con otra persona nacida por las mismas fechas. Enseguida se concluye que responden a una combinatoria del azar. Pero, sin embargo, los sondeos indican que son secciones muy populares, y por ello tienden a ampliarse con horóscopos especializados para sectores concretos de personas.

b) Adivinación con contacto lejano con el cliente: se realiza a través de consultas por e-mail, y, sobre todo, por teléfono. Han proliferado mucho en estos últimos años, principalmente porque la apertura de las líneas “609” abre grandes posibilidades de negocio. Se trata de líneas muy caras, en las que el beneficio se reparte por mitades entre el operador telefónico y el negocio que se trate. Esto permite entender su funcionamiento. Se trata de poner como reclamo una figura conocida o publicitada, cuando en realidad atienden el teléfono personas contratadas por éste, bien preparadas para entretener un buen rato al cliente -con la excusa de que necesitan datos para adivinar-, engrosando así una ganancia fácil; cuando no se dispone de esa figura, la tendencia es presentarse con un ropaje de empresa especializada (“Videncia Universal”, por ejemplo). La figura más conocida aquí es Rappel (pseudónimo formado con su nombre: RAfael Payá Pinilla, añadiendo el “EL” final), que está al frente de un montaje donde trabajan más de doscientas personas, entre atención al cliente y “merchandising” de todo tipo de objetos de adivinación y ocultismo. Buena parte de su éxito se debe, por una parte, a una cuidada imagen que mezcla exotismo y simpatía; y, por otra, a un exquisito cuidado por evitar tanto las predicciones arriesgadas como todo lo que suene a magias o “artes” negras.

c) Adivinación con contacto directo basado en supuestas “técnicas”: éstas son las llamadas “mancias” (p.ej., “quiromancia”: por la lectura de la palma de la mano). La realiza una gran variedad de personas: desde puestos ambulantes con una mesa de tijera y dos sillas, hasta locales más “serios” y sofisticados, pasando por adivinos que quieren dar la imagen de santones cristianos, con altarcillo e imágenes sagradas incluidas. También hay variedad en cuanto a la publicidad: unos se anuncian, otros simplemente ponen el puesto; y en cuanto al aparato: desde barajas -“tarot”- hasta ordenadores.

d) Adivinación con recurso a espíritus, aunque esta característica no tiene por qué ser conocida por el cliente. Por eso la apariencia puede ser semejante a la categoría anterior, pero aquí lo más frecuente es la sobriedad -hay poco aparato- y la discreción: no se ejerce al aire libre ni se anuncia, de forma que se transmite por el boca a boca. Sin embargo, no suele faltar clientela, ya que sus resultados son bastante sorprendentes.

¿Qué hay de verdad en todo esto? La respuesta es que poco. Pero conviene entender cómo funcionan en líneas generales, para comprender la apariencia de auténtica adivinación que pueden presentar. De los cuatro grupos catalogados, no merece la pena detenerse en el primero. Para los dos siguientes, hay que saber que los adivinos suelen generar confianza “adivinando” algo de los clientes -rasgos personales, hechos del pasado- como paso previo a las predicciones de futuro. Y aquí hay algunos trucos. La sala de espera -si la hay-, la capacidad de observación y la experiencia en tratar con personas son determinantes. Así, pongamos por caso, a un hombre que hojea nerviosamente y sin fijación una revista mientras espera su turno se le puede decir que “usted está pasando por una honda preocupación que le hace sufrir” sin asumir riesgos; o, a una mujer con una alianza en el dedo y que habla atropelladamente, se le puede afirmar que “usted discute mucho con su marido” con bastante seguridad. El caso es que pocas personas tienen preparación y hábito para deducir de este modo, y por eso muchos suelen quedar impresionados.

En la segunda fase, lo importante es conocer cómo es la vida, para poder formular unas predicciones que parecen muy concretas y en realidad son generalizaciones que cualquiera puede asumir. Así, se pueden decir cosas como que “alguien cercano a usted va a buscar hacerle daño” (a los no cercanos uno les suele ser indiferente), “veo un éxito en el trabajo dentro de su familia” (estadísticamente muy probable sobre todo si “familia” se toma en sentido amplio, como también si se sustituye el éxito profesional por una enfermedad), o “se va a llevar próximamente una decepción de alguien muy cercano” (es algo seguro: en un sentido u otro, nadie colma las expectativas que se tienen sobre él o ella).

El cuarto grupo de adivinos también utiliza esta doble fase, pero, de entrada, hay afirmaciones precisadas que sí que se corresponden con hechos concretos. Hay alguien que sabe demasiado. Y surge así la pregunta: ¿si intervienen de verdad espíritus, de quién se trata? No es difícil entender que Dios, y quienes con Él están, no están dispuestos a prestarse a un juego de este tipo. Queda por tanto el demonio. ¿Significa esto que estamos ante un poseído? En los Hechos de los Apóstoles (16, 16-18) aparece un caso de pitonisa poseída: la esclava de Éfeso, de la que San Pablo expulsó el demonio. No debe por tanto descartarse, pero no es lo más frecuente. Al diablo le interesa más actuar con discreción; puede incluso que el adivino que le invoca no sepa a ciencia cierta con quién está tratando.

Ahora bien, saber es una cosa y adivinar otra distinta. En realidad, no se puede predecir a ciencia cierta el futuro en la medida en que éste depende de decisiones libres. Lo contrario implicaría la negación de la libertad, ya que la conducta estaría determinada de antemano por fuerzas ocultas o cualesquiera otras causas. En rigor, podría decirse que Dios no adivina el futuro: lo ve, ya que está por encima del tiempo, y todo lo conoce en presente, también lo que es futuro para nosotros. El demonio no posee esta característica, y el resultado de nuestras decisiones le es desconocido. Pero también es verdad que no todo depende de decisiones libres, y ahí sí que hay un espacio ventajoso para una inteligencia superior a la humana y que conoce mejor la realidad. Además, en la conducta humana influyen factores que, si bien no permiten un conocimiento cierto de las decisiones futuras, sí que permiten, más o menos dependiendo de los casos, establecer de antemano probabilidades. Hay ahí, por tanto, un espacio de ventaja para alguien más inteligente y mejor informado, y lo aprovecha. Así, puede “predecir” cosas como una enfermedad ya incoada pero aún no advertida, o un despido ya decidido pero aún no comunicado; junto a ello, no faltará nunca alguna otra predicción con la correspondiente ración de sutil cizaña o de mentira.

¿Dónde está el mal? Lo que no debe presentar dudas es, en primer lugar, el rechazo de la adivinación por parte de la moral católica. Viene de antiguo. Ya en uno de los primeros libros del Antiguo Testamento, el Levítico, se puede leer lo siguiente: “Y si alguien acude a hechiceros o adivinos y se prostituye con ellos, volveré contra él mi rostro y lo extirparé de en medio de mi pueblo” (20, 6). Es cierto que en la predicación de Jesucristo recogida en los Evangelios no hay alusiones al tema, pero hay que buscar el motivo de ello en el hecho de que los judíos de la época habían cuidado de que apenas hubiera adivinos en Israel. El contacto del cristianismo primitivo con la sociedad pagana cambió las cosas. Sirva como botón de muestra el siguiente texto, del siglo III y referido al catecumenado: “El encantador, el astrólogo, el adivino, el intérprete de sueños, el charlatán, el falsario, el fabricante de amuletos, desistan o sean despedidos” (Tradición Apostólica, 16). Desde entonces se ha mantenido el criterio, hasta el reciente Catecismo de la Iglesia Católica, al señalar que “todas las formas de adivinación deben rechazarse” (n. 2116).

¿Cuál es el motivo? A primera vista, la inmoralidad parece estar del lado del adivino, bien sea por el recurso al diablo, o bien por ser consciente de que lo que hace es un montaje fraudulento. Pero, ¿qué hace de malo el cliente, que no suele ser consciente de lo uno ni de lo otro, y que acude de buena fe (si no, no pagaría)? Hay que responder que, objetivamente, la misma pretensión de adivinación es inmoral; atenta contra Dios, de una manera u otra. Si, explícitamente o no, se sostiene que el destino depende de fuerzas ocultas, se está negando con ello nada menos que la providencia de Dios. Si lo que se busca es alguien con especiales poderes para ver el futuro, se está usurpando algo que a Dios sólo corresponde (y a quienes, derivadamente, hablan de su parte, lo que no sucede aquí). Y, si lo que se busca es una especie de santón con don de profecía, hay que recordar que el único mediador válido entre Dios y los hombres es Jesucristo, y participan de su mediación los sacerdotes; el cristiano no debe acudir a otra mediación, y menos aún cuando puede conllevar riesgos de intervenciones diabólicas. En resumidas cuentas, como señala el Catecismo de la Iglesia Católica, todas estas prácticas “encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios” (n. 2116).

Subjetivamente, lo que suele haber entre la clientela de los adivinos es un temor a la incertidumbre del futuro, y un desmedido afán de seguridad. Es, aunque no lo parezca a primera vista, una consecuencia de la mentalidad materialista. Por una parte, cuando todo el horizonte vital no va más allá de este mundo, y por tanto todo el corazón está puesto en él, surge un miedo visceral de perderlo y un temor ante un futuro que se presenta como incierto. Por otra parte, si desaparece del alma la consideración de la providencia divina, queda el puro azar, y nadie se siente tranquilo con la consideración de que su futuro y su vida entera están sujetos a los vaivenes de una pura casualidad, por lo que crece el ansia de subsanar ese conocimiento como sea.

Lo que enseña el Evangelio es algo muy distinto. Aquí se perfila la voluntad de Dios que quiere, en primer lugar, que los hombres vivan con una cierta incertidumbre para que tengan siempre presente su destino eterno; se manifiesta, por ejemplo, en el imperativo “velad, ya que no sabéis el día ni la hora” (Mt 24, 42). Y, junto con ello, el Señor hace repetidos llamamientos a que los hijos de Dios deben confiar en la providencia divina, que es una providencia amorosa de un Padre que cuida a sus hijos mucho más que a los lirios de campo y las aves del cielo (cfr., p.ej., Mt 6, 25-34).

Julio de la Vega-Hazas, ARVO, 20.II.02

Luis de Moya, “Las sectas”

1. Qué es una secta: a) Grupo autónomo b) No cristiano c) Fanáticamente proselitista d) Exaltador del esfuerzo personal e) Expectante de un inminente cambio maravilloso, ya colectivo, ya individual 2. Causas de la existencia y de la proliferación de las sectas: a) La busqueda religiosa b) El secularismo o el laicismo c) Las deficiencias en las respuestas pastorales de las iglesias tradicionales d) Las carencias familiares y sociales e) El afán de novedad y la fascinación de lo novedoso, de la moda f) Otras causas 3. La respuesta apostólica al reto de las sectas: 1. Actitud positiva 2. Examen de conciencia 3. Maduración del sentido crítico 4. Oportunidad de evangelización 5. Adecuada información 6. Formación esmerada 7. Vibración interior 8. Dinamismo apostólico 9. Acudir a la Virgen 10. La devoción eucarística 1. Qué es una secta: El término “secta”: el valor negativo de la palabra “secta” explica los intentos por sustituirla por otras denominaciones asépticas; “nuevos movimientos religiosos”, “nuevas formas de religión”, “nuevas religiones”, “religiones marginales”, “alternativas”, etc. Pero ¿conviene el calificativo “nuevo” a las sectas de los s. XVIII-XIX y anteriores? Etimológicamente, la palabra española “secta”, en latín, era el femenino del participio del verbo “seco, secare”: “cortar, desprender”. Designa la entidad separada de otra realidad mayor y más antigua como la rama desgajada de un árbol.

Realmente, por su definicion descriptiva o sus rasgos definitorios, “secta es un grupo autónomo, no cristiano, fanáticamente proselitista, exaltador del esfuerzo personal y expectante de un inminente cambio maravilloso, ya colectivo, ya individual”.

a) Grupo autónomo: En la Iglesia católica, nadie es autónomo. Las diócesis, los vicariatos, las prelaturas, las órdenes y congregaciones tienen que rendir cuentas a la correspondiente Congregación Vaticana. En cambio, los directores de los testigos de Jehova, de los mormones, etc., pueden introducir cualquier innovación tanto disciplinar como doctrinal, incluso en contra de lo dictaminado por sus fundadores. b) No cristiano: por tres motivos: 1) Porque no creen en la Santísima Trinidad ni en la divinidad de Jesús de Nazaret y no aceptan el bautismo.

2) Además, los cristianos creemos que la Revelación divina terminó con la muerte del último Apóstol. Las sectas de origen e impronta cristiana creen que la Revelación divina sigue abierta hasta su fundador e incluso indefinidamente, hasta el director actual. Por ejemplo: Hasta 1940 los Testigos de Jehová aceptaban e incluso alababan las transfusiones de sangre, prohibidas desde 1945, de tal modo que más de uno ha muerto por rechazarlas. Hoy mismo podrían ser admitidas de nuevo.

Los Mormones celebraban la “Cena” con pan y vino como instituyó Jesucristo para la Sagrada Eucaristía y como se describe en el Libro del Mormón, pero se hicieron abstemios y la “Cena” es ahora con pan y con agua.

En las regiones tradicionalmente cristianas, las sectas tienden a presentarse como cristianas por motivos de estrategia proselitista, por ejemplo: los Testigos cristianos de Jehova o el Movimiento gnóstico cristiano universal.

3) Las sectas marginan la Biblia. Incluso las de origen cristiano parecen usarla, pero de hecho la manipulan, pues suelen atribuir un valor y credibilidad superiores a los escritos de su fundador, cuya autoridad prevalece sobre la de la Biblia en caso de colisión (cfr. Conc. Vaticano II, Const. Dei Verbum, n 1,1). name=1c>c) Fanáticamente proselitista: como es sabido. Pero no es malo el proselitismo, el afán apostólico, sino el fanatismo proselitista o el proselitismo fanático. “La Iglesia propone, no impone nada, respeta a las personas y las culturas; se detiene ante el sagrario de la conciencia” (Juan Pablo II, Redemptoris missio, 39 y 8). Las sectas tratan de “imponer” de manera descarada y, a veces, tambien camuflada. El laicismo -por otra parte- pretende relegar lo religioso al foro de la conciencia y al interior de los templos y sacristías.

d) Exaltador del esfuerzo personal: en las sectas, todo es -en general- obra del esfuerzo de los adeptos, de su concentración, con la ayuda de los integrantes del grupo. Esta exaltación del esfuerzo personal resalta en los metodos llamados del potencial humano, que o son secta o están de ordinario vinculados a una secta: yoga (sectas hindúes), zen (sectas budistas), la meditación trascendental, etc.

e) Expectante de un inminente cambio maravilloso, ya colectivo, ya individual: el cambio colectivo o que afecta a la humanidad puede ser bucólico, utópico; como el “Nuevo orden” de la masonería, por ejemplo; o catastrófico, como una guerra nuclear, el final de cada ciclo cósmico (sectas hindúes, budistas) y, más frecuentemente, el apocalíptico fin del mundo: Testigos de Jehová (1914, 1925, 1975; ahora empiezan a situarlo en torno al año 2.000), Adventistas del 7º día (1843; el 21 de marzo, el 18 de abril y el 22 de octubre de 1884), los Niños de Dios, ahora llamados La Familia, (1993), Misión Rama (entre 1975 y el año 2.000), Edelweis (1992), Iglesia Universal de Dios (1936, 1947, 1972, 1975), etc. El cambio maravilloso individual suele ser la aspiración de las sectas catalogadas como “desacralizadas, esotéricas, etc.”: Masonería, Nueva Acrópolis, Nueva Era, Teosofía, Gnosticismo, etc. La transformación del “hombre” en “superhombre” es el objetivo expreso de algunas sectas, como Nueva Acrópolis. Aparte de sus deficiencias doctrinales, su peligrosidad básica radica en que, como cada uno debe actuar de acuerdo con su conciencia, quien se cree “superhombre” no puede no mirar con conmiseración a los simples “hombres”, a los cuales forzará a aceptar sus deseos de superdotado, de grado o por fuerza.

2. Causas de la existencia y de la proliferación de las sectas: a) La busqueda religiosa: el hombre tiene “necesidad” de lo religioso, de Dios, que le es connatural. Cuando las religiones tradicionales no satisfacen, con causa razonable o sin ella, las sectas, el placer, el poder, etc., suplen la ausencia de Dios.

b) El secularismo o el laicismo: -clima dominante-, por reacción, provoca la huida hacia el “aire libre”, que, para algunos, es la secta.

c) Las deficiencias en las respuestas pastorales de las iglesias tradicionales: Los documentos del Magisterio de la Iglesia invitan a ver en las sectas retos o incitaciones que deben lanzarnos a nuestra verdadera “conversión” individual y a la renovación pastoral: la caída en la masificación, en la rutina, en la burocratización, en el apagamiento del dinamismo apostólico, en la obsesión por lo material, en la opción preferencial centrada más en los pobres de recursos económicos que en los pecadores, como si Jesucristo no se hubiera encarnado y muerto en cruz “para que tengan vida (sobrenatural) y la tengan abundante” (Io 10, 10).

d) Las carencias familiares y sociales: el activismo moderno, la fascinación de los medios de comunicación social, etc.: la persona se aisla, pero el individuo necesita “saberse querido”. Es una necesidad psicológica y también teologal. Eso son las sectas para todos o casi todos sus adeptos, al menos en sus inicios.

e) El afán de novedad y la fascinación de lo novedoso, de la moda: los cristianos hemos desprestigiado el viejo cristianismo. En cambio, las sectas son la novedad, que el historicismo pone más de actualidad, y, además, carecen de antecedentes negativos.

f) Otras causas: hoy estamos en la época del irracionalismo, del afán por sentir algo, también en lo religioso, actitud no muy compaginable la fe, con la cruzÉ Las sectas satisfacen esa “necesidad”, como las sectas satánicas y luciféricas, especialmente para personas hartas ya de lo sexual, del alcohol, de las drogas, y ansiosas de experiencias fuertes. La mayoría de las sectas vienen desde EE.UU., o a traves de EE.UU. (las originarias del Oriente). A veces, son un medio de mantener el imperialismo de algunos grupos ideológicos, económicos, etc., sobre todo en Iberoamérica.

3. La respuesta apostólica al reto de las sectas 1. Actitud positiva: son los santos quienes ponen los remedios adecuados y eficaces. Algunas actitudes no son cristianas, a veces ni humanas, aunque las tengamos los hombres: a) actitud pasiva, de quien se inhibe por ignorancia, temor o indiferencia; b) actitud activista, actúan como si la solución dependiera sólo y totalmente de su actividad, y se sienten muy capaces de hacerlo todo sin caridad e incluso sin fe, al modo de un burócrata que, en el mejor de los casos, no tiene sino “la técnica pastoral”; c) actitud despreciativa, porque son muchas, raras, con pocos miembros, etc.

d) actitud agresiva, reacción violenta, descontrolada y totalmente descalificadora, como si no hubiera nada positivo en las sectas, cuando lo hay. Realmente, de muy poco o de nada sirve esta actitud. Como diría Taciano (s. II d. C.). La mano ha de estar abierta, dispuesta a dar y recibir, así como a sacar del pozo oscuro e insalubre a quien ha caído en él.

La única actitud válida para un cristiano es: a) Actitud positiva, pues omnia -también las sectas- in bonum, pero diligentibus Deum, “para los que aman Dios todo es para bien” (Rom 8, 28), e “incluso es conveniente que haya herejías” (1Cor 11, 19); por su actitud de reto que nos obliga a profundizar en el conocimiento de determinados puntos doctrinales, a ser más apostólicos, proselitistas y con más vida interior. Además, para algunos, las sectas, como las religiones no cristianas, pueden tener eficacia salvífica, aunque el que se salva; se salva, en y por Jesucristo, en su Cuerpo Místico, la Iglesia.

La adivinación y la magia. Nos referimos a ellas por su actualidad, con la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica (2115-2117): «Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto. Por eso, todas las formas de “adivinación” deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir. La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a “mediums” encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos y están en contradicción con el honor y el respeto que debemos solamente a Dios».

«Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para procurar la salud-, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo».

b) La actitud activa, aunque no “activista”, propia de quien trata de poner los remedios que están a su alcance. A continuación, se enumeran los principales: 2. Examen de conciencia: no podemos ver a enemigos en los adeptos de las sectas, sino a redimidos por Cristo, a hijos de Dios, generalmente hijos pródigos de la Iglesia Madre. No debemos adoptar la postura del hermano mayor del hijo pródigo en la parábola evangelica (Lc 15, 25-32).

3. Maduración del sentido crítico: es preciso acostumbrarse y enseñar a leer, a pensar, a ver TV, a dialogar con los miembros de las sectas, etc., “críticamente”, si no queremos ser manipulados. Un buen punto de referencia para el trato con los adeptos de las sectas es la aplicación de la doctrina del “Catecismo de la Iglesia Católica” a cada caso o cuestión planteada por ellos.

4. Oportunidad de evangelización: así considera Juan Pablo II «la presencia de las llamadas “sectas”, en cuanto son motivo para hacer un profundo examen e invitación a la nueva evangelización… para ahondar en la fe y en la vida cristiana» (Alocución a los obispos mexicanos, 12.V.1990, n 6). Resulta oportuna la pregunta: ¿Que estoy haciendo para responder a este reto y convertirlo en ocasión de evangelizar?, porque hay mucho sectario particular, pues, quien más y quien menos tiene sus propias teorías acatólicas perteneciendo a la Iglesia.

5. Adecuada información: acerca de los errores más de moda para no dejarse engañar ni sorprender.

6. Formación esmerada: en la doctrina bíblica, dogmática, litúrgica, etc.: Catecismo de la Iglesia Católica, sobre todo en las cuestiones negadas o deformadas por las sectas existentes en la propia ciudad o región. Prestigiar la Biblia, que es inteligible por todos: Jesucristo hablaba para todos, generalmente para gente sin formación especial; y otro tanto los profetas.

7. Vibración interior: el afán sincero de santidad, de vida interior, ser personas de oración, con experiencia de lo divino, pues, justifican su abandono de la Iglesia diciendo que en ella (homilías, reuniones de grupo, etc.) o no se habla de Dios o se habla cerebralmente: como de un objeto de reflexión y estudio a través de los Evangelios, etc., no en actitud de escucha ni de trato íntimo, algo que sí han encontrado en su secta. Hoy, evidentemente, mueve el testimonio. Es necesario el testimonio de la propia intimidad con Dios: la actitud de contemplativos en medio del mundo.

8. Dinamismo apostólico: el afán de almas se ve y, si es honrado -para Jesucristo-, convence. Sin olvidar que el apostolado básico es la coherencia de la vida entera con la fe. “Se es misionero o apóstol más por lo que se es… que por lo que se dice o se hace” (Juan Pablo II, Redemptoris missio, 23). “El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros, en la experiencia que en la doctrina, en la vida y en los hechos que en las teorías” (Ibidem, 42).

9. Acudir a la Virgen: encomendar a María a quien tratemos. Es la gran olvidada o marginada por las sectas, e incluso denigrada y atacada por la mayoría. Si alguna secta peca por exceso y llega a divinizarla (Iglesia Cristiana Palmariana), la casi totalidad de las sectas, incluso las de origen cristiano, niega que sea Madre de Dios, Virgen, Intercesora, etc. Pero nadie quiere mas que Ella a su Hijo, Jesucristo, y a los seguidores de su Hijo, los cristianos. Los testigos de Jehová sienten como alergia hacia Ella.

10. La devoción eucarística: Juan Pablo II preguntó a un grupo de obispos del Perú: “¿Cuál es el problema mas grave e importante de la Iglesia en Perú?” Los obispos contestaron: “las sectas”. Pero el Papa puso en primer lugar la ausencia de la Sagrada Eucaristía en tantas localidades por falta de sacerdotes y de vocaciones.

El poder del adversario radica tanto o más en el grado de mi debilidad que en el de su fortaleza. Los agentes externos: el laicismo, las sectas, la TV, etc., ciertamente tienen su influjo y su parte responsabilidad, pero es señal debilidad culpar del error sólo al ambiente.

Luis de Moya Capellanía de la Universidad de Navarra Tomado de www.unav.es/capellania/

Joseph Ratzinger, “Sobre algunos aspectos de la teología moral”

Entrevista a Joseph Ratzinger. Extractada de “Ser cristiano en la era neopagana”, Editorial Encuentro.

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Juan Manuel de Prada, “La calumnia”, Reserva natural, 253

Nos hemos habituado a convivir con su presencia cenagosa, a respirar su aliento fétido, y ni siquiera nos damos cuenta de cómo nos va infectando por dentro, cómo nos pudre el alma y nos encharca los sentimientos. La calumnia campea sobre nuestras vidas, su mancha invasora se infiltra en nuestra sangre y se funde con nuestras células, hasta convertirse en sustancia de nosotros mismos. Hemos consagrado la presunción de inocencia como principio elemental de nuestras modernas democracias, pero cada día pisoteamos ese principio y nos limpiamos el barro de los zapatos en él, como si se tratase de un felpudo. La malicia popular, azuzada por los medios de comunicación, ha consagrado la calumnia como herramienta impune y risueña. Así se despachan honras, se allanan virtudes, se airean intimidades y se destruyen prestigios. Vivirnos instalados cn un clima de degradación moral irrespirable, y la calumnia, ese monstruo anaerobio, parásita nuestra convivencia. Se resuelve en estos días el tan cacareado "Caso Arny", pero los tribunales se pronuncian con dos años de retraso, cuando ya la calumnia ha quedado consolidada en el subconsciente colectivo. Un puñado de hombres inocentes son absueltos por el tribunal, pero no hay ley humana que los absuelva del oprobio que han tenido que sufrir y que los acompañará para siempre, como una reminiscencia de podredumbre. ¿Quién restituye a los imputados el honor abofeteado por la maledicencia? Quienes ayer fueron exonerados han tenido que sobrellevar sobre sus conciencias una presunción de culpabilidad que quizá ya los deje maltrechos, han tenido que soportar juicios dirimidos en tribunales catódicos, han tenido que combatir el cáncer de la calumnia desde su desvalimiento. Ayer fueron proclamados inocentes, pero antes ya los habíamos proclamado apestosos y culpables, en una manifestación unánime de la infamia que debería avergonzarnos. ¿Recuerda la polvareda que provocó el "Caso Arny"? Unos adolescentes chantajistas y arteros decidieron enfangar el honor de un puñado de famosos, y enseguida la calumnia se adueñó del aire, como una lumbre súbita, y nos hizo repudiar a quienes hoy aparecen corno víctimas. Por entonces creíamos que las víctimas eran los calumniadores, mozalbetes ya bastante talluditos y dueños de sus esfínteres, a quienes denominábamos, con cierta incorrección lingüística, menores, e incluso "niños". ¿Recuerdan el debate social que suscitó esta supuesta "profanación de la infancia"? Nuestros políticos prometieron legislaciones represivas contra la prostitución infantil, algo que en aquel momento los enaltecía a nuestros ojos y les rentaba votos. Pero por debajo de las declaraciones de buena voluntad iba creciendo callada la calumnia, como una tenia maligna. ¿Quién resarcirá a los inocentes por las noches de insomnio y las lágrimas retenidas y el estrépito del escándalo?

Robert Spaemann, “El sentido del sufrimiento”

El sentido del sufrimiento: distintas actitudes ante el dolor humano.

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Juan Pablo II, “Los ocho desafíos de la coyuntura actual”, Alfa y Omega, 11.IX.02

¿Cuáles son los desafíos que todo líder político o económico, toda persona que quiera promover un mundo más justo, tiene que afrontar en estos momentos? Juan Pablo II ha respondido a esta pregunta ofreciendo ocho retos decisivos que tienen un común denominador: poner al hombre y a la mujer en el centro del desarrollo. Presentamos un resumen de las ocho propuesta que presentó Juan Pablo II en su discurso a los embajadores de los países acreditados ante la Santa Sede el 10 de enero de 2002. Continuar leyendo “Juan Pablo II, “Los ocho desafíos de la coyuntura actual”, Alfa y Omega, 11.IX.02″

Aceprensa, “Cuando falla la ética se evapora la confianza”, 17.VII.02

El descubrimiento de escándalos financieros e irregularidades contables en grandes empresas de EE.UU. ha creado un clima de desconfianza entre los inversores y ha provocado la caída de altos directivos. También ha dado lugar a un debate sobre los factores que han minado la ética empresarial.

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Juan Domínguez, “Los jóvenes europeos redescubren la religión”, Aceprensa, 30.VII.02

Los jóvenes europeos y la religión: Los padres dejaron la religión, sus hijos la redescubren.

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Fernando Sebastián, “La Iglesia frente al terrorismo de ETA”, 18.VIII.02

El libro «La Iglesia frente al terrorismo de ETA», que recopila los pronunciamientos de la Santa Sede, los obispos y otras instituciones eclesiales desde 1969 hasta 2001, cuenta con un epílogo de monseñor Fernando Sebastián sobre la Iglesia ante el terrorismo de ETA. Este escrito del arzobispo de Pamplona ha sido calificado por el teólogo Olegario González de Cardenal como «profundamente iluminador y liberador de muchas conciencias. No desearía yo más -dice- que todos los ciudadanos españoles y, especialmente, los cristianos, leyeran ese texto y procuraran actuar en consecuencia». A continuación recogemos un resumen del epílogo escrito por monseñor Sebastián.

«Según ellos, hay un conflicto original que consiste en el no reconocimiento de los derechos políticos del pueblo vasco, perfectamente diferenciado, que ocupa desde siempre un territorio, injustamente ocupado por el Estado español (y en parte por el Estado francés) y al que se le niega el derecho de autodeterminarse y organizarse en un Estado independiente. Si este postulado se acepta como verdadero, todas las demás consecuencias están ya implícitamente aceptadas. Así opinan los nacionalistas, pero ¿es ésta una realidad objetiva históricamente demostrable, o es más bien una pretensión opinable y discutible sólo sostenida por una parte de la población vasca? (…) Bien pudiera ocurrir que en vez de tratarse de un conflicto verdadero, fuera, más, «su conflicto», pero no el conflicto de otros muchos vascos, que viven perfectamente en España. Lo que dicen los votos es que casi la mitad de los ciudadanos vascos, y la inmensa mayoría de los navarros, ven las cosas de otra manera y no tienen dificultad para compaginar su identidad vasca o navarra con su ciudadanía española. (…) El victimismo es una forma indirecta de justificar el terrorismo y llega a ser una verdadera técnica psicológica para justificar y hacer moralmente tolerables los crímenes de ETA. (…) »No parece que se pueda afirmar que, en la España actual, los vascos padecen tales discriminaciones jurídicas que justifiquen la insurrección armada y mucho menos los asesinatos indiscriminados y alevosos que ETA comete para imponer su voluntad contra el sentir de la mayoría de los ciudadanos. (…).

»Al margen de cualquier intención política, este procedimiento es intrínsecamente perverso y gravemente inmoral. Es incompatible con la conciencia cristiana no solamente la ejecución de estos atentados, sino cualquier colaboración que apoye la existencia y las actividades de ETA, tanto en el orden cultural como en el social y político. En consecuencia, la conciencia católica afirma que no es lícito apoyar a las instituciones que acepten directa o indirectamente la dirección de ETA, ni es lícito apoyar de ninguna manera a aquellas instituciones que no condenan expresamente los atentados de ETA y no muestran de este modo su independencia institucional e ideológica respecto de esta organización.

¿Autodeterminación? »Ante la exigencia del pretendido derecho a la autodeterminación, es preciso hacer una serie de observaciones que debilitan y prácticamente anulan la legitimidad de esa reivindicación. En la actualidad no hay un pueblo homogéneamente vasco que ocupe un territorio definido. Los vascos están presentes en todo el territorio español; y en lo que se llama País Vasco o Euskal Herria. Hay, y ha habido, desde hace siglos muchas personas no vascas, viviendo en paz y armonía con los vascos. Esa unidad ahora invocada como Euskal Herria o País Vasco no ha sido nunca una unidad política independiente, ni puede considerarse un país ocupado por otro, puesto que ha participado, como cualquier otro, en la historia general de los pueblos peninsulares (…).

»Los vascos, en la actual situación democrática, tienen los mismos derechos civiles que los demás ciudadanos españoles y pueden desarrollar y garantizar libremente las notas y peculiaridades de su historia y de su cultura como cualquier otro grupo cultural, lingüístico y hasta político integrado en el Estado español. El ordenamiento político vigente en España admite la reivindicación democrática y pacífica de cualquier pretensión, opinión y proyecto político dispuesto a respetar los derechos humanos y las libertades y derechos políticos de los demás ciudadanos. (…) »Es preciso afirmar que, actualmente, los vascos no están sometidos a ninguna injusticia objetiva ni padecen una restricción de sus derechos y libertades políticas que justifique la insurrección ni la lucha armada. Por lo cual los católicos vascos y la gente de buena voluntad se encuentra en la obligación moral de desligarse de ETA y oponerse a ella, a pesar de los posibles y legítimos sentimientos nacionalistas. (…) »Las actuaciones y la misma naturaleza de ETA son absolutamente inmorales. En consecuencia, no es tampoco lícito apoyar en cualquier forma aquellas instituciones que colaboran con ETA, que aceptan su dirección, o simplemente no se desligan públicamente de ella mediante la condena explícita de sus crímenes y extorsiones.

»Junto a este nacionalismo radical, más o menos contaminado por la violencia y por sus relaciones con ETA,existe también un nacionalismo vasco que quiere mantenerse en el marco de la moral objetiva y de las instituciones y procedimientos democráticos. El PNV existe desde mucho antes de la aparición de ETA. Y es evidente que su trayectoria ha sido democrática, aunque haya estado fuertemente condicionada por sus pretensiones independentistas.

El nacionalismo democrático Está claro que una opción política nacionalista puede ser legítima y perfectamente compatible con una conciencia cristiana. Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que ser nacionalista no es lo mismo que ser independentista. Puede haber un nacionalismo que pretenda defender y desarrollar los elementos específicos de un pueblo, con su historia, su lengua y su cultura, dentro de un Estado plurinacional. Hoy está admitido que el viejo principio romántico de un pueblo, un Estado no es aplicable y que su reivindicación cerrada y cerril es una fuente interminable de conflictos.

»Otra consideración indispensable es ésta: lo que en política es teóricamente posible, para que sea legítimo en la práctica, ha de manifestarse como un medio de conseguir un bien mayor para la mayoría de la población. El independentismo es una opinión posible. Pero ¿es tan claro que la ruptura independentista, en las actuales circunstancias, es mejor para la mayoría de la población que la continuidad democrática? ¿Qué pasaría con esa casi mitad de la población que se sienten a la vez vascos y españoles y no quieren separarse de España? (…). En estos momentos, los nacionalistas no pueden invocar el diálogo ni la libre manifestación de la voluntad popular como medio de resolver el contencioso político, sencillamente porque mientras exista ETA los ciudadanos no tienen libertad real para manifestarse. Los nacionalistas pueden decir lo que quieran y nadie les va a matar. En cambio, los no nacionalistas si dicen lo que sienten, si votan libremente se exponen a que ETA los mate, o por lo menos se ven obligados a desafiar los insultos y los asaltos de los jóvenes guerrilleros nocturnos que ETA alimenta e impulsa.

»El nacionalismo democrático se encuentra en la obligación moral de formar un frente común con las demás instituciones democráticas del Estado para luchar eficazmente contra ETA. (…) No se trata sólo de una obligación democrática, sino de una obligación moral, de una exigencia fundamental de la moral política más elemental. (…) Quiérase o no, la coincidencia con la presencia y los fines de ETA contamina las actividades de cualquier otra organización nacionalistas, a no ser que exista al mismo tiempo una clara negación de cualquier coincidencia con ETA y una decidida colaboración con todas las instituciones del Estado para procurar eficazmente la derrota y la desaparición de ETA. Si el nacionalismo vasco quiere actuar moralmente, en las circunstancias actuales, tiene que unirse con las instituciones democráticas del Estado en una lucha decidida y eficaz contra el terrorismo.

»El punto clave en la sociedad vasca es que los ciudadanos están divididos en sus preferencias políticas al 50 por ciento: un poco más de la mitad son nacionalistas (quizá no todos independentistas) y casi una mitad prefiere seguir viviendo como ciudadanos españoles y vascos a la vez. Ninguna solución unilateral que imponga las preferencias de una mitad y desconozca el sentimiento y la voluntad de la otra mitad puede ser justa ni estable. En Navarra, la mayoría no tiene dificultad en seguir siendo navarros y españoles, y no quieren alterar su amplia autonomía foral integrándose en ninguna otra institución autonómica ni federal. (…) La intervención de la Iglesia »Hoy por hoy, la Constitución española, el Estatuto vasco y el Amejoramiento del Fuero en Navarra, son los instrumentos legales que garantizan la convivencia en paz y en libertad. La única postura responsable y realista es la que se apoya en el reconocimiento de esta situación legal y política, para pretender mejorar estos ordenamientos por los procedimientos legales previstos. Es preciso reconocer serenamente la existencia de un problema político en el País Vasco. Por eso no es exacto decir que el único problema del País Vasco es ETA. Existe el problema singular de que un tanto por ciento importante en el País Vasco no quiere ser españoles, no ven compatible su identidad vasca con la ciudadanía española.

«La Iglesia tiene que denunciar y condenar la violencia. (…) Pero cabe preguntar qué es lo que hay que pedir a cada grupo, a cada participante de la vida social y pública en estos momentos. A los nacionalistas radicales la Iglesia les dice que las ideas y los análisis marxistas no son verdaderos, ni justos, ni sirven de verdad para fomentar la libertad y la prosperidad de los pueblos. Hay que decirles que no se puede absolutizar ninguna idea ni ninguna realidad social, que ningún proyecto político puede ocupar el lugar de Dios y justificar el atropello de los derechos de nadie.

»Cuando el ser de «aquí» o de «fuera» es razón suficiente para respetar o no respetar los derechos de una persona, estamos fuera de la democracia, de la moral y de la civilización cristiana; estamos cerrando el camino a cualquier proyecto civilizado y realista de convivencia justa y democrática. (…) »A los nacionalistas democráticos, sean independentistas o no, hay que decirles que no se pueden desconocer los vínculos y responsabilidades comunes con las demás instituciones democráticas, en contra de la violencia y de los radicalismos. Valorar más las coincidencias con los terroristas que las coincidencias morales y democráticas con quienes respetan los derechos humanos y son víctimas de los ataques terroristas es, de nuevo, una forma encubierta de caer en la idolatría de los de «aquí», es aceptar el juego del racismo y favorecer indirectamente el triunfo de las posiciones radicales y violentas. (…) Pretender aprovechar la existencia del terrorismo para ganar bazas políticas o alcanzar algunos grados de soberanismo, sería una forma sutil de hacerse solidarios y dependientes de los violentos. (…) A los partidos y a las instituciones constitucionalistas, la Iglesia debe decirles que es cierto que hay que garantizar eficazmente los derechos fundamentales de los ciudadanos y es cierto que esto requiere la derrota policial de ETA. Pero también es cierto que la paz y la justicia no llegarán del todo mientras no haya una voluntad política eficaz de encontrar una respuesta razonable a las pretensiones más o menos independentistas de la mitad nacionalista. Ellos no pueden imponer sus ideas a los demás. Pero tampoco sería justo no tenerlas en cuenta de ninguna manera. Esta es la dificultad real, la verdadera cuestión política (…).

Tomado de ABC, 18.VIII.02