Javier Mora-Figueroa, “El judaísmo”, Palabra, IX.01

El judaísmo ha sido, sobre todo, una religión; en segundo lugar, una forma de vida.

Continuar leyendo “Javier Mora-Figueroa, “El judaísmo”, Palabra, IX.01″

Nota de la Conferencia Episcopal Española sobre los profesores de religión, 5.IX.01

NOTA DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA SOBRE LA NO PROPUESTA DE DOS PROFESORAS DE RELIGIÓN 1. El hecho de que dos profesoras que venían ejerciendo la docencia de Religión y Moral Católica en Almería y en la diócesis de Canarias no hayan sido propuestas para el año escolar 2001-2002, ha tenido una amplia repercusión en los medios de comunicación social. La Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis de la Conferencia Episcopal Española, preocupada por el tratamiento que se está dando a este asunto, quiere informar a la opinión pública sobre sus bases legales y sus motivos.

2. Es importante partir de la consideración de que nos hallamos en un Estado de derecho, en el que debe primar el respeto a la legalidad vigente. El art. III del Acuerdo entre el Estado español y la Santa Sede sobre Enseñanza y Asuntos Culturales dispone que la enseñanza religiosa será impartida por las personas que, para cada año escolar, sean designadas por la autoridad académica entre aquellas que el Ordinario diocesano proponga para ejercer esta enseñanza. Tal Acuerdo, en virtud del art. 96, 1 de la Constitución Española, forma parte del ordenamiento interno español, y la disposición citada aparece reflejada en las Leyes Orgánicas que regulan la enseñanza obligatoria y en el cuerpo normativo que las desarrolla y aplica; ha sido asimismo refrendada por Sentencias del Tribunal Supremo, de 5 de junio y 7 de julio de 2000, y, análogamente, por la Sentencia del Tribunal Constitucional 5/1981, de 13 de febrero.

3. Así, los Obispos de Almería y diócesis de Canarias, en el ejercicio de la responsabilidad que les es propia, han procedido con un escrupuloso respeto a la legalidad, que les faculta para proponer cada año escolar a los profesores que consideran idóneos para ello.

4. Para comprender adecuadamente la razón de esta forma de proceder dispuesta en nuestro ordenamiento jurídico hay que tener en cuenta la aconfesionalidad del Estado, según la cual éste no puede ser competente para determinar los contenidos de la Religión y Moral Católica ni la idoneidad de los profesores que la imparten. Por otra parte, ha de tutelarse el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones, derecho garantizado por el art. 27, 3 de la Constitución Española. En los casos que nos ocupan, los padres han optado libremente por que se dé a sus hijos Religión y Moral conforme a las enseñanzas de la Iglesia Católica, por lo que es la legítima autoridad de la Iglesia Católica quien debe decidir cuáles son los contenidos de esta enseñanza y quiénes son idóneos para impartirla. En último término, toda la legislación en esta materia, en escrupuloso respeto a la libertad religiosa, tiende a garantizar y desarrollar este derecho fundamental de los padres.

5. La Iglesia Católica está firmemente convencida de que las personas idóneas para impartir enseñanza de Religión y Moral Católica no sólo han de ser fieles a su doctrina de un modo teórico, sino que deben manifestar una coherencia de vida que no entre en contradicción con ella, máxime en actuaciones que —en contra de lo que a veces se ha dicho— tienen una dimensión jurídica y social pública. La propia naturaleza de la enseñanza religiosa lleva consigo un testimonio personal del profesor acorde con lo que enseña. Como afirma el Tribunal Constitucional en la Sentencia citada, refiriéndose a los profesores de otras materias cuando imparten enseñanza en centros dotados de ideario propio, la posible notoriedad y la naturaleza de estas actividades, e incluso su intencionalidad, pueden hacer de ellas parte importante e incluso decisiva de la labor educativa que le está encomendada.

6. Por último, debe señalarse que en los casos que nos ocupan no ha existido despido o vulneración del Estatuto de los Trabajadores. En el espíritu y en la letra de la normativa vigente, según señala la Sentencia del Tribunal Supremo, de 7 de julio de 2000, late la idea de temporalidad de la relación de los profesores de Religión Católica, que se limita exclusivamente a la duración de cada curso escolar, y de ahí que la falta de inclusión en la propuesta del Ordinario para los cursos sucesivos, aunque el interesado hubiera impartido la enseñanza de los precedentes, no equivale a un despido, dada la peculiar naturaleza de la relación, cuya legitimidad hay que buscarla en el Tratado internacional celebrado entre la Santa Sede y el Estado español el 3 de enero de 1979. Y añade que, para la extinción de la relación laboral, no es necesario exponer las razones por las que un Obispo no incluye en la propuesta a la autoridad educativa para un nuevo curso escolar, porque ni existe norma que imponga tal deber, ni es necesario constatar los motivos de tal comportamiento, porque la relación queda automáticamente extinguida al finalizar el curso escolar para el que se produce el nombramiento, que lo es para cada uno en particular. Tal modo de proceder es bien conocido y asumido por los profesores de Religión y Moral Católica al firmar su contrato laboral.

Presidente: Antonio Cañizares Llovera, Arzobispo de Granada.

Vicepresidente: Javier Salinas Viñals, Obispo de Tortosa.

Vocales: José Manuel Estepa Llaurens, Arzobispo Castrense. Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga. Miguel José Asurmendi Aramendía, Obispo de Vitoria. Manuel Ureña Pastor, Obispo de Murcia. Jesús E. Catalá Ibañez, Obispo de Alcalá de Henares. Juan Enrique Vives Sicilia, Obispo Coadjutor de Seo de Urgel. Fidel Herráez Vegas, Obispo Auxiliar de Madrid. César Augusto Franco Martínez, Obispo Auxiliar de Madrid.

Madrid, 5 de septiembre de 2001.

José Ramón Pérez Arangüena, “El hinduismo”, Palabra, IX.01

Hinduísmo: el patrimonio socio-religioso de una cultura con cuatro mil años de historia Continuar leyendo “José Ramón Pérez Arangüena, “El hinduismo”, Palabra, IX.01″

Robert Spaemann, “El sentido del sufrimiento”

El sentido del sufrimiento: distintas actitudes ante el dolor humano.

Continuar leyendo “Robert Spaemann, “El sentido del sufrimiento””

Joseph Ratzinger, “Sobre algunos aspectos de la teología moral”

Entrevista a Joseph Ratzinger. Extractada de “Ser cristiano en la era neopagana”, Editorial Encuentro.

Continuar leyendo “Joseph Ratzinger, “Sobre algunos aspectos de la teología moral””

Juan Manuel de Prada, “La calumnia”, Reserva natural, 253

Nos hemos habituado a convivir con su presencia cenagosa, a respirar su aliento fétido, y ni siquiera nos damos cuenta de cómo nos va infectando por dentro, cómo nos pudre el alma y nos encharca los sentimientos. La calumnia campea sobre nuestras vidas, su mancha invasora se infiltra en nuestra sangre y se funde con nuestras células, hasta convertirse en sustancia de nosotros mismos. Hemos consagrado la presunción de inocencia como principio elemental de nuestras modernas democracias, pero cada día pisoteamos ese principio y nos limpiamos el barro de los zapatos en él, como si se tratase de un felpudo. La malicia popular, azuzada por los medios de comunicación, ha consagrado la calumnia como herramienta impune y risueña. Así se despachan honras, se allanan virtudes, se airean intimidades y se destruyen prestigios. Vivirnos instalados cn un clima de degradación moral irrespirable, y la calumnia, ese monstruo anaerobio, parásita nuestra convivencia. Se resuelve en estos días el tan cacareado "Caso Arny", pero los tribunales se pronuncian con dos años de retraso, cuando ya la calumnia ha quedado consolidada en el subconsciente colectivo. Un puñado de hombres inocentes son absueltos por el tribunal, pero no hay ley humana que los absuelva del oprobio que han tenido que sufrir y que los acompañará para siempre, como una reminiscencia de podredumbre. ¿Quién restituye a los imputados el honor abofeteado por la maledicencia? Quienes ayer fueron exonerados han tenido que sobrellevar sobre sus conciencias una presunción de culpabilidad que quizá ya los deje maltrechos, han tenido que soportar juicios dirimidos en tribunales catódicos, han tenido que combatir el cáncer de la calumnia desde su desvalimiento. Ayer fueron proclamados inocentes, pero antes ya los habíamos proclamado apestosos y culpables, en una manifestación unánime de la infamia que debería avergonzarnos. ¿Recuerda la polvareda que provocó el "Caso Arny"? Unos adolescentes chantajistas y arteros decidieron enfangar el honor de un puñado de famosos, y enseguida la calumnia se adueñó del aire, como una lumbre súbita, y nos hizo repudiar a quienes hoy aparecen corno víctimas. Por entonces creíamos que las víctimas eran los calumniadores, mozalbetes ya bastante talluditos y dueños de sus esfínteres, a quienes denominábamos, con cierta incorrección lingüística, menores, e incluso "niños". ¿Recuerdan el debate social que suscitó esta supuesta "profanación de la infancia"? Nuestros políticos prometieron legislaciones represivas contra la prostitución infantil, algo que en aquel momento los enaltecía a nuestros ojos y les rentaba votos. Pero por debajo de las declaraciones de buena voluntad iba creciendo callada la calumnia, como una tenia maligna. ¿Quién resarcirá a los inocentes por las noches de insomnio y las lágrimas retenidas y el estrépito del escándalo?

Juan Pablo II, “Los ocho desafíos de la coyuntura actual”, Alfa y Omega, 11.IX.02

¿Cuáles son los desafíos que todo líder político o económico, toda persona que quiera promover un mundo más justo, tiene que afrontar en estos momentos? Juan Pablo II ha respondido a esta pregunta ofreciendo ocho retos decisivos que tienen un común denominador: poner al hombre y a la mujer en el centro del desarrollo. Presentamos un resumen de las ocho propuesta que presentó Juan Pablo II en su discurso a los embajadores de los países acreditados ante la Santa Sede el 10 de enero de 2002. Continuar leyendo “Juan Pablo II, “Los ocho desafíos de la coyuntura actual”, Alfa y Omega, 11.IX.02″

José Ramón Ayllón, “Entender el silencio de Dios eterno”, Arvo, 1.VII.02

Un niño judío, Elie Wiesel, llegó una noche a un campo de exterminio y más tarde escribió lo siguiente: “No lejos de nosotros, de un foso subían llamas gigantescas. Estaban quemando algo. Un camión se acercó al foso y descargo su carga: ¡eran niños! Si, lo vi con mis propios ojos. No podía creerlo. Tenia que ser una pesadilla. Me mordí los labios para comprobar que estaba vivo y despierto. ¿Cómo era posible que se quemara a hombres, a niños, y que el mundo callara? No podía ser verdad. Jamás olvidaré esa primera noche en el campo, que hizo de mi vida una larga noche bajo siete vueltas de llave. Jamás olvidaré esa humareda y esas caras de los niños que vi convertirse en humo. Jamás olvidaré esos instantes que asesinaron a mi Dios y a mi alma, y que dieron a mis sueños el rostro del desierto. Jamás olvidaré ese silencio nocturno que me quitó para siempre las ganas de vivir.” Aquel niño judío no pudo entender el silencio del Dios eterno en el que creía, del Señor del Universo, del Todopoderoso y Terrible. Tampoco pudo entender la plegaria sabática de los demás prisioneros. “Todas mis fibras se rebelaban. ¿Lo alabaría yo porque había hecho quemar a millares de niños en las fosas? ¿Porque hacia funcionar seis crematorios noche y día? ¿porque en su omnipotencia había creado Auschwitz, Birkenau, Buna y tantas fábricas de la muerte? Un Dios todopoderoso y bueno, ¿podía crear un mundo sin mal. Si no podía, no es todopoderoso; si podía, le falta bondad. Estamos ante el dilema clásico, desde Confucio hasta Voltaire; la existencia del mal y del sufrimiento es el principal obstáculo para la fe en Dios, y el argumento más importante en favor del ateísmo. Los hombres niegan a Dios porque observan que el mal triunfa, porque experimentan sufrimientos sin sentido. Sin embargo, la fe en Dios y en los dioses nació porque los hombres sufrían y sentían la necesidad de liberarse del mal. La existencia del mal se convierte en prueba de la existencia de Dios cuando provoca el descontento de este mundo y orienta a los hombres hacia otro mundo distinto. Los sofistas fueron los primeros en apreciar ese fundamento empírico de la conciencia religiosa.

Tomado de www.arvo.net Es oportuno volver a las palabras de Zeus y recordar que no es decente echar sobre Dios la responsabilidad de nuestros crímenes. Pero nos gustaría preguntarle por qué se ha concedido a los hombres la enorme libertad de torturar a sus semejantes; nos gustaría preguntar. Como Shakespeare, por qué el alma humana, que a veces lleva tanta belleza, tanta bondad, tanta savia de nobleza, puede ser el nido de los instintos más deshumanizados. Quizá sirva como respuesta la que ofrece Jean-Marie Lustiger, otro muchacho judío con una historia similar: “Yo tenía la sensación de que nos hundíamos en un abismo infernal, en una injusticia monstruosa. Hay en la experiencia humana abismos de maldad que la razón no puede ni siquiera calificar. Buenos virajes hacia lo irracional, donde las causas no están en proporción con los efectos. Y los hombres que encarnan esa maldad parecen pobres actores, porque el mal que sale de ellos les excede infinitamente. Son peleles, títeres insignificantes de un mal absoluto que los desborda. Y el rostro que se oculta no es el suyo es el de Satán. Sólo así se explica que una civilización que desea la razón y la justicia caiga en todo lo contrario: en la aniquilación y en el absurdo absoluto”.

Los dos adolescentes se salvaron de la barbarie nazi. .Medio siglo después, a Wiesel le concedían el Premio Nobel de la Paz y Lustiger se convertía en arzobispo de París. La respuesta de Lustiger no es original. Desde antiguo, la magnitud del mal hace intuir, junto con un Dios bueno, la existencia de un principio maligno con poderes sobrehumanos. Pero, si el Dios bueno es todopoderoso, aparece como último responsable del triunfo del mal, al menos por no impedirlo. Sumergida en el mal, la historia humana se convierte a veces en un juicio a Dios, en su acusación por parte del hombre. Hay épocas en las que la opinión pública sienta a Dios en el banquillo; ya sucedió en el siglo de Voltaire, y sucede ahora. El periodista Vittorio Messori interpela al papa, representante y defensor del Dios bíblico: “¿Cómo se puede confiar en un Dios que se supone Padre misericordioso, a la vista del sufrimiento, de la injusticia, de la enfermedad, de la muerte, que parecen dominar la gran Historia del mundo y la pequeña historia cotidiana de cada uno de nosotros?” “La contestación del Pontífice es de una radicalidad proporcionada a la magnitud del problema: el Dios bíblico entregó a su Hijo a la muerte en la cruz. ¿Podía justificarse de otro modo ante la sufriente historia humana? ¿No es una prueba de solidaridad con el hombre que sufre? El hecho de que Cristo haya permanecido clavado en la cruz hasta el final, el hecho de que sobre la cruz haya podido decir como todos los que sufren: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, ha quedado en la historia del hombre como el argumento más fuerte. “Si no hubiera existido esa agonía en la cruz-dice Juan Pablo II-, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar.” Cuando Ulises regresa a Ítaca-su patria-, se presenta disfrazado ante su porquero Eumeo con aspecto de anciano harapiento. Eumeo no le reconoce, pero se compadece y le acoge con hospitalidad. Ulises lo agradece de veras y el porquero le explica que “no es santo deshonrar a un extraño ni aunque viniera uno más miserable que tú, pues todos los forasteros y mendigos son de Zeus”. Desde Homero, la referencia a la Divinidad se ve como indispensable para dotar al hombre de inviolabilidad. El Libro Eterno, más explícito, define al hombre como hijo de Dios, y sabemos que cualquier otra definición rebaja peligrosamente su dignidad. Si ser considerado hijo de Dios no siempre ha sido suficiente para proteger al hombre, ser mero animal racional o animal social es dar demasiadas facilidades para pisotearlo.

Jose Ramón Ayllón, “Dios y los náufragos”, PUP, 27.VII.02

“Dios y los náufragos”, 30 sabios hablan de Dios.
Continuar leyendo “Jose Ramón Ayllón, “Dios y los náufragos”, PUP, 27.VII.02″

José Manuel Vidal, “El exorcismo que yo viví en Madrid”, El Mundo, 22.IX.02

EXORCISMO / MARTA, LA POSEIDA -«Hic est dies» (éste es el día), dice el exorcista con el crucifijo en la mano.

-No, responde una voz ronca de hombre que sale de la garganta de la posesa, una preciosa chica de 20 años.

-«Exi nunc, Zabulon», (sal ahora, Zabulón), repite el sacerdote.

-No.

-¿Por qué no quieres salir? -Para servir de testimonio.

-¿De testimonio de qué? -De que Satanás existe.

Se corta la tensión en el ambiente penumbroso de la capilla. Satán luchando contra Dios. Una batalla a la que asisto atónito y en primera fila por primera vez en mi vida. «Esta debe de ser la razón por la que me invitó a presenciar el exorcismo. El diablo quiere publicidad», pienso en medio del shock. Mi mente gira a toda velocidad. Estamos en el clímax de un ritual que, hasta ahora, no encajaba en mis esquemas. Y eso que en el seminario los curas siguieron alimentando mi miedo infantil al Maligno, siempre dispuesto a tomar posesión de un alma. Después del Concilio Vaticano II, el dogma de la existencia del diablo pasó a ser una «parte vergonzosa de la doctrina» y, como tantos otros católicos, también yo prescindí de ella.

El exorcista, José Antonio Fortea, párroco de Nuestra Señora de Zulema, está exhausto. Y eso que sólo tiene 33 años. Pero lleva ya más de una hora luchando, crucifijo en ristre, contra Satanás. Marta (nombre ficticio de la posesa), en cambio, se encuentra tan fresca como al principio y no deja de rugir, bufar, revolverse y agitar su cuerpo como un resorte. Con una fuerza inusitada para una chica de 20 años, más bien menudita y de rasgos dulces. Son las 12,30 de la mañana de un día cualquiera y llevo hora y media presenciando un exorcismo.

Un par de días antes, recibí en mi móvil una llamada especial. Especial no por ser de un cura (recibo muchas), sino por ser de un exorcista católico (hay un par de ellos en España) que suelen mantenerse muy alejados de los periodistas. Quiere invitarme a presenciar un exorcismo. Me quedé de piedra. Asistir a un exorcismo oficiado por un sacerdote autorizado por el Vaticano es un auténtico caramelo para alguien especializado en información religiosa. Hasta ese momento y a pesar de llevar más de 20 años en la profesión, lo único que había conseguido fue entrevistar al exorcista oficial de Roma, el padre Gabriel Amorth. Ya entonces, al dedicarme su libro había escrito: «A José Manuel, con mi gratitud y con la advertencia de no tener jamás miedo del diablo».

Confieso que por miedo decidí devolverle la llamada al padre Fortea y pedirle que dejase venir conmigo a un compañero de la agencia EFE, también especialista en información religiosa. Aceptó. Nerviosos, el día señalado nos desplazamos en coche hasta la diócesis de Alcalá. Era un día radiante. Llegamos a la parroquia con mucha antelación. Cuestión de prepararse psicológicamente.Por el camino, bromitas y nervios. El exorcista nos había citado en su parroquia, una iglesia moderna, de ladrillo rojo, situada entre pinos. El interior, sencillo y limpio. Con un retablo y una gran cruz en medio. En un lateral, la pila del agua bendita con una inscripción: «El agua bendita aleja la tentación del demonio».

A las 10,30, el exorcista sale del templo y viene a nuestro encuentro.Es alto y delgado. Lleva gafas y una barbita bien recortada.Su aspecto impone. Quizá, por relacionarlo con su profesión de echador de demonios. Embutido en una sotana de un negro inmaculado, su tez blanquecina y su frente despoblada todavía resaltan más. Nos invita a dar un paseo para ponernos en antecedentes del caso.

SIETE DEMONIOS «No soy ningún showman ni quiero publicidad. Si estáis aquí es porque os necesito para liberar a la chica. Tendréis que ser muy prudentes. No podréis dar pista alguna que permita la identificación ni de la muchacha ni de su madre. Preferiría que tampoco me nombraseis a mí, pero acepto ese sacrificio en aras de una mayor credibilidad.Pero sólo Dios sabe lo que me cuesta y los problemas que me puede acarrear. Y no tengáis miedo. A vosotros no os pasará nada».Insiste en la seriedad del tema. Asegura que en el Antiguo Testamento aparece 18 veces la palabra Satán. Y en el Nuevo Testamento, 35 veces la palabra diablo y 21 la palabra demonio. El propio Jesús hizo muchos exorcismos o lo que los Evangelios llaman «expulsar demonios». Fortea recuerda también que Juan Pablo II ha realizado al menos tres exorcismos reconocidos y advierte que la creencia en el diablo constituye uno de los pocos rasgos comunes a la práctica totalidad de las religiones. «Es el punto ecuménico por excelencia». Aprovecha para hacer un pequeño repaso por las distintas religiones y épocas históricas y las diversas teorías.Sigo mostrándome incrédulo. Me da la sensación de que trata de condicionarnos buscando justificaciones en la Historia.

Para hacerlo aterrizar en lo concreto, le preguntamos detalles del caso. Nos cuenta que se trata de un chica poseída por siete demonios. Que ya expulsó a seis, pero que el último se resiste. «Se llama Zabulón, es un diablo casi mudo pero muy inteligente.Su nombre ya sale en la Biblia. Siempre queda el jefe para el final. Llevo ya 16 sesiones y todavía no he conseguido expulsarlo, cuando en los casos más normales, basta con dos o tres». No quiere dar más detalles de la endemoniada. Sólo dice que vendrá acompañada por su madre, «que es una santa», y que la posesión se debió a un hechizo que le hizo una compañera de instituto, a los 16 años. «En una de las primeras sesiones le pregunté cómo había entrado y me respondió un nombre que yo no conocía. Su madre me dijo que era una compañera de clase, que había invocado a Satán para hacer un hechizo de muerte contra ella. Y de hecho, primero estuvo gravísima y a punto de morir. Una vez que sanó, comenzaron los fenómenos raros».

Desde entonces, su madre empieza a detectar cosas raras en su hija: muebles que se mueven, objetos que se rompen y, sobre todo, una inquina especial hacia los objetos religiosos, cuando era de misa dominical. Hasta que un día, de noche, oye ruidos extraños, se levanta y, cuando abre la puerta de la habitación de su hija, la ve sobre la cama, levitando.

Como no quiere perder a su única hija, comienza a buscar remedios.Habla con el párroco, que la remite a dos famosos psiquiatras.Pero ambos diagnostican que la chica es absolutamente normal. Ninguna explicación científica para los constantes dolores de cabeza que torturan a su hija. Y entonces, María (nombre ficticio de la madre), a sus 60 años, se lanza a la búsqueda de un exorcista.Recorre casi todas las diócesis españolas. Ningún obispo quiere saber nada de su caso. Está ya dispuesta a trasladarse con ella a Italia a ver al padre Amorth, cuando le hablan de un exorcista español que acaba de salir en la tele porque ha publicado un libro, Demoniacum, sobre los exorcismos.

En ese instante vemos llegar un taxi. «Son ellas», dice Fortea. María, la madre, es pequeña, delgada. Su mirada es todo dolor: «Creo en Dios y sé que, tarde o temprano, liberará a mi hija de las garras de Zabulón. Llevo cinco años de calvario. No lo sabe nadie de mi familia. Ni mis hermanos», confiesa. María es viuda y, cada vez que se desplaza desde su casa a la cita con el exorcista (prácticamente, una sesión por semana), tiene que inventarse alguna excusa. «No lo entenderían y no quiero que mi hija quede marcada para siempre».

EL RITUAL A su lado, Marta sonríe tímidamente. Pequeña, de grandes ojos negros, un poco tristes, tiene la cara picada de una mala adolescencia.Pelo negro, recogido en una coleta. Los labios gruesos y sin pintar, aunque contraídos en una mueca casi de dolor. Lleva unos vaqueros, un niqui azul cielo de manga corta y cuello alto y unos zapatos negros. Es guapa. Sus ojos llaman la atención, pero más que timidez desprenden miedo, mucho miedo. Me parece una chica de lo más normal que, nos cuenta, estudia Matemáticas en la Universidad. «Es imposible que esté poseída», pienso para mis adentros.

El padre Fortea abre la capilla, en los bajos de su parroquia donde dice misa a diario, y vuelve a cerrar con llave por dentro.Es pequeña, acogedora. Dentro, penumbra y silencio absoluto. Fuera, un sol radiante. El exorcista pide ayuda para transportar una colchoneta forrada de plástico verde, grande y pesada, para colocarla al pie del altar. La capilla, rectangular, tendrá unos 25 metros cuadrados. Sin ventanas. En el centro, un altar enorme.Encima un mantel blanco y seis velas encendidas, amén de una gran Cruz de Trinidad, apenas iluminada por la luz mortecina de un halógeno. Al fondo, la imagen de un Pantocrátor iluminado y el Santísimo. En un lateral, una imagen de la Virgen con el Niño en brazos.

Nada más entrar en la capilla, madre e hija se preparan para el rito. Marta se pone unos calcetines blancos, mientras su madre saca del bolso un rosario, un crucifijo de unos 15 centímetros y una postal de la Virgen de Fátima, y los coloca al lado de la colchoneta. Trato de registrar el más mínimo detalle en mi mente. Sigo pensando que asisto a un montaje. Marta se recuesta en la colchoneta boca arriba, mirando a la cruz. María se arrodilla a su lado, una postura que no abandonará durante las siguientes dos horas y media. El padre Fortea reza un rato de rodillas, se quita la sotana, bebe agua y se sitúa sobre el extremo de la colchoneta más alejado del altar.

Presiento que el rito va a comenzar. Me siento, expectante, en el banco. El exorcista extiende su mano derecha y la impone sobre el rostro de la joven, sin tocarla. Luego, cierra los ojos, agacha la cabeza y susurra varias veces una plegaria ininteligible.Un alarido desgarrador, el primero, rompe el silencio de la capilla, penetra en mi alma y me pone la carne de gallina. No es humano. Es un chillido sobrecogedor y profundo el que sale de la garganta de Marta. Pero no puede ser ella. No es su tono de voz. Es ronco y masculino. El padre Fortea sigue rezando y los rugidos se suceden.Poco a poco, el cuerpo de la joven se estremece vivamente. Su cabeza se mueve de un lado a otro con lentitud al principio, con inusitada rapidez después.

«SAL, ZABULON» Ante la salmodia del exorcista, la joven gime y se retuerce sin parar. Al instante, el gemido se convierte en rugido desgarrador, altísimo, furioso. El exorcista acaba de colocar el crucifijo sobre su vientre y entre sus pechos, mientras la rocía con agua bendita. Patalea con tanta furia que el crucifijo se cae y la madre lo recoge una y otra vez y se lo vuelve a colocar de nuevo, mientras le acerca el rosario que Marta arroja a lo lejos, con furia. Parece tranquilizarse un poco pero, inmediatamente, vuelve a rugir. No hay un momento de respiro. El padre Fortea acaba de invocar a san Jorge y, al oírlo, la joven grita, bufa, pone los ojos totalmente en blanco, arquea el cuerpo y se levanta toda entera un palmo de la colchoneta. No doy crédito.

-Besa el crucifijo, dice el exorcista.

-No.

-Jesús es Rey.

-Assididididaj.

-Secuaz de Satanás, estás en tinieblas.

-Assididididaj -Estás haciendo mucho bien. Por tu culpa, mucha gente va a creer en Dios.

-No.

-Sal, Zabulón, te lo ordeno en nombre de Cristo. Te espera la condenación eterna. No hay salvación para ti.

Mientras el padre Fortea sigue conminando a Zabulón, las manos de la joven se han ido transformando. Son como garras. El exorcista arrecia sus plegarias y sus exhortaciones: «Hoy es el día. Sal, Zabulón. Sal de esta criatura en nombre de Dios». La joven se desata en temblores. Los gritos se elevan hasta el espanto. Y con voz ronca dice: «Asesinos». Es entonces cuando el padre Fortea le pregunta por qué no sale y Zabulón le contesta: «Para que la gente crea en Satanás».

Agotado, tras hora y media de lucha, el exorcista se levanta y sale de la capilla. Esto no puede ser una impostura ni un montaje.Hay que tener muchas agallas para dedicarse a esto. Y menos mal que los casos de posesión, según cuenta después el padre Fortea, son muy pocos. Él lleva cinco años ejerciendo y sólo ha tenido cuatro en España. Pero, mientras preparaba su tesis, asistió a otros 13 exorcismos. Se nota que tiene práctica: manda, templa, insiste y, con voz suave pero enérgica, tortura al diablo sin piedad. Con lo que más le duele. Siempre en nombre de Dios. No parece tener miedo alguno. Y eso que ya sabe lo que es ser atacado por Satanás. Una vez, en un exorcismo, dice que el diablo le hizo sentir la misma sensación y el mismo dolor que el que lleva un puñal clavado en el brazo.

Fortea sale de la capilla y mi corazón se acelera, pensando qué puede ocurrir ahora sin la presencia tranquilizadora del exorcista.Pero no pasa nada. O sí. María, la madre, coge las riendas del rito y comienza a repetir las mismas o parecidas frases del exorcista.Con calma, pero con decisión, parece no dirigirse a su hija, sino al Maligno que la posee: -En nombre de Cristo te ordeno que salir.

-No.

-Abre los ojos y mira a la Virgen, le increpa mientras pone a su vista una postal de la Virgen de Fátima. Pero, por toda respuesta, obtiene un bufido. Entonces coge el crucifijo.

-Es tu Creador, ¿lo ves? -Sí, dice la voz de ultratumba acompañada de rugidos y bufidos constantes.

-Míralo, Zabulón, no te resistas. Sabes que es tu día y tu hora.Ha llegado tu día y tu hora.

-Noooo…

-¿Por qué te resistes? -Estoy harto. Ya te lo dije muchas veces.

-Di a esos señores por qué no te vas.

-Uhhhh.

-Díselo claramente.

-No quiero.

-Díselo en nombre de Cristo -Para que crean en Satanás.

-San Jorge, ven. san Jorge, ven. Ven, san Jorge. Sal de ella san Jorge.

La posesa se detiene un segundo, sonríe y dice, con sorna: -Sal, san Jorge…

Coge al vuelo el error de la improvisada exorcista y lo mismo hará, un rato después, con una pequeña equivocación del padre Fortea. Pero María no se da por vencida. Es una auténtica Dolorosa al pie de la cruz de su hija poseída. Me da tanta pena que también yo me arrodillo y, entre lágrimas, suplico a Dios (por lo bajo, no me atrevo a intervenir más directamente) que, por lo que más quiera, libere a Marta. Mi compañero hace lo mismo. Hacía tiempo que no rezaba con tanto fervor.

Entonces entra de nuevo el exorcista, coge una cajita con hostias consagradas del sagrario y se coloca delante de la joven: -Mira al Rey de Reyes y arrodíllate ante Él.

-No.

-Siervo desobediente y rebelde, arrodíllate, repite el padre Fortea, mientras exhibe la hostia consagrada.

-Asesino, déjame.

-San Jorge, haz que se arrodille.

Y como un resorte, ante la mención de san Jorge, la posesa se arrodilla y el padre Fortea le hace abrir la boca para que reciba la sagrada comunión. Y continúa torturando al diablo que anida en Marta. Tras darle la comunión, coge una Biblia y recita el Apocalipsis: «Entonces el diablo fue arrojado a la lengua de fuego y azufre… allí será atormentado día y noche por lo siglos de los siglos». Y hace repetir al diablo frase por frase.

-Repite: Cuánto más me hubiera valido seguir a la luz.

-Cuánto-más-me-hubiera-valido-seguir-a-la-luz, repite a regañadientes y arrastrando cada palabra.

Y así durante un buen rato. El exorcista parece un maestro que enseña a un niño rebelde, que repite a la fuerza, entre bufidos y alaridos, frases como éstas: «Señor, tú eres Rey. Yo soy tu criatura. Nada escapa a tu poder. Eres el Alfa y Omega…» -Ya no más. Me estoy cansando, gruñe.

Pero el padre Fortea arrecia en su acoso, coge un banquito y se sienta ante la posesa con un crucifijo en la mano. «Hic est dies», repite con fuerza. Por un momento, creo que lo va a conseguir.

-Cuanto más tardes en salir, más gente creerá en Dios. Eres un predicador de Dios. Acércate, siéntate y besa a Cristo crucificado. Dale un beso de respeto y homenaje.

Como zombi, Marta se sienta y se acerca a la cruz. Tiene los ojos en blanco y echa espumarajos por la boca, pero besa el crucifijo. Entonces Fortea la coge suavemente por un brazo, le hace levantar y la obliga a recorrer la capilla y besar a la Virgen y al Sagrario.

-Aquí está Dios. Repite siete veces: Iesus, lux mundi. La posesa repite, pero al terminar le lanza una mirada como de fuego y le dice: -Asesino, déjame, no puedo más. Pero el exorcista continúa un buen rato.

Ha pasado otra hora. Fortea se toma un respiro. «Ahora usted», le dice a la madre. Y sale de la capilla. Y María se inclina sobre su hija y comienza a increpar a Zabulón: -Tienes que dejar esta criatura. Por la sangre de Cristo, déjala ya. Sus ángeles están con ella. Vienen los tres arcángeles. La Virgen te va a aplastar la cabeza…

Zabulón sigue bufando y retorciéndose, pero no parece que esté dispuesto a irse. Al rato entra de nuevo el padre Fortea: -¿No temes la sentencia de Dios? -Sé cual es, grita desgarrada.

SOLOS CON LA ENDEMONIADA El padre Fortea mira a la madre: «No se va a ir. Dejémoslo por hoy». Se levanta y se va. Los gritos se detienen en seco. Noto cierta decepción en el rostro de María. Me da la sensación de que esperaba que fuese hoy. Ha pasado casi tres horas de rodillas, pero en su cara no hay signos de cansancio, sólo de cierta desilusión.Recoge con paciencia la estampa de la Virgen y el crucifijo y sale de la capilla. Mi compañero y yo nos quedamos solos con la endemoniada. Unos segundos que se hacen eternos. Nos hemos quedado pegados al banco, sin respiración. De pronto, se vuelve hacia nosotros, abre los ojos (que ha mantenido en blanco durante tres horas) y nos lanza una mirada que no olvidaré mientras viva.Sus ojos son de otro mundo. Nunca vi algo así en mi vida. Al instante, la mirada vuelve a ser la de Marta, que nos sonríe, se levanta con tranquilidad, se sienta en el banco y se quita los calcetines blancos que dobla con sumo cuidado. Noto que apenas suda, a pesar de las tres horas de ejercicio continuo. Se pone los pendientes y nos vuelve a sonreír.

-¿Cómo éstas? -Cansada -¿Sabes lo que ha ocurrido? -No, no recuerdo. Y mientras nos habla, coge la estampa y el crucifijo, a los que hace un rato tanto odiaba, y los besa con cariño.

-¿Te duele la garganta? -No.

Y su voz es tan suave como cuando llegó. Nadie diría que por esa misma garganta salieron aullidos durante tres horas.

-¿Sabes por qué estás aquí? -Sí, eso lo sé. Sé que tengo…

No termina la frase. Respetamos su silencio. Salimos y nos sentamos en un salón contiguo los cinco. Marta está tranquila. Vuelve a ser la chiquilla tímida de antes. «Todas las noches», nos cuenta María, «antes de acostarme cojo el crucifijo, del que nunca me separo, y bendigo mi habitación: «En nombre de Dios, malos espíritus salid de esta habitación. Y ella, antes de acostarse, siempre me pregunta: “¿Mamá, has bendecido la habitación?”» Pero aún así pasa miedo. Como cuando las manos de su hija se convirtieron en garras al tocar la cruz o cuando la persigue con los dedos abiertos, en forma de cuernos, para clavárselos en los ojos. «Siempre amenazas que, afortunadamente, nunca cumple».

Y antes de despedirse, repite una súplica: «Que se conciencien la gente y los obispos. Que haya muchos más exorcistas». Abraza a su hija, se suben las dos al coche del padre Fortea y se van. Marta se vuelve y nos mira. Sus ojos son el grito de angustia del esclavo encadenado. El padre Fortea queda en llamarme cuando se produzca la liberación definitiva.

Rezo por Marta y por su madre. Lo que vi no es un montaje.

————————————————- Recogemos a continuación un comentario de ZENIT a esta noticia: La crónica de un exorcismo sorprende a la opinión publica española Narrada por un periodista de «El mundo», que se confesaba incrédulo MADRID, 23 septiembre 2002 (ZENIT.org).- El especialista en temas religiosos del diario «El mundo», José Manuel Vidal, acudió, «incrédulo», al exorcismo que iba a realizar un sacerdote autorizado por el Vaticano y salió conmocionado escribiendo una crónica que ha sorprendido a la opinión pública española.

«El exorcismo que yo viví en Madrid» es el título del artículo que apareció este domingo en el periódico, que alberga con frecuencia artículos de tono anticlerical. Vidal, junto al especialista de temas religiosos de la agencia de noticias EFE, presenció el exorcismo realizado en Madrid por el padre José Antonio Fortea, párroco de 33 años de Nuestra Señora de Zulema.