Comentario a: Robert Service, “Historia de Rusia en el siglo XX”, Barcelona, Crítica, 590 páginas.
La historia de Rusia durante el siglo XX es la de una terrible dictadura empotrada entre dos fallidos intentos reformistas. El hecho de que esa dictadura fuera claramente expansionista y subvencionara y dirigiera a los partidos comunistas de los cinco continentes impidió, además, historiar con rigor lo que sucedía en su seno. Cualquier crítica –hasta las más fundadas– al régimen soviético era motejada de fascista y rechazada de plano, lo que cristalizó en uno de los grandes pecados de las izquierdas y de la supuesta progresía a lo largo del pasado siglo. De hecho, esa línea de acción fue rota por muy pocos antes de la caída del Muro de Berlín e incluso con posterioridad no han sido demasiados los que se han atrevido con un análisis imparcial de ese período histórico.
Precisamente por ello, la obra de Service es muy de agradecer, ya que combina el rigor con la documentación, el conocimiento de las fuentes y la facilidad de lectura. Profesor de Historia de Rusia y ciencias políticas en la universidad de Londres, Service realiza una notable descripción de la nación antes del estallido de la Primera guerra mundial para luego adentrarse en el estudio del conflicto que acabó desembocando en un proceso revolucionario aprovechado por los bolcheviques para llegar al poder. Aunque el estudio de las diferentes fases del gobierno comunista cubre, por razones lógicas, la mayor parte del contenido del texto, resultan de especial interés los capítulos dedicados al período posterior a la perestroika y a las reformas de Yeltsin, que ocupan en torno a las ochenta páginas.
Las conclusiones a las que llega Service al final de la obra admiten poca discusión. Tal y como señala, “los costes de la etapa de gobierno soviético fueron mucho mayores que las ventajas”. Aparte de la brutalización de la política, se intensificaron las enemistades nacionales, la alienación socio-política y la falta de respeto por la ley. El egoísmo y el temor se convirtieron en notas dominantes del comportamiento de la población, mientras que el sistema fracasaba incluso en cuestiones como la industrialización del país o su seguridad militar. Por si fuera poco, la planificación económica llevó a un despilfarro salvaje de los recursos y a un atenazamiento de la labor científica e intelectual. No resulta extraño que el coste medioambiental resultara inmenso y que no llegara al estado de catástrofe natural únicamente gracias a las magnitudes territoriales de la URSS.
El legado recibido por la Rusia postcomunista es, desde luego, nada envidiable. Con todo, algunos factores pueden resultar tan positivos como negativos. El cansancio político ha servido también para evitar el triunfo de extremistas o el desencadenamiento de una guerra civil. A eso se suma una notable riqueza de recursos humanos y económicos. Ciertamente, Rusia no dejó de cambiar durante el siglo XX y no tendría razón de ser que esos cambios quedaran paralizados en el XXI. Lo deseable es que sean para mejor.