Comentario a: Vicente Cárcel Ortí, “La Gran persecución. España, 1931-1939”, Barcelona, Planeta, 370 páginas. La beatificación de mártires católicos –como la que tuvo lugar el domingo pasado en la plaza de San Pedro en Roma– sigue provocando resquemores en ciertos sectores de la población española. Razones para esa reacción ciertamente no faltan. El asesinato de cerca de siete mil sacerdotes y religiosos durante la revolución y la guerra civil española deja de manifiesto que los crímenes no pueden imputarse sólo al bando vencedor y, para colmo, en el otro –el políticamente correcto– se cebó en un sector de la población cuyo único delito había sido el de profesar una religión concreta. No fueron muertos en la guerra sino mártires de una persecución religiosa bien concreta. Que las víctimas fueran sencillas monjas de clausura, sacerdotes dedicados al cuidado de niños abandonados o docentes de menesterosos resultaba indiferente. Más que un episodio de la lucha de clases –el origen de la mayoría de los sacerdotes asesinados difícilmente pudo ser más humilde– se trató realmente de una persecución religiosa cuyo parangón debe buscarse en la Roma de Diocleciano más incluso que en la Rusia leninista.
Aunque este trágico episodio ha sido historiado muy correctamente en obras como la de Antonio Montero Moreno –un libro que el autor se negó a reeditar durante años para no reabrir heridas del pasado–, la presente aportación de Vicente Cárcel Ortí merece la pena de ser leída y repasada. En ella, se analiza no sólo cómo la propia constitución republicana contenía unas notas abiertamente anticlericales que imposibilitaban la convivencia de todos los españoles, sino también cómo la revolución siempre acarició la idea del exterminio de los fieles católicos tal; esto quedó de manifiesto en la Asturias de 1934, donde se produjeron los primeros asesinatos de clérigos. Cárcel Ortí se adentra además en temas espinosos pero bien tratados como el que la iglesia pidiera perdón por su participación en la guerra civil sin que se haya producido una solicitud recíproca por sus muertos; o las razones de su gratitud hacia Franco que, a fín de cuentas, la salvó del exterminio. Escrito de manera sencilla pero muy bien documentada, constituye un libro ideal para salvarse del mal del olvido y de las maniobras demagógicas de aquellos que lo utilizan para sus propios intereses.