París. Parque de los Príncipes. Un universitario logra acercarse al Papa y le grita: “Santo Padre, soy ateo, ¡ayúdeme!”. El Papa se le acercó. Hablaron a solas unos instantes. De regreso a Roma, Juan Pablo II recordó a ese chico y le dijo a don Estanislao: “Pienso que quizá podía haberle ayudado mejor. Quizá todavía se puede hacer algo por él”. Escribieron a París. La respuesta fue algo así como “lo intentaremos pero va a ser más difícil que encontrar una aguja en un pajar”. Sin embargo, al final se localizó al muchacho y le dijeron: “El Papa quiere que sepas que reza diariamente por ti y está preocupado porque quizá no resolvió tu problema”. Aquel muchacho explicó que al salir de allí fue a una librería y compró un Nuevo Testamento, como el Papa le había dicho…, “y nada más abrirlo, encontré la respuesta que buscaba. Díganselo al Papa. Ya me preparo para mi bautismo”.
Tomado de Miguel Angel Velasco, “Juan Pablo II, ese desconocido”, p.56.