En cuanto a la asignatura de religión, en todo el mundo occidental hay un acuerdo casi general en incluir el estudio de las religiones en los centros escolares, ya sea desde un punto de vista confesional o simplemente histórico-cultural. Por ejemplo, el Consejo de Europa ha recomendado expresamente que en los programas de los estudios escolares se incorporen materias que favorezcan el conocimiento de las religiones, así como una acción específica de información sobre la historia y la filosofía referentes a las grandes corrientes de pensamiento y a las religiones.
La preocupación por la formación religiosa está presente incluso en los países más caracterizados por la relegación de lo religioso al ámbito puramente privado. El caso más significativo es Francia, donde ya en 1882 se suprimió la enseñanza religiosa en las escuelas, lo cual, junto con la creciente secularización del país, ha dado lugar a una ignorancia en materia religiosa que preocupa a las autoridades, como puso de manifiesto en 2002 el Informe Debray, que resalta la necesidad de reforzar en la escuela la transmisión de los elementos que conforman la cultura religiosa básica, o al menos sobre las religiones como realidades históricas o culturales de nuestra civilización. En el informe se señala que la incultura sobre la religión desemboca en una falta de cultura general y dificulta la identificación de los jóvenes con la sociedad en la que viven. Parece que preferirían, por ejemplo, que la religión islámica se enseñara en la escuela pública con textos y profesores claramente reconocibles que sin duda estarían más alejados de los riesgos de radicalización que hoy tienen bien presentes.
Cada vez hay un mayor consenso en que la dimensión religiosa es intrínseca al hecho cultural y que contribuye a la formación global de la persona. Y pensando en las raíces cristianas de toda la cultura occidental, la enseñanza de la religión será una ayuda para comprender mejor su pasado y su presente, para alcanzar una mejor armonía entre fe y cultura, así como para comprender mejor un ineludible hecho cultural, pues el patrimonio histórico de esos pueblos está vertebrado en buena medida por aportaciones recibidas de las diversas religiones.
La asignatura de religión cuenta con ese respaldo desde una perspectiva cultural, pero a ello hay que añadir que el derecho a que los hijos reciban educación conforme a sus convicciones religiosas o morales es un derecho fundamental de los padres, lo que legitima que reclamen la enseñanza de su religión de un modo confesional en las escuelas públicas.
Además, la vivencia pacífica de la libertad religiosa y de sus manifestaciones —una de ellas es su enseñanza en la escuela— contribuyen a normalizar las diferentes religiones y facilita la integración de quienes profesan creencias con menos tradición en nuestro espacio social, lo cual favorece una convivencia pacífica y reduce los riesgos de posibles derivas integristas.
En resumen, a la pregunta de si se debe financiar la enseñanza de la religión en la escuela en un país aconfesional, viendo el mapa de Europa, la realidad es que prácticamente en todos los países (salvo dos: Eslovenia y la mayor parte de Francia) hay una asignatura de religión de oferta obligatoria para los centros y de elección voluntaria para los alumnos o familias. Esa asignatura trata en algunos casos sobre el hecho religioso o la historia de las religiones, y en otros es una asignatura confesional sobre una determinada religión de entre las de mayor implantación en el país. En otros casos es una asignatura de cultura religiosa en la que se ofrece una modalidad confesional. Con esto se muestra que la mayoría de los países europeos, a pesar de su manifiesta aconfesionalidad general, consideran que la religión es un ámbito cultural que la escuela no debe ignorar, como no ignora la música, el arte, el deporte o la literatura, aunque también en esas materias puede haber opiniones, convicciones, creencias (o increencias) muy diversas.
Alfonso Aguiló, “Educar en una sociedad plural”, Editorial Palabra, 2021