Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.
Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú.
Sé tú el que aparta la piedra del camino.
Gabriela Mistral
En el interior de un chico o una chica de trece a dieciocho años late un desarrollo casi imposible de medir. Es como una primavera de la vida que fluye con una riqueza extraordinaria. Quienes no tratan con gente joven —o lo hacen con lejanía— no sospechan siquiera cuántas dudas, cuántas tempestades, cuántos afanes apasionados lleva consigo la transformación del espíritu adolescente.
Para los padres, ayudar a sus hijos en la formación del carácter y la personalidad —para los que estas edades constituyen una etapa clave— ha de resultar un deber ineludible y al tiempo una satisfacción inmensa.
-—Pero ya sabes aquel dicho universitario de que qui natura non dat, Salamanca non prestat: lo que la naturaleza no da, no siempre se puede suplir con educación, por muy buena que sea.
Efectivamente, y por eso no podrás pretender que tus hijos que sean unos genios, porque les puede faltar el sustrato natural necesario para serlo. Pero hay otros aspectos, como el carácter, que dependen menos de la naturaleza y más de la educación que cada uno recibe y de las cosas que uno hace: nuestro carácter —decía Aristóteles— es el resultado de nuestra conducta.
El carácter no es como un apellido de alta alcurnia que se hereda sin trabajo. El carácter viene a ser como el resultado de una contienda singular que cada uno libra consigo mismo y de la que depende en mucho el acierto en el vivir. Una lucha que comienza a edades muy tempranas y que queda ya casi decidida al final de la etapa que nos ocupa.
Tanto si eres padre o eres madre, como si eres, querido lector, un adolescente a quien le preocupa mejorar su carácter, no quieras dejar esa tarea para más adelante. Fíjate, para mejorar, en este año. No pienses en dos ni en cinco. No lo dejes para cuando vengan esas circunstancias favorables que luego nunca llegan, o que cuando llegan resultan no serlo tanto. Piensa, para esto, en el presente y en el futuro inmediato. Después, quizá sea ya tarde.
-—A mí, la educación del carácter me parece bastante difícil porque es algo que se fragua muy en el interior del chico o de la chica, y además es una cuestión personalísima de cada uno. Tanto es así, que pienso que no debe ser fácil siquiera definir en qué consiste ser una persona de carácter.
Sí que es difícil, y es quizá uno de los primeros aspectos que debemos abordar en este libro: ver qué aspectos contribuyen a mejorar el carácter, para después apuntar algunos posibles caminos —de entre los infinitos que habrá— para lograrlo.
-—Pero es el chico o la chica quien tiene que lograrlo, no yo.
Es verdad, pero el éxito en la forja de su carácter depende en mucho de que él o ella se convenzan de que les interesa mejorarlo, y estas ideas pueden servirte para hacerles reflexionar.
Precisamente por esa razón, a veces a lo largo de estas páginas no es fácil distinguir cuándo me dirijo a los padres y cuándo a los hijos. Cuando te parezca que estoy hablando para otros, piensa si te es útil también a ti para ponerte en su lugar, o para comentarlo con ellos. Procura buscar el momento oportuno. Pronto comprobarás que todo el tiempo empleado en hablar —con ganas de entenderse, claro— es tiempo ganado.
-—Bien, pero a muchos adolescentes les gustaría cambiar, superarse en el defecto que sea, y no lo consiguen porque les falta fuerza de voluntad. Por ejemplo, a la mayoría de los estudiantes que suspenden les gustaría sacar buenas notas y no le faltan razones para convencerse de ello. No es todo cuestión de razones.
Ciertamente, además del entendimiento está también la voluntad, y los sentimientos, pero unos y otros se pueden educar.
-—Pero la educación no lo es todo, pues está también aquello que le viene a uno dado de nacimiento, y luego está la libertad.
Pero lo que vino dado de nacimiento es algo que pertenece al pasado y no puedes cambiar. Y con la educación se busca precisamente que aprenda a hacer un buen uso de su libertad.
La educación, sin serlo todo, es muy importante a la hora de forjar la forma de ser de cada uno y, en definitiva, el carácter y la personalidad. Lo que los padres son, lo que hacen y lo que dicen, va calando día a día en el carácter de los hijos.
Piensa que, desde su nacimiento, está en el niño el germen de su porvenir; pero, también desde el primer momento, los hijos son testigos inexorables de la vida de los padres. Por eso decía Ackerman que la familia hace o rompe la personalidad. Las influencias positivas de la familia sobre el desarrollo de la personalidad del niño se transforman en negativas si los padres fallan al darles una respuesta adecuada.