Hemos hablado antes de que sería conveniente que existiera una ayuda directa, en forma de contribución directa o de desgravación fiscal, que compense a la familia el ahorro que supone al erario público que hayan optado por un puesto escolar completamente privado. Esto es muy parecido al cheque escolar: la desgravación es un mecanismo más sencillo de gestionar pero tiene el inconveniente de que requiere que la familia adelante el dinero.
Hemos hablado antes un poco de ello al referirnos a escuelas privadas. También se ha ensayado con bastante éxito de modo general en escuelas infantiles y en algunos pocos casos para etapas de estudios posobligatorios en centros concertados (sobre todo en bachillerato o FP superior en la Comunidad de Madrid).
Pero el concepto clásico de cheque escolar es algo más amplio. Los padres recibirían del Gobierno un bono por un importe equivalente al coste medio de un puesto escolar en un centro público para que decidan libremente a qué colegio, público o privado, quieren llevar a sus hijos. Los defensores de este modelo aseguran que se conseguiría mejorar la capacidad de elección de los padres, promovería una sana competencia entre los centros (que llevaría también a reducir los costes, incrementar la calidad y fomentar la innovación), y que el cheque permitiría el acceso a escuelas privadas de los alumnos de familias con rentas bajas y, por tanto, mejoraría la igualdad de oportunidades.
Pero la aplicación del cheque escolar debe resolver dos cuestiones decisivas, que ya se han planteado en bastantes países del Este de Europa que han implantado fórmulas parecidas.
En esos países, donde el gobierno paga a las escuelas una cantidad mensual por cada alumno (que ha elegido libremente esa escuela y, por tanto, en la práctica es muy parecido al cheque escolar), la libertad de elección de los padres no es muy alta. ¿Por qué? Porque esa cantidad que da el gobierno, sea alta o baja, no puede asegurar que cubra el coste de cualquier colegio, pues algunos de ellos, o incluso la mayoría, podrían establecer un precio más alto, y por tanto la familia no podría pagarlo. Y otro problema es que esas escuelas pueden seleccionar a los alumnos con el criterio que consideren oportuno, sobre todo cuando tienen lista de espera. Por tanto, tener un cheque no significa que puedas ir a donde quieras, porque quizá no puedas pagarlo o porque no quieran admitirte. Si se establece un sistema de control de precios y otro sistema de baremación según criterios objetivos para la admisión de alumnos, ese problema se resuelve parcialmente, pero… eso es precisamente el concierto: una ayuda al centro para sufragar los gastos de unos alumnos, con un control de precios y un criterio público general de escolarización.
En definitiva, cuando el cheque escolar se lleva a la práctica, acaba siendo muy parecido al concierto. La principal diferencia es que el cheque es una financiación por alumno y el concierto es una financiación por aulas. Pero es ventajoso que sea por aulas, pues los gastos de una escuela son por aula y no por alumno, pues los costes de un aula en cualquier escuela no dependen apenas del número de alumnos que haya en ella. Por eso es más práctico que la financiación sea por aula, porque si la financiación es por alumno y luego el aula no se llena, la escuela tendría que pedir un dinero suplementario para poder pagar al profesorado… y eso volvería a dificultar que todo el coste estuviera completamente cubierto por el cheque.
Por tanto, puede decirse que el cheque escolar es una buena fórmula, aunque por ahora insuficientemente ensayada y que para asegurar su buen funcionamiento hay que tantear cómo se conjuga su aplicación con las políticas de precios y los criterios de admisión en los centros. Además, se enfrenta actualmente en nuestro país a inconvenientes insalvables, pues no hay suficientes mayorías políticas que apuesten por este modelo y, si las hubiera, supondría un cambio muy grande y se encontraría con una fuerte oposición interna. Por ese motivo, y mientras las mayorías sean las que ahora son, lo más recomendable es procurar mejorar el actual modelo de conciertos, que puede ser tan bueno en libertad de elección como el del cheque escolar.
Alfonso Aguiló, “Educar en una sociedad plural”, Editorial Palabra, 2021