He visitado muchos países en los que la publicación de resultados académicos tras unas evaluaciones estatales les ha hecho mejorar de un modo muy eficiente, y he visitado también otros lugares en los que la fiebre del ranking y la competitividad genera unos ambientes y unas dinámicas nada positivas.
Es preciso estudiar con mucha seriedad un sistema de evaluación independiente, que esté en permanente adaptación y mejora, con suficiente transparencia, que aúne por un lado el efecto positivo del estímulo frente a otros que lo hacen mejor, y por el otro, y sobre todo, el diagnóstico temprano y acertado de los problemas de los alumnos o los centros para poner con diligencia el remedio necesario.
La evaluación suele ser más útil cuantas más referencias tiene respecto a ámbitos territoriales y sociales más amplios, es decir, cuanto mayores son las posibilidades de comparar con otros, y por eso es recomendable que se haga a un nivel más alto del que corresponde a la propia gestión. Además, si el que evalúa los resultados de un sistema educativo es el mismo que lo gestiona, es inevitable que tienda a esconder sus propios puntos de ineficiencia o mediocridad. Por eso es positivo que la evaluación proceda de un organismo que posea cierta independencia y que trabaje a un nivel superior, y es positivo a su vez someterse a evaluaciones internacionales que ayuden a cada país a situarse en la realidad de sus resultados.
Todos sabemos que los resultados en una determinada prueba no lo son todo, y que tienen un valor relativo, y que nadie pretende que sean una evaluación completa sobre el servicio que se presta, pero la solución tampoco puede ser la de abominar de las evaluaciones, tanto si es por la vía de la descalificación como si es con el argumento de que generan inequidad. En todas las aulas se evalúa constantemente, y el buen profesor sabe hacerlo de modo que ayude a todos a esforzarse, y sabe hacerlo de modo que no genere inequidad. Es preciso buscar el modo de que los resultados de las evaluaciones se empleen de un modo favorable a la equidad y no como castigo ni como simples mecanismos de competitividad que aumenten la brecha social.
Hace ya tiempo que se ha comprobado que si se centraliza la evaluación a un nivel superior (por ejemplo, a nivel estatal) y se publican sus resultados, eso puede acabar teniendo más fuerza que el propio currículum (por ejemplo, a nivel autonómico), pues es inevitable que los profesores, los alumnos, las familias y las propias escuelas se acaben guiando más por los resultados en esas pruebas que por el propio curriculum. Es cierto por tanto que se corre el riesgo de crear un currículum superior basado en lo que se evalúa, pero también es cierto que si, para evitar ese inconveniente, se descentraliza demasiado la evaluación, esta pierde su utilidad comparativa al no permitir valoraciones con suficiente homogeneidad e independencia. También en esto es necesaria una mayor capacidad de acuerdo para crear una evaluación con un amplio consenso (por ejemplo, al menos en las materias comunes), que permita tener una visión real y transparente de los avances en rendimiento y en equidad en todo el territorio del Estado.
La evaluación es fundamental para lograr avances significativos. Evidentemente, ha de ser una evaluación bien hecha, que ayude a cerrar las brechas sociales. Para ello es preciso que la evaluación se diseñe con mucho cuidado, con la suficiente independencia y capacidad de mejora continua, de modo que se eviten las consecuencias negativas que hemos señalado. Las diferencias a este respecto entre la LOMCE y la LOMLOE son grandes. La LOMLOE limita la evaluación casi a fines diagnósticos, y la LOMCE buscaba también una transparencia pública en los resultados como mecanismo de estímulo y de mejora. Las dos tienen su lógica y sus argumentos, y pienso que una síntesis de ambas sería la mejor solución.
Alfonso Aguiló, “Educar en una sociedad plural”, Editorial Palabra, 2021