“¡Cómo quiere madre que eche cuenta en nada esta mañana, si el Príncipe va a pasar por aquí! Dime tú cómo me peino, madre. Qué vestido me voy a poner… Sí, madre, no me mires así. Ya sé que él no alzará sus ojos a mí ventana; ya sé yo que lo veré sólo un momento… Pero el príncipe va a pasar por aquí, madre, y yo quiero ponerme ese instante lo mejor que tengo”. (…) “Madre, ya el Príncipe pasó. Cómo brillaba el sol de la mañana en su carroza. Yo abrí el velo de mi casa, me arranqué del cuello la cadena de rubíes y la eché a su paso…”. “Sí, madre, no me mires tú así; ya sé que él no cogió mi cadena; ya sé que la aplastó una rueda de su carro; que sólo quedó de ella una mancha grana en el polvo; que nadie sabe que el regalo era el mío; ni para quien era… Pero el Príncipe pasó por aquí, madre, y yo le eché a su paso el mejor tesoro”. (Peekay, protagonista de “La potencia de uno”, de Courtenay)