Emilia Kaczorowska tiene casi cuarenta años. Vive en una modesta población de un país europeo. Emilia tiene un hijo y me cuenta de las dificultades a las que ella y su marido se enfrentan cada día para sacar adelante la familia. Sabe que yo tengo cierta intuición y buen criterio para aconsejarla y por eso acude a mí con frecuencia. Esta vez, hablando de los hijos, comentamos lo incierto que aparece el futuro para una familia como la de ellos. Yo sé que Emilia morirá en no más de diez años, y no sólo eso, sino que su marido morirá al poco de comenzar la guerra. Su hijo mayor morirá también. ¿La planificación familiar es una necesidad para ellos? ¿Qué futuro les puede esperar? Quizá sea mejor que no nazca… Además, Emilia tiene ya casi cuarenta años. A esa edad, puedes tener un hijo deforme… Puedes recurrir a diversos procedimientos para evitarlos. Serías insensata, inhumana, irresponsable… ¿Qué herencia les vas a dejar? Piensa en el mundo tan desastroso que verán tus hijos, contempla los días tan difíciles que viviremos después de la invasión de nuestro país. Emilia me escuchó con paciencia y atención; me dio las gracias y se despidió de mi. A los pocos meses Emilia me da la noticia de que está embarazada. Yo me indigno: “¡Estas mujeres ignorantes y necias que no saben hacer otra cosa que tener hijos!”. Ella, callada, me escucha serena y continúa su pesado trabajo, y lleva con una amable sonrisa las dificultades propias del embarazo. Finalmente, Emilia da a luz a un hijo más. Mis predicciones fatalistas se cumplen una tras otra: Emilia muere dejando a su pequeño hijo de apenas 10 años; luego muere su hijo mayor; finalmente muere su esposo. Solo queda en el mundo el pequeño Karol. Hoy, más de sesenta años después, millones de hombres y mujeres de todas las razas y todas las condiciones sociales llaman a Karol de otra manera: le llaman Juan Pablo II.