Una idea puede estar en dos cabezas
sin ninguna disminución;
más bien es al revés,
está mejor en dos cabezas que en una.
Leonardo Polo Actitudes autodidactas. Educar hoy es diferente Educar a los hijos, ya lo hemos dicho, es toda una ciencia. Se necesitan conocimientos precisos y esfuerzo para adquirirlos. La buena voluntad no basta.
Es cierto que se trata de una ciencia que no se adquiere sólo a base de letra impresa. La educación es un proceso de formación continua, en el que la mayoría de las cosas se aprenden como fruto de la experiencia personal.
Sin embargo, sería una pena prescindir de toda la sabiduría que hay plasmada en tantos libros, o del enriquecimiento mutuo que producen las conversaciones con personas sensatas y experimentadas, o en cursos de orientación familiar. Sería esperar milagros que vinieran a suplir nuestra dejadez.
Es siempre ilustrativo –decíamos– el intercambio de impresiones con otros matrimonios que tengan hijos en edades parecidas, y que realmente se hayan preocupado de procurar darles una buena educación. Es algo siempre ameno y esclarecedor, que lleva a reflexionar con hondura, y que da ideas. Su utilidad depende mucho también de la capacidad de autocrítica que tengamos sobre nuestro propio modo de educar.
Se trata de recibir nuevas ideas, aunque sean exigentes y a veces difíciles de poner en práctica, no de buscar a alguien que nos diga que lo hacemos muy bien. No vayamos a caer en el síndrome de esos enfermos que van de médico en médico hasta que encuentran uno que les deja hacer lo que les apetece.
Educar a los hijos es algo demasiado importante. Los experimentos, con gaseosa, como recomienda el dicho popular. Es cierto que la responsabilidad corresponde a los padres, pero acometer solos los padres esa tarea tiene muchos riesgos.
Para empezar, educar hoy es diferente a como nos educaron a nosotros: basarse sólo en nuestra experiencia, hoy, no es suficiente.
Y como todos sabemos que equivocarse en esto puede conducir fácilmente a situaciones irreversibles, no es prudente correr los riesgos que llevaría consigo un orgulloso e infantil planteamiento excesivamente autodidacta.
Todo buen padre, toda buena madre, debe esforzarse en aprender y adquirir competencia en su oficio de educador. Y para adquirir esa competencia es preciso reflexionar, leer, estudiar, consultar y hablar, para así, después, tomar las decisiones oportunas sabiendo adaptarse a cómo son sus hijos.
Sus amigos. Educación en la amistad y el compañerismo Hay que acertar en esto de los amigos. Su influencia es muy poderosa, y a estas edades puede empezar a ser ya en algunos casos mayor que la de los padres.
Es un error, de entrada, dificultar que los hijos puedan hacer amigos. No se debe pretender edificar su cariño al hogar sobre los escombros de sus amistades personales. Las celotipias y los exclusivismos son siempre negativos a largo plazo. Los amigos y el ambiente familiar no son cosas contrapuestas. Es una pena privarle de la gran ayuda que supone el contar con buenas amistades.
Todos los casos que he conocido en los que los padres se enorgullecían de que sus hijos se pasaban la vida en casa y que no echaban de menos tener amigos porque ya les tenían a ellos, han conducido finalmente a resultados insatisfactorios. A la larga, acaban por convertir al chico en un ser superprotegido y sin relaciones que un día quedará indefenso y a merced del amigote ocasional o del aprovechado de turno.
Fomenta que tu hijo tenga muchos amigos, y buenos. Para lograrlo habrá que enseñarle a portarse bien y a tener detalles de preocupación por ellos, a cultivar la amistad sin instrumentalizarla para su simple provecho. Habrá que ingeniárselas para conocer a sus amigos y charlar distendidamente con ellos. E incluso, si es posible, con sus padres. Por ejemplo, dando facilidades para que los traiga a casa, o coincidiendo con esas familias con ocasión de cualquier acontecimiento deportivo, fiesta o excursión.
Los buenos amigos son siempre una gran ayuda mutua.
Recuerdo ahora el caso de un chico inteligente y trabajador, excelente deportista y querido en la clase, que un buen día sufrió una profunda depresión sin aparente causa externa. Algo poco corriente a estas edades, pero que a veces sucede. Sus padres estaban muy preocupados. Dejó de ir al colegio, sufrió diversas complicaciones y perdió la ilusión por todo.
Por todo, menos por un amigo suyo de la clase. Su madre comprobaba con asombro cómo su hijo únicamente salía de su hundimiento psicológico cuando este compañero suyo le visitaba o llamaba por teléfono, cosa que estuvo haciendo mientras duró la enfermedad, con una paciencia y sensatez que a cualquiera habrían parecido impropias de su edad.
Pasado un tiempo, con la adecuada medicación y la atención de todos, volvió a la normalidad. Su madre guardará siempre un agradecimiento muy especial a ese amigo de su hijo, porque está convencida de que esa ayuda fue la terapia más eficaz que recibió.
Toda una demostración del valor de la amistad, que puede servirnos de estímulo para fomentar que se rodee de amigos adecuados. Amigos que juegan un importante y silencioso papel en la educación.
Un buen colegio, pero no sólo eso —Eso que cuentas de los buenos amigos está muy bien, pero el chico no se hace amigo de quiénes tú le digas…
Algo siempre se le puede hacer razonar de vez en cuando –sin cargar las tintas ni ser pesados– sobre qué tipo de amigos “le convienen”. Tener amigos que apenas estudian, por ejemplo, lleva con facilidad a no estudiar. Y si son un poco golfos, no sería extraño que uno lo acabe siendo también. Aunque, por fortuna, también sucede al revés. Todos los que nos hemos dedicado a la enseñanza conocemos multitud de casos, en los que, por ejemplo, un buen amigo ayuda a ser estudioso a otro.
Se puede hablar con el chico de estas ideas, y puede entenderlo, aunque conviene respetar habitualmente sus preferencias, sin imposiciones directas, salvo casos de claro peligro. Los amigos son suyos, no nuestros, y son ellos quienes han de encontrar simpatía y atractivo entre quienes conocen para brindarles su amistad.
Está claro que no basta sólo con decírselo, y menos aún con simplemente desearlo. Pero hay muchos detalles prácticos que sí están al alcance de los padres. El chico tiende de por sí a seleccionar sus amistades, pero debes facilitárselo haciendo que se mueva en un ambiente en el que trate chicos que puedan hacerle bien. Si no, será casi imposible que haga buenos amigos. Los padres deben contar con esto siempre en sus decisiones.
—¿En qué decisiones? Por ejemplo, a la hora de elegir colegio. El colegio juega un papel fundamental en su educación, puesto que es donde pasa casi todo el día y donde tiene la mayor parte de sus relaciones. Por eso es tan importante escoger bien dónde estudia, aunque suponga un sacrificio económico o un mayor tiempo de transporte. Sería una pena que una despreocupación en este punto echara a perder en las horas escolares lo que con tanto esfuerzo va aprendiendo en el hogar.
Y no sólo al decidir a qué colegio va, sino también a la hora de asumir el protagonismo que a los padres corresponde en la vida escolar. Por ejemplo, preocuparse de acudir a las reuniones para padres que allí se celebran, o visitar al tutor o a los profesores cuando sea preciso, aunque nos falte tiempo. Supone seguramente un sacrificio, pequeño o grande, pero merece la pena. Se verá siempre compensado por lo valioso del intercambio de impresiones sobre el chico. Así, la mayoría de los problemas –ya lo hemos dicho– podrán resolverse antes de que llegue realmente a serlo.
Su entorno en el tiempo libre. Los clubes juveniles —Sí, pero puedes estar sacrificándote para pagar un buen colegio, y poniendo un gran esfuerzo para mejorar el ambiente familiar, y luego perderse todo por los amigos que hace durante su tiempo libre.
Efectivamente, por eso debes preocuparte también de que tenga un entorno adecuado para el tiempo libre.
—Sí, claro, pero eso… ¿cómo se consigue? Porque, por mucho que insistas, el chico es muy independiente y no acepta tan fácilmente que le digas en qué ambiente se tiene que mover…
Por supuesto, pero hay factores que favorecen que esté en un ambiente adecuado, y pueden estar en tu mano.
Por ejemplo, hay que pensar en estos temas al decidir sobre el lugar en donde se vive. A lo mejor no es lo ideal para el chico trasladarse a vivir a aquella urbanización de alto standing pero de ambiente frívolo, que le hace casi imposible continuar con los amigos que tenía, y que le desarraiga de un ambiente que le iba bien.
—Pero si tiene aire puro y espacio abierto para jugar…
Sí, pero educar no es cuestión de zonas verdes y pistas deportivas. Aunque son cosas buenas, eso es casi lo de menos.
Y sucede algo parecido con el lugar donde pasar el verano o el fin de semana. Quizá no sea el sitio más adecuado aquel lugar de dudoso ambiente moral –por mucho que digas que a tu hijo apenas le afectará–, o donde los chicos que hay de su edad no parece que le convengan demasiado. Hay abundante experiencia, además, de cómo un chico empieza un picado irreversible por un mal verano a estas edades. Busca otra solución mejor, pensando más en tu hijo, aunque para ti sea menos cómodo.
—De acuerdo. Yo soy de los que reconocen que si vamos a esos lugares suele ser por comodidad nuestra, de los padres. De todas formas, aunque fuéramos a sitios mejores, no sé si sería suficiente, porque una buena parte del tiempo libre lo pasará en casa, pero el resto querrá estar con sus amigos, y hemos quedado en que eso es bueno. Y la experiencia demuestra que muchas veces no es fácil conseguir que se relacione con chicos conocidos por los padres, y que sean de familias sanas y tengan costumbres y modos de divertirse sanos.
Es un problema ése que preocupa a casi todas las familias.
Por eso muchos padres se ponen de acuerdo para promover clubes juveniles donde sus hijos aprendan a pasarlo bien de forma sana, aprendan cosas útiles, hagan amigos en un ambiente favorable y reciban una ayuda en su formación.
Son una gran tranquilidad para los padres, pues de esta manera los chicos ocupan bien bastantes de esas horas de después de salir de clase, o del fin de semana, o de una parte de las vacaciones, al tiempo que aprenden cosas interesantes. Por supuesto –igual que decíamos con el colegio–, tampoco se trata de abandonar la educación del hijo en los preceptores o tutores del club juvenil. Sigue siendo responsabilidad de los padres, aunque por supuesto recibirán una buena ayuda.
También son útiles porque es importante que el chico tenga confianza con personas ajenas a la familia que te merezcan garantía. No olvides que pronto probablemente necesitará de una voz amiga que le oriente cuando su autosuficiencia adolescente quizá le retraiga de consultar con sus padres. Esa función cumplen muchas veces los preceptores o tutores de los colegios y de los clubes juveniles, y son una gran ayuda en la tarea educativa de los padres.