Juan Gavaza casó a sus dos hijas con dos caballeros muy nobles. El padre quería tanto a sus yernos que les repartió sus posesiones en oro y demás bienes. Ellos se mostraban agradecidos. Pero cuando se acabó el tesoro y sus yernos se olvidaron del suegro. Él, muy apenado, decidió darles una lección. Pidió unas monedas a un amigo y las guardó en un cofre. Hizo que sus hijas espiaran la operación. Cuando ya habían caído en el engaño, devolvió el dinero a su amigo, esta vez, en total secreto. Los últimos días del señor Gavaza discurrieron con todo tipo de atenciones por parte de sus yernos e hijas. Cuando murió abrieron el cofre y encontraron una maza muy grande con una escritura en el mango que decía así: “Yo, Juan Gavaza hago este testamento: que quien menosprecie a alguien porque ya ha repartido todos sus bienes, como se hizo con Juan Gavaza, que en la frente le den con esta maza”.