Tener una buena ley, y tener una mejor financiación, sería sin duda una gran ayuda. Pero tampoco debe pensarse que basta con eso para encontrar una buena y rápida solución a nuestros problemas.
Con la misma ley, tenemos en España territorios con unos resultados magníficos (equiparables o superiores a los de Finlandia, por ejemplo) y otros territorios con resultados que se acercan a lo desastroso. Por tanto, parece que el problema para tener buenos resultados no depende demasiado de las leyes.
También podemos ver que tenemos comunidades autónomas con una financiación muy generosa de la educación pero que arrojan resultados medianos en las evaluaciones internacionales. Y otras comunidades autónomas con una financiación de aproximadamente la mitad que las anteriores, que tienen unos resultados excelentes. Luego tampoco parece que una buena financiación garantice buenos resultados. En esto sucede como en las familias: tener más dinero no asegura que eduques mejor a tus hijos, porque depende mucho de cómo emplees ese dinero. No quiero caer en simplificaciones con esto, me limito a señalar que es importante tener presupuesto, pero es igualmente importante administrar bien ese presupuesto.
Una buena ley, con un buen acuerdo de Estado por la educación, permitiría enfriar la contienda ideológica en torno a la educación, y sobre todo permitiría que todos nos centráramos más en los problemas reales de la educación.
Hace falta personas que tengan el liderazgo necesario para superar viejas confrontaciones. Personas que piensen en mejorar la educación y no en enfrentar posiciones. Personas que no quieran legislar contra los demás sino crear marcos normativos en los que quepan todos. Personas que no piensen que se arregla la educación cambiando una ley: es preciso cambiar el ambiente en torno a la educación, crear un clima de colaboración, de no excluir al otro. La solución está sobre todo en crear nuevas actitudes, no simplemente en un texto publicado en el Boletín Oficial del Estado. Lo más importante del pacto es lograr un espacio de calma que aleje de la escuela los intereses y vaivenes políticos.
Debe haber un acuerdo sobre temas como la evaluación, la autonomía de los centros, la enseñanza concertada, la selección y formación del profesorado, la asignatura de religión, etc. Pero lo importante es que la educación deje de ser arma arrojadiza en el debate político.
La seguridad, la convivencia, la innovación, la evaluación, la comunicación… son ejemplos de puntos concretos en los que mejorar. Un buen educador siempre debe albergar un espíritu de renovación, una cierta insatisfacción con el presente, un deseo de mejorar, de no acomodarse, de despertarse y despertar a otros. Es preciso reflexionar con profundidad sobre el escenario actual y futuro de la educación. Reflexionar sobre las demandas reales de las familias y la efectividad de cada uno de los aspectos de cada oferta educativa. Aprender a evaluar mejor, a trabajar con criterios más profesionales, a hacer la excelencia más accesible a todos, seguir apostando por la equidad y la igualdad de oportunidades, hacer que la escuela sea más eficiente, más solidaria, más segura, más excelente, más innovadora.
Alfonso Aguiló, “Educar en una sociedad plural”, Editorial Palabra, 2021