Señalar obstáculos no es crearlos.
Si Cristo es un profeta más, y todas las religiones son iguales, entonces, ¿qué sentido tienen el Evangelio y la Iglesia? En respuesta a esta pregunta, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó el 5 de septiembre pasado la declaración Dominus Iesus, en la que se reafirma el carácter único y universal de la salvación traída por Cristo. A pesar de que el texto no hace más que repetir el argumento por el que han dado la vida millones de cristianos desde los primeros años de nuestra era, ha suscitado una auténtica avalancha de reacciones en la prensa internacional, y entre exponentes de otras confesiones religiosas. Para comprender mejor la declaración vaticana, Alfa y Omega ha entrevistado a uno de los teólogos que acompañaron al cardenal Joseph Ratzinger en la presentación de la Declaración a la prensa: monseñor Fernando Ocáriz, Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe y profesor de Teología Fundamental y Dogmática en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de RomaSi Cristo es un profeta más, y todas las religiones son iguales, entonces, ¿qué sentido tienen el Evangelio y la Iglesia? En respuesta a esta pregunta, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó el 5 de septiembre pasado la declaración Dominus Iesus, en la que se reafirma el carácter único y universal de la salvación traída por Cristo. A pesar de que el texto no hace más que repetir el argumento por el que han dado la vida millones de cristianos desde los primeros años de nuestra era, ha suscitado una auténtica avalancha de reacciones en la prensa internacional, y entre exponentes de otras confesiones religiosas. Para comprender mejor la declaración vaticana, Alfa y Omega ha entrevistado a uno de los teólogos que acompañaron al cardenal Joseph Ratzinger en la presentación de la Declaración a la prensa: monseñor Fernando Ocáriz, Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe y profesor de Teología Fundamental y Dogmática en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma.
–En un momento cultural en el que Nueva Era y el sincretismo quieren llenar el vacío espiritual de muchas personas con una especie de supermercado de la religión, la Santa Sede reafirma de manera clara que Cristo y su Iglesia son la puerta que abre el camino a la salvación. ¿Hay alguna novedad en la Declaración? –No. En la sustancia doctrinal, no hay novedad. Es un documento que declara lo que la Iglesia había ya enseñado. Basta notar que la Declaración está, en buena parte, construida con textos de la Sagrada Escritura y del Magisterio anterior, sobre todo del Vaticano II y de Juan Pablo II. Concretamente, esto es así en los tres puntos claves de la Dominus Iesus. En primer lugar, en la afirmación de la unicidad y universalidad de la mediación salvífica de Jesucristo. Que Cristo es el único Salvador, y que lo es para todos los hombres, es una verdad que está en la base misma del cristianismo desde sus orígenes: en la predicación de Jesús y en la de los Apóstoles. Desde entonces, esta firme convicción se encuentra en toda la tradición patrística, en la fe del pueblo de Dios y en el magisterio de la Iglesia de todos los tiempos. Lo mismo se puede decir respecto a los otros dos grandes temas: que la Iglesia fundada por Cristo subsiste plenamente sólo en la Iglesia católica, mientras que más allá de sus confines visibles se pueden hallar algunos elementos de santificación y de verdad propios de la misma Iglesia; y, en fin, que la salvación de toda persona humana proviene de Cristo por el Espíritu Santo y a través de la Iglesia: una mediación salvífica de la Iglesia que, en el caso de los no cristianos, se realiza por vías que no conocemos. Todo esto se encuentra ya en el Vaticano II y, por lo que se refiere a los no cristianos, también y de modo muy claro y profundo en la encíclica Redemptoris missio: un documento de gran densidad e importancia que a muchos pasó casi inadvertido.
–Entonces, ¿por qué se publica precisamente ahora la Dominus Iesus? –La decisión pertenece, naturalmente, al Romano Pontífice. Pero es una decisión que no sorprende, porque el tema es de gran actualidad. Desde hacía tiempo se dejaba sentir la necesidad de recordar algunas enseñanzas de la Iglesia. Son cuestiones que estaban quedando oscurecidas, no sólo entre especialistas en esas materias, sino también en la calle. ¿Quién no ha oído con frecuencia frases del tipo: Lo importante es que cada uno sea fiel a sus propias ideas, o a su propia religión, si la tiene? Desde luego, eso es importante, pero no lo es menos el que las propias ideas sean correctas, y el que la propia religión sea verdadera. Lo decisivo es ser fieles a Dios, y los cristianos no lo seríamos si desoyéramos el mandato misional de Cristo de llevar la Buena Nueva a todo el mundo.
–En general, la reacción de otras Iglesias cristianas ha sido bastante negativa. Algunos han hablado de un freno al ecumenismo. ¿Está usted de acuerdo? –Me parece que la Declaración no es un obstáculo al ecumenismo. Al contrario, en el fondo, será una ayuda. Es cierto que pone de relieve algunas de las dificultades que se han de superar para alcanzar la unidad de los cristianos, pero señalarlas no es crearlas: una cosa es poner obstáculos y otra bien distinta indicar dónde están. Esto último es necesario para el ecumenismo, porque para superar las barreras nunca es buen sistema el ignorarlas. Aunque el documento no está centrado en los aspectos ecuménicos, considero que su publicación es también un acto de lealtad de la Iglesia hacia sus interlocutores en los diálogos ecuménicos. A la vista de algunas reacciones, parece confirmarse que algunos consideraban que la Iglesia podía cambiar su doctrina y, en consecuencia, tenían un tipo de expectativas ecuménicas irrealizables. Pero esto tampoco puede considerarse un freno real a un serio empeño ecuménico, al que la Iglesia católica ni puede ni quiere renunciar.
–Por lo que se refiere al diálogo entre las religiones, Juan Pablo II ha realizado un gran esfuerzo durante este pontificado. Tras esta Declaración, ¿cómo será el diálogo interreligioso? –La Declaración tendrá, en mi opinión, un influjo positivo. Por una parte, el documento vuelve a insistir en que la Iglesia mira con respeto y veneración los elementos de verdad y de bien que se encuentran en las religiones no cristianas, y desea que se conserven: no porque los vea como complementarios al cristianismo, sino porque tienen un valor de preparación evangélica, facilitan que las personas se abran a la acción salvadora de ese Cristo al que aún no conocen. Por otra parte, no deja de manifestar con sinceridad y claridad que en las religiones no cristianas se encuentran —junto con aquellos elementos positivos— insuficiencias y errores que constituyen un obstáculo para la salvación. Esta claridad, unida siempre a una caridad sincera con las personas, es base imprescindible para el diálogo.
El diálogo interreligioso es uno de los cauces hacia el Evangelio y no una especie de mesa para establecer pactos y acuerdos pragmáticos. Cristo envió a los apóstoles a evangelizar, y los cristianos hemos de continuar esa misión —llamada apostolado— en todas las épocas de la Historia, con la oración, el sacrificio, el servicio a los demás, y también con el diálogo sobre la base del respeto a la libertad de las conciencias, el aprecio mutuo y la amistad. Hay motivos para esperar que el influjo positivo de la Dominus Iesus se hará notar con el paso del tiempo.
–El documento, sin embargo, parece dirigido más bien a los católicos y particularmente a los teólogos. En los últimos años, algún que otro profesor de Teología ha presentado a Cristo como un gran personaje, ciertamente, pero uno más entre la larga lista de profetas o guías espirituales de la Humanidad. ¿Nos encontramos ante una especie de nueva herejía? –Efectivamente, el documento se dirige en primer lugar a los católicos, aunque también será de utilidad para muchas otras personas que buscan sinceramente la verdad. A los fieles católicos les confirmará en lo que ya saben: que Jesucristo no es uno más entre los fundadores de las diversas religiones, ni la Iglesia fundada por Él es una más entre otras. Ante los intentos de presentar todas las religiones como más o menos válidas, es preciso plantearse responsablemente la búsqueda de la verdad, sin dejarse arrastrar por modas; tomarse el trabajo de indagar con buena voluntad. Para un católico, sostener que Jesucristo es sólo un guía espiritual, o un camino hacia Dios entre otros muchos, más que una herejía —que sería quedarse con una parte de la doctrina de la fe, rechazando otra—, es negar lo más específico o esencial del cristianismo: que Cristo es Dios encarnado, el Hijo eterno y consustancial al Padre hecho Hombre para nuestra salvación. Por otra parte, es conocida la observación que, entre los seguidores de las diversas religiones no cristianas y sus respectivos maestros, hay siempre de por medio una tumba cerrada, mientras que entre los cristianos y Cristo no es así, pues la tumba está abierta y vacía: que Cristo ha resucitado es un hecho históricamente comprobado, aunque trasciende la Historia y posee un significado al que sólo con la fe tenemos acceso.
Pero la Dominus Iesus no se detiene en la credibilidad de la fe católica. Se refiere, más concretamente, a la tesis de algunos teólogos que sostienen que las religiones no cristianas, en sí mismas, pueden ser caminos de salvación paralelos o complementarios al cristianismo. Esto, como afirma la Declaración, es incompatible con la fe en que Jesucristo es Dios hecho Hombre, el único Mediador entre Dios y los hombres, fundador de una sola Iglesia que es su Cuerpo místico y signo eficaz —sacramento— universal de salvación.
Desde luego, no se puede ignorar que han pasado 2.000 años desde la venida de Jesucristo al mundo y, sin embargo, continúa habiendo miles de millones de hombres y mujeres que no Lo conocen o tienen de Él una idea deformada. Ante esto, algunos se sienten inclinados a pensar que también otras religiones, en cuanto tales, han de ser caminos de salvación queridos por Dios, más allá o independientemente de la mediación de la Humanidad de Cristo. Esta conclusión, sin embargo, procede de un reductivo modo de razonar, porque en lugar de reconocer que estamos ante el insondable misterio de la Providencia de Dios, Señor de la Historia, simplemente lo elimina, cancelando a la vez lo específico cristiano. La Iglesia cree y enseña que la salvación de toda persona humana —también de los no cristianos— viene de Cristo, que obra en el mundo por medio de la Iglesia, no sólo en su realidad social y visible, sino especialmente en su misterio interior, espiritual: en su ser la Comunión de los Santos. Que en el mundo haya millones de personas que aún no conocen a Cristo, ha de despertar la responsabilidad apostólica de los creemos en Él. Pienso que la Declaración estimulará a los teólogos a profundizar en la dimensión misionera de la Iglesia, y contribuirá a que los cristianos tomen más conciencia del mandato de Cristo de llevar el Evangelio a todas partes.
–Esas posiciones se basan en el relativismo, por el que toda verdad es válida y toda verdad es relativa; por consiguiente, las religiones —al igual que las doctrinas de pensamiento— equivalen entre sí. En el alba del tercer milenio, tras la caída de las ideologías, el relativismo será el gran desafío de la Iglesia. ¿Exagero? –Me parece que no exagera; no será el único desafío, pero sí uno de los mayores, especialmente en los países económicamente más desarrollados. Quien afirma que una religión vale la otra —como lamentaba Juan Pablo II en la Redemptoris missio— es evidente que se sitúa en las arenas movedizas del relativismo, en un desierto sin puntos de referencia. Hoy día está bastante extendido un relativismo religioso de matriz cultural-geográfica, como es el de los que piensan que el camino de salvación en Occidente es uno (el cristianismo), mientras que en Oriente es otro u otros completamente diversos. Sin embargo, la misión de evangelizar a todos los pueblos, conferida por el Señor a los Apóstoles, demuestra que la pluralidad de religiones no responde a la voluntad salvífica de Dios, por más que la Providencia divina, en sus misteriosos designios, haya querido contar con la cooperación libre de los hombres, y más concretamente con el dinamismo apostólico de los cristianos, para llevar a todos el Evangelio.
En otros casos, el relativismo religioso tiene un origen diverso. Por ejemplo, no faltan quienes quieren ver en las certezas en materia religiosa un peligro de intolerancia, tal vez porque siguen manejando una noción volteriana de tolerancia, sin entender que se pueden tener a la vez sólidas convicciones personales y un profundo respeto por quienes no las comparten. Como ha vuelto a recordar hace pocos días el Papa, en el Jubileo de los profesores universitarios, la verdad ha de ser propuesta, nunca impuesta. Pero más allá de las consideraciones que podrían hacerse acerca del relativismo religioso y de sus causas, está la confianza en que el espíritu humano se encuentra constitutivamente atraído, inclinado, hacia la verdad.
A la larga, la razón no soporta las contradicciones —como la de afirmar que caminos o religiones divergentes en la doctrina y en la moral, pueden conducir a un mismo fin, a la salvación—, ni acepta por largo tiempo el simple voluntarismo o un sentimentalismo como orientación de la existencia. La encíclica Fides et ratio ha tratado muy concretamente de la íntima unión entre la fe cristiana y la razón. La Dominus Iesus también tiene tras de sí este apoyo firme.
Reconocer el valor y significado absolutos de Jesucristo al confesarlo como Dios hecho hombre, nada tiene que ver con una actitud absolutista. El empeño por llevar a todo el mundo la luz y la fuerza salvadora del Evangelio, no es ni puede ser un deseo de autoafirmación, sino un servicio a los demás mediante la verdad que salva: verdad que es camino de felicidad; verdad de la que no somos ni origen ni propietarios, sino beneficiarios y servidores; verdad que debe ser siempre transmitida con caridad y respeto a la libertad.
Monseñor Fernando Ocáriz Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe Alfa y Omega, 28.IX.00