Para atención de los que experimentan con humanos, no ya al amparo de la mezcla de ideología y ciencia, como Mengele, sino al amparo de la mezcla de dinero y ciencia.
Era probablemente la persona y el nombre que mejor ha simbolizado todo el horror del nacionalsocialismo y del holocausto. Mucho se ha escrito sobre la vida y la mente diabólica de Hitler, sobre el fanatismo de Goebbels, la falta de escrúpulos de Göring, el sadismo de Himmler o el escalofriante rigor burocrático de Eichmann. Pero en ninguno de ellos confluyen como en el doctor Josef Mengele –conocido como el ángel de la muerte del campo de exterminio de Auschwitz–, teoría y práctica del holocausto, de la selección racial y el experimento científico con seres humanos.
Aún hoy tiemblan los supervivientes cuando recuerdan la espigada figura del médico y capitán de las SS en la tristemente célebre “rampa de la muerte” de Auschwitz seleccionando entre los prisioneros a quienes podían trabajar, quienes iban directamente a la cámara de gas y a los niños, mujeres y hombres con peculiaridades físicas que utilizaba para sus experimentos.
Su siniestra fama se convirtió en terrible leyenda cuando desapareció después de la guerra. Durante 34 años vivió huido e impune, bajo un sinfín de nombres, protegido por otros nazis en Latinoamérica, hasta que en 1979 murió ahogado en una playa de Brasil. Los intentos de localizarlo y capturarlo fracasaron siempre. Hasta 1985 no se pudo confirmar su muerte.
Ahora, 25 años después de ahogarse en la playa brasileña de Bertioga, salen a la luz unas cartas inéditas suyas a amigos y familiares que demuestran que Mengele murió como un nazi convencido y firme defensor de la pureza aria como defensa contra el contagio de debilidades y vicios de las “razas inferiores”.
Son 85 escritos confiscados hace 20 años en la casa de amigos suyos y después olvidados en los archivos de la policía brasileña. Ahora han sido traducidos del alemán y publicados por el diario Folha de São Paulo. Son testimonios banales de la vida de fugitivo de quien sin duda fue uno de los asesinos más crueles y sofisticados de la historia.
Pero una y otra vez aparecen comentarios y reflexiones que revelan a un Mengele que de nada se arrepentía y seguía obsesionado por la pureza de las razas superiores y la validez de los principios ideológicos del nazismo a los que de forma tan destacada sirvió.
En uno de los documentos, destinado a su diario en 1976, escribió que estaba leyendo las memorias de Albert Speer, el que fuera ministro de Armamento y arquitecto favorito de Hitler. Speer, juzgado en Núremberg, escribió sus memorias mientras cumplía los 20 años de condena que le fue impuesta.
El ángel de la muerte ve en el libro disculpas y lamentos inaceptables. “Se ha humillado [Speer] y se muestra arrepentido, lo que resulta muy lamentable”, comenta Mengele. Aunque en ninguna de las cartas aparece referencia a su paso por Auschwitz, sí hay frecuentes comentarios sobre el “peligro de la mezcla de razas siempre que no sean muy similares”.
Según dice en 1972, Latinoamérica “corre un serio peligro si disminuye el peso de las razas nórdicas; la civilización creada por los europeos en otras partes del mundo sólo es ejemplo de éxito allí donde los blancos no se han mezclado”. Y elogia la segregación racial de Suráfrica, entonces en su cenit. A EE UU le augura un futuro de ruina por “su exceso de mezcla”.
En otra carta protesta porque una sobrina suya tiene un novio de origen alemán que no comparte “la ideología aria”. Mengele vivió tres años escondido en Baviera tras la guerra y después, gracias a las redes de apoyo nazis, huyó a la Argentina de Perón; después, a Paraguay, y finalmente se instaló en Brasil.
Allí murió sin ser juzgado siquiera por su conciencia, como revelan sus escritos después de 34 años de ser uno de los criminales más buscados del mundo.