La religión en Harvard y en la escuela española ¿Se puede ser un hombre o una mujer educados hoy día sin tener conocimientos religiosos? En una universidad de elite como Harvard se lo acaban de plantear ante una reforma del plan de estudios. En la escuela pública española, que no destaca precisamente por su excelencia, parece que lo moderno es mantener las mentes de los alumnos lo más alejadas posible de la cultura religiosa. En Harvard, el comité encargado de revisar los planes de estudio del primer ciclo universitario ha propuesto que, como parte de la educación general, todo alumno haga un curso dentro de un área que denomina “Fe y razón” (ver Aceprensa 108/06). Evidentemente, no se trata de una enseñanza religiosa confesional. Lo que se pretende es estudiar “la interrelación entre la religión y varios aspectos de la cultura y de la sociedad nacional e internacional”. El comité advierte que la cultura “profundamente secular” con la que se encuentra hoy día el alumno al entrar en Harvard no prepara adecuadamente al alumno para entender el mundo contemporáneo, donde los problemas religiosos están cada vez más en primer plano.
Si alguna vez se pensó que la religión sería cada vez más marginal en el mundo moderno, la realidad lo ha desmentido. Por eso, una persona cultivada, creyente o no, estará mal preparada si carece de conocimientos religiosos.
Todavía no se sabe si Harvard pondrá en práctica esta recomendación, pero el mero hecho de que se haya formulado ya es significativo. Harvard ha marcado el camino en muchas innovaciones universitarias, y si cree que hay que estudiar religión, otros le seguirán.
La recomendación puede parecer atrevida en Harvard (aunque no olvidemos que allí siempre ha habido una Divinity School), pero es innegable que responde a la realidad del mundo contemporáneo. Los flujos migratorios han hecho que muchas ciudades de Occidente tengan comunidades religiosas cada vez más variadas que deben convivir. La globalización hace más necesario comprender las corrientes religiosas que están detrás de cambios sociales y políticos. Basta observar el curso acelerado de religión musulmana que se imparte desde la prensa para distinguir entre sunitas y chiíes, dilucidar el sentido de la “yihad” o guerra santa, o justificar si el Corán exige el velo en las mujeres. Las reacciones ante la crisis de las caricaturas de Mahoma o la del discurso de Benedicto XVI en Ratisbona indican que hay grupos (religiosos y secularistas) dispuestos a explotar la confrontación.
Pero no se trata solo del islam. El papel de los evangélicos en las elecciones americanas, la cuestión de la entrada de Turquía en la UE, la labor pacificadora de la Iglesia católica en África, o la influencia de la ortodoxia en el nacionalismo ruso, son algunos botones de muestra de cuestiones en las que si se ignora el factor religioso no se comprende nada. Hoy día, hasta para hacer negocios o hacer política en un mundo globalizado hay que comprender las convicciones religiosas del interlocutor. El analfabetismo religioso no solo es una carencia cultural, sino también un riesgo.
Frente a esta realidad, en España seguimos sumidos en la inacabable polémica sobre la enseñanza de la religión en la escuela. El gobierno no tiene más remedio que aceptar la enseñanza de la religión católica como optativa, en virtud de los Acuerdos con la Santa Sede. Pero hace todo lo posible para que sea una asignatura sin valor académico, y defiende celosamente que los laicos oídos de los otros alumnos no resulten perjudicados por cualquier enseñanza del hecho religioso. Y otros grupos aún más radicales siguen empeñados en expulsar de la escuela cualquier enseñanza religiosa, aunque sea optativa.
Ciertamente, el hecho de que unos estudien religión católica no debe llevar a aumentar la carga lectiva de los otros, solo para equilibrar. Pero habría que tener en cuenta que quien termina la escuela desprovisto de cultura religiosa, no sale con ninguna ventaja, sino con un hándicap. Por eso, la fórmula que propuso el anterior gobierno –la enseñanza de religión para el que la eligiera y el estudio no confesional del hecho religioso para los otros– hacía más por el bagaje intelectual de todos.
La escuela no puede limitarse en este terreno a una mera llamada a la tolerancia. El respeto del otro nace del conocimiento, que inmuniza contra los estereotipos, los prejuicios y las medias verdades. Más vale que los alumnos españoles lo aprendan en su etapa escolar, pues la gran mayoría no irán a Harvard.
Aceprensa, 117/06