Necesitamos educar a toda una generación para profesiones que ahora no existen, para enfrentarse a escenarios que en este momento no podemos prever, para resolver cuestiones que ahora ni conocemos.
Es cierto que lo esencial de la educación se mantiene. Que seguimos buscando luz para las mismas grandes cuestiones de siempre. Que lo más sustancial de la educación siempre tendrá vigencia. Que la figura del profesor siempre será decisiva, y su trabajo será cada vez más necesario.
Pero ese trabajo del profesor será en el futuro un tanto diferente a como ha sido desde muchos años atrás. Decía John Henry Newman que a veces hay que cambiar para continuar siendo uno mismo. Porque se mantiene nuestra misión, pero cambia nuestro entorno, y hay que hacer cosas diferentes. Porque cambian las personas que nos escuchan, cambian sus expectativas y sus sensibilidades. Y quizá no debemos seguir haciendo lo mismo, aunque en esencia sigamos viajando en la misma dirección.
Hay que afrontar todos esos cambios con inteligencia, conociendo bien el escenario en que nos movemos. La vida escolar, con su permanente contacto entre toda la comunidad educativa, nos ayuda a diario a conocer cómo han cambiado las mentalidades y sensibilidades. No debemos refugiarnos en una actitud defensiva, de seguir haciendo todo «como siempre lo hemos hecho». Es preciso discernir bien esos cambios que se han producido, o que se están produciendo, sin fiarse demasiado de los análisis precocinados que nos presentan desde muy diversos ámbitos.
Se respira en la escuela en estos últimos años un gran interés por la innovación, un interés que genera optimismo. Y es obvio que no se trata de innovar por innovar, como si algo, simplemente por el hecho de ser nuevo, fuera ya mejor. Innovar es un proceso constante de adaptación, de constante personalización de la enseñanza, de adecuación a quienes queremos servir.
Innovamos para adaptarnos y adelantarnos al cambio, para no ser arrollados por él. Por ejemplo, la escuela ha girado durante mucho tiempo en torno al saber contenido en el libro de texto, que ha sido la concreción fundamental de leyes educativas y planes de estudio. Pero hoy el profesor y el libro de texto ya no son, como antes, fuente y cauce casi únicos del conocimiento, y eso supone un gran cambio en el rol del profesor.
La escuela ya no es tanto transmitir lo que conocemos, aunque siga siendo una parte y una base, sino preparar y entrenar para hacer frente a lo que no conocemos. Los docentes y las familias queremos hacer más llevadera la tarea de aprender. Queremos generar ilusión por aprender. Aligerar la carga de los aprendizajes tediosos. Los niños (y los adultos) ya no aguantan estoicamente tanto como quizá antes. Hace falta más resiliencia, es verdad, pero también aprendizajes más motivantes.
Hay resistencias al cambio. Nuestras y de todos. Hay que combatir el conformismo, el aislamiento, el miedo, la pereza, la rutina, la mediocridad… nuestras y de todos. Las personas con visión valoran mucho la tradición, pero saben también adelantarse a su tiempo. No se acomodan. Saben hacer frente a los cambios y ponerlos a su favor.
Otro ejemplo es la tecnología, que ha irrumpido y cambiado nuestra vida diaria. Y ha venido para quedarse, con todo lo positivo y lo negativo que pueda acarrear. En ese sentido, hay que saber gestionar ese gran cambio, encontrar soluciones muy proactivas para la escuela (que no debe quedar al margen de ese cambio), soluciones centradas en impulsar las competencias, habilidades y conocimientos.
La tecnología nos ha traído nuevas formas de obtener información, nuevos modos de evaluar. La tecnología hace posible una mejor interactuación entre alumno y profesor, permite dinamizar el aula y la escuela, facilita la intervención de la familia, y todo ello empuja hacia una renovación metodológica. Se pueden crear de modo sencillo comunidades de aprendizaje. Se puede abrir la escuela a un entorno global, internacional e intercultural. Hay excelentes aplicaciones didácticas, que hacen más fácil adaptarse a mayor o menor velocidad de aprendizaje.
Es decisivo el ambiente de innovación. A veces, los efectos positivos proceden más del entusiasmo que pone el profesor cuando promueve una innovación, que de la innovación misma. Y no les funciona a quienes no tengan ese nivel de vinculación emocional con la innovación. Por eso es preciso unir la idea de innovación y de creatividad con la educación emocional. La innovación siempre tiene una propia marca personal. No se debe copiar sin analizar bien cada novedad, sin encontrar una vinculación emocional con el entorno en que nos movemos.
Todo esto puede ser un gran elemento transformador de la escuela. No basta ser buenos gestores, hacen falta líderes con capacidad de transformar. Los procesos de transformación suelen fracasar por falta de liderazgo, de metodología o de disciplina. Hace falta una cierta audacia para atreverse a cambiar. Si hacemos lo mismo de siempre, quizá no podemos esperar resultados muy diferentes.
La velocidad del cambio es vertiginosa, la estimulación para el cambio es alta, y la reflexión y análisis sobre el cambio deben ser permanentes. Son muchos los retos a los que se expone la sociedad y el individuo, y por eso la presión transmitida a los profesores y la escuela cada vez es mayor. La escuela no debe eludir su responsabilidad y debe por tanto buscar caminos para su transformación. Es una necesidad permanente. Hay que adaptarse a los cambios sociales, a las nuevas sensibilidades, a las nuevas necesidades que se plantean, a las nuevas posibilidades pedagógicas de que disponemos. Recordando siempre que la innovación no es una simple producción de novedad, que es preciso evaluar su impacto para comprobar que aporta un nuevo valor, que realmente aporta una mejora.
Queremos que los alumnos estén siempre aprendiendo. Para contagiar ese espíritu y ese talante, todos tenemos que tenerlo, tenemos que querer estar siempre aprendiendo. Tenemos que estar abiertos al cambio, a la mejora personal e institucional. Cambiar el alumno, el profesor, la familia. Cambiar todo el conjunto de la escuela. Cambiar en las organizaciones empresariales y los sindicatos. Cambiar en las autoridades educativas y en la acción política. La educación necesita personas que tengan el liderazgo necesario para superar viejas confrontaciones. ¿Cómo vamos a educar en el trabajo colaborativo si no colaboramos todos los que tenemos responsabilidades a la hora de educar?
Alfonso Aguiló, “Educar en una sociedad plural”, Editorial Palabra, 2021