La mayoría de los sacerdotes católicos considera de plena validez la norma del celibato presbiteral (vigente en la Iglesia católica de rito latino desde el siglo IV) como signo de una «entrega total» a su vocación.
Algunos colectivos eclesiales han solicitado una reforma que permita la existencia de curas casados. Sin embargo, la doctrina oficial de la Iglesia católica a lo largo de los siglos ha subrayado la importancia del celibato sacerdotal como signo de cercanía a Jesús y como modo de dedicarse plenamente al ejercicio de la labor pastoral de los presbíteros. En el Catecismo de la Iglesia católica se recoge que los sacerdotes son «llamados a consagrarse totalmente al Señor y a sus cosas», que se entregan «enteramente a Dios y a los hombres». «El celibato es un signo de esa vida nueva al servicio de la cual es consagrado el ministro de la Iglesia».
Como ha subrayado el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Darío Castrillón Hoyos, «se ha hecho un problema de algo que en sí no lo es. En el mundo hay 450.000 sacerdotes que viven su celibato con alegría. Frente a éstos, hay una minoría, porcentualmente insignificante, que se rebela contra esta ley del celibato, o que en algún momento de debilidad producida por múltiples causas, ha tomado la decisión de abandonar esta forma de vida».
Desde su experiencia personal, el cardenal Castrillón revela que «el celibato es un don, que se acoge como un amor de entrega, de donación, con un amor generoso hacia Dios y hacia los hombres como Cristo los amó. Sólo así se puede comprender el celibato».
Para el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco, «el sacerdocio exige un estilo de vida de total desprendimiento, por lo que el celibato es lo mejor». «Se pide ser célibe -añade- para ser sacerdote; el que no quiera ser célibe, no vale para ser sacerdote».
Por su parte, el obispo de Osma-Soria y director nacional de Obras Misionales Pontificias, Francisco Pérez, señaló que «para mí, el celibato es la gracia más hermosa que guardo en mi corazón y en mi vida sacerdotal. Le doy gracias a Dios por darme este carisma. Cuanto más pasa el tiempo, más enamorado estoy de él». Para monseñor Pérez, «el celibato me ayuda a amar más a Dios y a los seres humanos, embellece mi vida y la vida de la Iglesia». Sobre el debate acerca del celibato opcional, afirma que «el celibato sigue teniendo sentido, pese a las dificultades y las debilidades».
El celibato es opcional «La reivindicación del celibato opcional parece un sinsentido, porque nuestro celibato es opcional», indica Manuel María Bru, sacerdote desde 1989 y en la actualidad delegado de medios de comunicación del arzobispado de Madrid. «Nadie nos ha obligado a ser célibes, ni se nos ha pasado por la cabeza otra forma de entender nuestra vocación sacerdotal que como vocación también al celibato».
Para el sacerdote madrileño «mi vocación no es una profesión, sino la necesidad de seguir a Cristo siendo otro Cristo. Él vivió para los demás, yo pido la gracia de vivir para los demás. Él vivió célibe para cumplir su misión, yo pido la gracia del celibato para cumplir mi misión». Desde su experiencia como sacerdote en la parroquia de San Jorge, Bru añade que «he comprobado cómo la fidelidad al celibato no es una conquista, sino una gracia. El gran enemigo del celibato es la soledad, la exclusión social de una cultura laicista que nos mira y nos presenta como bichos raros, y la tentación al desánimo cuando no vemos la cosecha de nuestra siembra».
De la misma opinión es Ernesto Bilbao Solozábal, ordenado hace 11 años y que en la actualidad tiene a su cargo 56 pueblos de la Ribagorza oriental, cercana a Lérida. Para él, los recientes escándalos protagonizados por sacerdotes «me llevan a procurar rezar y desagraviar al Señor» y «verme capaz de cualquier cosa si me abandono». Sobre su postura frente al celibato, estima que «es un regalo del sacerdote a la Iglesia y a toda la comunidad», por lo que «hay que protegerlo con fidelidad y lealtad, con madurez y responsabilidad». Bilbao, ferviente partidario de vestir sacerdotalmente («manifesta mi entrega y disponibilidad las 24 horas del día»), opina que «hay que promover la fidelidad y la lealtad a los compromisos adquiridos, pero no sólo entre los curas, también en el matrimonio y en la vida social».
Iglesias de rito oriental Uno de los aspectos que sostienen la tesis de los partidarios de la existencia de sacerdotes casados está en que las Iglesias de rito oriental (en comunión con Roma) sí admiten esta figura. En este sentido, el Catecismo, en su artículo 1580, reconoce que «en las Iglesias orientales, desde hace siglos, está en vigor una disciplina distinta: mientras los obispos son elegidos únicamente entre los célibes, hombres casados pueden ser ordenados presbíteros y diáconos». Esta práctica, a juicio de la Iglesia católica, «es considerada como legítima desde tiempos remotos». No obstante, se subraya cómo «en Oriente como en Occidente, quien recibe el sacramento del Orden no puede contraer matrimonio».
Teófilo Moldovan es sacerdote rumano (de la Iglesia Ortodoxa de rito bizantino), está casado y trabaja en el secretariado de Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal. «Personalmente, tuve la bendición de Dios y la suerte de tener un apoyo moral y práctico en grado sumo por parte de mi esposa y mis dos hijas en mi larga trayectoria de vida sacerdotal». Sobre la postura de las Iglesias orientales, el padre Moldovan sostiene que «siempre manifestamos un profundo respeto de la disciplina celibataria en la praxis de la Iglesia católica latina. La norma celibataria merece todo respeto y aprecio, por la total entrega de la vida al servicio de Cristo y de la Iglesia».
Respecto a la polémica suscitada en nuestro país, el sacerdote opina que «con la secularización, el indiferentismo religioso y el sensacionalismo que se busca, resulta difícil la vida sacerdotal de los orientales casados y de los célibes latinos». A su juicio, «todo dependerá, en buena medida, de las personas y su responsabilidad moral y de conciencia ante Dios y el mundo, que asumieron la gran y exigente tarea divino-humana del sacerdocio».
«En nuestra Iglesia -abunda monseñor Virgil Bercea, obispo de Oradea Mare de los Rumanos- el 20 por ciento de los sacerdotes de rito greco-católico están casados, mientras que los otros viven el celibato. En mi diócesis tengo sacerdotes casados y con hijos y, en general, tienen más problemas que los demás, pues los célibes pueden dedicarse a la misión a tiempo completo, mientras que los casados tienen que entregar una parte de su tiempo y de sus preocupaciones a guiar y sostener a su familia».
El celibato en la historia de la Iglesia Aunque ya San Pablo subrayaba que «el célibe se ocupa de los asuntos del Señor, mientras que el casado de los asuntos del mundo», durante sus primeros siglos de existencia, el Cristianismo ordenaba como sacerdotes a hombres casados. No fue hasta la celebración del Concilio Provincial de Elvira (Toledo) en el año 325, cuando la Iglesia católica no comenzó a regular la cuestión del celibato. En 385, San Siricio abandonó a su esposa para convertirse en Papa, decretando que los sacerdotes pudieran «dormir con sus esposas». En el siglo VI, el segundo Concilio de Tours establecía que todo clérigo que sea hallado en la cama con su esposa «será excomulgado por un año y reducido al estado laico». El punto de inflexión respecto a este asunto surge con el cambio de milenio. En 1074, Gregorio VII dice que toda persona que desea ser ordenada debe hacer primero voto de celibato Los dos primeros Concilios de Letrán, del siglo XII, confirman que «los matrimonios clericales no son válidos». Finalmente, el Concilio de Trento (1563) establece que celibato y virginidad son superiores al matrimonio. En el siglo pasado, Pablo VI, en su encíclica «Caelibatus Sacerdotalis», subrayaba que el celibato «es un estímulo para que todos alcen la vista a las cosas que están allá arriba, en donde está Cristo».