Hace poco, José Javier Esparza definía la “corrección política” como “el límite actual de la libertad de expresión”. Y, como tantas otras veces, dio en la diana. La libertad de expresión, en efecto, igual que otras, no es ilimitada. Toda sociedad posee su censura. Si hace medio siglo se modificaba el guión de “Mogambo” para convertir en relación paternofilial un matrimonio que iba a verse manchado por el adulterio, hoy se arrebata de los labios el pitillo a Lucky Luke para convertirlo en una ramita (por cierto, me pregunto qué se hizo con las viñetas en que el suertudo vaquero liaba el cigarro, con gran estilo, por cierto).
Digo esto a propósito de la retirada del anuncio de “Axe”, ya saben, el desodorante para machos, ese que hace con las mujeres el mismo efecto que la persona de James Bond sin desodorante, que a él ni falta le hacía. He de decir que tales anuncios, personalmente, me parecían también de un mal gusto considerable (no así el producto, todo hay que decirlo). Sin embargo, creo que la razón de su retirada es ligeramente diversa: que atentaba contra la igualdad hombre-mujer, fetiche hoy inatacable. De hecho, existen “lobbies” (que son a la postre, los que siempre censuran) que se dedican a mirar con lupa los anuncios comerciales por si “aliquid obstat”. No es Axe el primero que sufre tales rigores.
Por eso, lo normal es que quien clama contra la censura lo haga, en el fondo, contra determinada censura; contra la que a él no le gusta. Cuántas veces coinciden los sectores que claman por la libertad de expresión con los que piden su restricción en cuanto cambia la materia en litigio. Si fuéramos sinceros, admitiríamos que el debate no es “censura sí o no”, sino qué valores han de primar. Mientras tanto, lo que hay es lo que hay y huelga el escándalo.