Por mucho que lo intente, quien defienda, de palabra o por escrito, que se saque la religión de los centros de enseñanza, no podrá disimular su encono personal contra lo religioso. Todos los argumentos esgrimidos para apoyar semejante postura ceden ante la realidad de la naturaleza del hombre y de varios milenios de cultura. Sólo ignorando todo esto podrían hallar una justificación objetiva.
No puede pretenderse, a estas alturas de la historia, que la religión es una simple cuestión de vida privada o de preferencias personales, como lo sería el optar por un color de pantalones o un determinado corte de pelo. La religión es algo que pertenece a nuestra constitución como personas, y eso tanto si se considera que existe una naturaleza humana como si se piensa que el hombre es sólo historia o cultura. Y esto no depende de que haya una “religión oficial” o aceptada por todos. Nuestra época es la de la libertad religiosa y la del surgimiento del ateísmo. Pues, aun así, el pensamiento y la literatura de este tiempo no se entienden sin la referencia religiosa. No hablo sólo de los creyentes (Chesterton, Bernanos, Marcel, Maritain, Claudel, Papini, Greene) sino de los que dudan (Unamuno, Machado, Kafka, Thomas Mann, Ingmar Bergman, Hermann Hesse, Broch) o incluso los que optan por la negación (Camus, Sartre, Joyce).
Por eso, cuando burdamente se identifica la religión con la superstición, como hace, por ejemplo, “El Roto” en su viñeta del viernes, sólo cabe pensar que quien lo hace acaba de caer en el mundo o trata, por razones inconfesables, de hacerse creer a sí mismo lo que sabe que es falso. Desde una posición personal de duda, lo más razonable es lo que planteaba Amando de Miguel hace tiempo: estamos ante una institución que ha durado veinte siglos soportando lo increíble, y que tiene a su servicio un contingente envidiable de profesionales que distan de ser ingenuos o ignorantes, que la sirven con lealtad inquebrantable… ¿Será que la religión católica es la verdadera?