José Luis Martín Descalzo, “Censura”

AQUÉL CURA COMENZÓ ASÍ SU SERMÓN: ¡Ricos comiencen a llorar ya y gritar por las desgracias que se les avecinan!.

Aquel señor pensaba: “¡Y dale con los ricos! Es curioso; la Iglesia siempre va por oleadas. Les da a los curas por un tema y ya no salen de él en no sé cuántos meses. Ahora les ha dado por meterse con nosotros y habrá que aguantarse. ¿Pero no se darán cuenta de que somos los únicos que les quedamos? ¿De quién viven sus colegios? ¿Quién encarga los funerales de primera?” El cura seguía: Sus riquezas están ya podridas, sus vestidos se los está comiendo la polilla. El oro y la plata se están llenando de orín y el moho de esos metales está gritando contra ustedes y devorará sus carnes como una llamarada.

Una jovencita pensaba: “¿Y a esto le llaman lenguaje realista? Nada, que hasta los curas leen ahora esas novelas llenas de palabrotas. Y mira que es de mal gusto: orín, polilla, moho… ¿No podrían decir las cosas más finamente? Todavía en una cafetería se comprenden los… “modismos”, pero en una iglesia… Claro la mayoría de los curas son gente de pueblo y en los Seminarios no les desbastan ni un pelo y luego…”.

El cura continuó: Están atesorando ira para los últimos días. Sepan que el jornal justo que no le pagan a sus empleados…

El propietario del pueblo pensaba: “¡Qué fácil resulta generalizar desde un púlpito! Sería mejor que bajasen a la realidad, a las cifras y que se dejasen de vocear en sus sermones. Y si al menos tuvieran una formación económica seria… Me gustaría preguntarle ahora qué es la renta nacional y a qué ritmo progresa o desciende la inflación. Veríamos entonces. Porque no hay gente que sepa menos de dinero que los curas.

La voz seguía llegando desde el púlpito: …el jornal que no le pagan, robándoselo, grita contra ustedes y su clamor ha penetrado ya en los oídos del Dios de los ejércitos.

El intelectual pensaba: “Los curas se han metido a demagogos. Antes les daba por el sexo, ahora cambiaron de disco. Y es una pena. Lo de antes era por lo menos más divertido: medias, escotes. ¡Y hablaban con tanta ingenuidad los pobres! Ahora: venga cuestión social. Y, naturalmente, aquí de no hacer técnica se hace demagogia. No hay más que verlo: palabras hinchadas, sin una sola afirmación concreta. “La sangre de los obreros”…, bueno, eso para dicho en un mitin no está mal, pero aquí… Una pena, de veras, antes se divertía uno más durante los sermones.” Terca seguía la voz en el púlpito: Sí, con banquetes sobre la tierra se están cebando a ustedes mismos para el día del matadero.

La señora estaba indignada: “¡Ya está bien!, ¿no? Vamos, nos tratan como cerdos. ¿O no saben que los puercos son los de abajo? Y cómo se van a poner los obreros cuando oigan estas cosas. Pues no tenían poco hinchada ya la cabeza. A la hora de la verdad de lo que se trata es de llamar la atención; saben que hablando de estas cosas su sermón se comenta y a un curita joven tiene que apetecerle que se hable de él. Pero me gustaría que oyera a este tontito su señor obispo. Lo que debíamos hacer era ir a protestar de estas cosas. Verían cómo cambiaban. No hay derecho a que te traten así, encima de que somos los únicos que venimos a las iglesias.” La voz del cura se detuvo unos momentos. Cambió de tono y añadió: Son palabras tomadas de la epístola del Apóstol Santiago, capítulo V, versículos uno al seis.

Y aquel señor pensó: “Anda, pero si era de la Escritura.” La jovencita pensó: “Huy, si era de una epístola.” El propietario del pueblo se dijo: “Toma, si era del Evangelio.” El intelectual se admiró: “Pues nunca había oído yo eso.” La señora pensó asustada: “Ah, era de la Biblia.” Y los cinco a la vez, chapuzaron sus pensamientos en la nada…

Tomado de “Por un mundo menos malo”, en www.preb.com/articulos