Reflexión sobre «El fundamentalismo islámico» tomada de «Una mirada a Europa», libro del cardenal Joseph Ratzinger publicado por la editorial Rialp (www.rialp.com), 1993.
En lo referente en lo que se ha dado en llamar «Mundo islámico» –cuyo rostro multiforme no puede ser descrito aquí ni siquiera de manera aproximada– quiero sólo referirme de forma crítica a uno de los lemas del debate contemporáneo, que se ofrece gustoso como la clave general para el esclarecimiento de los procesos actuales: la expresión «fundamentalismo». Si, en primer lugar, nos aseguramos de forma muy breve acerca de las bases sobre las cuales se apoya el renacimiento actual del mundo islámico, saltan a la vista dos causas. En primer término, se halla el fortalecimiento económico y, con éste, también político y militar del mundo islámico, a partir del significado que el petróleo ha adquirido en la política internacional. Pero mientras que en Occidente el impulso económico ha conducido a un debilitamiento de la sustancia religiosa, en el mundo islámico se vincula al nuevo impulso económico una nueva conciencia religiosa, en la cual se conjugan en indisoluble unidad la religión islámica, la cultura y la política. Esta nueva conciencia religiosa y las posturas que se desprenden de ella se califican hoy en Occidente como fundamentalismo. Desde mi punto de vista, se traspone un concepto del protestantismo norteamericano, en forma inadecuada, a un mundo conformado de modo distinto por completo, y esto no contribuye al verdadero conocimiento de las circunstancias. El fundamentalismo es, según su sentido originario, una corriente surgida en el protestantismo norteamericano del siglo XIX, la cual se pronunció contra el evolucionismo y la crítica bíblica y que, junto con la defensa de la absoluta infalibilidad de la Escritura, intentó proporcionar un sólido fundamento cristiano contra ambos. Sin duda existen analogías con respecto a esta posición en otros universos espirituales, pero si se convierte en identidad la analogía, se incurre en una simplificación errónea. De dicha fórmula se ha extraído una clave demasiado simplificada, a través de la cual se pretende dividir el mundo en dos mitades, una buena y otra mala. La línea del pretendido fundamentalismo se extiende entonces desde el protestante y el católico, hasta el fundamentalismo islámico y el marxista. La diferencia de los contenidos no cuenta aquí para nada. Fundamentalista es aquel que siempre tiene convicciones firmes, por ello actúa como factor creador de conflictos y como enemigo del progreso. Lo bueno sería, por el contrario, la duda, la lucha contra antiguas convicciones, y con esto, todos los movimientos modernos no dogmáticos o antidogmáticos. Pero, como se desprende del contenido, a partir de un esquema clasificatorio puramente formal no puede interpretarse realmente el mundo. Según mi parecer, se debería dejar a un lado la expresión «fundamentalismo islámico», porque oculta, bajo una misma etiqueta, procesos muy diferentes en lugar de aclararlos. Habría que diferenciar, según me parece, el punto de partida del nuevo despertar islámico y sus diversas formas.
En lo que respecta al punto de partida, me parece muy significativo que los primeros síntomas del viraje en Irán fueran atentados contra los cines norteamericanos. El «way of life» occidental, con su permisividad moral, fue asumido como un ataque a la propia identidad y a la dignidad de la propia forma de vida. El mundo cristiano había generado, en los momentos de su mayor despliegue de poder, un sentimiento negativo en torno al propio subdesarrollo y dudas acerca de la propia identidad, al menos en los círculos cultos del mundo islámico. De este modo, creció el desprecio frente al confinamiento de lo moral y lo religioso en el ámbito puramente privado, frente a una configuración de la vida pública, en la cual sólo resultaba válido el agnosticismo religioso y moral. El poder con el cual ese estilo de vida fue impuesto formalmente, sobre todo mediante la exportación de la cultura norteamericana, un estilo de vida que debía aparecer como el único normal, fue percibido cada vez más como un ataque contra lo más profundo de la propia esencia. El hecho de que no sea la atea Unión Soviética, sino los Estados Unidos de Norteamérica, tolerantes en materia religiosa y al mismo tiempo fuertemente marcados por la religión, los que son combatidos y atacados depende de ese choque entre una cultura moralmente agnóstica y un sistema de vida, choque en el cual la nación, la cultura, la moral y la religión aparecían como una totalidad indivisible.
Las configuraciones concretas de esa nueva autoconciencia son muy variadas. El aferrarse fanáticamente a las tradiciones religiosas se vincula en muchos sentidos al fanatismo político y militar, en el cual la religión se considera de forma directa como un camino de poder terrenal. La instrumentalización de las energías religiosas en función de la política es algo muy cercano sin duda a la tradición islámica. En consonancia con esto, se ha desarrollado, en relación con el fenómeno de la resistencia palestina, una interpretación revolucionaria del Islam que roza la teología cristiana de la liberación, y que ha hecho con facilidad una mezcla del terrorismo occidental, inspirado por el marxismo, y el islámico. Lo que de manera superficial se denomina «fundamentalismo islámico» se podría vincular sin dificultad con las ideas socialistas acerca de la liberación: el Islam es presentado como el verdadero conducto de la lucha por la liberación de los pueblos oprimidos. Por esta vía, por ejemplo, ha encontrado Roger Garaudy su camino del marxismo al Islam. Ve en este último el portador de las fuerzas revolucionarias contra el capitalismo dominante. En contraposición con esto, un mandatario fuertemente marcado por la religión como es el rey Hassam de Marruecos ha expresado hace poco su profunda preocupación por el futuro del Islam: una interpretación del Islam que considere como su núcleo la entrega a Dios está reñida con una interpretación político-revolucionaria, en la cual la cuestión religiosa se convierte en parte de un chauvinismo cultural y con ello se subordina a lo político. No deberíamos disponernos con tanta ligereza al análisis de un fenómeno tan complejo como éste. El Islam, tan seguro de sí mismo, actúa desde lejos sobre el Tercer Mundo como algo más fascinante que un cristianismo dividido consigo mismo.