Entrevista de Antonella Palermo al cardenal Ratzinger después del 11-S, difundida en «Radio Vaticana» en 2001. En el momento de la entrevista, la guerra de los Estados Unidos contra el terrorismo en Afganistán había entrado en su segundo mes.
–Usted aceptó que su libro-entrevista «Dios y el mundo» empezara con esta pregunta que le dirigió el periodista Peter Seewald: «¿Tiene usted a veces miedo de Dios?». Se la vuelvo a plantear hoy.
–Cardenal Ratzinger: No tengo miedo de Dios porque Dios es bueno. Naturalmente soy consciente de mi debilidad, de mis pecados. En este sentido existe un temor de Dios, que es otra cosa que el miedo entendido en sentido humano. San Hilario dijo: «Todo nuestro temor está en el amor». Por lo tanto el amor implica no temor, sino digamos la preocupación de no contrariar el don del amor, de no hacer nada que pudiera destruir el amor. En este sentido hay algo distinto que no es temor, es reverencia, mucha, de modo que nos sentimos obligados realmente a responder bien a este amor y a no hacer nada que pudiera destruirlo.
–Una de las cuestiones que me parece crucial hoy es la que de modo bastante lacónico se expresa con el eslogan «Dios sí, Iglesia no». Usted en el libro responde con una preocupación ulterior sobre este aspecto. ¿Desea aclararla? –Cardenal Ratzinger: Sí, porque diciendo «Dios sí, o tal vez incluso Cristo sí, Iglesia no» se crea un Dios, un Cristo según las propias necesidades y según la propia imagen. Dios ya no es realmente una instancia que está frente a mi, sino que se convierte en una visión mía, que yo tengo, y por lo tanto responde también a mis ideas. Dios se convierte en una verdadera instancia, un verdadero juez de mi ser, por lo tanto también en la verdadera luz de mi vida, si no es sólo una idea mía, sino si vive en una realidad concreta, si verdaderamente se sitúa ante mí y no es manipulable según mis ideas o deseos. Por eso separar a Dios de la realidad en la que Dios está presente y habla a la Tierra quiere decir no tomar en serio a este Dios, que se hace por lo tanto manipulable según mis necesidades y deseos. Considero por esto un poco ficticia esta distinción.
–Usted habla en su texto también del hecho de que tal vez se tiende a estar de acuerdo hoy con el eslogan «Dios no, religión sí».
–Cardenal Ratzinger: Éste es otro aspecto del problema actual: se busca algo religioso, algo religioso que dé cierta satisfacción, porque el hombre tiene este deseo de encontrarse con el infinito, de tener esta respuesta de otra dimensión, de un más allá que además le dé también una dulzura, una esperanza que las cosas materiales no pueden dar. Pienso que ésta es realmente una gran tendencia de hoy: separarse de la necesidad de fe, de un sí concreto y pleno de contenidos, por un sentimiento satisfactorio, por una especie de mística anónima que me da un poco de respiro, pero que por otro lado no exige mi compromiso. Por un momento puede ser algo muy bello encontrarse con esta dimensión mística, tener esta especie de ensanchamiento de mi yo, pero sin un compromiso mío, sin una respuesta mía, se transforma también en algo vacío, una auto-satisfacción en la que al final el yo permanece en la cárcel del yo.
–Su libro apareció en las librerías de Italia dos días después de los atentados en los EE. UU. Si hubiera salido un poco más tarde, ¿qué habría querido añadir a la luz de aquellos sucesos? –Cardenal Ratzinger: Mencionaría probablemente este problema del abuso del nombre de Dios; porque estos atentados se llevan a cabo también en nombre de Dios, en nombre por lo tanto de una religión de la que se abusa por los propios objetivos, una religión politizada y sometida así al poder, que se convierte en un factor del poder. Por otra parte tal vez habría hablado más de la necesidad de conocer a Dios con su cara y su rostro humano. Si vemos a Cristo, el rostro de Cristo, de un Dios que sufre por nosotros y no usa la omnipotencia para regular con un golpe de poder la realidad del mundo, sino que va a nuestro corazón y tiene un amor que incluso se hace matar por nosotros, tenemos una visión de un Dios que excluye todo tipo de violencia; así, el rostro de Cristo me parece la respuesta más adecuada al abuso de un Dios que sería instrumento de nuestro poder.
–«Me atrevería a decir que nadie puede matar a otro hombre sin saber que esto está mal»: así se expresa usted en el libro respondiendo a la pregunta «¿Hay personas sin conciencia?». Me pregunto: los fundamentalistas, de cualquier naturaleza, se expresan en nombre del bien, invocando el nombre de Dios. Entonces, ¿qué podemos decir? –Cardenal Ratzinger: Sí, naturalmente los fundamentalistas son muy diferentes entre sí. Diría que, por ejemplo, entre los evangélicos en los Estados Unidos hay personas que se identifican hasta el final con las palabras de la Sagrada Escritura, y pueden así, si son realmente fieles a la palabra de la Escritura, superar el peligro del fanatismo y de una religión que se hace violencia. Pero en todo caso es importante que la religión no sea definida por nosotros mismos, sino que es un don que nos viene del Señor, y que sea vivido en una realidad viva como la Iglesia, que excluye la manipulación por mi parte y que por otro lado está ligada, vinculada a la palabra de Dios; de esta forma diría que tenemos este equilibrio entre una realidad no manipulable, la Palabra de Dios, y la libertad que vive esta palabra y que la interpreta en la vida.
–¿Pero en su opinión existe una guerra justa? –Cardenal Ratzinger: Esto es un gran problema. En la preparación del Catecismo había dos problemas: la pena de muerte y la guerra justa eran los temas más debatidos. Es un discurso que ahora se hace concreto en el caso de las respuestas de los americanos. O bien podemos hacer referencia a otro ejemplo, el de Polonia, que se defendió contra Hitler. Diría, no se puede excluir según toda la gran tradición cristiana, en un mundo marcado por el pecado, que existe una agresión del mal que amenaza con destruir no sólo muchos valores, muchas personas, sino la imagen del hombre como tal. En ese caso, defenderse, defenderse también para defender al otro, puede ser un deber. Digamos, por ejemplo, que un padre de familia que ve agredidos a los suyos tiene el deber de hacer lo posible para defender a la familia, la vida de las personas a él confiadas, incluso eventualmente con una violencia proporcionada. Por lo tanto el problema de la guerra justa se define en base a estos parámetros: 1. Si se trata realmente de la única posibilidad de defender vidas humanas, defender valores humanos. Todo ponderado realmente en la conciencia y ponderando todas las otras alternativas. 2. Que se apliquen sólo los medios inmediatos aptos a esta defensa y que se respete siempre el derecho; en una guerra tal el enemigo debe ser respetado como hombre y todos los derechos fundamentales deben ser respetados. Pienso que la tradición cristiana sobre este punto ha elaborado respuestas que deben ser actualizadas sobre la base de las nuevas posibilidades de destrucción, de los nuevos peligros. Provocar, por ejemplo, con una bomba atómica la destrucción de la humanidad puede tal vez incluso excluir toda defensa. Por lo tanto hay que actualizarlas, pero diría que no se puede excluir totalmente a priori toda necesidad, incluso moral, de una defensa de personas y valores con los medios adecuados, contra agresores injustos.
–Hablaba del respeto de la dignidad de la persona. Se me ocurre pensar también en la necesidad y en la dificultad del perdón. ¿A usted le resulta siempre tan fácil perdonar? –Cardenal Ratzinger: Naturalmente si uno está herido íntimamente debe superar también esta amargura dada por la herida, y no puede ser algo fácil, porque el hombre está atacado en lo íntimo de su ser, debe purificarse, debe superar las agresiones innatas, y sólo en un camino de purificación interior, que puede ser también difícil, se llega al verdadero perdón; pero en este sentido la necesidad del perdón es también una gracia para el hombre, porque así él mismo es purificado y renovado y se hace más auténtico hombre en el proceso de purificación y de perdón.
–¿Qué es el castigo en la lógica de Dios? –Cardenal Ratzinger: Dios no nos hace el mal; ello iría contra la esencia de Dios, que no quiere el mal. Pero la consecuencia interior del pecado es que sentiré un día las consecuencias inherentes al mal mismo. No es Dios quien nos impone algún mal para curarnos, pero Dios me deja, por así decirlo, a la lógica de mi acción y, dejado a esta lógica de mi acción, soy ya castigado por la esencia de mi mal. En mi mal está implicado también el castigo mismo; no viene del corazón, viene de la lógica de mi acción, y así puedo entender que he estado en oposición con mi verdad, y estando en oposición con mi verdad estoy en oposición con Dios, y debo ver que la oposición con Dios es siempre autodestructiva, no porque Dios me destruya, sino porque el pecado destruye.
–Eminencia, usted ocupa el cargo de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde hace 20 años. Su tarea es defender la verdad de Cristo en la fidelidad absoluta a las Escrituras, pero en la encarnación del tiempo presente. Es una tarea extremadamente delicada y difícil, tal vez también por que no todos quieren saber la verdad…
–Cardenal Ratzinger: Es ciertamente un encargo difícil, también porque el concepto de autoridad ya casi no existe. Que una autoridad pueda decir algo parece ya incompatible con la libertad de todos a hacer lo que quieren y sienten. Es difícil también porque muchas tendencias generales de nuestra época se oponen a la fe católica, se busca una simplificación de la visión del mundo en el sentido de que Cristo no podría ser Hijo de Dios, sino que se le considera como mito, como gran personalidad humana, que Dios no puede haber aceptado el sacrificio de Cristo, que Dios sería un Dios cruel… En fin, hay muchas ideas que se oponen al cristianismo y muchas verdades de la fe que realmente deben ser reflexionadas nuevamente para ser expresadas adecuadamente al hombre de hoy. Así, uno que está encargado de defender la identidad de la fe católica en estas corrientes que se oponen a nuestra visión del mundo necesariamente se ve en oposición con muchas tesis dominantes de nuestro tiempo, y por lo tanto puede parecer como una especie de oposición a la libertad del pensamiento, como una opresión del pensamiento libre; por lo tanto necesariamente este trabajo crea oposición y reacciones negativas. Pero debo decir que también muchos están agradecidos porque en la Iglesia católica persiste una fuerza que expresa la fe católica y da un fundamento sobre el que poder vivir y morir. Y esto es para mí lo consolador, satisfactorio, y que veo muchas personas que están agradecidas porque esta voz existe, porque la Iglesia sin violencia, sólo con los medios de convicción, busca responder a los grandes desafíos de nuestro tiempo.
–Veinte años en la Congregación introducidos prácticamente en los veinte años de pontificado de Juan Pablo II: sus recuerdos más fuertes…
–Cardenal Ratzinger: Los recuerdos más fuertes están unidos a los encuentros con el Papa en los grandes viajes; después al gran drama de la teología de la liberación, donde hemos buscado el camino justo; y luego todo el empeño ecuménico del Santo Padre, esta búsqueda de una gran apertura de la Iglesia en la que al mismo tiempo no pierda su identidad. Los encuentros normales con el Papa son tal vez la experiencia más bella, porque aquí se habla de corazón a corazón y vemos la intención común de servir al Señor, y vemos cómo el Señor nos ayuda también a encontrar compañía en nuestro camino: porque nada se hace sólo por mí; esto es muy importante, no tomar solo decisiones personales, sino en una gran colaboración. Esto siempre en un camino de comunión con el Papa, que tiene una gran visión de futuro. Él me confirma y me guía en mi camino.
–¿Pero cómo es el Papa? ¿Algún adjetivo por su parte que pudiera hacérnoslo también más familiar…? –Cardenal Ratzinger: El Papa es sobre todo muy bueno. Es un hombre que tiene un corazón abierto, también un hombre bromista con quien se puede hablar alegremente y de forma distendida. No estamos siempre sobre grandes nubes, estamos en esta vida… Esta bondad personal del Papa me convence siempre de nuevo, no olvidando su gran cultura, su normalidad y el hecho de que está con los dos pies sobre la tierra.
–Usted afirma que la Iglesia «aún no ha dado el salto al presente». ¿Qué quiere decir? –Cardenal Ratzinger: Existe todavía por hacer un gran trabajo de traducción de los grandes dones de la fe al lenguaje de hoy, al pensamiento de hoy. Las grandes verdades son las mismas: el pecado original, la creación, la redención, la vida eterna… Pero muchas de estas cosas se expresan aún con un pensamiento que ya no es el nuestro, y es necesario hacerlas llegar al pensamiento de nuestro tiempo, hacerlo accesible para que el hombre vea verdaderamente la lógica de la fe. Es un trabajo aún por hacer.
–Con mucha ternura y con palabras muy bellas usted recordada la figura de Juan Pablo II. ¿Podría ahora describirse a sí mismo? ¿Cómo se ve usted? –Cardenal Ratzinger: Es imposible un autorretrato; es difícil juzgarse uno mismo. Sólo puedo decir que vengo de una familia muy sencilla, muy humilde, y por ello no me siento mucho cardenal, me siento un hombre sencillo. En Alemania vivo en un pequeño pueblo con personas que trabajan en la agricultura, en el artesanado, y allí me siento en mi ambiente. Al mismo tiempo busco ser así también en mi función; si lo logro, no lo puedo juzgar yo. Recuerdo siempre con gran afecto la profunda bondad de mi padre y de mi madre y naturalmente para mí bondad implica también la capacidad de decir «no», porque una bondad que deja pasar todo no hace bien al otro; alguna vez la forma de la bondad puede ser también decir «no» y arriesgarse así incluso a la contradicción. Pero incluso esto debe estar realmente alimentado no por sentido de poder, de reivindicación, sino que debe provenir de una bondad última, del deseo de hacer bien al otro. Estos son mis criterios, éste mi origen; otras cosas deberían decirlas los demás.
–El libro se cierra con una frase de Juan XXIII que usted hace suya, en la que expresa el gozo de pertenecer «a una Iglesia que es viva y joven y continúa su obra sin miedo adentrándose en el futuro». Dice creer en la juventud de la Iglesia. ¿Qué dice hoy a las nuevas generaciones? –Cardenal Ratzinger: Que deben tener confianza, que la Iglesia es siempre joven y el futuro siempre pertenece a la Iglesia. Todos los otros regímenes que parecían muy fuertes han caído, ya no existen, sobrevive la Iglesia; siempre un nuevo nacimiento pertenece a las generaciones. Confianza, ésta es realmente la nave que lleva a puerto.
Tomado de Zenit, ZS05051320