Cuando se habla de la difusión del SIDA en África se hace hincapié sobre todo en la pobreza y en las deficiencias de los sistemas sanitarios. Sin negar esto, cada vez es más claro el papel que tiene la promiscuidad sexual y la falta de respeto a la mujer en la extensión de la epidemia en el África subsahariana.
En Sudáfrica, según cálculos de Naciones Unidas, una de cada ocho personas de 15 a 49 años está infectada. Pero un dato más impresionante es que entre las chicas de 15 a 19 años el 21% tienen el virus, proporción superior a la de los chicos de la misma edad.
Este mayor riesgo es en buena parte consecuencia de los abusos sexuales que sufren las mujeres en un clima de promiscuidad.
Un reciente informe de una ONG norteamericana, Human Rights Watch (HRW), revela cómo en Sudáfrica esa cultura de abuso contra las mujeres ha anidado también en los colegios, donde abundan los casos de violaciones y acosos sufridos por chicas a manos de alumnos y profesores. Voluntarios de HRW, que contaron con la asistencia de representantes de ONG locales, visitaron ocho centros públicos de tres provincias distintas, pudiendo entrevistar privadamente a 36 víctimas de abusos. Los resultados del estudio (disponibles en Internet: www.hrw.org), coinciden en subrayar el desvalimiento de las menores que sufren el acoso de compañeros de clase o alumnos de mayor edad. No son sólo incidentes aislados, sino un fenómeno extendido: “Hemos encontrado que chicas de todos los niveles sociales y de todos los grupos étnicos sufren violencia sexual en la escuela”, dice el informe.
El estudio denuncia la falta de rigor disciplinario de las autoridades educativas para perseguir y sancionar estas conductas. La situación de permisividad provoca que las chicas teman denunciar los abusos ante la posibilidad de generar el rechazo de su entorno escolar. Es sabido que para una mujer sudafricana no es fácil sustraerse a la voluntad del varón en materia sexual, produciéndose verdaderas violaciones en el entorno de las relaciones entre jóvenes y también en las de alumnas con profesores. A partir de la proliferación del SIDA, la conducta sexual de los varones no ha dudado en buscar sexo seguro en las más jóvenes.
Las sanciones a penas de cárcel por estas conductas son rarísimas, sobre todo porque las escuelas prefieren tratar los abusos sexuales contra alumnas como asuntos internos. Lo habitual es que las autoridades escolares tiendan a minimizar la importancia de las denuncias. La expulsión de un profesor o de un alumno implicado en casos de violencia sexual es muy rara. Se dan casos en que las víctimas de los abusos reciben a cambio de su silencio la promesa de mejores calificaciones o una modestísima cantidad de dinero. Es llamativo que este informe de Human Rights Watch apenas haya tenido eco en la prensa, con excepción de The Economist (31III2001). Más sorprendente si lo comparamos con la cobertura informativa que poco antes se dedicó a las investigaciones emprendidas por el Vaticano sobre abusos sexuales a monjas en África por parte de sacerdotes del clero local. Sin duda, el tema era noticia. Otra cosa es su utilización e interpretación. En España, sin aportar nuevos datos, un periódico como El País dedicó varios artículos a achacar este problema a los males que provoca el celibato sacerdotal. Las mujeres víctimas de estos abusos desaparecieron rápidamente de la información.
La sensibilidad por este problema tendría que llevar a centrar la información en estas mujeres, sean o no monjas, sean los que sean los agresores. Ciertamente, ni los profesores ni los compañeros que abusan de las escolares sudafricanas están comprometidos a vivir el celibato. Así que el problema debe de tener otros orígenes en la cultura de estos países. Quizá lo entenderíamos mejor si no instrumentalizáramos los problemas africanos para montar polémicas teológicas sobre el celibato de los curas.