En Dresde, capital de Sajonia, anida el Ave Fénix. La noche del 13 de febrero de 1945, la aviación inglesa sobrevoló la ciudad, como una banda de pajarracos apocalípticos, y descargó sobre sus calles una sementera de pólvora que la redujo cenizas y diezmó a sus habitantes. Sesenta mil personas fueron devoradas por la ceguera homicida de las bombas, mientas los palacios e iglesias de la ciudad se desmoronaban estrepitosamente, alumbrando la pira del odio. Existen fotografías que retratan la fisonomía de Dresde después de aquella noche pavorosa, todo su esplendor versallesco quedó reducido a ruinas, entre las que afloran, aquí y allá, como crisantemos calcinados, miles de cadáveres con los ojos aún apresados por el sueño y, sin embargo, abiertos a la epifanía de la crueldad. Los edificios quedaron convertidos en acantilados de pesadilla, entre el fragor del humo y el silencio exacto de la muerte. Aquella noche del 13 de febrero de 1945, las aguas del Elba desfilaron con esa lentitud mortuoria de los animales heridos, y la hierba que crece en sus riberas se agostó, condecorada por el luto y la lluvia de ceniza que durante días cayó sobre Dresde, como una nieve obscena.
Pero la vida es obstinada corno un péndulo, y Dresde resucitó de aquella mortandad. Sus habitantes, guiados por ese fervor unánime que enaltece a las razas perseguidas, supieron sobreponerse a los sucesivos caducos (primero el saqueo nazi, que desvalijó sus pinacotecas por considerar que albergaban un “arte degenerado”; después el saqueo beodo y cainita de las tropas aliadas; ya por último el saqueo soviético, que aprovisionó sus museos a costa de empobrecer Dresde), y supieron transformar el rencor en una sustancia fértil que, sin renegar de la memoria, impulsase su renacimiento. Mediante suscripción popular, las iglesias y palacios infamados por la pólvora fueron nuevamente erguidos, hasta que la ciudad recuperó su aspecto primigenio. Hoy, los edificios más emblemáticos de Dresde mezclan, como en un puzzle mixto de esperanza y dolor, las piedras limpias de la restauración con las piedras anteriores a la Guerra, teñidas de un humo muy negro y espeso, tan espeso como el alquitrán o las blasfemias. Contemplando este panorama incesante de pundonor ciudadano, el visitante se convierte a las mitologías paganas; en efecto, el Ave Fénix existe, y anida en Dresde.