Cuando no hay formación y falta la fe, aparecen los «sucedáneos patológicos».
El Card. Ratzinger ha señalado el peligro de que el despertar religioso, si se carece de la necesaria orientación y la necesaria formación, pueda cristalizar en formas patológicas de religión. Esa patología no está monopolizada por las denominadas “sectas”; pero, cuando cristaliza en un grupo autónomo fundado por una especie de visionario, da lugar a lo que hoy en día1 se conoce como secta: un subproducto religioso, un sucedáneo, especialmente cuando se trata de un grupo compacto, y más aún cuando se le ve como fanatizado.
No hay una definición de secta comúnmente aceptada. Cada autor propone la suya, y ninguna de ellas acaba siendo plenamente satisfactoria, ya que siempre hay alguna, dentro del elenco, que no cumple todos los rasgos requeridos, mientras que pueden quedar fuera otros grupos que sí los cumplen.
Sin pretender incluir a todas, hay una clasificación sencilla, que agrupa las sectas en cuatro grupos: de origen cristiano, de origen oriental, neopaganas y satánicas. No se trata de compartimentos estancos, ya que hay sectas que incluyen elementos de distintas procedencias. En el breve panorama que sigue se dedica mayor espacio a las de origen cristiano, tanto por su mayor cercanía con el catolicismo, como por el hecho de que en Occidente son con diferencia las más numerosas.
Sectas de origen cristiano En su última definición de secta, Manuel Guerra incluye entre los elementos definitorios el de no ser cristiana2. A la vez, incluye a grupos como “Restauración de los Diez Mandamientos”, reciente protagonista de la masacre acontecida en 2000, en Uganda; o, en el ámbito español, al grupo conocido como “El Palmar de Troya”. ¿No son –o eran– cristianos? ¿Qué hay que entender como “cristiano”? Como señala el mismo Prof. Guerra, pueden aceptarse, como requisitos mínimos para que un grupo sea considerado cristiano, los que señaló en 1961 el Consejo Mundial de las Iglesias: creer en la Santísima Trinidad y en la divinidad de Jesucristo, y tener un bautismo válido. Aplicando este criterio, las principales sectas de origen cristiano –testigos de Jehová, mormones y la “Iglesia de la Unificación”, más conocida como “secta Moon”–, no son cristianas. Pero algunas sí cumplen los requisitos, por lo que conviene replantear el criterio.
Cabe proponer una noción para las sectas de este apartado. Se trataría de un grupo autónomo nacido de las doctrinas de un visionario que, a partir de elementos cristianos, se centran en uno o varios de los siguientes rasgos: — apocalíptico: el anuncio de un inminente fin del mundo, con cataclismo universal; — gnóstico: se descubre o recupera una sabiduría reservada para una élite de iniciados o iluminados (el Evangelio queda para el vulgo); — profético de una nueva era: el fundador trae la revelación de una nueva etapa que “supera” a la que trajo Jesucristo consigo.
Testigos de Jehová Con unos cinco millones de integrantes, son la segunda secta más numerosa del mundo y la primera en España. La creó Charles Taze Russell cuando, en 1913, anunció el fin del mundo para el año siguiente, fecha que después se retrasó a 1918, 1925, 1941 y 1975. Ahora, escarmentados por el cataclismo interno que produjo el fracaso de la última predicción, aseguran que será “en un futuro cercano” sin precisar. Su doctrina se centra en el Apocalipsis. De los pasajes de los “ciento cuarenta y cuatro mil sellados” (7, 4-17; 14, 1-6), y “el cielo nuevo y la tierra nueva” (21, 1), deducen que hay una lista cerrada de 144.000 que van al cielo (la tienen casi completa). Los demás que se salvan –sólo ellos– irán a una tierra nueva (o a ésta renovada), para reinar con Cristo mil años. Esto es el núcleo de lo que predican.
El resto es, sobre todo, un código de conducta con base en la Biblia, forjado sobre todo por el sucesor de Russell, Joseph Franklin Rutherford, y vigilado rígidamente por la cúpula de la organización, con sede en Brooklyn (Nueva York). La parte «dogmática» es muy simple: no hay una Trinidad en Dios, no hay gracia, ni sacramentos (hay un bautismo ritual, pero no sacramental). Fuera de algunos ritos simples –bautismo, matrimonio, funeral– sólo tienen sesiones de explicación de la Biblia.
Rutherford organizó la secta con estructura piramidal y una gran burocracia. En la sede central trabajan más de dos mil personas, con un Presidente asistido por un “Consejo de Ancianos”. Ellos interpretan la Biblia –se les considera inspirados–, y transmiten sus directrices por medio de varios escritos, entre los que destaca la revista Atalaya. Se les debe seguir ciegamente, aunque cambien doctrinas o preceptos; aunque den una explicación tan peregrina al fracaso de la última fecha del fin del mundo, como que no se había calculado bien el tiempo que medió entre la creación de Adán y la de Eva; aunque estén retirados de circulación incluso los escritos de Russell, su fundador. Por lo demás, viven en un ambiente de autosegregación, a la vez que dedican todo el tiempo posible a propagar la secta, sobre todo con visitas domiciliarias.
Mormones La secta más numerosa, con más de seis millones de adeptos, la constituyen los mormones. Aunque el nombre oficial, “Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”, hace referencia a un origen de signo apocalíptico, desde hace tiempo el énfasis está puesto en el «profetismo» de una nueva era. El mormonismo está centrado en un supuesto “tercer testamento” bíblico que traslada el centro de gravedad de la redención obrada por Jesucristo a Norteamérica: el “Libro de Mormón”. Joseph Smith (1805-1844) aseguró haberlo recibido en planchas de oro de un ángel, que se lo llevó tras haberlo traducido. Subdividido en varios libros, narra los avatares de un nuevo pueblo –los “nefitas”– que Dios quiso hacerse a partir de un judío emigrado a la nueva tierra prometida –Norteamérica– poco antes de la cautividad babilónica. Ellos eran las “otras ovejas que no son de este redil” a que hace referencia el Evangelio de San Juan (cfr. 10, 16); y fueron visitados por Jesucristo resucitado. Al final, en el siglo V acabó desapareciendo a manos de sus enemigos sempiternos, los “lamanitas”. Con la Iglesia que iniciaron los Doce desfigurada y corrompida –siempre según la visión de Smith–, y el final de los nefitas, se llegó a un punto muerto, del cual les sacaría él. Smith aseguraba que todos sus movimientos y palabras estaban inspirados por Dios: incluso las esposas que tomaba estaban señaladas por las alturas. Tomó más de treinta, hasta que fue linchado por una multitud en Carthage (Illinois).
A pesar de que Smith profetizó que la “nueva Sión” estaría en Missouri, su sucesor, el inglés Brigham Young, emigró en 1844 hacia el Oeste con todos sus seguidores. Al llegar a un valle con un lago salado, decidió que allí se quedarían. Así nació el embrión del Territorio –luego Estado– de Utah. El desarrollo de los mormones fue posible por disponer de un territorio amplio donde poder consolidarse sin ser molestados.
Young organizó el mormonismo y, a la vez despejó cualquier ambigüedad sobre el carácter cristiano del grupo. Para él, Jesucristo es un profeta, pero no el Hijo de Dios. El mor monismo sostiene la existencia de un doble sacerdocio: el de Aarón y el de Melquisedec, que se adquieren gradualmente; y un bautismo, no considerado sacramental. En el terreno moral, han abandonado –con la excepción de algunos disidentes– la poligamia, y son fervientes defensores de la institución familiar. Su moral es austera, e incluye un servicio misionero de dos años para todos los jóvenes varones. Se financian con los diezmos de los miembros y las inversiones que hacen con ellos; así pueden costearse magníficos edificios como el reciente de Moratalaz (Madrid), una especie de catedral para la Península Ibérica que incluye estudios genealógicos que permitan “rescatar” difuntos Gnósticos Se trata de grupos con carácter esotérico, dirigidos sobre todo a la élite capaz de conectar con la “gnosis”, la sabiduría oculta al vulgo.
En los países de habla hispana, la secta de este tipo más extendida, aunque con escisiones internas, es el llamado Movimiento Gnóstico Cristiano Universal (se presenta también con otros nombres). Pretende continuar los gnosticismos del siglo II (Marción o Basílides), cuyo supuesto cristianismo no era más que un aglutinante de elementos tomados de casi todas las religiones conocidas, integradas en una cosmovisión fantástica, pre sentada como la sabiduría superior. Sus pretendidos continuadores no van a la zaga en cuanto a la fantasía: cuentan hoy con más elementos de los que echar mano. Así, en un manifiesto suyo se lee: “Recordad, hermanos Gnósticos, que en la Gnosis del Cristo Cósmico está la Síntesis práctica de todas las Yogas, Logias, Órdenes, Religiones, Escuelas, Sistemas, etc., etc., etc.” Los Evangelios serían así la síntesis de toda la sabiduría superior, … siempre que se lean en clave gnóstica. El Movimiento lo creó en 1954 el colombiano Víctor Manuel Gómez Rodríguez, que, asegurando ser la última reencarnación de sabios que se remontan al “arcángel Samael”, se hizo llamar “Venerable Maestro Samael Aun Weor”. A punto de morir, en 1977, declaró que su alma pasaba a su seguidor Joaquín Enrique Amórtegui Valbuena, el “Venerable Maestro Rabolú”.
Donde realmente reside su doctrina es en los escritos de Gómez. Según él, Cristo era un esenio, estudió en la pirámide de Kefrén y viajó al Tibet. En cuanto a sus esoterismos, cabe destacar que la gnosis pretende cambiar el “cuerpo molecular” que corresponde al “Cuerpo Lunar” –el nuestro- por un “cuerpo astral” o “Cuerpo Solar”. Para conseguirlo cuenta con la “Liturgia Solar”, uno de cuyos componentes centrales es el llamado “Maithuna”, definida como una “magia sexual”. No se trata de algo accidental: “Los Cuatro Evangelios –se lee en el citado manifiesto- son Gnósticos y no se podrían entender sin el Maithuna”. Huelga decir el cariz en el que desemboca semejante “liturgia”.
Sectas de origen oriental Cuando en las religiones orientales surgen grupos alrededor de un líder «iluminado» y se “exportan” al mundo occidental, suelen ser catalogados como secta. A menudo incorporan algún elemento cristiano, pues son religiones muy sincretistas.
Aunque últimamente estén cobrando mayor importancia los grupos budistas, son los de raíz hinduista los que más se han introducido en Occidente. En los años 50, con la independencia de la India, el fervor nacionalista se tradujo en un revival religioso. A finales de los 60, algunos gurús se trasladaron a Occidente –en particular, a Estados Unidos–. Coincidió con la contracultura de la “generación del 68”, con el mundo hippy y el gusto por lo exótico, y tuvieron por ello bastante aceptación. Actualmente este fervor hinduista se ha apagado mucho: apenas vienen nuevos gurús y las organizaciones ya creadas sufren un fuerte eclipse. Cuando desaparece el fundador, no hay nadie capaz de sucederle con éxito. Muchas han desaparecido; aquí mencionaremos las dos principales que permanecen.
Hare Krishna A pesar de la imagen popular que los asocia a una charanga callejera, se trata de uno de los grupos más evolucionados dentro del hinduismo, tanto por rechazar las castas por nacimiento como, sobre todo, por defender un claro monoteísmo que cree en un Dios único y personal, cuya denominación más apropiada es la de Krishna. Por lo demás, presenta los ingredientes habituales de esta tradición religiosa: karma, reencarnación, dieta vegetariana, monaquismo hinduista (en comunidades llamadas ashram), etc.
El grupo lo creó el gurú Srila Bhaktivedanta Prabhupada, que a los sesenta y nueve años se presentó en Nueva York y empezó a cantar su mantra –su letanía, que empezaba con las palabras Hare Krishna3–: era el año 1965. Cobró fuerza, pero entre sus miembros abundaban drogadictos y gente con otras lacras, en muchos casos con el sincero deseo de redimirse con la meditación del gurú. Esta circunstancia ha sido fuente de problemas casi desde el principio. Llegó a haber casos de verdadero gangsterismo y tráfico de drogas, sin que Prabhupada, un asceta con pocas dotes de gobierno, pudiera evitarlo. A su muerte, en 1977, le sucedió un órgano colegiado, que a duras penas pudo conseguir que la organización sobreviviera. Pero no ha vuelto a ser lo que era, y han tenido que sufrir disgustos continuamente.
Meditación Trascendental Su creador, Maharishi Mahesh Yogui, aún vive. Antiguo monje en el Himalaya, en 1957 funda un grupo llamado Movimiento de Regeneración Espiritual, y aparece en Estados Unidos. Tiene poco éxito; pero Maharishi empieza a demostrar sus dotes de personaje hábil y relanza la organización con un ropaje secular, pseudocientífico. Nacía así Meditación Trascendental, como una técnica (supuestamente compatible con cualquier religión) dirigida, sobre todo, a conseguir un “burbujeante bienestar” y liberar del stress. En realidad se trata de una serie interminable de cursos que introducen progresivamente en la religión hindú, sin que en los primeros pasos el iniciado sea consciente de ello (repite, por ejemplo, unas palabras en sánscrito sin saber que son invocaciones a deidades hindúes), Maharishi justifica este modo de proceder diciendo que “Occidente no está todavía preparado para la verdad”.
A pesar del complejo entramado (incluso con “universidades védicas”) que ha montado Maharishi –con el centro religioso en la India; el administrativo, en Estados Unidos; y el financiero, en Suiza; sin que aparezca oficialmente Maharishi en ninguna parte–, su credo, panteísta, es bastante sencillo: el mundo se rige por una fuerza cósmica impersonal, con la que se trata de fundirse. De momento la organización sigue en activo; pero, para asegurar la continuidad, necesita un hábil sucesor que no aparece por ninguna parte.
Sectas neopaganas Este apartado incluye un mosaico de grupos, casi todos de tamaño reducido, y la mayoría con pretensiones de restaurar cultos de antiguas civilizaciones paganas. En otros casos, se trata de resucitar antiguos gnosticismos paganos. Bastantes son sectas “de fin de semana”: grupos que se reúnen para sus celebraciones, sin que tenga mayor trascendencia su pertenencia a la secta.
Suelen catalogarse como “sectas del New Age”, lo cual sólo parcialmente es verdad. En varios casos existe esa coincidencia, de modo particular en las llamadas “sectas druídicas”, con unos ritos que vienen a manifestar, en su versión moderna, un culto a la “diosa naturaleza”, y un folklore celta. Son grupos pequeños, que a veces se juntan en una especie de federación. Los grupos mayores tienen muy poco que ver con la “New Age”.
Movimiento Humanista El argentino Mario Rodríguez Cobos (n. 1938), conocido como “Silo”, había sido Presidente de las juventudes de Acción Católica en Argentina. Apostató en los años 60, adhiriéndose a la ideología del comunitarismo autogestionario, con una sociedad fraternal utópica mezcla de socialismo y anarquía como horizonte. Este naturalismo ateo no crea una secta. Pero Silo añadió elementos ocultistas y teosóficos, proponiendo unas “técnicas”, individuales y de grupo, para conseguir una especie de superhombre. Se pretende que el “movimiento” sea compatible con cualquier religión. En realidad, la única “religión” que cabe es el pensamiento de Silo, elaborado en buena parte por el chileno Bruno von Ehremberg (alias H. van Doren). Su moral es muy laxa, con un hedonismo mal disfrazado de principios altruistas.
Silo lanzó el grupo en 1969, con un discurso que sus partidarios califican de “nuevo sermón de la montaña” del “mesías de los Andes”. Buen organizador, ha creado una estructura piramidal en cuya base están células poco numerosas. Ha cambiado el nombre del grupo varias veces. Cuenta con unos veinte o veinticinco mil adeptos en el mundo.
Iglesia de la Cienciología Este singular grupo nació a raíz de un libro, Dianética, que su fundador, el estadounidense Lafayette Ronald Hubbard (1911-1986), escritor de novelas de ciencia-ficción, publicó en 1950. Se trataba de un curanderismo revestido de modernidad: anunciaba la curación de todos los males –físicos o psíquicos– por medio de un revolucionario método de control mental sobre el cuerpo. El libro tuvo éxito, y Hubbard empezó a practicar su método. No tardó en ser acusado de intrusismo por los profesionales de la psiquiatría. Para evitar una condena, convirtió (1954) esa práctica en religión: la “Iglesia de la Cienciología”.
Es una “iglesia” sin Dios. El grupo se dedica a vender el método de Hubbard: una serie de masajes, vitaminas en cantidad, y una larga serie de entrevistas con un “auditor” equipado con una especie de detector de mentiras. En el fondo, laten algunos conceptos adquiridos por Hubbard en sus viajes a oriente: se trataría de liberar los “espíritus puros” (thetanes) que hay en el hombre, de los principios de corrupción o engramas.
La cosmovisión de Hubbard refleja su anterior profesión. Es una fantasía de imperios galácticos, donde este mundo, en franca decadencia, está abocado a la destrucción, si no fuera por la cienciología. Con estas ideas, Hubbard creó una compleja organización, donde se intercalan entidades de supuesta finalidad religiosa con otras civiles5, bajo la vigilancia de una élite de tono paramilitar, con uniformes al estilo de la marina.
Sectas satánicas El satanismo moderno comenzó en la corte de Luis XIV. Entre sus ritos destaca la llamada “misa negra”. Es una antirreligión, y de modo particular un anticatolicismo, que rinde veneración al demonio. El segundo componente básico del satanismo, los conjuros de magia negra, tiene hoy como principal referencia las obras del brujo inglés Aleister Crowley (1875-1947).
Una pléyade de grupos, la mayoría pequeños y cerrados, siguen unos patrones comunes, pero sin uniformidad. Los más conoci – dos y numerosos son los menos radicales, con ambigüedad en sus creencia: se trataría de actuar como si el demonio existiera en los ritos y conjuros, y como si no existiera en el resto. Aparte de su atractivo para mentes psicópatas, lo que atrae a sus miembros es el gusto por lo aberrante, el afán de poder y el resentimiento. Su figura más representativa es Anton Szandor LaVey (1930-1977), un antiguo organista y domador de circo que fundó en 1966 la llamada “Iglesia de Satán” y escribió la Biblia satánica. Se trataba de una especie de “secta por correspondencia” que, a cambio de una suscripción pagada, proporcionaba el material y el asesoramiento necesarios para que el afiliado pudiera organizar ritos satánicos. Llegó a contar con más de diez mil miembros, aunque no salió de Estados Unidos.
Más discretos y radicales son otros grupos, como los satánicos “paládicos”, que tienen clara conciencia de adorar al demonio y son los responsables de lo peor del satanismo (incluido, en ocasiones, algún sacrificio humano).
LAS SECTAS EN ESPAÑA Como no hay estadísticas al día y teniendo en cuenta el cambio continuo, los datos son sólo aproximados.
Hay en España actividad de algo más de doscientas sectas, que suman unos ciento cin- cuenta mil adeptos. Es una cifra que apenas ha sufrido alteraciones en bastantes años; pero eso no significa que sean las mismas personas que hace, por ejemplo, quince años; en muy buena proporción, son distintos.
Las de origen cristiano son las más numerosas. Una de ellas agrupa a casi dos tercios de los integrantes de sectas: los testigos de Jehová. Llegaron a superar los 100.000; pero desde hace menos de un lustro su número experimenta un lento pero continuo declive, a razón de un 3% anual aproximadamente. Actualmente su número debe estar entre 90.000 y 95.000 miembros.
Siguen en importancia los mormones, con una cifra de unos 20.000 prácticamente estancada, no obstante los esfuerzos del grupo por implantarse, como muestra el gran edificio que inauguraron hace un año en Moratalaz (Madrid). El resto de los grupos son mucho más reducidos. Sólo el Movimiento Humanista de “Silo” supera los mil integrantes.
La Iglesia de la Unificación del “reverendo Moon” y la Iglesia de la Cienciología, a pesar de haber protagonizado fuertes inversiones en España, no llegan al millar de adeptos, salvo que se considere tales a quienes reciben algún cursillo. Recientemente, el primero de estos grupos ha conseguido figurar en el Registro de entidades religiosas del Ministerio de Justicia; el segundo lleva varios años intentándolo.
Las sectas de origen oriental están actualmente muy apagadas en España. Los Hare Kris-hna mantienen todavía su ashram –comunidad monástica– en Brihuega (Guadalajara), llamado Nueva Vrajamandala, sin el vigor de hace veinte años. Meditación Trascendental, el grupo más activo dentro de este tipo, mantiene algunos establecimientos, pero sin un crecimiento significativo.
En cuanto a sectas neopaganas y gnósticas, sólo el Movimiento Gnóstico Cristiano se acerca al millar de adeptos.
Las sectas satánicas son bastantes, todas ellas poco numerosas. Hay unas cincuenta identificadas, pero posiblemente funcionen el doble, sin que superen los tres mil integrantes en total.
Estas cifras suponen que el número de integrantes de sectas en España no llega al 0,5% de la población. Es una cifra alejada del 1,5% que constituye la media europea. Y, en la actualidad, su dinamismo es menor que hace veinticinco años. El dilema en España en el terreno religioso se da entre la fe y la increencia, sin que influya mucho el atractivo de grupos religiosos exóticos o novedosos. J.V.-H.
SECTAS Y MANIPULACIÓN Está bastante difundida la teoría según la cual la eficacia de las sectas estriba en el empleo de “técnicas de manipulación mental”, con las que controlan la voluntad y la conducta del adepto.
El argumento es viejo. Ante fenómenos incomprensibles, siempre se ha recurrido a poderes ocultos como explicación. En el siglo XIX, ante las evidentes dotes de seducción de Joseph Smith, creador de los mormones, ya se hablaba de “brujería”. Ya en la segunda mitad del siglo XX, se empezó a utilizar una expresión acuñada por el periodista británico Edward Hunter para referirse al tratamiento recibido por los prisioneros norteamericanos de la guerra de Corea: “lavado de cerebro”. En los 80 emerge la era de los ordenadores, y se empieza a hablar de “programación”. Tras algunos reveses sufridos cuando se intentaba contrastar científicamente esas teorías, ahora se tiende a utilizar una terminología algo menos comprometida: “técnicas de control mental”.
El principal de esos reveses tuvo como escenario los Estados Unidos. Cuando el organismo profesional de psiquiatras y psicólogos, la American Psychological Association (APA), se interesó por el tema y estudió el informe de un equipo dirigido por la principal defensora del empleo de esas técnicas, Margaret Singer. El dictamen, que vio la luz en 1987, es contundente: el APA “no puede aceptar el informe del equipo. En general, el informe carece del rigor científico y del aparato crítico contrastado necesarios para el imprimatur del APA”. Por si fuera poco, el dictamen “solicita que los miembros del equipo de estudio no distribuyan ni publiquen el informe sin indicar que éste es inaceptable para el Consejo”.
¿Por qué entonces sigue habiendo quien se aferra a estas teorías? Hay dos factores principales que confluyen.
Algunos padres y familiares de jóvenes que se han ido tras un grupo sectario, están predispuestos a aceptar cualquier teoría que les exonere de culpa, y no les lleve al “descubrimiento” de que quizás han dado una educación en la que los valores religiosos y el sentido trascendente de la vida estaba ausente, y el joven ha ido a buscarlos a otra parte.
Junto a ellos está un grupo de psicólogos conductistas, para quienes cualquier verdad no empíricamente comprobable carece de sentido, y tienden a ver una manipulación en cualquier educación seria en valores. (Para quienes no existe una verdad religiosa, tratar de difundirla supone una imposición que califican de sectarismo). Suelen autopresentarse como los únicos expertos en la materia, y a menudo parece que su enemigo es la religión entendida como una fe; las sectas son sólo su eslabón más débil.
Pero, ¿cómo consiguen abrirse paso ideas tan poco razonables como las que suelen predicar las sectas? Dejando aparte algunos grupos esotéricos -una constante minoritaria en todas las épocas-, lo que sucede es que vienen a rellenar un vacío: el que se crea cuando falta fe o falta convicción en lo que se cree. El sucedáneo aparece cuando el producto auténtico está ausente; cuando vuelve, el sucedáneo desaparece con la misma rapidez con la que entró en escena. J.V.-H.
Julio de la Vega-Hazas, Revista Palabra, nº 447-448, VIII-IX.01