Exposición del caso: El hermano mayor de Natalia, Roberto, había estudiado medicina y, en consonancia con una trayectoria profesional brillante, partió al extranjero para especializarse en un prestigioso hospital. La estancia prevista era de dos años. Por fortuna para la familia, no se olvidaba de ellos, y escribía con frecuencia. Cuando se refirió a que salía con una chica no sorprendió a nadie. Más tarde dijo que se habían hecho novios, y sus padres empezaron a inquietarse: ¿cómo sería la chica? Hicieron todo tipo de preguntas, y parecían más calmados con las respuestas tranquilizadoras de Roberto. Por fin Roberto les dijo lo que hasta ese momento no parecía querer que se supiese: que su novia era protestante.
A sus padres no les gustó, y empezaron a intentar hacerle ver que eso podía ser fuente de problemas, a lo que Roberto contestaba que cada uno era muy respetuoso con las creencias del otro, por lo que no había ningún problema. Las cartas se fueron alargando a fuerza de razonamientos. Los padres le decían que si no se daba cuenta que eran dos maneras de entender la vida. Roberto contestaba que “en el fondo apenas había diferencias” porque los dos creían “en lo fundamental”, y que “había más diferencia entre un buen católico y una mala católica, que entre un buen católico y una buena protestante”. Con esto, parecía dar a entender que su novia era una convencida y practicante protestante. Preguntaron por su familia, y resultó que su padre era pastor protestante. Esto alarmó más a la familia de Natalia.
—”¿Pero es para tanto?”, preguntaba Natalia a su madre, al verla muy agitada. —”Que sí, hija, que sí. Si es que en estas cosas es ella siempre la que se impone. Y si se casan, ¿los hijos qué? Pues que siguen siempre a la madre. Si por lo menos fuese al revés…” —”Ya”, dijo Natalia, con gesto de desagrado al imaginarse ella en una situación así: no era ése el tipo de novio con el que soñaba. Y precisamente el argumento de los hijos fue el que apareció a continuación en las cartas. Ésta fue la réplica: “Creo que, quizás por las circunstancias, tenéis un concepto un tanto estrecho del cristianismo. Nos vendría mucho mejor a todos, católicos o no, si dejáramos de ver a las iglesias como rivales y las viéramos como complementarias. Es como los hospitales: todos vamos a lo mismo, a curar, y entre todos podemos proporcionar una oferta más completa. No siempre aplicamos las mismas técnicas, pero eso no significa que descalifiquemos a quien no trabaja como nosotros, y además aprendemos unos de otros”. Siguieron varias cartas en el mismo tono. Más tarde, Roberto empezó a sondear a sus padres sobre la posibilidad de que fuera a pasar una semana con su familia, acompañado de su novia; debía pensar que eso acabaría por convencer a sus padres. A éstos, ya cansados del asunto, no les pareció mala idea. Así, se concertó la fecha. Cuando se aproximaba, los padres de Natalia se dieron cuenta de un problema, y llamaron a su hija: —”Tú tendrás que enterarte bien de qué piensa y cómo es…” —”¿Yooo…?” —”Aquí eres tú la que sabes inglés, ¿no? Porque lo que es tu padre y yo…” Natalia empezó a repasar su inglés, y acabó esperando con expectación la llegada de su hermano y su novia. Llegaron en la fecha prevista. La novia de Roberto, Rebeca, se alojó en la misma habitación de Natalia, y pronto comenzaron a conversar. La religión salió a escena, y Natalia no tardó en darse cuenta de que, al menos en este aspecto, la chica era bastante distinta a como la veía su hermano. Pertenecía a un sector protestante bastante hostil a la Iglesia Católica. Calificaba a ésta con términos despectivos: decía que eran arrogantes orgullosos que miran a los demás como destinados a la condenación, que habían puesto a un hombre —al Papa— en el lugar de Jesucristo, y que pretendían imponer una moral agobiante a base de amenazas. A Natalia eso le parecía insultante, y reaccionaba con genio. Le decía que ahí está la Iglesia desde el principio —desde Cristo— manteniendo la misma fe, a lo que Rebeca contestaba que los católicos la habían pervertido, y pretendían descalificar al “verdadero seguimiento de Cristo”. Natalia, ya enfadada, replicó que ella no vivía agobiada, y que estaba muy contenta de encontrar en la Iglesia todo lo que necesitaba para su espíritu; que no entendía esa animadversión hacia la Iglesia católica, salvo que no tuviera la conciencia tan tranquila al respecto y en el fondo tuviera envidia. Esta última afirmación rompió el diálogo entre ambas.
Durante los siguientes días Natalia trató de hacer ver a su hermano lo que pensaba su novia de verdad, pero fue infructuoso. —”Que ya te conozco. Seguro que te has puesto a discutir, ¿a que sí?” Tuvo que reconocer que sí; intentó convencerle de que una cosa era su culpa —que admitía—, y otra las ideas de Rebeca, pero fue inútil.
Faltaba un día para que se marcharan, y Natalia estaba apesadumbrada, pensando que “lo había vuelto a fastidiar todo” por culpa de su carácter. Buscaba una solución para hacer entrar en razón a su hermano, pero concluía que no había nada que hacer. “¡Un momento! —exclamó de repente—, ¿y si…?” La víspera por la noche, esperaba a Rebeca en su habitación. Natalia, que no cesaba de dar vueltas al asunto, se dirigió a ella y le preguntó: —”Y cuando os caséis, ¿vas a seguir acompañando a Roberto a Misa?” —”¿Y a ti qué te importa?”, fue la fría respuesta. —”No, como me dijo que os acompañáis uno al otro los domingos…, me quedaría más tranquila si me dijeras que seguiréis…” —”Pues no te lo voy a decir”. —”Hija, con lo ecuménica que dice Roberto que eres…”. —”Roberto ha vivido engañado toda su vida”. —”Ya, y ¿no lo estarás engañando un poco dándole esperanzas falsas?” —”¡Déjame en paz!”. —”Sí, pero el pobre…”. —”El pobre, afortunadamente, se está quitando de encima esos horrorosos prejuicios católicos”, contestó, ya traspasado el umbral del enfado. —”¿Prejuiciooos?” —”¡Sí, prejuicios! Y espero no volver a soportar esto más”. —”¿Que nunca volverás a vernos?” —”No, nunca más”. —”¡Ay, qué pena!”. —”¡Mira…!”, dijo Rebeca, ya visiblemente irritada. Natalia la interrumpió, repentinamente: —”¿Y si se hace católico un hijo vuestro? ¿Y si opta por ser católico? ¿Cómo te va a sentar eso?” —”Nunca, ¿me oyes?, nunca será católico un hijo mío”, contestó con una ira contenida, y salió.
A la mañana siguiente, despidiéndose en el aeropuerto, Natalia pudo estar un momento a solas con su hermano, mientras sus padres y Rebeca se entretenían en la consigna. Le contó la conversación pormenorizadamente. Roberto, más callado que de costumbre, se despidió de sus padres y, al poco, partió el avión.
Pasaron varias semanas sin noticias de Roberto, lo que puso nerviosos a sus padres, que tampoco habían conseguido mucha información de Natalia. Un día llegó por fin la carta esperada. Sin dar muchas explicaciones, dijo que había roto con su novia. Tras la firma final añadía unas palabras: “PD. Para Natalia: gracias”. Ella, que dudaba si había hecho bien o no, pareció tranquilizarse. Los padres estaban intrigados por la posdata, intuyendo que tenía que ver con el otro asunto. Se dirigieron a ella: —”Oye, ¿tú qué has hecho?” —”¿Quién? ¿Yo? Nada…” Preguntas que se formulan: — ¿Quién ha fundado la Iglesia? ¿En qué momento (o momentos) fue fundada? ¿Para qué? ¿Fue voluntad de Cristo fundar una sola Iglesia? ¿Podría ser válida la visión que contempla las diversas iglesias cristianas como complementarias? ¿Por qué? ¿Cuáles son las notas que caracterizan a la Iglesia fundada por Jesucristo? — ¿Cómo se compagina la unidad con la existencia de distintas iglesias cristianas? ¿Cómo se ve la Iglesia Católica en relación a las demás? ¿Supone orgullo pensar que sólo la Iglesia Católica responde plenamente a lo que fundó Jesucristo? ¿Por qué? ¿En qué se manifiesta la unidad dentro de la Iglesia Católica? ¿Es la figura del Papa necesaria para esta unidad? ¿Por qué? ¿Supone situar a un hombre donde sólo puede estar Jesucristo? ¿Por qué? — ¿Qué significa la santidad de la Iglesia? ¿Es necesaria para la salvación? ¿Supone esto que los católicos consideran a los miembros de otras iglesias, o religiones, como “destinados a la condenación”? ¿Cómo se compagina este aspecto con el anterior? ¿Qué medios proporciona la Iglesia para la salvación? ¿Es la vía de salvación una “moral agobiante a base de amenazas”? ¿Por qué? ¿Pueden encontrarse estos medios fuera de la Iglesia Católica? ¿Cuál es su diferencia con ésta? — ¿Qué quiere decir que la Iglesia es católica? ¿Tiene sentido el proselitismo de los católicos, o sería más correcto pensar que como “todos vamos a lo mismo” se debe dejar a cada uno seguir su camino? ¿Por qué es necesario el ecumenismo? — ¿Qué quiere decir que la Iglesia es apostólica? ¿Tiene importancia la continuidad desde los tiempos apostólicos? ¿En qué aspectos debe manifestarse esa continuidad? — Teniendo en cuenta lo examinado aquí, ¿cuál es la naturaleza de la Iglesia? ¿Qué es en relación a Jesucristo? ¿Por qué sus fieles pueden sentirse en ella seguros de que tienen todos los medios de salvación? Bibliografía Vid. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 748-750, 763-776, 781-798, 811-865.
Comentario: Las ideas que expone Roberto sobre la Iglesia —comparando a las iglesias con los hospitales— están bastante extendidas. Nos encontramos con un planteamiento parecido al que veíamos en el caso de la lección sobre la Revelación. La diferencia es que aquí el ámbito es más restringido: las iglesias cristianas.
Una vez más se comete el error de medir —allí eran las creencias, aquí son las iglesias— en términos de pura utilidad, como un problema de oferta o de gustos. Las diferencias no se reducen a “aplicar técnicas distintas”, sino que son más profundas, y en último extremo consisten en creencias que afectan al modo de ver la vida en sus constitutivos más básicos y profundos: son diferencias de fe. Roberto trata de paliar este aspecto diciendo que todos creen “en lo fundamental” pero no es así en muchos casos. Lo es con los ortodoxos, pero no con los protestantes: en lecciones anteriores hemos podido ver ideas de origen protestante que difieren de la fe católica en puntos fundamentales.
En algunos ambientes protestantes se ha difundido la noción de Iglesia a que se refiere Roberto. Consiste en creer que Jesucristo fundó una Iglesia, que viene a servir como “modelo” o referencia. Las diferentes iglesias vendrían a ser distintos intentos de acercarse al modelo, al ideal. Ninguna alcanzaría el ideal, de forma que lo que más se acercaría a este “ideal” completo sería, no una de las iglesias cristianas en particular, sino el conjunto de todas ellas, que se complementarían entre sí.
La idea es sugestiva y parece despejar obstáculos para el ecumenismo. Pero no concuerda con lo que aparece en el Evangelio. Jesucristo funda una Iglesia: “un solo rebaño, con un solo Pastor” (Jn 10, 16). Los Hechos de los Apóstoles lo confirman: habría sido muy fácil —y parecía solucionar problemas— haber constituido una “iglesia judaizante” y otra “de los gentiles” con carácter complementario, pero todos sus esfuerzos eran en sentido contrario: mantener la unidad, como quería el Señor. Y esa Iglesia no sería “una aproximación”, sino exactamente la que Él quería, porque no sería una pura obra humana, ya que Él la asistiría hasta el final de los tiempos. San Pablo lo explica con más detalle y profundidad: la Iglesia es la Esposa de Cristo —y sólo se desposa a una—, y por ello es su mismo Cuerpo, del que Él es la Cabeza. Y así “sólo hay un cuerpo… sólo un Señor, una fe, un bautismo” (Ef. 4, 4-5). Este carácter determina la plenitud: la santidad, en medios —todos los que quiso Cristo— y en frutos. No podía ser de otra manera si se cuenta con la asistencia divina. Y, si es una, lo es en el tiempo: por tanto, la Iglesia fundada por Jesucristo debe remontarse, sin solución de continuidad, hasta los primeros tiempos, hasta los apóstoles sobre los que fue fundada: el Colegio de los Obispos con el Romano Pontífice como cabeza, sucede al Colegio de los Apóstoles con Pedro como cabeza: “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18). Es apostólica, además, porque Todos los miembros de la Iglesia, por su misma vocación bautismal, están llamados por Jesucristo al apostolado (cfr. C.Ig.C., 863). La cuarta característica, o “nota”, figura también en el Evangelio: Jesucristo envió a sus Apóstoles “a todo el mundo” (Mc 16, 15), y por ello la Iglesia es universal sin restricciones ni exclusivismos: es católica.
Por todo eso, la Iglesia afirma que la Iglesia fundada por Jesucristo “subsiste en la Iglesia Católica” (C.Ig.C., n. 820). Esto no significa que ésta contemple a las demás meramente como “rivales”, y menos que vea a sus miembros como “destinados a la condenación”. Reconoce en ellas “muchos elementos de santificación y de verdad”. Por tanto, “el Espíritu de Cristo se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como medios de salvación”, pero no se ha de olvidar el motivo de ello: “cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia Católica” (C.Ig.C., n. 819). De modo que podemos decir que la Iglesia, “sacramento universal de salvación” (LG, 48), es asumida por Cristo como “instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG, 1; cfr. C.Ig.C., 775-776).
¿Qué sucede entonces con el ecumenismo? Es la búsqueda de la unidad perdida, y en este sentido merece nuestra alabanza, nuestra oración y nuestro esfuerzo. Pero si se pretendiera recuperar esta unidad al precio de renunciar a las propias convicciones —”negociando” con ellas para buscar una especie de “término medio” consensuado—, dejaría de ser bueno. En realidad, sería perjudicial para todos, católicos o no, porque estar dispuesto a algo así supondría relativizar la fe misma, traicionando el depósito entregado por Cristo: ya no se dialogaría con alguien que tuviera discrepancias en las convicciones, sino con alguien sin convicciones.
Por último, habría que agregar que la Iglesia, precisamente por la conciencia que tiene de su misión materna respecto a sus fieles y el peligro de indiferentismo o de pérdida de la fe que suponen los matrimonios mixtos, prevé algunas condiciones para su celebración (cfr. C.I.C., cc. 1125 y 1086), sobre todo para garantizar la educación católica de los hijos.