Exposición del caso: Jaime es un chico nervioso e inquieto, con mucha vitalidad: no en balde tiene 15 años. Es también inconstante: con frecuencia no acaba lo que empieza, y si le preguntan el motivo suele contestar que “le cansa” o “le ha conseguido aburrir”. A sus padres esa inconstancia parece preocuparles, sobre todo cuando se refleja en sus notas, y suelen decir una y otra vez a Jaime cosas como “en este mundo nadie te da nada, si quieres algo tienes que conseguirlo por ti mismo”, “de que te esfuerces o no depende todo lo que vayas a ser en la vida”, u otras parecidas. Son católicos, pero poco practicantes. Alguna que otra vez, cuando ha salido a conversación la religión con ocasión de alguna noticia, Jaime les ha oído comentar que es todo muy bonito, pero deben poderlo vivir bien los frailes, porque piden a la gente normal cosas que de hecho son imposibles; que se alejan del mundo real, y por eso la mayoría de la gente no les hace caso. Jaime ve que sus padres son voluntariosos —desde luego, más que él—, y por eso piensa que si dicen eso es porque así será. Él a la única que ve rezar es a su abuela —vive con sus padres—, una viejecita bastante mayor que reza rosarios todo el día. Jaime considera a esa “máquina de rezar rosarios” casi como un ser de otro planeta, le parece lo más aburrido del mundo, no entiende que alguien pueda repetir lo mismo una y otra vez, y no le ve utilidad ninguna. Es más, eso es un nuevo motivo que le inclina a dar la razón a sus padres.
Jaime “va —como él dice— por temporadas”. Después de una temporada en que devoraba novelas de acción, pasó a otra en que su pasión era la música moderna. En realidad, lo que buscaba eran emociones: cuando algo dejaba de emocionarle, se cansaba de ello. También ocurrió con la música. Y descubrió un nuevo filón cuando una amiga suya le citó en su casa para “hacer espiritismo”. Resultó consistir en un grupo de chicos y chicas intentando concentrarse en busca de una especie de energía oculta que moviera un vaso. El vaso no se movió —alguna dijo que le había parecido que se había movido “un poquito”—, pero el caso es que con la oscuridad, la atmósfera de misterio y algún detalle más el asunto parecía tener su emoción. Pero, además, en casa de la anfitriona había una buena colección de libros sobre ocultismo, esoterismo, religiones orientales y materias afines. A Jaime le pareció algo atractivo, y pidió prestados algunos.
Comenzó a leer ávidamente el primero, que trataba de técnicas de meditación orientales para “autorrealizarse”. Al fin y al cabo —pensaba— eso de “autorrealizarse” es lo que decían sus padres que tenía que hacer. Allí se hablaba de “fundirse con el absoluto” en un “éxtasis sensorial”, y métodos para conseguirlo, con todo detalle: túnica blanca, posturas (alguna bastante rara), luz, concentración, etc. Jaime comenzó a ensayarlo. Nunca supo si llegó a alcanzar el “éxtasis sensorial” prometido, pero eso de “meterse en el infinito” era algo nuevo, que conseguía relajarle y, por un momento, hacerle sentirse tranquilo, cosa difícil con lo nervioso que era.
Hasta entonces, Jaime había rezado muy poco. Consideraba que para qué rezar si no se sentía nada, o si no estaba inspirado o movido a hacerlo. Otra cosa, y todo lo que sonara a fórmula, le parecía un convencionalismo inútil. Y cuando algún compañero le había comentado que había entrado a la capilla del colegio a rezar, no era raro que replicase con un “¿y qué te ha dicho?”, divirtiéndose al ver el desconcierto de quien —o al menos eso le parecía— no sabía qué contestar. De hecho, el mundo seguía su curso igual, se rezase o no. En cambio, esas técnicas que estaba descubriendo eran algo distinto: movían, tenían su gusto y sus resultados. De todas formas, esto acabó como era de esperar: Jaime se aburrió de las técnicas orientales —ya no le “decían” nada— y las abandonó.
Preguntas que se formulan: — ¿Piensas que se puede vivir una vida cristiana a fuerza de “ser voluntarioso”? ¿Qué opinión te merecen los comentarios de los padres de Jaime? ¿Es verdaderamente imposible cumplir las exigencias de la vida cristiana si no se reza? ¿Por qué? — ¿Qué debe buscar el cristiano en la oración? ¿Se parece a lo que busca Jaime? ¿Es la buena oración aburrida? ¿Por qué? ¿No tendría que serlo al ser repetitiva? ¿Por qué hay quien la encuentra aburrida? — ¿Es verdad que Dios no responde en la oración? ¿Cómo lo hace? ¿Qué resultados tiene la oración? ¿Qué hacer cuando parece que no tiene efectos ni resultados? ¿Es cierto que todo sigue igual, se rece o no? — ¿Cómo se relaciona el cristiano con Dios en la oración? ¿Cómo debe tratar a Dios? ¿Tiene algo que ver con un “fundirse con el infinito”? ¿Cuál es la diferencia? ¿Y cuando reza una colectividad, cómo se compagina el convencionalismo con la verdadera oración? ¿Es un obstáculo aquél para ésta? ¿Y es un obstáculo el ajustarse a fórmulas para la autenticidad de la oración? — ¿Cómo juzgas el comportamiento de Jaime? ¿Qué le dirías? Bibliografía Vid. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2650-2651, 2697-2719, 2742-2745, 2779-2785.
Para este caso conviene repasar el caso sobre el Segundo Mandamiento.
Comentario: Lo primero que cabe decir a la vista de este caso es que Jaime no ha tenido una buena escuela en su casa. Sus padres son lo que podríamos llamar “voluntaristas”: todo depende de la pura fuerza de voluntad. No ven otra cosa. Y hay “otra cosa”: la gracia. La gracia es algo sobrenatural, y se adquiere, como es de suponer, por medios sobrenaturales que nos ponen en contacto por Dios, pues es un don de Dios. Ya se vio que la gracia es necesaria para acceder a los bienes sobrenaturales, sobre todo la vida eterna. ¿Pero es también necesaria para vivir en este mundo correctamente? Ya se ve que en la mente de los padres de Jaime la respuesta es negativa. Se equivocan. En primer lugar, no tienen en cuenta que el pecado original ha dejado al hombre en una situación de debilidad, moral e incluso psíquica muchas veces: hay voluntades que “no llegan”, voluntades que se quiebran. No se puede pedir lo mismo a todo el mundo. Pero hay algo más, y más importante. El cristianismo pide una vida íntegra en lo humano, y pide cosas que podríamos calificar de sobrehumanas: querer al prójimo con el amor de Dios mismo, perdonar y rezar incluso por los enemigos y los que nos hacen o desean mal. Los padres de Jaime son conscientes, al menos parcialmente, de esta exigencia, pero como no tienen en cuenta para nada la gracia, que es precisamente lo que hace posible responder a esas exigencias, concluyen que se piden cosas imposibles, y las rechazan por parecerles irreales.
Por eso, para el cristiano, los medios para conseguir la gracia resultan imprescindibles. Y los principales son los sacramentos y la oración. Ya se han dedicado varios casos a ver los primeros. La oración es el trato personal con Dios. Se busca en ella el amor de Dios y su gracia. Lo cual no tiene nada que ver con “autorrealizarse”. Mal empieza Jaime. Y mal sigue, porque lo que busca no es a Dios: se busca a sí mismo. Busca sentirse bien, busca emociones, busca disfrutar con la novedad.
Esto le lleva a situaciones extrañas. No es ahora el momento de hablar sobre el espiritismo. Tampoco parece claro que lo que intente el grupo de chicos sea propiamente espiritismo: todo depende de si la “energía oculta” sea considerada un fenómeno natural que sólo requiere concentración, o si se busca en misteriosos seres espirituales. Porque si se trata de esto último está claro que los espíritus del entorno divino no se prestan a ese tipo de juegos. ¿Qué espíritus quedan, entonces? Quedan aquéllos con los que bajo ningún pretexto se puede mantener trato.
No podemos detenernos mucho en comentar las técnicas orientales que prueba Jaime. Dependen de una visión religiosa mucho más alejada del cristianismo de lo que parece. El llamado “éxtasis sensorial” consiste en autoanular los sentidos e imágenes, para “fundirse con el absoluto”. Esta expresión indica un fondo panteísta —todo es Dios—, en el que se pide al hombre que se anule a sí mismo para “fundirse” con ese todo que todo engloba: unirse íntimamente a Dios supondría anular la propia personalidad. Nada más ajeno a la visión cristiana, que nos levanta a la categoría de hijos, elevando en vez de anular. ¿Y cómo es que esas técnicas consiguen calmar al nervioso Jaime? Pues muy sencillo: porque seguramente incluyen técnicas de relajación. Esa es la única utilidad que pueden tener. Pero de eso a pensar que eso puede ser una oración válida media un abismo.
Las excusas de Jaime para no rezar —que eso son: excusas— se sostienen mal. En su visión, parece que tiene que sentir algo, o sentirse “inspirado”, o movido, para rezar. Lo cual supone, entre otras cosas, pretender tener un dios a medida de sus gustos, y el subordinar un deber al estado de ánimo. ¿Qué le parecería si sus padres sólo le hiciesen caso cuando “sintieran algo” en ese sentido, o cuando se “sintieran movidos a ello”? Porque no parece darse cuenta de que Dios es su Padre. La oración—modelo que Jesucristo nos enseñó es lo primero que nos recuerda, y su nombre mismo lo señala: el Padrenuestro.
Lo más importante de la oración, y la oración más importante, es la que nace del corazón, que no tiene necesidad de expresarse en palabras externas. Pero eso no permite descartar la oración vocal. ¿Quién se dirige a Dios? El hombre, el hombre entero. Éste es cuerpo y alma, y en cuerpo y alma conviene que se dirija a Dios. Es persona singular y ser social, y conviene así dirigirse a Dios tanto individual como socialmente. No se trata por tanto de meros convencionalismos, sino de dirigir toda la existencia a Dios.
Y, pese a las ironías de Jaime, la oración también es diálogo. Otra cosa es que Dios no conteste como a nosotros nos gustaría que contestara, o como lo imagináramos. Dios contesta, pero es una contestación suave, lenta, discreta… y eficaz. Produce resultados: unos no se ven, como el aumento de la gracia, pero otros sí, como los frutos de esa gracia: el refuerzo de las virtudes sobrenaturales y una inteligencia para las cosas de Dios que podemos llamar “visión sobrenatural”. ¿Y es verdad lo que dice Jaime, que el mundo sigue su curso actual aunque se rece? Más bien habría que decir que el mundo sigue su curso actual gracias a que se reza: lo que hubiera podido ocurrir si en el mundo se hubiera abandonado del todo la oración…
Por lo demás, para hacer verdadera oración hacen falta algunos requisitos humanos. Hace falta saber tener la cabeza centrada y vencer la pereza mental, tan peligrosa como la física. Para quien cae en este tipo de pereza, cualquier cosa seria que requiera dominio interior de sí y concentración parecerá un aburrimiento, como ocurre tantas veces. No parece por tanto Jaime estar en óptimas condiciones para la oración mientras no se resuelva a luchar por mejorar en estos aspectos. Si no lo hace, seguirá siendo una persona inmadura que va por la vida dando bandazos y sin rumbo fijo.