Entrevista de Álex Navajas Luis Suárez asegura que no interviene «en las gestiones para obtener la beatificación de Isabel», pero que «mi confianza en la Iglesia es tan absoluta que estoy convencido de que lo que disponga en este tema será lo más correcto».
– Lo primero que sorprende de la beatificación de Isabel la Católica es que hayan pasado más de 450 años desde su muerte, en 1504 hasta que se puso en marcha el proceso, en 1958. ¿Por qué esta demora? – Yo también me pregunto: ¿por qué se han esperado 700 años para beatificar a Duns Scoto; más de 400 para canonizar a Juan Diego; 500 para Juana de Arco, etc.? La Iglesia tiene criterios muy estrictos y se tienta la ropa antes de dar un paso adelante.
– Si sus contemporáneos no vieron oportuno abrir el proceso de canonización a la muerte de Isabel, ¿por qué ahora sí? – No sé contestar. Probablemente los grandes eclesiásticos coetáneos, que de modelo no tenían nada, veían con temor surgir una egregia figura que, ceñida a la corona, afirmaba su condición católica. Por otra parte, Isabel estaba estrechamente ligada a los jerónimos -en Guadalupe disponía de una celda a la que llamaba «mi paraíso»-, y en esta Orden se consideraba como virtud heroica no promover procesos de beatificación.
– ¿Se pueden estudiar las virtudes de una persona que murió hace tanto tiempo; es decir; contamos con suficientes y fiables documentos que puedan probar su santidad de vida? – Hoy estamos en mejores condiciones que nunca para conocer de verdad una época, una política y una mujer como ella. Los documentos son objetivos y contundentes.
– En las vidas de muchos santos, los milagros están presentes en sus vidas. ¿Existe constancia histórica de que la Reina Isabel hiciera alguno? – En algunos santos, pero no en todos. No me parece que San Fernando hiciera milagros. Los que se atribuyen a Santa Isabel de Portugal no han sido tomados en cuenta como fehacientes. ¿Quiere usted más milagro que poner en marcha la doctrina de la Iglesia sobre los derechos humanos? – Bien; aunque es inevitable tratar el tema de Isabel la Católica y no hacer referencia a la expulsión de los judíos. Es cierto que España fue el último país de Europa en expulsarlos, pero, a todas luces, parece que fue una decisión injusta. ¿No revela este hecho una debilidad de la Reina; un no vivir heroicamente las virtudes, como se pide a todos los aspirantes a la santidad? – Isabel veía en el cristianismo, no como ahora hacemos -una doctrina más entre las varias posibles a la que uno es libre para adherirse o no-, sino que para ella era la verdad absoluta. Así pues, ningún servicio mayor podía hacerse al hombre que conseguir que conquiste la salvación eterna. Ramón Lull, San Raimundo de Penyafort y San Vicente Ferrer habían llegado a la conclusión de que el modo de conseguir esto en los judíos -a los que ella había tratado siempre con fervor y benevolencia- era, tras una oportuna catequesis, brindarles la oportunidad de alcanzar el premio más valioso: la salvación. Fue para ella motivo de especial alegría que el rabino mayor, Abraham Seneor con toda su familia, se bautizase, apadrinándolos los reyes. A los Abravenal, que prefirieron marchar de España, les brindó una protección por encima de la que las leyes permitían. Y dictó una orden para que los que, habiendo salido, volviesen bautizados o a recibir el sacramento, recobrasen todos los bienes que hubiesen vendido pagando exactamente el precio que recibieron. ¿Estaba equivocada? Me parece que sí, pero era la norma que la Iglesia de entonces y los santos más conspicuos establecían. Ella obedeció los mandatos de la Iglesia. Pero es importante que los resentidos o los que no comparten su fe traten de comprender correctamente los motivos. Importa no volver a cometer errores. Para ello es preciso definirlos y delimitarlos en su verdadera dimensión; no caer en mentiras.
– Algunos historiadores -García de Cortázar lo dijo recientemente en una conferencia- aseguran que la reina Isabel nunca será santa porque manipuló los documentos que probaban su parentesco con el Rey Fernando y que fueron enviados al Papa, para poder casarse con él. ¿Qué hay de cierto en esto? – Ésta es una cuestión aclarada hace tiempo, gracias a la documentación. Me molesta llevar la contraria a Fernando García de Cortázar, a quien tanto quiero. Pero sabemos que Isabel y Fernando, decididos en su matrimonio, contaron con la licencia verbal del nuncio Antonio de Veneris, quien les invitó a que se casasen, como se había hecho en muchas ocasiones antes, a la espera de la confirmación oficial de la Sede romana. Ésta llegó pronto comprendiendo todos los términos de la licencia, y fue en cambio negada a doña Juana. El arzobispo Carrillo fue el que «metió la pata» sacando una bula vieja y tergiversándola, para evitar que se pudiera repetir el error del matrimonio segundo de Enrique IV, que careció de dispensa.
El 22 de abril de 1990 se editó en Valladolid la «Positio Histórica» de la Reina, como resultado de un vasto estudio de más de 100.000 documentos de los mejores archivos de España y América. La Reina Isabel, educada en un ambiente hondamente cristiano y con una marcada tendencia hacia lo espiritual, dedicaba diariamente largas horas a la oración y devociones personales, acudiendo con frecuencia a los monasterios donde se quedaba para hacer varios días de retiro. Su testamento, según coinciden en señalar muchos expertos, es el mejor testimonio de su profunda vida de creyente. En la qual fe e por la qual estoy aparejada para por ella morir, e lo recibiría por muy singular e excelente don de la mano del Señor, e así lo protesto desde agora e para aquel artículo postrero de vivir e de morir en esta sancta fe cathólica, aseguraba en el escrito. Algunos críticos le han reprochado su ambición de poder para subir al trono frente a la Beltraneja. «¿Ambición o conciencia del deber?», se pregunta Suárez. «En la doctrina correcta de la monarquía, la corona no es algo que se conquista, sino que es impuesta por Dios. Muchas veces, Isabel en sus documentos explica precisamente esta postura. Dios la llamaba, le imponía un deber del que le pediría cuentas más estrechas que al común de los mortales. No podía rehuirlo», explica Luis Suárez. Los obispos hispanoamericanos han sido hasta ahora los principales valedores de la Reina Isabel. Ahora, los españoles les han tomado el relevo en el camino hacia la beatificación.