Tomás Moro, al llegar al pie del cadalso, no perdió su habitual serenidad y sentido del humor. Le dijo al alcalde: “Ayúdeme a subir, que ya me las arreglaré para bajar solo.” Y al verdugo: “Anímate, hombre, y no temas en cumplir tu oficio. Corto es mi cuello: procura no darme un tajo torcido. Aparta mi barba, sentiría que la cortases. Ella no es culpable de alta traición”.
Erasmo decía sobre Tomás Moro: “El hombre que se adapta tanto a la seriedad como a la broma y cuya compañía resulta siempre agradable, ése es el hombre que los antiguos llamaban: “omnium horarum homo”, un hombre para todas las horas”.