Budismo: La paradoja de una religión agnóstica.
Para Buda, las vivencias propias son el criterio supremo de actuación Hablamos de budismo como si la religión llamada así fuera una sola y la misma. Pero la palabra fue inventada en Occidente en el s. XVII y divulgada sobre todo a partir del XIX para designar cuanto (personas, ritos, etc.) gravita alrededor de la figura y de las enseñanzas de Buda. “Budista” y “búdico» pueden ser sinónimos en cuanto designan lo perteneciente a Buda y al budismo o lo relacionado con ambos, pero se diferencian porque “búdico” se refiere preferentemente a Buda; “budista”, al budismo.
El budismo no es algo monolítico, aunque así lo sugiera el uso de esta denominación. De hecho, ya desde la muerte de Buda, experimentó una serie de escisiones que le han llevado a fragmentarse en más de 250 ramificaciones. Lo dicho en este artículo, de ordinario, es común a todos ellas.
El budismo, una gnosis Una de las corrientes más caudalosas e influyentes de nuestros días es, sin duda alguna, la de la gnosis y del gnosticismo, entendido como talante, como clima, más que como un sistema filosófico-religioso concreto. Está engrosada por el gnosticismo en cuanto sistema, con sus numerosas sectas (más de cuarenta las implantadas en los países de lengua española): la masonería, la teosofía, el rosacrucismo, los llamados “métodos del potencial humano” (Meditación trascendental, Dianética, Método Silva de control mental, Arica, Forum/Est, I AM o YO SOY, etc.), New Age/Nueva Era, etc. Por este cauce discurre también el budismo, que era gnóstico antes de que existiera formalmente el gnosticismo (s. II d.C.).
La semilla gnóstica halla el terreno y clima propicios en épocas de expansión económica, obsesionadas por el bienestar, que parece asfixiar el sentido religioso, el ansia de transcendencia, connaturales al hombre. Entonces, algunos, dominados por la búsqueda religiosa, son lanzados, como por reacción, a la mentalidad gnóstica de desprecio del mundo no sólo en cuanto «mundano», sino en su materialidad, y a la evasión de lo apariencial, de la materia, del cuerpo, mediante la exaltación de la interioridad y por medio de procesos de introspección psicológica.
“Gnosis” es una palabra griega que significa conocimiento. Pero en el contexto gnóstico se trata de un conocimiento peculiar, distinto y superior al de los sentidos, de la razón y de la fe, capaz de salvar al individuo por sus solas fuerzas, sin un Salvador y Redentor distinto del hombre mismo.
El punto de partida Siddharta Gautama, nombre y apellido del apodado «Buda», indio de religión hindú hasta los 28-29 años, vivió en el s. VI a.C. Según la tradición, un presagio le había advertido a su padre que Siddharta sería un gobernante ideal y un guerrero valiente, o sea, fiel a su casta –la segunda–, si no veía la realidad doliente, contingente. En caso contrario, sería un asceta, un sadhu, como los once millones que hay ahora en la India. El padre hace todo lo posible para que su hijo sea fiel a los deberes de su casta, llevando la vida regalada de príncipe oriental. Pero un día, Siddharta, de paseo en su carro de caballos, ve las señales de las limitaciones humanas: a saber, a un anciano encorvado por el paso y el peso de los años; a un enfermo y un cadáver que es llevado a la incineración; y, por fin, a un sadhu hindú, que le indica “el único género de vida al que debe aspirar el sabio”. Siddharta sigue su llamada. Deja a su esposa e hijo, se rapa la cabellera y vive como los sadhus en celibato y pobreza absolutas. Pero ayunó tanto que estuvo al borde de la muerte. Experimenta así que no debe seguir los dos caminos extremos: el del placer, ni el de la renuncia o ascesis rigurosa. Se separa de sus compañeros ascetas. Después de pasar siete semanas (7 por 7 = 49, números simbólicos) en meditación, sentado en posición de loto al pie de un árbol, logró la iluminación, en sánscrito, bodhi, de donde Buda (es decir, “el Iluminado”).
Fugacidad de lo material La iluminación búdica consistió en caer en la cuenta de la contingencia de todo lo apariencial, o sea, en una conciencia especialmente lúcida y viva de que todo lo material, lo captable por los sentidos, es “fugaz, efímero, transitorio, insatisfactorio e impersonal”. Es “la primera noble verdad” del “Sermón de Benarés» (actual Varanasi), que Buda predicó a los cinco ascetas, compañeros suyos. Se llama también «La puesta en marcha de la rueda de la Ley”. Una rueda es el símbolo del budismo, como la cruz del cristianismo, la media luna (islamismo), la estrella de David (hebraísmo), etc.
Todo lo material es contingente, efímero, o sea, malo, con la particularidad de que no existe la materia ni la substancia, sino sólo los accidentes, lo apariencial, sensorial. Todo lo llamado materia, energía, etc., por nosotros, según el budismo es eterno e ininterrumpidamente sometido a un proceso de degeneración hasta que desemboca en la degradación ética de todos los pueblos. Entonces se inicia un nuevo ciclo cósmico igual a los anteriores. En esta concepción no tiene cabida el progreso propiamente tal, ni en el plano científico-técnico ni en el histórico, humano. El budismo reduce al universo y al hombre mismo a un caudal de fenómenos bioquímicos y psíquicos en sucesión y cambio continuos, pero de suerte que no hay pensador, sino pensamientos; ni actor/agente, sino actos; ni espíritu o alma humana, sino un cambio permanente de acciones a impulsos de la ley cuasi-inercial de causa-efecto, o sea, del karma positivo o negativo, determinante del renacimiento en un ser de categoría superior o inferior.
Sin reencarnación Conviene observar que, en el budismo, no puede hablarse de reencarnación (de las almas), como en el hinduismo, por ejemplo, pues no cree en la existencia de un principio vital distinto de lo físico humano, del cuerpo, llamado alma, espíritu… En lugar de reencarnación, usa “renacimiento» (de la “naturaleza búdica”, de la “budeidad”) sin que sea fácil precisar en qué consiste, al menos para la mentalidad occidental. Según las religiones aparecidas en la India (a partir del s. VIII a.C. en el hinduismo, budismo, jainismo – s. VI a.C.–), la reencarnación es una fatalidad, un destino inevitable, un estado de purificación con avances y retrocesos, o sea, de reencarnación en cuerpos humanos de categoría superior o inferior, e incluso en animales e insectos.
La iluminación, fenómeno parapsicológico En cambio, la antroposofía, Nueva Acrópolis, Nueva Era, el espiritismo, la mayoría de las sectas del gnosticismo moderno, el Método Silva, el rosacrucismo, la teosofía, etc., prescinden de lo negativo de la reencarnación para considerarla sólo como una autorrealización, una maduración siempre progresiva y ascendente sin retrocesos, sin caídas ni recaídas en cuerpos de perfección inferior, jamás de animales e insectos. Además, en contra de la realidad, suelen presentarla como compatible con la fe cristiana, más aún como creída en los primeros siglos de la Iglesia, a pesar de que los pocos textos que hablan de ella la rechazan abiertamente. De hecho, es incompatible con verdades cristianas fundamentales, por ejemplo, la resurrección de los muertos, la inmortalidad del alma individual o de cada ser humano, la existencia del infierno y del purgatorio.
La meditación budista y, en general, la específica de las religiones orientales no es diálogo amoroso con Alguien, con Dios, sino con uno mismo; no es oración, sino reconcentración e introspección psicológica. Trata de producir la paralización de todo pensamiento, sentimiento y preocupación, o sea, el vacío interior, es decir, el nirvana o “aniquilación”, no del ser o de la persona, como a veces se dice en Occidente, sino del deseo, de la pegajosidad a lo sensorial. Hay seres nirvanados ya en esta vida, si bien sólo tras una serie incontable de renacimientos puede llegarse a la aniquilación definitiva, al Nirvana (con mayúscula), especie de cielo, pero sin Dios, ni ángeles, ni almas individuales.
La iluminación es como un anticipo de la paz y felicidad, propias del Nirvana. Pero la iluminación no es de naturaleza sobrenatural, ni efecto de la acción divina, ni de la cooperación del hombre y de su libertad con Dios. Es un fenómeno extraordinario, pero natural, parapsicológico, obra del hombre y de su esfuerzo. Por ello no depende del simple querer ni está sistematizado. Es decir, para alcanzar la iluminación no basta quererlo y someterse a unas normas o actos programados. Además, una vez adquirida de manera súbita e imprevista, se pierde también del mismo modo, sin que se sepa si se va a recuperar o no.
Un «yo» diluido Los budistas son los antípodas del grito unamuniano: «¡Que me quitan mi yo!». Usan la palabra “yo”, pero no es lo que nosotros entendemos, sino un mero sonido. El “yo” queda disuelto en ese caudal de actos, sensaciones, cambios bioquímicos, del que hemos hablado; se diluye en “el oleaje de la conciencia inmaterial”, un caudal de agua que fluye sin cesar más o menos contaminada, pero sin nada consistente (alma) que lleve nada (mérito, demérito, etc.). Desde la perspectiva budista podemos imaginar a ese “yo” en actitud de contemplar un extenso paisaje de cielo y de mar desde un acantilado; más aún, identificado de alguna manera con él. En un día de cielo totalmente nublado, en el paisaje del “yo”, la conciencia psicológica sería la franja estrecha del horizonte, sobre el cual se eleva el cielo azul, una altura desconocida e inmensa, llena de luz: la “hiperconciencia”. Debajo del horizonte o de la conciencia, el mar tenebroso, una profundidad también desconocida e inmensa, a saber, los estratos preconsciente, subconsciente e inconsciente del psiquismo humano.
El romper el techo por arriba, como cuando se despega en un día de niebla en un avión, desde el cual se contempla luego el cielo azul, las nubes algodonosas y tornasoladas, o sea, el irrumpir en la hiperconciencia o superconciencia sería la iluminación. A su luz, todo lo material y sensorial parece ser lo que realmente es: contingente, efímero, sin consistencia. Según el capítulo Genjokoan (“La realización de la iluminación”) de El arte de mirar de Dogen (s. XIII d.C.), maestro de zen, “el logro de la iluminación es como el reflejo de la luna en el agua. Ni se humedece la luna ni se quiebra la superficie del agua. Grande es la luna y amplio el radio de sus rayos de luz, pero cabe toda en una gota de agua. Toda la luna y todo el cielo se contienen en cada gota de rocío”. Alcanzar la iluminación es no dificultar el ser transparencia de todas las cosas, de la profundidad de la realidad, dejarse traspasar por la luz reflejada de la luna, aunque parece salir desde dentro de la gota de rocío, agua vacía de suciedad y turbiedad.
Una especie de «autismo» o ensimismamiento Por su desacralización secularizadora del hinduismo, por su marginación de lo divino y por la índole de su gnosis, el budismo cae en una especie de autismo religioso en cuanto cada budista se reconcentra en sí mismo, se ensimisma, en orden a conseguir el vacío mental, el desapego de la pegajosidad sensorial y sensual, el pleno desligamiento de lo apariencial, o sea, de todo lo terreno, temporal, sensorial, y un cierto disfrute interior, que alcanza su grado máximo en la iluminación, coronada por la vida nirvánica.
Lógicamente, el «yo vivencial» de cada individuo queda erigido en punto de referencia y en termómetro valorativo y discernidor de todo. “No os dejéis guiar por la autoridad de los textos religiosos, ni por la simple lógica, ni por la apariencia, ni por la especulación sobre lo opinable, ni por las verosimilitudes probables, ni por vuestro maestro espiritual” (Angúttara-nikâya, 1, 187-191. Buda repite lo mismo otras tres veces en este sermón). Según el budismo, las propias vivencias, sobre todo en la medida de su sintonía con las de Buda, son para cada uno el criterio supremo, tanto doctrinal o de la verdad, como práctico o del comportamiento ético-moral. La experiencia personal está por encima del conocimiento de los sentidos y del racional, mucho más del simplemente especulativo, también de la autoridad de los maestros espirituales, e incluso de las posibles revelaciones divinas y de la fe.
Dado el contexto, cuando Buda habla de “revelaciones”, se refiere directamente a las del hinduismo, pero, indudablemente, puede aplicarse también a las restantes, por ejemplo, a la cristiana. De hecho, para el budismo todas las religiones, en cuanto religiones, son salvíficamente ineficaces. Cataloga los sistemas de creencias religiosas entre las obstrucciones de la conciencia y, por lo mismo, incapaces de dar la felicidad en esta vida y tras la muerte. Pues las religiones, como las ideologías, las riquezas, el progreso, las fronteras, etc., carecen de realidad verdadera; son imaginarias, transitorias, contingentes. Y, por consiguiente, algo que un budista debe marginar si quiere llegar al Nirvana.
Consecuencias de la condición «gnóstica» Esta gnosis es como la clave capaz de abrirnos los misterios e interioridades doctrinales, morales, etc., del budismo y de los budistas.
Aunque suene a paradoja escandalosa y a contradicción, el budismo suele ser catalogado como “religión atea”. Y hasta cierto punto lo es. Pero agnóstica, más que atea, es el calificativo que le compete plenamente. En su iluminación, Buda sintió tan profundamente la contingencia humana, que, obsesionado por superarla, no tuvo tiempo de pensar en lo divino. Por eso marginó a Dios sin tener tiempo tampoco para negar su existencia. Precisamente en eso consiste el agnosticismo radical. Agnosticismo, en su acepción occidental filosófica, es la concepción que, aun admitiendo la existencia de Dios, niega que la razón sea capaz de llegar a su conocimiento y demostración de su existencia, atributos, etc. Agnóstico (“el que no sabe”), en su acepción vulgar, es la persona según la cual no se sabe con certeza si existe Dios, ni si es posible saberlo, pero obra como si no existiera. El neopaganismo occidental de nuestros días sintoniza con el budismo en su agnosticismo.
Según Buda (Májjhima-nikâya, 1, 426), a él le pasó lo mismo que a un hombre herido por una flecha. Sería absurdo que dijera: “No me sacarán la flecha hasta que sepa quién me ha herido, a qué casta pertenece, con qué clase de madera está hecha, si tiene o no envenenada la punta, etc.”. Quien obrara así, se moriría antes de que le hubieran sacado la flecha. Por eso, desde su iluminación, a lo largo de su vida octogenaria, Buda habría tratado de arrancarse la flecha de la “contingencia, fugacidad” de todo lo sensorial, desapegarse de ello, en virtud de su propio esfuerzo y tensión. Le sobrevino la muerte sin haber tenido tiempo para especular sobre lo divino, ni para recurrir a un Ser superior, ni a medicina alguna sobrehumana. A la pregunta sobre la existencia de dioses, Buda contestaba de ordinario con otra pregunta: “¿Por qué preguntas eso?”, y permanecía en silencio (M.S. 2, 311-312; Májjhima-nikâya, 63).
Síntomas del agnosticismo Un serie de síntomas confirman su agnosticismo. Los budistas no creen en un dios hacedor de las cosas y modelo de los hombres, ni en el alma humana. Aunque hagan meditación en el sentido ya indicado, los budistas propiamente no oran, jamás hacen oración de súplica o petición, que es la manifestación primera, más elemental, de la creencia en la divinidad. Lógicamente, como en todo, no falta la excepción confirmatoria de la regla general, por ejemplo, el amidismo. El budismo carece del concepto de persona, de Dios y de Legislador, Premiador y Castigador supremo, en el sentido generalizado de las demás religiones. El budismo reduce lo religioso a lo ético, si bien, más que una ética, es una terapéutica del sentido de la contingencia, cuya raíz no es pecado alguno individual o colectivo, original ni originado, castigados por Alguien superior al hombre, sino la sed/deseo de lo sensorial, la concupiscencia. Por lo mismo, su remedio tampoco viene de un Redentor, sino del hombre mismo, de su esfuerzo de concentración y vaciamiento interior.
Un agnosticismo politeísta Alguien puede objetar, recordando la creencia budista en seis clases de dioses en el mundo del deseo (lo sensorial), diecisiete en el material, e incontables en el inmaterial, con un sinnúmero de dioses en cada clase. Así es, probablemente por influjo de la superstición popular y del politeísmo hindú. Pero son dioses sólo de nombre, ya que, aunque superiores a los hombres, son perecederos, no todopoderosos, sometidos a la ley kármica y a la cadena de renacimientos. Además, sólo pueden conceder lo que un buen budista no debe ni puede pedir, a saber, salud, riqueza, fama, etc. Luego merecen ser llamados demonios, más que dioses.
El budismo es un monacato He aquí una consecuencia lógica e inevitable de la gnosis budista y de su misma condición. El “triple refugio” es una fórmula que marca los pasos decisivos de un budista: “Me refugio en Buda, me refugio en la Ley/Doctrina, me refugio en la congregación”. La pronuncia cuando llega al uso de razón para testimoniar su incorporación voluntaria al budismo, en el rito de su empezar a ser bonzo o bonza y al hacer el voto por el cual se convierte en bodhisattva, o sea, en un budista consciente de vivir su último renacimiento o la última existencia terrena, al final de la cual sabe con certeza que pasará al Nirvana, pero, impulsado por la clemencia o compasión hacia los demás, renuncia a ese paso y sigue una existencia más en la tierra para ayudarles con su presencia, testimonio y amabilidad. Para llegar a bodhisattva se requiere una serie incalculable de renacimientos: según algunos textos budistas, el equivalente a la unidad seguida de 2.103 ceros. Todos los Dalai Lama son bodhisattvas.
El medio más eficaz para impedir la aparición de la sed de lo sensorial y para pasar al Nirvana es la vida célibe, pobre, etc., en el monacato budista. El budismo inicialmente estaba abierto sólo a los bonzos, pronto también a las bonzas, así como al laicado. En el budismo theravâda, el que entronca con Buda, el acceso al Nirvana está cerrado para los laicos, a no ser tras su renacimiento en un bonzo.
Coherentes con su creencia, en los países en los que predomina el budismo theravádico (en Tailandia, en Birmania), todos sus ciudadanos viven por lo menos tres meses en un monasterio cuando tienen veinte años. Tras esta experiencia se quedan como bonzos o retornan a la vida civil. Asimismo, en torno a los siete años de edad los niños suelen representar la renuncia de Siddharta a la vida mundanal en una ceremonia más importante incluso que la del matrimonio y la del entierro. En esta ceremonia, a imitación de Siddharta, se rapan la cabeza, visten la túnica de color azafrán y hacen un viaje a caballo, pasan al menos una noche en un monasterio adaptado para esta finalidad. De esta manera conocen por experiencia, desde la infancia, la forma ideal de vida, la de los bonzos. Así se explica la proporción elevada de bonzos: 250.000 y 70.000 bonzas en Tailandia; 20.000 bonzos y 3.000 bonzas en Sri Lanka (Ceilán) en 1994. En Tíbet, en 1959 (año de su invasión por China) había medio millón de bonzos, que representaban el treinta por ciento de la población masculina, un récord mundial.
RAMAS BUDISTAS Al menos desde E. Renan (s. XIX), ha sido un tópico considerar el budismo como la mayor religión de Asia. Pero no es verdad. El hinduismo cuenta con aproximadamente el doble de miembros. Según cálculos fidedignos, hay en Asia unos 450 millones de budistas, distribuidos de la manera siguiente.
Budismo Hinayâna (“pequeña canoa”) o Theravâda (“doctrina de los antiguos”, pues entronca con Buda): unos 150 millones, asentados sobre todo en el sur asiático (Tailandia, Birmania, Camboya, Laos, Sri Lanka). Acentúa la mortificación, el autodominio, la ascesis; concede una gran eficacia liberadora a la meditación solitaria, quedando marginada la clemencia hacia los demás; considera a Buda como un personaje histórico, maestro en este mundo; relega a un plano muy secundario a los laicos, los bonzos visten túnica de color azafrán.
Budismo Mahayâna (“gran canoa”): Aparecido en los s. I a.C.-I d.C. Son unos 275 millones, sobre todo en el norte asiático (Manchuria, China, Taiwan, Corea, Japón). Se incluyen aquí los dieciocho millones del amidismo y los doce del budismo shingo. Rasgos definitorios: acentúa la importancia de la compasión y clemencia con los demás; se fija más en el Buda eterno, “divinizado”, que en el histórico; abre la iluminación, la posibilidad de ser bodhisattvas, etc., también a los laicos; permite que los bonzos (visten túnica generalmente gris en China, negra en Japón) se casen; su ideal es el bodhisattva.
Budismo Vajrayâna (“canoa del diamante” o budismo tántrico): unos 18 millones (Tíbet, Bután, Mongolia…). Más influido por el budismo mahayánico que por el theravádico, apareció en el s. VII d.C. Sus bonzos visten túnica de color rojo bermejo. Es el más cargado de magia, supersticiones, tantrismo (sexual), astrología, alquimia; el que concede más importancia a los mantras o palabras ordinariamente sánscritas (de significado desconocido para los occidentales) de los textos sagrados, mágicamente eficaces, clave de cada persona y de su personalidad, que le permiten estar en armonía consigo mismo, con los demás y con el universo (la Meditación Trascendental cobraba 70.000 pesetas por cada mantra, ya en 1997).
Budismo zen o simplemente el “zen” (abreviatura del japonés zazen, “meditar sentado”): Más de tres millones del zen Rinzai y unos diez del Soto, con sus 20.494 templos y casi 70 millones de practicantes en todo el mundo; tres millones del zen Tendai, con 4.383 templos, sobre todo en Japón. M.G.G.
BUDISTAS FUERA DE ASIA Resulta difícil calcular el número de budistas fuera de Asia. En EE.UU. hay unos cuatro millones, 180.000 en Gran Bretaña, 150.000 en Alemania, 60.000 en Italia.
La Unión Budista de Francia afirma la existencia de 600.000 budistas, de los cuales unos 150.000 serían franceses de nacimiento y el resto, emigrantes. Estadísticas fiables distinguen tres clases de franceses budistas: a saber, unos cinco millones de “simpatizantes”, más o menos relacionados con el budismo; de 100.000 a 150.000 adeptos; y unos 12.000 adeptos “practicantes” o de creencias y vida plenamente budista. No se han divulgado estadísticas fiables en España. ¿Por qué? En el comunicado final de una reunión celebrada en Kioto (Japón) en 1998, los budistas de quince países –entre ellos el Dalai Lama– reconocen que “el budismo está en declive en Corea del Sur, Malasia, Taiwan, etc.”, que su clero está poco formado y que en Asia pierden seguidores ante el empuje de los cristianos, mientras el número aumenta algo en Occidente. M.G.G.
BUDISMO EN ESPAÑA El yoga, las artes marciales (aikido, reiki, taichi, etc.) y, sobre todo, el zen, han sido el caballo de Troya que ha facilitado la introducción camuflada del budismo en Occidente, también en España. Su vertiente psicotécnica ha servido y sirve como anzuelo que deja prendidos de su ideología religiosa.
Sólo del budismo vajrayánico o tibetano existen en España, al menos, la Comunidad para la preservación de la tradición Mahayana; la Orden budista occidental, con sede en Alicante; Jiko An o Comunidad budista Soto zen del “Camino abierto”, formada por más de treinta miembros, en Yegen (Alpujarra granadina).
La escuela Kagyupa (en tibetano, “participante en la sagrada transmisión oral”) tiene miembros en Barcelona, Madrid, Valencia, Zaragoza. Otra escuela del budismo tibetano, la Karma Kagyu, tiene al menos un centro en Barcelona y otro, la Comunidad religiosa Dag shang Kagyu, en Graus (Huesca). Hay otros centros en Madrid, Barcelona, Granada, etc.
Hay más de cinco monasterios de budismo tibetano. De ellos el más activo parece ser el de la Comunidad budista Soto Zen (Luz Serena) con sede central en Casas del Río (Valencia), sin luz eléctrica ni agua corriente durante bastante tiempo, con sendos centros o grupos zen en Alicante, Bilbao, Las Palmas de Gran Canaria, Orense, Tenerife, Valencia, Zaragoza. Además está la Asociación Cultural «Las Diez Direcciones-Amigos de Luz Serena», una ONG o servicio de voluntariado. En agosto del 2000 se ordenaron ocho nuevos bodhisattvas. Además del grupo de bonzos de vida en común, hay hombres y mujeres que siguen en sus actividades profesionales, aunque con la espiritualidad budista, y que pasan todas (o parte) de sus vacaciones en retiro en el monasterio.
La personalidad del Dalai Lama y el exilio de unos cien mil monjes tibetanos, entre otras causas, ha contribuido a la difusión de su budismo por Occidente, a pesar de ser el más crédulo, supersticioso y degradado. Claro que los occidentales (artistas, por ejemplo), seducidos por el budismo tibetano, suelen hacerlo con la mentalidad de quien acude a un supermercado, dispuesto a escoger sólo lo que les apetece. M.G.G.
Manuel Guerra Gómez, Revista Palabra, nº 447-448, VIII-IX.01 Profesor en la Facultad de Teología del Norte de España (Burgos)