Adán y Eva y el hombre prehistórico. INDICE: Introducción 1. Las bases del Magisterio 2. El Universo en la narración Bíblica 3. Parecidos y diferencias del relato del Génesis con los mitos de los pueblos vecinos 4. El significado de los primeros capítulos del Génesis 5. Adán y Eva y sus hijos 6. Historia y prehistoria.. Los datos fósiles 7. Los datos de la biología molecular 8. Cuándo apareció Adán INTRODUCCION He podido comprobar, en los años que llevo en la docencia, que los alumnos adolescentes se plantean muchas dudas sobre cómo compaginar lo que aprenden en las clases de Religión sobre la Creación, y lo que les explican en Ciencias Naturales, sobre todo en lo que se refiere al origen y prehistoria del hombre.
A pesar de que la solución a estos problemas ha sido clarificada hace ya mucho tiempo por el Magisterio de la Iglesia, que es quien interpreta auténticamente las Sagradas Escrituras, sus enseñanzas no han llegado al gran público, y los alumnos no encuentran respuestas claras de sus padres o profesores.
Con frecuencia me preguntan sobre estos temas profesores y alumnos. Son habituales preguntas como las siguientes: “Es verdad lo que dice el Génesis?”, “De dónde salieron nuestros Primeros Padres?”, “Cómo es posible que Caín fuera agricultor y Abel ganadero, si durante mucho tiempo el hombre prehistórico no conoció ni la agricultura ni la ganadería?”…
1. LAS BASES DEL MAGISTERIO Los últimos papas han hablado con frecuencia sobre el significado de los primeros capítulos del Génesis, pero el documento fundamental, donde se resuelve la cuestión que nos ocupa -el origen del hombre-, es la Carta Encíclica de Pío XII Humani Géneris (12 de agosto de 1950). En ella hay dos proposiciones fundamentales en los números 29 y 30.
En el número 29 se lee: “(…) El magisterio de la Iglesia no prohíbe que -según el estado actual de las ciencias y de la teología- en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes en ambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente -pero la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios (…)”.
El número 30 aborda la doctrina cristiana del monogenismo: “(…) los fieles cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por natural generación, o bien de que Adán significa el conjunto de muchos primeros padres, pues no se ve claro cómo tal sentencia pueda compaginarse con cuanto las fuentes de la verdad revelada y los documentos del Magisterio de la Iglesia enseñan sobre el pecado original, que procede de un pecado en verdad cometido por un sólo Adán individual y moralmente, y que, transmitido a todos los hombres por la generación, es inherente a cada uno de ellos como suyo propio”.
En resumen: 1. En el origen del hombre, el cuerpo humano no tiene que haber sido creado inmediatamente por Dios pero sí su lma -al igual que ocurre en el momento de la concepción de cualquier hombre-.
2. Toda la humanidad procede de un sólo hombre -“protoparente”-, que en la Sagrada Escritura se llama Adán, y sta verdad se desprende directamente de la doctrina de la Iglesia sobre el Pecado Original, cometido personalmente por un hombre y heredado por todos sus descendientes.
alta, pues, a la vista que la Iglesia no interpreta la narración del Génesis en sentido literal, sino que, basándose n el conjunto de la Revelación y en la autoridad dada por Dios al Magisterio, extrae las verdades que Dios nos ha querido dar a conocer a través de la narración del autor sagrado.
Llegados a este punto, es interesante detenerse a considerar en su conjunto el relato de la Creación, para clarificar l significado perenne que subyace en su primitivo género literario.
2. EL UNIVERSO EN LA NARRACION BIBLICA El autor sagrado nos narra la Creación de un mundo tal como se concebía en aquella época: de acuerdo con la “ciencia” del momento.
Su concepción se puede resumir del siguiente modo: el universo está formado por una cúpula resistente y firme -firmamento-, apoyado en grandes montañas que se encuentran en los confines de la tierra -los “fundamentos”-. Toda la tierra está rodeada por “las aguas”, el firmamento hace que haya tierra seca, separa las “aguas superiores” de las “aguas inferiores”; éstas últimas afloran a la tierra en los mares y ríos.
El sol, la luna y las estrellas son seres móviles -más perfectos, para su mentalidad, que las plantas que carecen de movimiento-. La lluvia caía cuando se abrían unas compuertas situadas en el firmamento, dando así entrada a las aguas superiores.
Esta visión, por supuesto, no era sólo la del Pueblo de Israel, sino la de todas las culturas relacionadas con él: ejipcios, babilonios, cananeos, fenicios, etc.
Hoy en día, aunque el avance de la ciencia nos haya dado otra visión del universo, podemos entender, conociendo la mentalidad del escritor, las verdades esenciales que se nos enseñan en el relato del Génesis; narradas en un estilo literario y con una visión del mundo necesarios para que también las comprendieran los hombres de aquellas épocas.
3. PARECIDOS Y DIFERENCIAS DEL RELATO DEL GENESIS CON LOS MITOS DE LOS PUEBLOS VECINOS. Hay una cuestión que sorprende a los historiadores: la concepción del mundo y de la creación es similar en todos los mitos pertenecientes a las culturas que rodeaban al Pueblo de Israel. Sus relatos tienen muchas coincidencias, en la forma, con el del Génesis; podemos decir que convienen en la “materialidad del relato”, pero se diferencian en las cuestiones religiosas fundamentales. La concepción de Israel es mucho más profunda y original a pesar de ser culturalmente menos avanzado, por ser un pueblo más reciente.
En los otros relatos se habla siempre de un caos preexistente a todo, donde va formándose el primer dios, del cual derivan los otros dioses o semidioses (el sol, la luna, la tierra, los elementos, las estrellas, etc.), dioses que tienen limitaciones, no son todopoderosos, tienen que luchar para vencer. En cambio en el Antiguo Testamento se nos muestra un Dios que existe antes que todo, un Dios personal, que crea libremente el mundo, un mundo distinto de El y que antes no existía, que no es una emanación suya.
El verbo “crear” -en hebreo “bará”- es utilizado en la Biblia como una acción exclusivamente divina: “sacar algo de la nada”, noción que no existe en las culturas vecinas: “A esta noción -creación de la nada-, no había llegado nadie, ni siquiera la sabiduría griega precristiana. Y continúa siendo un misterio incluso para la cultura de nuestros días”.
Una vez creado por Dios, el mundo comienza siendo un caos, pero el orden no va saliendo del propio caos, como en los mitos vecinos, sino que es el mismo Dios, personal y transcendente, el que lo va ordenando con la fuerza de su palabra.
En los relatos míticos va apareciendo un inestable orden, como resultado de las victorias de unos dioses sobre otros. El Dios del pueblo hebreo es Todopoderoso, nada se le puede enfrentar porque todo ha sido hecho por El: no existe ninguna fuerza que se oponga a Dios, o que Dios tenga que vencer. Llegados a este punto, estamos ya en condiciones de abordar el mensaje esencial y permanente que se nos transmite en el relato del Génesis.
4. EL SIGNIFICADO DE LOS PRIMEROS CAPITULOS DEL GENESIS. Como ya hemos visto, lo primero que se nos enseña es la existencia de un Dios personal y transcendente, por el que han sido creadas todas las cosas distintas de El. Después se van desmantelando, una a una, las ideas de las culturas paganas, que siempre han tendido a divinizar o “sobrenaturalizar” lo que no pueden entender o dominar.
Como dice el Cardenal J. Ratzinger: “De manera que la Escritura no pretende contarnos cómo progresivamente se fueron originando las diferentes plantas, ni cómo se formaron el sol, la luna y las estrellas, sino que en último extremo quiere decirnos sólo una cosa: Dios ha creado el Universo. El mundo no es, como creían los hombres de aquel tiempo, un laberinto de fuerzas contrapuestas ni la morada de poderes demoníacos, de los que el hombre debe protegerse. El sol y la luna no son divinidades que lo dominan, ni el cielo, superior a nosotros, está habitado por misteriosas y contrapuestas divinidades, sino que todo esto procede únicamente de una fuerza, de la Razón eterna de Dios que en la palabra se ha transformado en fuerza creadora”; es decir, en pocas palabras se desarticula toda creencia en la divinidad de las criaturas y de la creación.
Desde esta perspectiva, repetidamente propuesta por el Magisterio -y que incluso se encuentra en la misma Sagrada Escritura-, lo que nos enseña el Génesis es que Dios ha hecho la creación según un plan ordenado, que se va desarrollando a lo largo del tiempo. Este sucederse ordenado de las cosas, previsto y sostenido por Dios, es lo que se llama en Teología “Providencia ordinaria”.
El “primer día” comienza después de la aparición de la luz: “Vio Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas, y llamó a la luz día y a las tinieblas noche. Hubo así tarde y mañana: Día primero”. En los sucesivos “días”, o períodos de tiempo, van apareciendo ordenadamente los diversos seres, de menor a mayor perfección.
Llama la atención que este orden de aparición concuerda, esencialmente, con lo que sabemos hoy por las observaciones científicas -a diferencia de otros relatos de la época que son en este punto bastante aleatorios-, salvo en el caso de las plantas, que aparecen antes que el sol, la luna y las estrellas,lo que se explica, como ya habíamos apuntado, por la idea de que las plantas debían de ser más imperfectas ya que carecían de movimiento.
Esta coincidencia es una muestra de la capacidad de conocimiento sapiencial del autor sagrado, que intuye el orden real de la creación contemplándola, sin necesidad de tener datos científicos, algo que, quizá, el hombre moderno ha perdido la costumbre de hacer.
En el “día” quinto aparecen los seres vivos en el agua, y en el “día” sexto aparecen los animales terrestres y, con una especial solemnidad, el hombre; mostrándose así también como obra de Dios, tales como son, con la diferenciación de sexos y la fecundidad, que eran objeto de adoración en muchos pueblos.
5. ADAN, EVA Y SUS HIJOS. Hay que tener en cuenta que “en la Biblia se ofrece una visión de conjunto de la historia del Universo y del hombre desde su origen hasta su final, en una perspectiva religiosa y transcendente. Dentro de esta visión de conjunto, la parte histórica de la Biblia que podemos relacionar con la historia de los pueblos, y de la que los autores sagrados tuvieron noticia de una u otra forma, abarca desde la época patriarcal (hacia 1800 a.C.) hasta las primeras comunidades cristianas (finales del s.I d.C.). En la Biblia queda recogida desde el capítulo 11 del libro del Génesis hasta el 3 del Apocalipsis. Lo anterior y lo posterior a estos capítulos, aún conteniendo verdades fundamentales de orden histórico, como la creación y el final del mundo, escapa a la comprobación científica, histórica o arqueológica. Se trata de acontecimientos cuya explicación no puede desvincularse de una actitud religiosa: aceptación de fe o rechazo gratuito”.
El hombre es creado por Dios para ser su representante en la tierra, y para llevarla a la perfección mediante su trabajo. Adán y Eva son puestos por Dios en el Paraíso, en una situación de dicha sobrenatural que no se merecen. Dios no crea al hombre para servirse de él, sino para hacerle partícipe de su propia felicidad por pura Gracia. Esto se manifiesta, entre otras cosas, en la posesión de algunos dones no pertenecientes a la naturaleza material, como el de la inmortalidad. Existe aquí una clara diferencia con los relatos míticos. Dos ejemplos: en la “Leyenda de Asciela” -Mesopotamia (Mito de Atraharis)- un dios vencedor forma al hombre con arcilla amasada con sangre de un dios vencido, para que le sirva; y en el poema de Gilgamés es el propio hombre el que intenta conseguir la inmortalidad pero, cuando está a punto de conseguirla, le es robada por “la serpiente”.
Para que el hombre se merezca esos dones Dios le somete a una prueba mediante un mandato, lo cual se nos transmite en el Génesis con la imagen de la prohibición de comer del “árbol de la ciencia del bien y del mal”. Pero el hombre, engañado por el demonio, lo incumple y comete el primer pecado; se nos enseña así el hecho histórico del pecado original. Aquí está el origen del mal en el mundo: el mal no tiene entidad en sí mismo, es una falta de un bien debido; el mal existe, pero no viene de Dios.
El relato de Caín y Abel (Gen. 4,1-15), y los que le siguen, nos quieren mostrar cómo el mal se va extendiendo en el mundo, consecuencia de la herencia del pecado de nuestros primeros Padres; sus descendientes no consiguen dirigirse hacia el bien sin la ayuda de Dios. En este sentido, Caín y Abel son una imagen de todos los descendientes de la primera pareja.
Que Caín sea agricultor -sedentario- y Abel ganadero recoge, según muchos estudiosos, una advertencia al pueblo de Israel, que era nómada -ganadero- hasta que se asentó en la tierra prometida; trata de subrayar la necesidad de no dejarse influir por la superior cultura de los pueblos cananeos, para no caer en su politeísmo. Era éste un peligro constante para el pueblo hebreo, en el que, de hecho, cayó en numerosas ocasiones.
Vemos pues que no existe el problema del vacío histórico entre la época en que vivieron Adán y Eva -hace, al menos, 100.000 años- y la aparición de la agricultura y la ganadería en épocas muy posteriores.
6. HISTORIA Y PREHISTORIA. LOS DATOS FOSILES. Como todo el mundo sabe, los animales actuales que están más próximos al hombre son el chimpancé y el gorila; su parecido biológico, como veremos en el siguiente capítulo es realmente sorprendente.
Sin embargo, sabemos por la paleontología que hubo en otros tiempos seres aún más parecidos. Sus fósiles, después de muchos años de estudios y comparaciones, han sido agrupados por los expertos en cuatro grupos: Australopitecos, Homo habilis, Homo erectus y Homo sapiens. Aunque durante muchos años se especuló sobre si habrían ido adoptando la postura erguida paulatinamente -por eso sólo al tercero de ellos se le denominó erectus-, hoy se sabe que ya los primeros australopitecos estaban exclusivamente adaptados al andar bípedo.
Los australopitecos aparecieron hace unos cinco millones de años, y sus restos más recientes son de hace algo más e un millón de años. Todos los fósiles que pertenecen con seguridad a australopitecos se han encontrado en un sólo continente: Africa.
Los australopitecos son unos homínidos de pequeña estatura, su talla media era de 1 m. 20 cm. Su capacidad craneal era superior a la de cualquier animal de la actualidad, excepto el hombre. Su cerebro tenía un volumen de unos 500 cc., similar a la del actual gorila, pero éste es cinco veces más corpulento. El tamaño del cerebro de los australopitecos no sufrió variaciones apreciables en sus casi cuatro millones de años de existencia.
Hace más de dos millones y medio de años aparece, también en Africa, el H. hábilis. Sus últimos restos datan de algo más de un millón de años.
Según parece se extendió por parte del continente asiático, ya que hay restos en la isla de Java que se atribuyen a esta especie. En aquella época, y hasta tiempo después de la aparición del H. sapiens, esta isla, junto con otras cercanas como Borneo y Sumatra, se encontraban unidas al continente.
Desde hace poco más de dos millones de años el H. hábilis consigue desarrollar una industria lítica -“Olduvaiense”-, gracias a la adquisición de una capacidad a la que ningún ser vivo había llegado hasta ese momento: la habilidad de utilizar instrumentos secundarios. Sus instrumentos son toscos y van mejorando lentamente a lo largo de cientos de miles de años sin sufrir ningún salto cualitativo. Su capacidad craneal va creciendo con el tiempo desde 500 hasta una media de 700 cc.
El H. erectus aparece en Africa hace más de un millón y medio de años. Después se extiende por algunos lugares de Asia -se encuentran restos en Java y China- y de Europa. Vivió hasta hace unos cien mil años. Hereda la industria lítica de H. hábilis. Esta permanece en algunos lugares hasta hace 350.000 años. En otros aparecen la industria “abebillense” (700.000-390.000) y la “achelense” (400.000-120.000). Todas éstas se van perfeccionando con el tiempo pero, según parece, sólo con la industria “achelense” se produce un salto cualitativo. Vemos, pues, que durante casi un millón de años, la mayor parte de su existencia, no consiguió mejorar la industria lítica heredada del H. hábilis. Su capacidad craneal crece, también, desde 700 a unos 1400 cc.
El H. sapiens es nuestra propia especie. Según los recientes estudios moleculares tiene una antigüedad de algo más de 100.000 años. Hay acuerdo en esto entre genetistas y biólogos moleculares. Los paleontólogos se han ido adhiriendo poco a poco a los datos de la biología molecular, pero aún hay bastantes que mantienen un origen más alejado en el tiempo. La capacidad craneal media es de 1450 cc. y no ha sufrido variaciones apreciables con el tiempo. El hombre de Neandertal, que según la mayoría de los expertos actuales era simplemente una raza de H. sapiens, parece que tenía una media algo superior: unos 1500 cc.
Desde su aparición mejora las industrias líticas anteriores, dando lugar a saltos cualitativos de forma cada vez más rápida: “Musteriense” -desde hace algo más de 100.000 años hasta unos 45.000-, “Chatelperroniense” -45.000-, “Auriñaciense” -35.000-, “Gravetiense” -28.000-, “Solutrense” -22.000-, “Magdaleniense” -13.000-; después vienen la “Mesolítica” y la “Neolítica”, la “Edad del bronce”, la “Edad del hierro”, etc.
Es el primero que entierra a los muertos, los más antiguos enterramientos encontrados son de hace 80.000 años. También es el primero que hace arte; los primeros objetos u obras de este tipo que poseemos datan de hace unos 35.000 años. Hace más de 8.000 años inventó la agricultura y, antes, había aprendido a domesticar animales.
De estos cuatro grupos, se considera que el de los australopitecos constituye un género del que existieron varias especies; de la primera de ellas procedería el H. hábilis, que sería la primera especie de un nuevo género: el género Homo; por tanto esta especie y las dos siguientes se encuadran como tres especies distintas pertenecientes a un mismo género.
Lo que diferencia al ser humano de los demás animales es el pensamiento, algo que los filósofos denominan con frecuencia “capacidad de abstracción” o inteligencia, y los científicos “inteligencia reflexiva”. Se habla, a veces, de la inteligencia de los animales, pero es evidente que hay una diferencia cualitativa entre las dos.
Hoy todo el mundo está de acuerdo en que los australopitecos no poseían esta capacidad, es decir, no eran seres humanos. Sobre las tres especies de Homo aún no hay unanimidad sobre cual fue la primera que poseyó inteligencia reflexiva, pero, según van apareciendo nuevos datos, cada vez hay más científicos que se inclinan a pensar que “ser humano” se identifica con “H. sapiens”. Aunque para nuestro propósito esto no es fundamental, profundizaremos algo más en este aspecto, porque es interesante y puede clarificar algunas ideas.
La mayoría de las civilizaciones y de los hombres han considerado que nos diferenciamos de los animales en algo inmaterial o, más concretamente, espiritual; es lo que llamamos alma. La fe nos ratifica esta verdad, a la que han llegado la mayoría de los filósofos.
Sólo con contemplar la realidad podemos llegar a la conclusión de que nuestra inteligencia no es consecuencia del gran tamaño de nuestro cerebro, sino una capacidad espiritual, pero el hombre es una unidad de alma y cuerpo, y necesitamos ese órgano tan complejo para poder manifestar esa inteligencia, análogamente a como el cerebro, por sí sólo tampoco puede hacer nada, necesita, entre otras muchas cosas, las imágenes que le vienen a través de los sentidos.
La mayor o menor capacidad cerebral, en los animales, lo que aporta es una mayor o menor capacidad de aprendizaje, una mejor adaptación a la realidad circundante, pero no su contemplación. Un chimpancé, por ejemplo, necesita mucho tiempo para aprender, mediante el mecanismo ensayo-error, a dar la forma más adecuada a una rama para “pescar” termitas; el hombre puede prediseñar, idear, una herramienta sin necesidad de haberla usado nunca e, incluso, si él mismo no la va a usar, porque puede abstraer de la realidad: puede tener la realidad en su mente. El hombre también usa el método ensayo-error, por ejemplo, para perfeccionar un avión, pero para hacer un avión ha tenido que pensar, y ha necesitado una cultura, que es la herencia de lo que otros hombres han pensado antes. En efecto, el hombre no sólo produce técnicas, sino, además, cultura; sólo el hombre tiene cultura, que es un fruto del pensamiento.
El hombre supera la evolución material gracias a su evolución cultural, que le permite adaptarse a todos los medios sin necesidad de cambios materiales en su cuerpo.
La mayor o menor capacidad cerebral sólo produce, en los animales, una mayor capacidad de aprendizaje, que les permite añadir sus experiencias a las pautas de comportamiento meramente instintivas; estas últimas están ya “programadas” en sus genes antes de nacer. Sin embargo el pensamiento es una capacidad que no puede ser producto de la materia, ya que es inmaterial: nos capacita para poseer inmaterialmente, en nuestra mente, objetos que captan nuestros sentidos y que son procesados en nuestro cerebro, y para llegar, por abstracción, a cosas inmateriales como, por ejemplo, el concepto de número, relacionado con la multiplicidad de seres materiales, pero desvinculado -abstraído- de su propia materialidad.
En el transcurso de su evolución, H. hábilis y H. erectus no muestran capacidades artísticas. El hecho de el progresivo crecimiento de su tamaño cerebral se puede explicar por su necesidad de adaptarse a medios distintos, sobre todo mediante una mayor capacidad de aprendizaje. No consiguen dar más que un salto en cada una de sus industrias líticas, lo que podría significar que son capacidades del ser material de esa especie, que no cambia sustancialmente mientras no hay cambio de especie. En cambio, en el ser humano, las capacidades culturales no son tanto de la especie como de la persona, del individuo: una obra humana, la más simple, no se atribuye al hombre en general, lleva la firma de un hombre concreto, que se puede identificar, lo que no ocurre con los demás animales. Esto es así porque el ser humano está por encima de su materia, cada ser humano es como un universo, no un simple componente del universo o de su especie.
En conclusión, podemos pensar que el primer ser humano es el H. sapiens, ya que a pesar de mantener su tamaño cerebral estable, produce continuos saltos en sus industrias, como ya hemos visto, quizá estas industrias correspondan, por primera vez, a unas culturas, que muy pronto forman sociedades en las que se da culto a los muertos, después producen la ganadería y la agricultura, y el arte. Esto sólo se puede explicar por la aparición de una inteligencia inmaterial, que ya no necesita un aumento del tamaño cerebral, porque con el pensamiento se puede adaptar a cualquier medio, superando la capacidad de un mero aprendizaje psíquico. De hecho el H. sapiens es la única especie que se ha adaptado a todos los medios, y los ha conseguido dominar, y en mucho menos tiempo del que sus predecesores necesitaron para adaptarse a unos pocos medios, separados geográficamente pero bastante similares entre sí.
Algunos piensan que H. hábilis y H. erectus ya eran inteligentes por esa capacidad nueva de usar instrumentos secundarios, pero lo mismo se pensaba de los australopitecos hasta el descubrimiento de que los chimpancés tienen unas capacidades similares a ellos; la posibilidad de usar instrumentos secundarios se podría atribuir simplemente a un tamaño cerebral que nunca antes se había alcanzado, y que proporciona una mayor capacidad de aprendizaje. Además, en los últimos años, ha habido investigadores que han conseguido enseñar a chimpancés a usar este tipo de instrumentos, aunque parece claro que no pueden aprender por sí sólos. También se ha especulado mucho sobre la complejidad de las técnicas necesarias para hacer, por ejemplo, hachas de piedra como las que hacía el H. erectus, pero en actuales fabricantes de hachas de piedra se ha visto que lo hacen con asombrosa facilidad: las consiguen con unos pocos golpes dados con precisión a unas determinadas piedras, extrayendo así su núcleo, que es similar a los instrumentos paleolíticos más avanzados, después siguen un proceso, ya complejo, para conseguir mejorarlos hasta obtener un resultado que sólo fue conseguido tardíamente por el H. sapiens. De hecho, los partidarios de que el H. erectus o el H. hábilis poseían inteligencia reflexiva, han buscado en ellos manifestaciones artísticas y enterramientos -que sí son pruebas definitivas-, pero no se han encontrado.
7. LOS DATOS DE LA BIOLOGIA MOLECULAR. Todo lo que esencialmente es un ser vivo está contenido en sus genes y en la forma en que están ordenados en la cadena de ADN y en los cromosomas. Estos tres conceptos son muy importantes para entender éste capítulo, los explicaremos mediante un ejemplo. El ADN es una larga molécula que podemos comparar con una cinta magnetofónica. Esta cinta tiene algunas partes grabadas, con cierta información, y otras que no lo están. Las partes grabadas son los genes, que entre todos dirigen el conjunto de las funciones materiales necesarias en un ser vivo de una determinada especie.
A su vez, las distintas cadenas de ADN, cuando la célula se va a dividir, se condensan en estructuras más manejables, los cromosomas, que equivalen, en nuestro ejemplo, al cassette que contiene la cinta. Toda la información está en la cinta, pero es totalmente distinto tener la cinta desparramada que ordenada dentro del cassette; sin un determinado orden no podemos extraer la información aunque de hecho esté ahí.
Hay una regla de la citogenética que supone que a cada especie corresponde un número fijo de cromosomas –tiene muy pocas excepciones-. Por ejemplo, el número cromosómico de la especie humana es de 46, y de 48 en el chimpancé, gorila y orangután, aunque existen algunas diferencias intracromosómicas.
Las cadenas de ADN se duplican para dar lugar a nuevas células, algunas de las cuales producirán la descendencia. En esta duplicación puede haber errores en la copia de un gen, como puede haber fallos en una grabación, es lo que se llama mutación génica. Estas mutaciones pueden no suponer ningún cambio, pero otras veces se produce una variación en el funcionamiento de ese gen. Esta es la causa de muchas enfermedades de origen genético, como la diabetes, la hemofilia, el cáncer, etc.
Cuantas más veces se divide una célula o más generaciones pasan, más mutaciones se van acumulando.
Debido a esto se sabe, desde hace ya más de dos lustros, que comparando ADN de especies distintas podemos saber cuánto tiempo hace que se separaron. Este tipo de experimentos ha dejado clara la realidad de que ha existido una evolución de los seres vivos, apoyando así lo que parecía manifestar el registro fósil y otros datos científicos, lo que no quiere decir que haya una teoría que explique bien el hecho, es más, se han ido por tierra muchas suposiciones de las teorías que intentaban dar una explicación global, como el “neodarwinismo”.
El chimpancé y el hombre difieren tan sólo en un 1% de su ADN y de su estructura cromosómica, y sus líneas evolutivas se separaron hace unos cinco millones de años -antes se hablaba de, al menos, quince-, precisamente la época en la que apareció el primer australopiteco. El parecido con el gorila es ligerísimamente inferior, y su separación dataría de hace unos ocho millones de años. Antes de conocer estos datos moleculares no estaba claro si éramos más parecidos al gorila o al chimpancé, pero hoy sabemos que el chimpancé está, biológicamente, mucho más próximo al hombre que al gorila. Sin embargo, por sus capacidades vitales, el chimpancé y el gorila son mucho más parecidos, y el hombre se les escapa por completo. Que el hombre sea biológicamente tan próximo al chimpancé y vitalmente tan superior, debería bastar a cualquier científico para descubrir la evidencia de que semejante diferencia existencial no puede radicar en su materialidad, sino en nuestro ser espiritual.
Comparando el ADN de las razas humanas actuales se desprende que todas confluyen hace alrededor de 100.000 años, lo que significaría que todos los hombres actuales proceden, muy probablemente, exclusivamente de H. sapiens. Parece ser también que todas las lenguas confluyen hacia una lengua ancestral que existió hace unos 100.000 años, según recientes estudios de Johanna Nicols, de la Universidad de California en Berkeley; lo que indicaría que, probablemente, todos los H. sapiens y sólo ellos pueden hablar.
Los resultados de comparación de proteínas, de inmunología, etc., confluyen con los anteriores.
Otro tema distinto es el del mecanismo de formación de especies nuevas -“especiación”-. Antes se pensaba que la forma habitual de especiación tenía lugar debido a barreras geográficas, que impiden el cruce de dos poblaciones de la misma especie durante largos períodos de tiempo, no pudiendo transmitirse sus cambios genéticos, lo que acabaría dando lugar a dos especies distintas. Sin duda ha habido especiaciones de este tipo, pero muchas son difícilmente explicables de esta manera.
Hoy se sabe que también existen “barreras” genéticas. Las más frecuentes son las que producen las mutaciones cromosómicas: una mutación cromosómica puede no significar ningún cambio en los genes, pero, por ejemplo, si en un individuo un cromosoma se ha dividido en dos -mutación cromosómica denominada “disociación”-, sus cromosomas no se pueden aparear con los de los otros animales de la especie de partida y se producirán espermatozoides y óvulos inviables, dando lugar a infertilidad. Ese individuo no se perpetuará en la especie a no ser que se cruce con una pareja que posea la misma mutación, entonces podrían dar lugar a una nueva especie. Es lo que se llama “especiación instantánea”.
Puede parecer muy poco probable que esto suceda, pero a lo largo de decenas de miles de años es muy probable que ocurra alguna vez, y de hecho ocurre. Así se pueden producir nuevas especies a partir de una o pocas parejas, y ya hay autores que piensan que éste es el mecanismo más frecuente de especiación.
Un dato a tener en cuenta es que, desde el antecesor común al hombre y al chimpancé, que como hemos visto existió hace unos cinco millones de años, ha habido, en la línea evolutiva que conduce al hombre, cuatro mutaciones cromosómicas, dato que coincide con las cuatro especies que se han identificado en esta línea: una de australopiteco, H. hábilis, H. erectus y H. sapiens. Esto podría significar que son, efectivamente, especies biológicamente distintas y que todas se originaron por especiación instantánea debido a una mutación cromosómica, aunque todavía es pronto para decirlo.
8. COMO APARECIO ADAN? Teniendo en cuenta lo que hemos visto en los últimos capítulos, nos inclinamos a pensar que Adán tuvo que ser el primer individuo de la especie H. sapiens aunque, para la cuestión que nos ocupa, daría lo mismo que fuera anterior. En todo caso sería el primer individuo de la primera especie con inteligencia reflexiva, es decir, con alma.
Sabemos por la fe que el alma de cada hombre es inmediatamente creada e infundida por Dios en cada nuevo individuo de la especie humana y, por tanto, en el momento de su concepción.
No es muy lógico pensar, como se ve con frecuencia en un intento de comprensión popular, que Dios infundiera el alma a un “mono. Lo más natural es que haya aparecido como los individuos de muchas nuevas especies: engendrado, con una nueva mutación cromosómica, por un homínido exteriormente parecido a él, pero de una especie distinta. Sus progenitores biológicos no serían propiamente sus padres, ya que este concepto se reserva, en filosofía, para quien engendra algo según su propia especie.
Ese individuo sería el primero con una dotación cromosómica y genética correspondiente a la especie humana y, por tanto, Dios crearía y le infundiría su alma, como hace siempre, aunque con la particularidad de que ésa fue la primera vez, y debió haber una providencia especial de Dios, entre otras cosas, para que también ocurriera con una hembra, la primera mujer: Eva.
Al fin y al cabo, cómo aparecen todos los hombres?: por la unión de dos células sin importancia, que en la mayoría de los casos se pierden antes de unirse sin que esto sea ningún problema, pero su unión produce una nueva célula con dotación genética y cromosómica humana, que aún siendo una sola célula es totipotente -sus genes están programados para desarrollar un organismo completo-, y que es, en consecuencia, un nuevo individuo de nuestra especie al que Dios infunde un alma creada en ese mismo instante.
Aunque esto pudo ocurrir de diversas maneras, vamos a exponer la más sencilla. En un homínido macho existen algunos espermatozoides con una mutación cromosómica que implica que ya no son los propios de su especie, sino que han llegado a tener las características de un espermatozoide humano; en un homínido hembra puede ocurrir lo mismo con algunos de sus óvulos. Si estos dos homínidos se cruzan y se produce la fecundación de un óvulo mutado con un espermatozoide mutado, entonces aparece el primer ser humano, y el primer hecho sobrenatural en el universo material desde su misma Creación: una nueva creación, la del alma del primer hombre.
Esto es lo máximo que podemos decir por ahora pero, aunque lleguen nuevos datos científicos, nunca podremos saber exactamente cómo ocurrió -necesitaríamos una máquina del tiempo-, pero sabemos que ocurrió, a esta conclusión podemos acercarnos por la ciencia; y sabemos por la fe algo que nunca podríamos saber por la ciencia: por qué ocurrió, quién lo planeó y llevó a término, por qué lo hizo, por qué existe el mal y como podemos vencerlo con la ayuda del Creador.
NOTAS Ya en 1909, la Pontificia Comisión Bíblica, respondiendo a varias preguntas sobre el carácter histórico de los tres primeros Capítulos del Génesis, distingue entre la forma y el fondo, y dice lo básico que hay de histórico en estos tres primeros capítulos: a. La Creación de todas las cosas, hechas por Dios en el principio del tiempo. b. La unidad del género humano. c. La felicidad original de nuestros primeros Padres en el estado de gracia. d. La integridad e inmortalidad de su situación originaria. e. El mandato dado por Dios al hombre. f. La transgresión del precepto divino por instigación del demonio. g. La caída de nuestros primeros Padres de aquél estado de inocencia. h. La promesa del futuro Redentor.
Hay que tener en cuenta que la Biblia no es un libro científico: su finalidad es, exclusivamente, mostrarnos el camino de la salvación; para tal fin usa las imágenes que mejor se pueden entender en cada época.
San Agustín -s. IV- ya hacía una interpretación alegórica de este relato, refiriéndose, por ejemplo, a que no había que tomar al pie de la letra la Creación en seis días, cada uno de ellos podrían significar grandes períodos de tiempo.
MARIANO DELGADO: Doctor en Biología y en Teología Tomado de http://www.geocities.com/belenhuaraz/espanol/cultura.htm