Entrevista al especialista en nuevos movimientos religiosos Massimo Introvigne.
TURÍN, 17 marzo 2003 (ZENIT.org).- El especialista en nuevos movimientos religiosos Massimo Introvigne analiza en esta entrevista el documento vaticano sobre Nueva Era(Nueva Era), recientemente publicado, indicando su incompatibilidad con la doctrina cristiana.
Introvigne, director del Centro de Estudios para las Nuevas Religiones (CESNUR) afirma que «la Nueva Era implica una espiritualidad alternativa a las religiones tradicionales» y advierte que el influjo de la Nueva Era es frecuente entre algunos católicos, a veces sin percatarse de ello.
–¿Qué es la Nueva Era? –Introvigne: Los sociólogos y los historiadores de la religión que se han ocupado de este tema responden que no se trata de un movimiento religioso, de una religión o de una secta –término que el documento vaticano también utiliza con cautela, explicando que lo usa en sentido «sociológico» y no en el uso peyorativo corriente, (Cf. nota 9)–, sino del resultado de una red global, que conecta centros y grupos que entre ellos tienen algunos temas de referencia en común, pero sin que esta vinculación sea estable, permanente o jerárquica para crear un movimiento.
La red de la Nueva Era se escabulle de las definiciones precisas, pero es posible describirla en clave psicológica, histórica, sociológica o doctrinal. Los diferentes componentes de la red pueden ser inventariados siguiendo sus intereses respectivos psicoterapéuticos, religiosos o políticos. Éstos preceden al fenómeno de la Nueva Era pero en cierto sentido son modificados por su participación a la red.
Lo que une a la red del Nueva Era es un espíritu «alternativo» a la tradición religiosa dominante en Occidente, que es la cristiana, y la esperanza de una nueva era, o sea, la «New Age» o la Era de Acuario, que tomará el lugar de la Era de Piscis.
Desde este punto de vista, un estudio histórico-sociológico tiene en cuenta el elemento doctrinal, aunque constata que la Nueva Era declara no tener una doctrina, como mucho propone una «vaga espiritualidad», dejando así el esfuerzo de reconstrucción doctrinal a cargo del intérprete.
Otra perspectiva contrapuesta deriva del movimiento «contra las sectas» protestante-evangélico, que ve en la Nueva Era la «secta» (o más bien «cult», en inglés) última, o mejor aún, la secta de las sectas.
Rebatiendo a los mismos apologéticos de la Nueva Era, que hablan –en sentido positivo– de «conspiración de Acuario», algunos autores evangélicos y fundamentalistas (en ocasiones seguidos por algún católico) ven detrás de la Nueva Era un gran complot y una organización potente, dotada de estructuras en parte secretas, destinada a acabar con la cristiandad.
Se da una versión laica de esta tesis del complot, cuyo principal exponente es el politólogo francés Michel Lacroix, según el cual, la Nueva Era sería una conspiración de carácter político dotada de vínculos inquietantes con el nacionalsocialismo (una tesis que considero del todo errónea).
Entre las dos perspectivas de descripción del fenómeno, el documento del Vaticano se adentra en el camino trazado por la investigación histórico-sociológica, afirmando que «la Nueva Era no es un movimiento en el sentido que normalmente se atribuye a la expresión “Nuevo Movimiento Religioso” ni es lo que se entiende habitualmente con los términos de «culto» o «secta». (n. 2).
Es más bien el resultado de una «red global», que el documento describe con un esquema parecido al que usé en mi libro «New Age & Next Age» (Piemme, Casale Monferrato 2000), libro que el documento cita reiteradamente así como los estudios de Wouter Hanegraaff, J. Gordon Melton y Paul Heelas, que definen el campo de la investigación académica sobre la Nueva Era.
Tratándose de un documento del magisterio católico, se insiste justamente en la posibilidad de hacer emerger –aunque con las dificultades que esto implica– un cuadro doctrinal coherente, reconstruido a partir de la base de los autores precedentemente citados, así como con los estudios de Christoph Bochinger.
Se hace referencia (tal vez por su influencia en Francia) también a las posiciones de Michel Lacroix, del cual el documento toma algunos puntos, pero su aproximación puede ser considerada, según el documento «exagerada» (n. 2.3).
–¿Es tan importante la Nueva Era como para captar que dos organismos vaticanos se hayan puesto a redactar un documento sobre el tema? –Introvigne: Lo que hoy manifiesta la Nueva Era es lo que el documento llama una involución narcisista: de las grandes utopías sociales pasa a proponer la entrada en la «Nueva Era» puramente individual, privada.
Pero atención: el paso de la fase utópica a la fase narcisista no significa que haya menos personas implicadas, ni que el carácter «alternativo» de la trama de fondo respeto a la fe cristiana no permanezca en su irreducible radicalidad.
Dado que la Nueva Era no es un movimiento o un «cult» («secta»), no tiene inscritos, líderes reconocidos o bautizados. Es difícil decir cuantas personas pertenecen a él; más aún, la misma categoría de pertenencia es del todo inadecuada en este caso: la Nueva Era es una influencia, no una pertenencia, no pide conversiones sino que insinúa sensaciones. Precisamente por su naturaleza etérea y escurridiza la Iglesia la considera particularmente peligrosa.
Mientras uno no puede convertirse en raeliano sin saberlo, sí que puede absorber ideas de la Nueva Era sin darse cuenta.
–¿Se ha infiltrado la Nueva Era en el catolicismo? ¿Cómo? –Introvigne: Lo dice el documento y lo dijo el Papa hace años ante obispos estadounidenses en su visita «ad limina» en mayo del 1993. En esa ocasión, el Papa afirmó que «las ideas de la Nueva Era penetran a veces en la predicación, en la catequesis, en los seminarios de estudio y en los retiros, e influencian a los católicos practicantes, que tal vez no son conscientes de la incompatibilidad de estas ideas con la fe de la Iglesia». Es importante constatar que el Papa habla de penetración de ideas, no de infiltraciones de un movimiento.
Personalmente me pregunto si «infiltración» es la palabra justa, pues da la idea de algo organizado o programado por alguien. En realidad, nadie organiza la penetración de ideas de la Nueva Era en un ambiente. Dado que el Nueva Era existe en estado gaseoso, penetra allí donde no encuentra barreras u obstáculos.
Pensar que existen «conspiraciones» o «complots» organizados significa no conocer la naturaleza de este «no-movimiento», y considerarlo más como un «culto» (secta), según la definición de ambientes protestantes fundamentalistas y de algunos ambientes laicistas franceses. Es una descripción que el documento vaticano rechaza.
–¿Es posible acercarse a prácticas de la Nueva Era sin dañar la fe católica? –Introvigne: Tal y como he explicado, el Nueva Era es difícil de describir o delimitar en una definición. En términos sociológicos es un «metanetwork», es decir, una «super-red», un lugar de encuentro de distintas redes que ya existían antes del Nueva Era y que se encuentran en torno a la Nueva Era que tiene que llegar.
Participar en una de estas redes preexistentes no significa ser un «new-ager», significa sólo tener la ocasión de entrar en la «super-red», atravesar una puerta en la que se puede entrar.
Algunas de estas redes originarias, por ejemplo, las que unen a los apasionados de algunas medicinas alternativas, no son necesariamente alternativas a la fe católica, pero otras lo son, como por ejemplo el espiritismo y el ocultismo.
La gran red de la Nueva Era, como explica el documento, comporta al menos una opción epistemológica relativista que no puede ser aceptada por un católico que se tome en serio la fe.
–La Nueva Era es definida como una respuesta equivocada, pero ¿no cree que implica una pregunta lícita de sentido en un mundo caótico? –Introvigne: Sí, y es otro punto muy importante del documento. La Nueva Era es, en este sentido, un fenómeno postmoderno: después del fin de las ideologías secularistas vuelve a emerger un interés por lo sobrenatural y por lo sagrado.
Las preguntas que llevan a los seguidores del Nueva Era a interesarse por el fenómeno están ampliamente difundidas en el mundo postmoderno, y este fenómeno representa en cierto modo una sana reacción a las ideologías secularistas del siglo XX.
De todos modos, a estas preguntas pueden darse distintas respuestas, y la que ofrece la Nueva Era es, desde el punto de vista de la fe católica, equivocada.
El documento invita a no quedarse en una condena fácil y rápida: denuncia ciertamente el error de la respuesta pero pide a los católicos que afronten una estrategia pastoral que se haga cargo de las preguntas.
Esta tarea forma parte también de la «nueva evangelización», elemento central del pontificado de Juan Pablo II.
Tomado de Zenit, ZS03031708