La última pregunta

Durante mi último curso en la escuela, nuestro profesor nos puso un examen. Leí rapidamente todas las preguntas, hasta que llegué a la ultima, que decía así: ¿Cuál es el nombre de la mujer que limpia la escuela? Seguramente era una broma. Yo había visto muchas veces a la mujer que limpiaba la escuela. Era alta, cabello oscuro, como de cincuenta anos, pero… ¿cómo iba yo a saber su nombre? Entregué mi examen, dejando la última pregunta en blanco. Antes de que terminara la clase, alguien le preguntó al profesor si la última pregunta contaría para la nota del examen. Por supuesto, dijo el profesor. En sus vidas ustedes conoceran muchas personas. Todas son importantes. Todas merecen su atención y cuidado, aunque solo les sonrían y digan: !Hola! Yo nunca olvidé esa lección. Tambien aprendí que su nombre era Dorothy.

La silla

La hija de un hombre le pidió al sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración para su padre que estaba muy enfermo. Cuando el sacerdote llegó a la habitación del enfermo, encontró a este hombre en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote asumió que el hombre sabía que vendría a verlo. – “Supongo que me estaba esperando”, le dijo. – “No, ¿quién es usted?”, dijo el hombre. – “Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase con usted. Cuando vi la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo iba a venir a verlo”. – “Oh sí, la silla”, dijo el hombre enfermo. “¿Le importa cerrar la puerta?”.

El sacerdote, sorprendido, la cerró. “Nunca le he dicho esto a nadie, pero … toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la iglesia he escuchado siempre al respecto de la oración, que se debe orar y los beneficios que trae, etc., pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y salió por el otro, pues no tengo idea de cómo hacerlo. Por ello hace mucho tiempo abandoné por completo la oración. Esto ha sido así en mí hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo: “José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. Así es como te sugiero que lo hagas … Te sientas en una silla y colocas otra silla vacía enfrente tuyo, luego con fe mira a Jesús sentado delante tuyo. No es algo alocado el hacerlo, pues Él nos dijo ‘Yo estaré siempre con ustedes’. Por lo tanto, le hablas y lo escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora mismo”. José continuó hablando: “Es así que lo hice una vez y me gustó tanto que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija, pues diría que son tonterías”. El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado haciendo y que no cesara de hacerlo, luego hizo una oración con él, le extendió una bendición, los santos óleos y se fue a su parroquia.

Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido. El sacerdote le preguntó: “¿Falleció en paz?”. “Sí”, respondió la hija. “Cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama. Me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso. Cuando regresé de hacer compras una hora más tarde ya lo encontré muerto. Pero hay algo extraño al respecto de su muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. ¿Qué cree usted que pueda significar esto?”. El sacerdote se secó las lágrimas de emoción, se lo explicó, y concluyó: “Ojalá que todos nos pudiésemos ir de esa manera”.

La providencia

En un lugar perdido en las montañas se produjeron unas inundaciones que fueron empantanando de agua todo el pueblo. La Cruz Roja y Protección Civil enviaron lanchas de salvamento. Una de las lanchas se para a la puerta de uno de los caseríos y el aldeano que allí se encuentra les dice: “No, no; id a por otros, que a mí me salvará la Providencia”. Pasa el tiempo, el agua le cubre por encima de la cintura, llega otra lancha, y les dice lo mismo. Tuvo suerte, porque cuando el agua le llegaba al cuello, otra lancha le ofreció su socorro, pero el aldeano insistió que la Providencia le salvaría. No llegó ninguna otra lancha, y el aldeano murió ahogado. Entró en el Cielo entre protestas: “Yo confiando en la Providencia divina… y la Providencia, nada, dejó que me ahogara”. Y escuchó la siguiente respuesta: “¡Cómo que nada! ¡Tres lanchas te hemos enviado!”.

Una historia para pensar

Cuando la conocí tenía 16 años. Fuimos presentados en una fiesta, por un “CHICO” que decia ser mi amigo. Fue amor a primera vista.

Ella me enloquecía. Nuestro amor llegó a un punto, que ya no conseguía vivir sin ella. Pero era un amor prohibido. Mis padres no la aceptaron. Fui expulsado del colegio y empezamos a encontrarnos a escondidas. Pero ahí no aguanté mas, me volví loco. Yo la quería, pero no la tenía. Yo no podía permitir que me apartaran de ella. Yo la amaba: destrocé mi coche, rompí todo dentro de casa y casi maté a mi hermana. Estaba loco, la necesitaba. Hoy tengo 39 años; estoy internado en un hospital, soy inútil y voy a morir abandonado por mis padres, por mis amigos y por ella.

¿Su nombre? Se llama Cocaína. A ella le debo mi amor, mi vida, mi destrucción y mi muerte.

Freddie Mercury Lo escribió antes de morir de SIDA.

La muñeca y la rosa blanca

De prisa, entré a la tienda por departamentos a comprar unos regalos de Navidad a última hora. Miré a mi alrededor toda la gente que allí había y me molesté un poco. Estaré aquí una eternidad, con tanto que tengo que hacer, pensé. La Navidad se había convertido ya casi en una molestia. Estaba deseando dormirme por todo el tiempo que durara la Navidad. Pero me apresuré lo más que pude por entre la gente en la tienda. Entré en el departamento de juguetes. Otra vez más me encontré murmurando para mí misma, sobre los precios de aquellos juguetes. Me pregunté si mis nietos jugarían realmente con ellos. De pronto, me encontré en la sección de muñecas. En una esquina, me encontré un niñito, como de cinco años, sosteniendo una preciosa muñeca. Estaba tocándole el cabello y la sostenía muy tiernamente. No me pude aguantar, me quedé mirándolo fijamente y preguntándome para quién sería la muñeca, cuando de pronto se le acercó una mujer, a la cual llamó tía. El niño le preguntó: “¿Estás segura que no tengo dinero suficiente?” Y la mujer le contestó, con un tono impaciente: “Tú sabes que no tienes suficiente dinero para comprarla.” La mujer le dijo al niño que se quedara allí donde estaba mientras ella buscaba otras cosas que le faltaban. El niño continuó sosteniendo la muñeca.

Después de un ratito, me le acerqué y le pregunté al niño para quién era la muñeca. El me contestó: “Esta muñeca es la que mi hermanita quería tanto para Navidad. Ella estaba segura que Santa Claus se la iba a traer.” Yo le dije que lo más seguro era que Santa Claus se la traería. Pero él me contestó: “No, no puede ir donde mi hermanita está. Yo le tengo que dar la muñeca a mi mamá para que ella se la lleve a mi hermanita.” Yo le pregunté dónde estaba su hermana. El niño, con una cara muy triste me contestó: “Ella se ha ido con Jesús. Mi papá dice que mamá se va a ir con ella también.” Mi corazón casi deja de latir. Volví a mirar al niño una y otra vez. El continuó: “Le dije a papá que le dijera a mamá que no se fuera todavía. Le dije que le dijera a ella que esperara un poco hasta que yo regresara de la tienda.” El niño me preguntó si quería ver su foto y le dije que me encantaría. Entonces, el sacó unas fotografías que tenía en su bolsillo y que había tomado al frente de la tienda y me dijo: “Le dije a papá que le llevara estas fotos a mi mamá para que ella nunca se olvide de mí. Quiero mucho a mi mamá y no quisiera que ella se fuera. Pero papá dice que ella se tiene que ir con mi hermanita.” Me dí cuenta que el niño había bajado la cabeza y se había quedado muy callado. Mientras él no miraba, metí la mano en mi cartera y saqué unos billetes. Le dije al niño que contáramos el dinero una y otra vez. El niño se entusiasmó mucho y comentó: “Yo sé que es suficiente.” Y comenzó a contar el dinero otra vez. El dinero ahora era suficiente para pagar la muñeca. El niño, en una voz muy suave, comentó: “Gracias Jesús por darme suficiente dinero.” El niño entonces comentó: “Yo le acabo de pedir a Jesús que me diera suficiente dinero para comprar esta muñeca, para que así mi mamá se la pueda llevar a mi hermanita. Y Él oyó mi oración. Yo le quería pedir dinero suficiente para comprarle a mi mamá una rosa blanca también, pero no lo hice. Pero Él me acaba de dar suficiente para comprar la muñeca y la rosa para mi mamá. A ella le gustan mucho las rosas. Le gustan mucho las rosas blancas.” En unos minutos la tía regresó y yo desapercibidamente me fuí. Mientras terminaba mis compras, con un espíritu muy diferente al que tenía al comenzar, no podía dejar de pensar en el niño. Seguí pensando en una historia que había leído en el periódico unos días antes, acerca de un accidente causado por un conductor ebrio, el cual había causado un accidente donde había perecido una niñita y su mamá estaba en estado de gravedad. La familia estaba deliberando en si mantener o no a la mujer con vida artificial y máquinas. Me di cuenta de inmediato que este niño pertenecía a esa familia. Dos días más tarde leí en el periódico que la mujer del accidente había sido removida de la maquinaria que la mantenía viva y había muerto. No me podía quitar de la mente al niño. Más tarde ese día, fui y compré un ramo de rosas blancas y las llevé a la funeraria donde estaba el cuerpo de la mujer. Y allí estaba, la mujer del periódico, con una rosa blanca en su mano, una hermosa muñeca, y la foto del niño en la tienda. Me fui llorando … mi vida había cambiado para siempre. El amor de aquel niño por su madre y su hermanita era enorme. En un segundo, un conductor ebrio le había destrozado la vida en pedazos a aquel niñito.

Ahora tú tienes la opción, tú puedes: 1) cambiar de actitud y ser más sensible ante la necesidad de los demás, pudiendo convertirte en instrumento de Dios para ayudar a otros y reenviar esto a tus amigos; o 2) borrarlo y actuar como si no te hubiera tocado el corazón.

La mirada de su padre

Un muchacho vivía solo con su padre, ambos tenían una relación extraordinaria y muy especial. El joven pertenecía al equipo de fútbol americano de su colegio, usualmente no tenía la oportunidad de jugar, bueno, casi nunca, sin embargo su padre permanecía siempre en las gradas haciéndole compañía. El joven era el más bajo de la clase cuando comenzó la secundaria e insistía en participar en el equipo de fútbol del colegio; su padre siempre le daba orientación y le explicaba claramente que “él no tenía que jugar fútbol si no lo deseaba en realidad”… pero el joven amaba el fútbol, ¡no faltaba a una práctica ni a un juego!, estaba decidido en dar lo mejor de sí, ¡se sentía felizmente comprometido! Durante su vida en secundaria lo recordaron como el “calentador del banquillo”, debido a que siempre permanecía sentado… su padre con su espíritu de luchador, siempre estaba en las gradas, dándole compañía, palabras de aliento y el mejor apoyo que hijo alguno podría esperar. Cuando comenzó la Universidad, intentó entrar al equipo de fútbol, todos estaban seguros que no lo lograría, pero a todos venció, entrando al equipo. El entrenador le dio la noticia, admitiendo que lo había aceptado además por como él demostraba entregar su corazón y su alma en cada una de las prácticas y al mismo tiempo le daba a los demás miembros del equipo un gran entusiasmo. La noticia llenó por completo su corazón, corrió al teléfono más cercano y llamó a su padre, quien compartió con él la emoción. Le enviaba en todas las temporadas todas las entradas para que asistiera a los juegos de la Universidad. El joven era muy persistente, nunca faltó a un entrenamiento ni a un partido durante los cuatro años de la Universidad, y nunca tuvo la oportunidad de jugar ningún partido. Era el final de la temporada y justo unos minutos antes que comenzara el primer juego de las eliminatorias, el entrenador le entregó un telegrama. El joven lo tomó y luego de leerlo se quedó en silencio. Temblando le dijo al entrenador: “Mi padre murió esta mañana, ¿no hay problema de que falte al juego hoy?”. El entrenador lo abrazó y le dijo: “Toma el resto de la semana libre, hijo. Y no se te ocurra venir el sábado”. Llegó el sábado, y el partido no estaba muy bien, en el tercer cuarto, cuando el equipo tenía 10 puntos de desventaja, el joven entró a los vestuarios y se puso el uniforme y corrió hacia donde estaba el entrenador y su equipo, que estaban impresionados de ver a su luchador compañero de regreso. “Entrenador, por favor, permítame jugar… yo tengo que jugar hoy”, imploró el joven. El entrenador pretendió no escucharle, de ninguna manera podía permitir que su peor jugador entrara en el cierre de las eliminatorias. Pero el joven insistió tanto, que finalmente el entrenador sintió lástima y aceptó: “Bien, hijo, puedes entrar, el campo es todo tuyo”. Minutos después el entrenador, el equipo y el público, no podían creer lo que estaban viendo. El pequeño desconocido, que nunca había participado en ningún juego, estaba haciendo todo perfectamente brillante, nadie podía detenerlo en el campo, corría fácilmente como toda una estrella. Su equipo comenzó a ganar, hasta que empató el juego. En los segundos de cierre el muchacho interceptó un pase y corrió todo el campo hasta ganar con un touchdown. La gente que estaba en las gradas gritaba emocionada y su equipo lo llevó cargado por todo el campo. Finalmente cuando todo terminó, el entrenador notó que el joven estaba sentado calladamente y solo en una esquina, se acercó y le dijo: “Muchacho no puedo creerlo, ¡estuviste fantástico! Dime, ¿cómo lo lograste?”. El joven miró al entrenador y le dijo: “Usted sabe que mi padre murió… pero no sabía que mi padre era ciego”. El joven hizo una pausa y trató de sonreír. “Mi padre asistió a todos mis juegos, pero hoy era la primera vez que podía verme jugar… y yo quise demostrarle que sí podía hacerlo”.

La joya

Un monje andariego se encontró, en uno de sus viajes, una piedra preciosa, y la guardó en su talega. Un día se encontró con un viajero y, al abrir su talega para compartir con él sus provisiones, el viajero vio la joya y se la pidió. El monje se la dio sin más. El viajero le dio las gracias y marchó lleno de gozo con aquel regalo inesperado de la piedra preciosa que bastaría para darle riqueza y seguridad todo el resto de sus días. Sin embargo, pocos días después volvió en busca del monje mendicante, lo encontró, le devolvió la joya y le suplicó: “Ahora te ruego que me des algo de mucho más valor que esta joya. Dame, por favor, lo que te permitió dármela a mí”.

La importancia de un elogio

Yo enseñaba en el tercer año de primaria de la escuela Saint Mary’s, en Morris, Minn. Mis 34 estudiantes eran queridos para mí, pero Mark Eklund era uno en un millón. Tenía muy buena presencia, y esa actitud “feliz-de-estar-vivo” que hasta hacía sus ocasionales mal comportamientos deliciosos. Mark hablaba incesantemente. Yo tenía que recordarle una y otra vez que hablar sin permiso no era aceptable. Sin embargo, lo que me impresionaba era su respuesta sincera cada vez que tenía que corregirlo por no portarse bien.

Al principio no sabía como comportarme, pero después de poco tiempo me acostumbré a escucharlo muchas veces al día. Una mañana en la que Mark hablaba demasiado, empecé a impacientarme y cometí un error de maestra novata. Miré a Mark y le dije: – Si dices una sola palabra más, te pondré cinta en la boca. No habrían pasado diez segundos cuando Chuck dijo: – Mark está hablando de nuevo. Yo no le había pedido a ningún alumno que me ayudara, pero como había anunciado el castigo frente a toda la clase, tenía que aplicarlo. Recuerdo la escena como si hubiese ocurrido esta mañana. Caminé hacia mi escritorio y abrí cada uno de los cajones hasta encontrar la cinta adhesiva. Sin decir una palabra, me acerqué al escritorio de Mark, corté dos piezas de cinta e hice una gran X sobre su boca. Despues regresé al frente del salón. Apenas miré de reojo a Mark, él me guiñó un ojo. ¡Con eso tuve suficiente…! Comencé a reír. La clase vitoreaba mientras yo caminaba hacia el escritorio de Mark. Le saqué la cinta y me encogí de hombros. Sus primeras palabras fueron: – ¡Gracias, hermana! A fin de año me pidieron que enseñara matemáticas en tercer año de la secundaria. Los años volaron y, antes de que me diera cuenta, Mark estaba en mi clase de nuevo. Estaba más guapo que nunca e igual de educado. Pero debido a que tenía que escuchar atentamente mis instrucciones sobre la “nueva matemática”, no habló tanto en 3° de secundaria como en 3° de primaria.

Un viernes, las cosas simplemente no se sentían bien. Habíamos estado trabajando en un nuevo concepto toda la semana, y yo sentía que los estudiantes no lo estaban entendiendo, frustrados consigo mismos y tensos uno con el otro. Tenía que detener eso antes de que se me fuera de las manos, así que le pedí a cada uno que hiciera una lista de los nombres de los otros estudiantes del salón en dos hojas de papel, dejando un espacio en blanco entre cada nombre. Después les dije que pensaran en la cosa más bonita que pudieran decir de cada uno de sus compañeros, y que la escribieran en los espacios correspondientes. Les tomó el resto de la clase cumplir con la consigna. Cuando se estaban yendo, me entregaron los papeles. Charlie sonrió, y Mark dijo: – Gracias, hermana. Que tenga un buen fin de semana.

Ese sábado escribí el nombre de cada uno de los alumnos en distintas hojas de papel, y listé lo que cada uno había dicho de ese individuo. El lunes le di a cada alumno su lista. Muy pronto todos los alumnos estaban sonriendo. – ¿De verdad? – escuché que susurraban. – No sabía que eso significaba algo para alguien. – No sabía que le agradaba tanto a los demás… Nunca nadie mencionó esos papeles en clase otra vez. Yo nunca supe si los discutieron después de clase o con sus padres, pero no importaba. La actividad había cumplido su propósito. Los estudiantes estaban contentos consigo mismos y con los demás de nuevo. Ese grupo de estudiantes siguió adelante con sus estudios.

Varios años más tarde, después de regresar de mis vacaciones, mis padres me encontraron en el aeropuerto. Mientras íbamos de regreso a casa, mamá me hizo las preguntas usuales acerca de mi viaje: el clima, mi experiencia en general. Hubo una pausa en la conversación. Mamá cruzó una mirada con papá y simplemente dijo: – ¿Papá? Mi padre se aclaró la garganta, como siempre lo hace antes de decir algo importante. – Los Eklund llamaron ayer en la noche – empezó. – ¿De veras? – dije. – ¡No he sabido nada de ellos en años! Me pregunto como estará Mark.

Papá respondió calladamente. – Mark murió en Vietnam. El funeral es mañana, y a sus padres les gustaría que fueras. Hasta este día aún puedo recordar exactamente el letrero I-494, donde papá me dijo lo de Mark. Yo nunca antes había visto a un soldado en un ataúd militar. Mark se veía tan guapo, tan maduro… todo lo que podía pensar en ese momento era: – Mark… yo daría toda la cinta adhesiva del mundo si tan sólo pudieras hablarme. La iglesia estaba llena, estaban todos los amigos de Mark. La hermana de Chuck cantó el himno de batalla de la República. ¿Por qué tenía que llover el día del funeral? Ya era suficientemente difícil con la grava. El pastor dijo las oraciones habituales y se tocó música. Uno por uno, los que amaron a Mark se acercaron al ataúd y lo rociaron con agua bendita. Yo fui la última en bendecir el ataúd.

Mientras estaba parada ahí, uno de los soldados se me acercó. – ¿Era usted la maestra de matemáticas de Mark? – me preguntó. Yo asentí, mientras continuaba mirando fijamente el ataúd. – Mark hablaba mucho de usted – me dijo. Después del funeral, la mayoría de los antiguos compañeros de clase de Mark fueron a la granja de Chuck, para almorzar.

Los padres de Mark estaban ahí, obviamente esperándome. – Queremos enseñarle algo – dijo su padre, sacando una billetera de su bolsillo. – Le encontraron esto a Mark cuando murió, pensamos que a lo mejor lo reconocería. Abriendo la billetera, sacó cuidadosamente dos piezas de una libreta que obviamente había sido sacada, pegada y doblada muchas veces. Yo sabía, sin mirar, que los papeles eran aquellos en los que yo había listado todas las cosas buenas que cada uno de los compañeros de Mark había dicho de él. – Muchas gracias por haber hecho eso – dijo la mama de Mark. – Como puede ver, Mark lo valoraba.

Los compañeros de Mark se empezaban a reunir alrededor de nosotros. Charlie sonrió, y dijo: – Yo todavía tengo mi lista. Está en el cajón de arriba, en el escritorio de mi casa. La esposa de Chuck dijo: – Chuck me pidió que pusiera la suya en nuestro álbum de bodas. – Yo también tengo la mía – dijo Marilyn. – Está en mi diario. Entonces Vicki, otra compañera, sacó la billetera de su cartera y mostró su ya vieja lista al grupo. – Siempre cargo con esto – dijo Vicki. – Creo que todos aún tenemos nuestras listas. Ahí fue cuando yo finalmente me senté y lloré. Lloré por Mark y por todos sus amigos, que nunca lo verían de nuevo. Algunas veces la cosa mas pequeña puede significar mucho para otra persona.

Jerry, el optimista

Jerry siempre estaba de buen humor, y siempre tenía algo positivo que decir. Cuando alguien le preguntaba cómo le iba, el respondía: -Si pudiera estar mejor, sería gemelos. Era gerente de un restaurante, y era un gerente único porque tenía varias meseras que lo habían seguido de restaurante en restaurante. La razón por la que las meseras seguían a Jerry era por su actitud: él era un motivador natural. Si un empleado tenía un mal día, Jerry estaba ahí para decirle al empleado cómo ver el lado positivo de la situación.

Este estilo realmente me causó curiosidad, así que un día fui a buscar a Jerry y le pregunté: – No lo entiendo… no es posible ser una persona positiva todo el tiempo, ¿cómo lo haces? Jerry respondió: – Cada mañana me despierto y me digo a mí mismo: “Jerry, tienes dos opciones hoy. Puedes escoger estar de buen humor o estar de mal humor”. Escojo estar de buen humor. Cada vez que sucede algo malo, puedo escoger entre ser una víctima o aprender de ello. Escojo aprender de ello. Cada vez que alguien viene a mí para quejarse, puedo aceptar su queja o puedo señalarle el lado positivo de la vida. Escojo señalarle el lado positivo de la vida. – Sí, claro… pero no es tan fácil – protesté. – Sí lo es – dijo Jerry -. Todo en la vida es acerca de elecciones. Cuando quitas todo lo demás, cada situación es una elección. Tú eliges como reaccionas ante cada situación. Tú eliges como la gente afectará tu estado de ánimo. Tú eliges estar de buen humor o mal humor. En resumen: ¡tú eliges cómo vivir la vida! Reflexioné en lo que Jerry me dijo. Poco tiempo después, dejé la industria de restaurantes para iniciar mi propio negocio. Perdimos contacto, pero con frecuencia pensaba en Jerry cuando tenía que hacer una elección en la vida. Varios años más tarde, me enteré que Jerry hizo algo que nunca debe hacerse en un restaurante. Dejó la puerta de atrás abierta una mañana, y fue asaltado por tres ladrones armados. Mientras trataba de abrir la caja fuerte, su mano, temblando por el nerviosismo, resbaló de la combinación. Los asaltantes sintieron pánico y le dispararon. Con mucha suerte, Jerry fue encontrado relativamente pronto y llevado de emergencia a una clínica. Después de 18 horas de cirugía y varias semanas de terapia intensiva, Jerry fue dado de alta aún con fragmentos de bala en su cuerpo.

Me encontré con Jerry seis meses después del accidente y, cuando le pregunté cómo estaba, me respondió: – Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo. Le pregunté que pasó por su mente en el momento del asalto. Contestó: – Lo primero que vino a mi mente fue que debí haber cerrado con llave la puerta de atrás. Cuando estaba tirado en el piso, recordé que tenía dos opciones. Podía elegir vivir o podía elegir morir. Y elegí vivir. – ¿No sentiste miedo? – le pregunté. Jerry continuó: – Los médicos fueron geniales. No dejaban de decirme que iba a estar bien, pero cuando me llevaron al quirófano y vi las expresiones en sus caras y en las de las enfermeras, realmente me asusté… podía leer en sus ojos que era hombre muerto. Supe entonces que debía tomar acción… – ¿Y qué hiciste? – pregunté. – Bueno… uno de los médicos me preguntó si era alérgico a algo y, respirando profundo, grité: “¡Sí, a las balas!”. Mientras reían, les dije: “Estoy escogiendo vivir… opérenme como si estuviera vivo, no muerto”. Jerry vivió por la maestría de los médicos, pero sobre todo por su actitud.

Imaginación en momento crítico

Cuenta una antigua leyenda que, en la Edad Media, un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero autor era una persona muy influyente en el reino y, por eso, desde el primer momento se procuró un “chivo expiatorio”, para encubrir al culpable.

El hombre fue llevado a juicio ya sabiendo que tendría escasas o nulas posibilidades de escapar a la horca. El juez, también implicado en la infamia, cuidó no obstante de dar todo el aspecto de un juicio justo. Siguieno una práctica de entonces, dijo al acusado: – “Conociendo tu fama de hombre justo y devoto de Dios, vamos a dejar en manos de Él tu destino: vamos a escribir en dos papeles separados las palabras “culpable” e “inocente”. Tú escogerás y será la mano de Dios la que decida tu destino”.

Por supuesto, el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda: “CULPABLE”. La pobre víctima se daba cuenta de que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria. El juez conminó al hombre a tomar uno de los papeles doblados. Éste respiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados y, cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y, con una extraña sonrisa, tomó uno de los papeles y llevándolo a su boca lo engulló rápidamente. Sorprendidos e indignados los presentes le reprocharon airadamente… – “Pero ¡¿qué hizo…?! Y ¿ahora…? ¿Cómo vamos a saber el veredicto…?!” – “Es muy sencillo, respondió el hombre: – “Es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué.” Y no les quedó más remedio que liberar al acusado.