47. ¿Qué entiendes entonces por coeducación?

Ya hemos hablado de lo que es la coeducación, y de cómo los partidarios de la educación diferenciada podemos estar de acuerdo con todos los principios sobre los que se fundamenta la coeducación.

Por ejemplo, Mª Ángeles Cremades Navarro, una de las más significadas defensoras de la coeducación en España, señala:

“Coeducar significa que todas las personas sean educadas por igual en un sistema de valores, de comportamientos, de normas y de expectativas que no esté jerarquizado por el género social, lo que significa que cuando coeducamos queremos eliminar el predominio de un género sobre otro”.

“Es el proceso de socialización humana realizado conjunta o separadamente a niñas y niños, en el que se produce sistemáticamente una intervención cuyo objetivo es potenciar el desarrollo personal sea cual sea el origen y el sexo de nacimiento, para conseguir una construcción social no enfrentada y común” (VVAA,1995).

A lo que añade Nuria Jornet, en un documento de UGT, que

“la coeducación no es el acceso de la mujer a la educación, ni la enseñanza mixta, ni la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres. Tampoco es la inclusión de la educación sexual en los contenidos curriculares, ni la eliminación del lenguaje sexista en los libros de texto, y tampoco es la lucha preventiva y paliativa contra el acoso o la violencia de género. Coeducación es todo eso y mucho más. No se trata de desarrollar un nuevo valor acorde con la sociedad actual sino, simplemente, de educar. Educar con mayúsculas y sin prefijos, teniendo como meta el desarrollo integral de cada alumno o alumna en todo su potencial superando las barreras de todo tipo, incluida la discriminación de género” (Nuria Jornet, “La educación de las niñas”, FETE-UGT, 2012).

Si efectivamente, como señala Nuria Jornet, coeducar es educar en igualdad, con mayúsculas y sin prefijos, teniendo como meta el desarrollo integral de cada alumna o alumno en todo su potencial, superando barreras de todo tipo y sin discriminaciones de ningún género, no puedo estar más de acuerdo en la importancia de fomentar la coeducación. Coeducar no es educación mixta ni diferenciada, sino profundizar de verdad en atender a cada persona según sus necesidades y sin ninguna discriminación, comprendiendo y aceptando las diferencias que hay entre las personas, sean varones o mujeres, en un clima de respeto y tolerancia que permita mejorar la convivencia, en la escuela y fuera de ella.

Se podrían citar multitud de fuentes sobre este punto. Por ejemplo, Joaquín Paredes, director del Departamento de Didáctica de la Universidad Autónoma de Madrid y firme detractor de la escuela diferenciada, preguntado en una entrevista (El País, 24-04-2006) sobre si la escuela mixta fomenta la igualdad, asegura que “solamente juntando a niños y niñas no se consigue nada”. Que la coeducación no es simplemente poner niños y niñas juntos en una clase, que “definitivamente coeducar no es lo mismo que la escuela mixta. En la coeducación hay un trabajo de reconocer las diferencias entre los sexos y trabajarlas de manera abierta”.

Por su parte, el Instituto Andaluz de la Mujer, organismo oficial dependiente de la Junta de Andalucía, cuando define lo que entiende por coeducación hace un resumen con el que no podemos estar más de acuerdo:

  • “Coeducar consiste en desarrollar todas las capacidades, tanto de niñas como de niños, a través de la educación.
  • Supone eliminar estereotipos o ideas preconcebidas sobre las características que deben tener las niñas y los niños, los chicos y las chicas, las mujeres y los hombres.
  • Cada niño o cada niña tiene derecho a ser diferente, por lo que es necesario educar valorando las diferencias individuales y las cualidades personales.
  • Coeducar, tiene como objetivo hacer personas dialogantes e implica respeto y tolerancia, por lo que es una garantía para la prevención de la violencia.
  • Educar en el respeto y la tolerancia, en igualdad de condiciones, de trato y de oportunidades, es educar para la democracia. No se puede hablar de democracia mientras haya desigualdades sobre la mitad del género humano”. (Instituto Andaluz de la Mujer, Consejería de Igualdad, Salud y Políticas Sociales, Áreas temáticas, “Coeducación”, 2014).

De manera similar, la Guía de la Coeducación publicada en 2008 por el Instituto de la Mujer, dependiente del Ministerio de Igualdad de Bibiana Aído, define con claridad los objetivos de la coeducación:

“La escuela coeducativa tiene como objetivo la eliminación de estereotipos entre sexos superando las desigualdades sociales y las jerarquías culturales entre niñas y niños” (Instituto de la Mujer, Ministerio de Igualdad, “Guía de la Coeducación. Síntesis sobre la Educación para la Igualdad de Oportunidades entre Mujeres y Hombres”, 2008, p. 15)

Los ejemplos podrían multiplicarse. Todos ellos inciden en ideas que encajan perfectamente en la escuela diferenciada. La coeducación, tanto en el ámbito escolar mixto como en el diferenciado (o también en el ámbito familiar), supone educar en la igualdad de libertades y responsabilidades, en la igualdad de oportunidades personales y en la promoción de una convivencia respetuosa entre hombres y mujeres. Es educar en la corresponsabilidad de ambos sexos para la humanización de todos los ámbitos de la sociedad (familia, trabajo, tareas domésticas y sociedad en general). Y todo esto a través de actividades diarias, en las que se concretan objetivos y acciones de liderazgo, de pensamiento crítico, de respeto y consideración, etc.

Y habría que hablar también de la “coeducación familiar”, como bien señala Elena Simón:

Pensemos dónde está la coeducación familiar, quiénes tienen la ocasión de recibirla y qué consecuencias tendría que las niñas y los niños se manejaran en el mundo externo a la familia con actitudes, aprendizajes y modos igualitarios aprendidos en el hogar. Seguramente se acabaría pronto con la desigualdad y la violencia de género, con el sexismo y la misoginia y el machismo no tendría casi lugar donde crecer y alimentarse (Elena Simón Rodríguez, “La igualdad también se aprende: Cuestión de coeducación”, 2010, pp. 44).

Si logramos que los varones incrementen su dedicación a las tareas del hogar hasta llegar a la completa igualdad, si logramos que el esfuerzo y el tiempo de descanso se plantee también sin desigualdades de género, si logramos que se respeten las opciones legítimas de cada una o cada uno sin pretender someterlas a viejos estereotipos de género, si logramos todos eso habrá sin duda enormes avances en igualdad en toda la sociedad.

48. ¿Cómo se puede entonces coeducar mejor, tanto en el aula mixta como en la diferenciada?

 

John Gray, experto en psicología especializado en terapia de pareja y escritor mundialmente conocido por el libro Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, asegura que

los hombres y las mujeres, piensan, sienten, perciben, reaccionan, responden, aman, necesitan y valoran de manera totalmente diferente. Casi parecen proceder de planetas distintos, con idiomas distintos y necesidades también diferentes (John Gray, “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus”, 2004, p. 20).

El reconocimiento de que hombres y mujeres somos diferentes tiene importancia no solo desde el punto de vista educativo. También muchos problemas de pareja y muchos fracasos matrimoniales podrían evitarse siendo ambos un poco más conscientes de esas diferencias. Muchas parejas señalan como motivo de su fracaso el hecho de ser “radicalmente distintos” o “demasiado diferentes”. En bastantes casos, quizá, analizando esas diferencias, puede verse que eran bastante normales, puesto que se dan de modo general en cualquier hombre y en cualquier mujer. El reconocimiento previo de las diferencias es muy útil para conseguir la complementariedad entre el hombre y la mujer, que debe partir precisamente del previo reconocimiento de lo diferente.

Gray insiste en que,

para mejorar las relaciones entre los sexos, es preciso llegar a una comprensión de nuestras diferencias que aumente la autoestima y la dignidad personal al tiempo que inspire la confianza mutua, la responsabilidad personal, una mayor cooperación y un amor más grande… Esta mayor comprensión de nuestras diferencias ayuda a solucionar en gran medida la frustración que origina el trato con el otro sexo y el esfuerzo por comprenderlo… (John Gray, “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus”, 2004, p. 23).

Los hombres y las mujeres abordan los problemas de diferente modo, enfatizan la importancia de las cosas de distinta forma y experimentan el mundo que les rodea a través de unos filtros diferentes. Sin embargo, son precisamente las diferencias las que nos complementan y enriquecen, dotándonos del equilibrio preciso para nuestro pleno desarrollo personal. Dos piezas de un puzzle no encajan si son iguales, y es precisamente su diferente forma lo que permite unirlas, para mostrarnos el dibujo al completo, en toda su dimensión y perfección. El hecho de reconocer y respetar dichas diferencias reduce drásticamente la confusión cuando se trata con el otro sexo, mientras que el empeño por negarlas produce conflictos, tensiones y frustración en esas relaciones. Hombres y mujeres habitamos en dos realidades emocionalmente diferentes. Comprender esto y aprender sinceramente las estrategias más eficaces de nuestra pareja nos ayudará a acortar el espacio que nos separa (María Calvo, “Igualitarismo y divorcio”, 2007).

La buena relación entre el hombre y la mujer debe partir precisamente del previo reconocimiento de sus diferencias. Es muy frecuente que, al convivir, aparezca una frustración o un enfado con el otro sexo porque se olvida esa verdad importante:

Los hombres esperan erróneamente que las mujeres piensen, se comuniquen y reaccionen de la forma en que lo hacen ellos; y las mujeres esperan equivocadamente que los hombres sientan, se comuniquen y respondan de la misma forma que ellas. Como resultado de esta situación las relaciones se llenan de fricciones (María Calvo, “Igualitarismo y divorcio”, 2007).

Pero, volviendo a la escuela, y a la pregunta concreta que se ha hecho, sería interesante seguir esa línea y prescindir de prejuicios ideológicos para así abordar estas cuestiones bajo un prisma y unos criterios verdaderamente educativos.

Y es precisamente la mujer la que en muchos países está impulsando el cambio y reivindicando el derecho a la escuela single-sex como un medio más para facilitar en muchos casos la igualdad de oportunidades. Cansadas de que se las iguale de modo simplista y sistemático al hombre, reclaman su derecho a que se les reconozca diferentes.

Como ha señalado el sociólogo francés Michel Fize, miembro del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) en Francia y nada sospechoso de pasado conservador, se trata de no partir de dogmas:

Yo no critico la educación mixta. ¡Yo critico que la educación mixta sea considerada como un artículo de fe, un dogma, un principio sagrado, intocable! El objetivo de la educación mixta, la igualdad entre los sexos, parece sensato, ¡desde luego!, pero… ¿es la escuela mixta la vía que conduce a esa igualdad? Yo discuto ese argumento. Planteo que, por el contrario, favorecer la igualdad exige en muchos momentos evitar la escuela mixta y abogar por las aulas separadas (Michel Fize, La Vanguardia, 2004).

La enseñanza mixta no es un principio intangible del derecho escolar, es un instrumento para dos combates de fondo de nuestra sociedad: la igualdad de oportunidades y la transmisión de valores fundamentados en el respeto y la tolerancia. Lo importante es ver si está sirviendo para ello (Michel Fize, “Les pièces de la mixité scolaire”, 2003).

Creo que esa es la clave del debate: saber si la educación, mixta o diferenciada, está sirviendo verdaderamente para mejorar la igualdad de oportunidades. Hay indicios y datos más que suficientes para cuestionar las identificaciones simplistas que algunos hacen entre la idea de aulas mixtas y la idea de igualdad. Por eso, no está de más que haya voces que se atrevan a decir que no deben confundirse los fines con los medios. El fin es claro (la igualdad), pero los medios no están tan claros.

En esto, me atrevería a hacer una comparación y decir que se parece a lo que sucedió con el caso Galileo.

49. ¿En qué entonces puede parecerse este debate al del caso Galileo?

La condena de Galileo por un tribunal de la Inquisición en 1633 fue un episodio bastante lamentable, que puede entenderse un poco mejor intentando comprender la mentalidad de la época y los intereses que se crearon en torno a la figura de este eminente astrónomo, filósofo, matemático y físico del Renacimiento.

Había por entonces una situación de transición en el campo de los conocimientos astronómicos. Galileo defendía la teoría heliocéntrica de Copérnico (que situaba el Sol, y no a la Tierra, en el centro del Universo). Era una hipótesis que aún no había sido oficialmente reconocida por los científicos de la época, por lo que Galileo no solo se enfrentó a la Iglesia, sino también a la comunidad científica de su tiempo.

Ciertos teólogos de aquella época, herederos de la concepción unitaria del mundo que se impuso por entonces, no supieron interpretar el significado profundo, no literal, de las Sagradas Escrituras cuando describen la estructura física del universo creado. Ese error les llevó a trasponer de forma indebida una cuestión de observación experimental al ámbito de la fe, y viceversa.

Quizá ahí estuvo la principal raíz del error. Tanto Galileo como sus jueces coincidían en su respeto y veneración por las Sagradas Escrituras. Quizá algo parecido a lo que sucede hoy con el concepto de la igualdad entre los sexos, querida y deseada por todos. Pero Galileo insistía en que el respeto y veneración por las escrituras no implicaba en absoluto y menos directamente que la tierra fuera el centro del universo. Galileo se sumaba a las tesis de Copérnico y se desmarcaba del geocentrismo de Ptolomeo. Y presentaba pruebas experimentales bastante contundentes (unas se demostraron luego erróneas, como la basada en el movimiento de las mareas, pero otras resultaron acertadas, como las basadas en la rotación de las manchas solares).

En todo caso, el tiempo y los avances científicos darían la razón a Galileo. ¿Dónde estuvo el error de su tribunal? En empeñarse en una peculiar interpretación (equivocada, demasiado literal) de algunos pasajes de las Sagradas Escrituras que daban a entender que el Sol debía girar alrededor de la Tierra.

Esas autoridades eclesiásticas se empeñaban en imponer una idea que creían consecuencia inmediata de una verdad aceptada por todos (las Sagradas Escrituras), en contra de la evidencia experimental. Creo que ahora sucede algo parecido en la lucha contra la educación diferenciada: algunos, que quizá se parecen demasiado a esos viejos inquisidores, se empeñan en que la igualdad implica necesariamente clases mixtas (también en contra de bastantes evidencias experimentales), y quien no se someta a sus dictados será víctima inmediata de su brazo secular, en forma de leyes y sentencias que caerán con toda contundencia sobre cualquiera que se atreva a disentir de sus dogmas.

Por eso pienso que no se trata de imponer como un dogma ni una cosa ni la otra. No puede imponerse que la educación mixta sea mejor que la diferenciada, ni viceversa. Habrá y alumnos y alumnas a los que les vendrá mejor la educación mixta, y a otros la separada. No es progresista imponer un modelo único, sobre todo cuando además de ir contra el derecho y contra la libertad, va también contra resultados educativos bien patentes. Pero, sobre todo, no es honesto forzar los resultados de la ciencia para acomodarlos a conclusiones que se han fijado previamente: hay que estar abiertos a lo que dicen los resultados experimentales, analizarlos con seriedad y estar dispuesto a modificar nuestras ideas si resultan realmente cuestionadas.

Urge abandonar los tópicos, las descalificaciones y las afirmaciones dogmáticas. Es preciso hacer verdadera investigación sobre qué es mejor para cada alumno o alumna, y abrir un debate serio en el que todos reciban información de calidad y puedan decidir qué educación es la mejor para sus hijos.

50. ¿Cómo piensas entonces que hay que promover la igualdad en la escuela?

En Europa llevamos casi medio siglo de enseñanza mixta generalizada (en algunos países algo más y en otros algo menos), y en Estados Unidos bastante más de un siglo.

Me parece que ha sido ya tiempo suficiente como para permitirnos cuestionar la ilusión con que se pensó que la escuela mixta acabaría en poco tiempo con los estereotipos, el sexismo, los comportamientos machistas o la brecha de género.

Hay que hacer algo más para promover la igualdad. Hay que permitir que haya un poco más de imaginación y un poco más de capacidad de cuestionar los principios desde los que en algunos lugares se inició esa lucha.

El panorama de la igualdad en el mundo occidental no es hoy el mismo de hace unas décadas. Es importante adaptar las estrategias a la realidad de cada lugar y cada momento.

Y la solución, obviamente, no es que la mujer imite al varón, y sobre todo la solución no es que imite sobre todo sus defectos. Por eso muchos hablan de que la solución no está tanto quizá en la generalización de la superwoman sino en lograr una verdadera responsabilidad familiar del varón:

El gran problema es que las leyes y costumbres del espacio público han sido creadas con criterios exclusivamente masculinos, por hombres que funcionaban como si no tuvieran familia, pues eso se lo dejaban a sus mujeres. La principal dificultad que encuentran las mujeres para ser alguien en el mundo laboral es que se les exige que trabajen como si fueran hombres que no tienen familia.

Si a eso le añadimos que no hay elaborada una teoría equilibrada al respecto, las mujeres se han visto forzadas a imitar el modelo unilateral masculino. Hoy lo que se quiere borrar de todos los sitios es la diferencia, porque se considera sinónimo de subordinación. La mujer no puede dejar de ser mujer cuando se pone a trabajar, porque ésa es su mejor aportación al terreno público y esto no es fácil.

Las mujeres que quieren sacar adelante a la familia tienen de hecho una doble jornada laboral. Si no se ponen pronto en práctica políticas de conciliación, la familia está llamada a la extinción.

Si se quiere mejorar el mundo, la primera medida es que el hombre vuelva a la familia. Ahora mismo, el reto no es que la mujer trabaje o no trabaje, sino que el varón redescubra su paternidad. El varón, en general, se desentiende en la práctica de ser marido y padre. La familia, la mujer, los hijos, tienen necesidad de él y de su modo de hacer las cosas, que es diferente del de la mujer, con la peculiaridad de que ambos modos se potencian uno al otro, tanto en la familia como en el espacio público.

La solución pasa por ahí: la familia es una empresa de los dos. Para la maternidad, la mejor defensa posible es que el varón descubra su paternidad. Para esto hay que entender que ser padres o madres es algo propio del modo de amar y de contribuir al bien de los demás. Tanto la paternidad como la maternidad tienen una dimensión privada y una dimensión pública.

Respecto al varón, tan importante como el ejercicio de la paternidad dentro de la familia, es que favorezca y defienda que la maternidad sea posible en el mundo laboral. El hombre-varón tendría que descubrir su paternidad. La familia saldrá adelante si el varón asume que es padre, tanto dentro como fuera del hogar. El peso de sacar adelante la familia no recae exclusivamente sobre la mujer, aunque sólo sea porque muy pocas tienen capacidad para ser superwoman (Blanca Castilla de Cortázar, “De la superwoman al varón responsable”, 2015)

Hay aspectos más fáciles para el varón y otros para la mujer, y cada uno debe cultivar lo que más necesite potenciar. Las escuelas deben tener un plan de igualdad desde el que se trabaje para generar una cultura en que la igualdad se respire de modo general.

Hay cuestiones menores, como el esfuerzo por usar un lenguaje no sexista, o la visualización de la aportación de la mujer a lo largo de la historia, pero lo fundamental es ver siempre al hombre y a la mujer como iguales en derechos y oportunidades. Y sin plantearlo como una lucha de clases, ni fomentando odios ni rivalidades. Educando a todos en la importancia de la familia, en la importancia de dedicar todos tiempo de calidad al hogar. Sin estigmatizar la maternidad, sino dando a la maternidad y a la paternidad la dignidad que merecen.

Los países progresan cuando mejora su capital humano, y eso es impensable si no progresa la familia, y es impensable sino se redescubre el sentido de la maternidad. Quizá durante décadas se ha extendido el tópico de que la maternidad atonta y alela a las mujeres, centrando su vida en un mundo infantil y relegándolas a tareas tediosas y repetitivas. Así lo explica Katherine Ellison, una exitosa periodista de investigación galardonada con el Premio Pulitzer y que considera que todas esas ideas proceden de clichés y trivializaciones que no reflejan la realidad. En uno de sus libros (Katherine Ellison, “Inteligencia maternal: de cómo ser madres nos vuelve más inteligentes”, 2005) muestra, a partir de recientes investigaciones científicas y de su propia experiencia como madre, que la maternidad contribuye a estimular la inteligencia de las mujeres, al enfrentarlas a nuevos retos y a la necesidad de resolver nuevas situaciones. Este libro, que fue en su momento un best seller mundial, está repleto de anécdotas y relatos sobre madres jóvenes que aseguran que la maternidad es un enriquecimiento general para la mujer, acentúa su sensibilidad e incrementa sus capacidades gracias a lo que ha empezado a llamarse “inteligencia maternal”.

Muchas mujeres son acosadas por reticencias que flotan en el ambiente y que les empujan a postergar la decisión de tener un hijo. A su vez, temen que, al ser madres, sufran un declive en sus facultades personales. Está muy presente el tópico de la mujer embarazada agobiada y sensiblera que llora por cualquier tontería, o el de la madre extenuada incapaz de pensar en nada salvo en los horarios de los niños y en la lista de la compra. La angustia que genera esa imagen de la maternidad ha ido en aumento y por eso Katherine Ellison insiste en el enriquecimiento del repertorio emocional y la gran experiencia que aporta la maternidad. El vínculo entre madre e hijos es una poderosa fuente de valores para la propia vida de la madre. El cuidado de los hijos implica una gran capacidad para hacer frente a cualquier desafío, por difícil que este sea, y son desafíos que quizá en otro contexto les harían rendirse pero que ahora les fortalecen y engrandecen como personas.

Es muy sorprendente la fuerza natural interior que se activa en los padres para que se obre el milagro cotidiano de que cuiden de sus hijos. ¿Qué fuerza casi sobrenatural les impulsa a invertir tal cantidad de energía en atender a un ser vivo que en los primeros estadios de su existencia no hace poco más que comer, llorar y ensuciarse? El sentido personal del confort de los padres se modifica, los viejos paradigmas son reemplazados por otros nuevos que les llevan a volcarse en la preocupación por el bienestar de otro ser humano. Ese compromiso es un factor clave para el desarrollo de cuestiones humanas tan esenciales como el afecto entre las personas, la educación, la transmisión de valores, la sociabilidad y el amor.

El altruismo que despierta y desarrolla la maternidad es uno de los motores más poderosos que sacan adelante cada día a nuestra sociedad. Un altruismo que habitualmente incluye también al padre: la transformación que experimenta un hombre quizá egoísta que se ve de pronto expuesto a un contacto cercano con niños pequeños ha protagonizado el argumento de un sorprendente número de películas producidas por Hollywood en los últimos tiempos. Cuidar de los hijos es una gran fuente de humanidad que nuestro tiempo está empezando a valorar como merece.

La maternidad enriquece a la mujer, la añade capacidades. Contratar a una madre es un valor añadido. Es preciso cambiar la perspectiva androcéntrica que envuelve hoy buena parte del mundo laboral y familiar, y no precisamente cargando contra la maternidad sino incorporando su perspectiva. Y esa es una de las grandes tareas pendientes en la escuela, tanto en la escuela mixta como en la diferenciada.

Alfonso Aguiló, “Aquellos que no te imaginas”, Hacer Familia nº 265, 1.III.2016

De repente, descubres una historia sorprendente y desconocida. Te asombras y te preguntas cómo algo así ha podido pasar oculto durante tanto tiempo. Es quizá la sensación después de ver “The Imitation Game”, sobre la tremenda historia del matemático y criptólogo británico Alan Turing, cuya misión fue descifrar los códigos secretos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Los nazis contaban con una máquina llamada “Enigma” para codificar los mensajes secretos con que dirigían sus operaciones militares. Alan Turing recibe en Londres el encargo de de descifrar ese código liderando un pintoresco equipo de expertos en criptografía, matemáticos, lingüistas e incluso un campeón de ajedrez. El éxito final de la misión, y la inteligente gestión posterior de ese logro, permitió a los aliados anticiparse a muchas operaciones del ejército de Hitler y así ganar la guerra. Se estima que gracias a Turing la guerra terminó dos años antes y se salvaron catorce millones de vidas. Además, el prodigioso ingenio que construyó sirvió para sentar las bases de lo que después sería la informática.

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Alfonso Aguiló, “Pensamiento de grupo”, Hacer Familia nº 264, 1.II.2016

Una calurosa tarde en Coleman (Texas), una familia compuesta un matrimonio y sus suegros están muy animados jugando al dominó cómodamente a la sombra en su pequeño jardín. De repente, el suegro propone hacer un viaje a Abilene, ciudad distante 80 kilómetros. La mujer dice «Suena muy bien, una gran idea», pese a tener sus reservas porque el viaje promete ser largo y caluroso, pero piensa que sus preferencias personales no coinciden con las del resto del grupo. Su marido dice: «A mí me parece bien. No sé si tu madre tendrá ganas de ir.» La suegra después asegura: «¡Por supuesto que quiero ir. Hace mucho que no vamos a Abilene!».

Así, todos de acuerdo, emprenden viaje. Hay mucho tráfico y mucho calor, por lo que el desplazamiento resulta largo y pesado. Cuando por fin llegan a Abilene, dan una vuelta por el poblado y no encuentran ningún sitio interesante para disfrutar, ni para hacer una parada. Entran en una cafetería y acaban disgustados por el mal servicio y la pésima comida. Finalmente deciden regresar y, después de varias horas de camino, están de nuevo en casa, totalmente agotados y decepcionados.

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Alfonso Aguiló, “La estrategia de la desunión”, Hacer Familia nº 263, 1.I.2016

La batalla de Trafalgar tuvo lugar el 21 de octubre de 1805, en el marco de la tercera coalición iniciada por Inglaterra, Austria, Rusia, Nápoles y Suecia para intentar derrocar a Napoleón del trono imperial y debilitar así la influencia militar francesa en Europa.

Al mando de la flota hispano-francesa se encontraba el almirante Villeneuve, que ordenó a sus barcos formar una extensa hilera en forma de arco muy tendido en aguas próximas al cabo Trafalgar. Esa línea tan alargada facilitó a la flota británica, al mando del Almirante Nelson, atacar contra ella en forma de dos rápidas columnas perpendiculares.

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Alfonso Aguiló, “Espíritu de innovación”, Hacer Familia nº 262, 1.XII.2015

Clermont-Ferrand, zona central de Francia, año 1891. Un ciclista pincha su rueda y se dirige a una fábrica cercana en busca de ayuda. Allí encuentra a Edouard Michelin. Es un pequeño empresario dedicado al caucho vulcanizado. Cambiar una rueda de bicicleta a finales del siglo XIX es una tarea ardua que puede ocupar varias horas. Pero Edouard Michelin es una persona inquieta y creativa, y al hacer la reparación intuye un posible modo de diseñar unas nuevas llantas desmontables que podrían reemplazarse en menos de media hora.

La llanta desmontable será un éxito desde el mismo momento de su creación. La velocidad de difusión del invento se debió en gran parte a Charles Terront, un ciclista que usó ese prototipo en la clásica París-Brest-París ya en ese mismo año 1891. Su victoria en la prueba conquistó al público y sólo un año después ya había más de diez mil ciclistas franceses que usaban las llantas de Michelin.

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Alfonso Aguiló, “Aires de suficiencia”, Hacer Familia nº 261, 1.XI.2015

Arnold Bennett fue un prolífico autor británico que en sus 63 años de vida le dio tiempo para hacer multitud de cosas y en casi todas fue bastante reconocido. Destacaba por su carácter emprendedor, que le hizo embarcarse en numerosos proyectos. Escribió un buen número de novelas, un guión cinematográfico, una ópera e incluso ideó un plato gastronómico: la tortilla Arnold Bennett. Le gustaba mucho Francia, donde trabajó y vivió en varias etapas de su vida, hasta el punto de que durante la Primera Guerra Mundial el Ministerio de Información francés lo contrató para dirigir el Departamento de Propaganda.

Y fue precisamente en París donde, años más tarde y de una manera bastante estúpida, contrajo la enfermedad que le llevaría a la muerte. Todo se debió a su empeño en desoír los consejos de un camarero que le advertía de que no era conveniente beber agua del grifo, que con seguridad estaba contaminada. Pero Arnold Bennet, en un alarde de superioridad, se bebió un vaso entero para demostrar a todos los presentes que no pasaba absolutamente nada, y todo aquello eran prevenciones procedentes de la incultura popular. Enseguida cayó enfermo de fiebre tifoidea, coincidiendo con su retorno a Londres, donde falleció en su casa de Baker Street el 27 de marzo de 1931.

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Alfonso Aguiló, “Cambiar el entorno emocional”, Hacer Familia nº 260, 1.X.2015

Sonya Carson abandonó muy joven sus estudios y se casó siendo aún adolescente. El matrimonio se rompió y pronto ella se encontró a cargo de sus dos hijos pequeños, por lo que tuvo que simultanear varios empleos para salir adelante.

El más pequeño de los hijos, Benjamin, que había nacido en Detroit en 1951, manifestó tempranamente dificultades en su educación primaria. Parecía el peor alumno de su clase y era objeto de burlas e insultos por parte de sus compañeros. Todo eso le hizo desarrollar un temperamento un tanto agresivo e incontrolable.

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