Alfonso Aguiló, “No desfallecer aunque nos quedemos solos”, Hacer Familia nº 180, 1.II.2009

Llegó una vez un sabio itinerante a una ciudad y comenzó a gritar, en su plaza principal, que era necesario un cambio en la marcha de aquel país. El hombre hablaba y hablaba, y una multitud considerable acudió a escucharle, aunque quizá más por curiosidad que por verdadero interés. Y aquel hombre seguía poniendo toda su alma en aquellas palabras, pidiendo que cambiaran de una vez sus relajadas costumbres.

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Alfonso Aguiló, “Exigir con acierto”, Hacer Familia nº 179, 1.I.2009

Una mañana de primavera de 1991, Lorraine Monroe entra por vez primera en la Frederick Douglass School, una modesta escuela pública situada en la 149th Street de Harlem, en New York. El lugar no inspira mucho atractivo. Hay baldosas rotas, desperdicios por el suelo, cortinas desgarradas y otras muchas muestras de abandono.

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Ignacio Sánchez Cámara, “La abolición del bien”, La Gaceta, 21.XII.2008

El relativismo ético goza de una inmerecida buena reputación.

Al relativismo ético le corresponde una responsabilidad fundamental sobre la crisis moral de nuestras sociedades occidentales. Si se niega la existencia de criterios objetivos o universales para distinguir entre el bien y el mal, la frontera entre ambos resulta porosa, y queda abierta la vía que conduce a la abolición del bien. El relativismo ético goza de una inmerecida buena reputación. Es cierto que, aparentemente, resulta convincente, y que es innegable la discrepancia de opiniones morales y la influencia sobre ellas de factores sociales y culturales, y que suele ir vinculado, erróneamente, a posiciones tolerantes y liberales, no dogmáticas. Pero constituye un viejo error filosófico, que data, al menos, del siglo V antes de nuestra era, con el sofista Protágoras.

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Ignacio Aréchaga, “Cuando los ateos se lanzan a predicar”, Gaceta, 29.XI.08

Utilizan la publicidad para vender la idea de que sin Dios se vive muy bien

Los ateos pasan a la ofensiva dispuestos a convertir al hombre de la calle. Antes habían denunciado como nefando proselitismo cualquier intento de convencer a otros de las propias creencias religiosas. Sólo el intolerante, incapaz de respetar a los otros, se atrevería a pretender que los demás pensaran del mismo modo. Pero ahora los ateos se han lanzado a la ofensiva, decididos a convertir al hombre de la calle, no sólo con libros, sino hasta con anuncios publicitarios.

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Alfonso Aguiló, “Educar la memoria”, Hacer Familia nº 178, 1.XII.2008

Gabriel García Márquez contaba aquel breve relato de un pobre desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa merecía la pena ser vivida.

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Manuel González Barón, “Suicidio aistido y eutanasia: ¿muertes dignas?”, El Mundo, 24.XI.2008

Cada vez con mayor frecuencia, oímos hablar en los medios de comunicación sobre suicidio asistido, eutanasia, muerte digna…; y no pocas veces se advierte una notable confusión en quienes utilizan esos términos. Esa confusión “contamina” después necesariamente las encuestas que se hacen sobre estas cuestiones. Puede tener cierto interés, por tanto, empezar clarificando algunos conceptos.

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Alfonso Aguiló, “Criterio propio”, Hacer Familia nº 177, 1.XI.2008

Era otoño, y los indios de una remota reserva norteamericana preguntaron a su nuevo jefe si el próximo invierno iba a ser frío o apacible. Como aquel jefe había sido educado en una sociedad moderna, no conocía la vieja sabiduría de su raza. Así que, cuando miró el cielo, se vio incapaz de adivinar qué iba a suceder con el tiempo. Para no parecer inseguro o dubitativo, respondió que el invierno iba a ser verdaderamente frío y que los miembros de la tribu debían recoger leña para estar preparados.

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Alfonso Aguiló, “Decir la verdad”, Hacer Familia nº 176, 1.X.2008

Me lo contó hace años el protagonista de la anécdota y no se me ha olvidado. Un profesor de una prestigiosa institución educativa llega a su despacho, que comparte con otros compañeros. Nada más entrar, ve el cubilete de cerámica en el que pone los bolígrafos, que está roto en varios pedazos. Pero no están caídos en el suelo, sino recogidos los trozos y puestos en orden sobre la mesa. Alineados, los lápices, los bolígrafos y el abrecartas. Junto a ellos, una nota pidiendo disculpas: “Perdón. Se me ha caído. He sido yo.” Y su firma.

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Alfonso Aguiló, “Tachar de ingenuos”, Hacer Familia nº 175, 1.IX.2008

A sus 23 años, Erin Gruwell parecía dispuesta a comerse el mundo, un día de otoño de 1994, cuando empezaba a trabajar como profesora en el Woodrow Wilson High School, un conflictivo instituto de Long Beach, en California. Los experimentos de integración racial en las aulas de aquella escuela no parecían estar dando los resultados apetecidos. Como profesora en prácticas, le asignaron la peor clase del instituto, la que nadie quería. Se encontró con un grupo de chicos de diferentes etnias, con problemas familiares y de adaptación social, incapaces de progresar en el estudio y a los que el sistema daba ya por irrecuperables. Lo único que aquellos chicos parecían tener en común era la rivalidad entre ellos y el convencimiento de que el sistema educativo se limitaba a retenerlos allí como fuera hasta que llegaran a la edad legal necesaria para abandonar la escuela.

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Juan Manuel de Prada, “Curas pederastas”, ABC, 21.VII.2008

Hubo épocas en que los cristianos se acogieron a la disciplina del arcano, ocultando las cosas de la religión a los paganos, pues comprobaban que, por mucho que se esforzasen en explicarles los misterios de su fe, los paganos lo entendían todo del revés y propalaban, por ejemplo, que la Eucaristía consistía en comerse a un niño crudo y otras aberraciones semejantes. Ando en estos días preparando una antología de artículos del gran Leonardo Castellani, a quien últimamente tanto cito, para que los muchos lectores que en estos meses me han preguntado por él puedan disfrutar a la vuelta del verano en una edición accesible de quien, sin duda alguna, es el mejor escritor católico en español del siglo XX; y, entre el bosque de artículos suculentos que Castellani dio a la prensa, me tropiezo con uno titulado «¡Al arcano de nuevo!», en el que con su habitual gracejo propone volver a aquella disciplina de los primeros cristianos, viendo que los señores incrédulos de nuestra época se obstinan en creer que Jesús estuvo enamorado de María Magdalena o que la burra de Balaam se llama así porque milagrosamente una vez baló. Tratar de aproximar la religión a ciertas personas contaminadas por las más rocambolescas mistificaciones lo considera Castellani trabajos de amor perdidos; y propone jocosamente que, en lugar de deslomarnos escribiendo tratados de apologética que rechazarán (aunque luego crean en el espiritismo, o en el Progreso, o en cualquier otra chorrada, pues ya se sabe que cuando se deja de creer en Dios se empieza a creer en cualquier cosa), nos dediquemos a hacerles creer las trolas más jacarandosas. Por ejemplo: que al Papa todos los cristianos deben adorarlo como Dios; o que la Santísima Trinidad la componen la paloma del Espíritu Santo, el Cordero de Dios y el Buey de Belén. Trolas que, indudablemente, se tragarán; pues nadie hay más crédulo que un incrédulo profesional.

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