36. La oración

Exposición del caso: Jaime es un chico nervioso e inquieto, con mucha vitalidad: no en balde tiene 15 años. Es también inconstante: con frecuencia no acaba lo que empieza, y si le preguntan el motivo suele contestar que “le cansa” o “le ha conseguido aburrir”. A sus padres esa inconstancia parece preocuparles, sobre todo cuando se refleja en sus notas, y suelen decir una y otra vez a Jaime cosas como “en este mundo nadie te da nada, si quieres algo tienes que conseguirlo por ti mismo”, “de que te esfuerces o no depende todo lo que vayas a ser en la vida”, u otras parecidas. Son católicos, pero poco practicantes. Alguna que otra vez, cuando ha salido a conversación la religión con ocasión de alguna noticia, Jaime les ha oído comentar que es todo muy bonito, pero deben poderlo vivir bien los frailes, porque piden a la gente normal cosas que de hecho son imposibles; que se alejan del mundo real, y por eso la mayoría de la gente no les hace caso. Jaime ve que sus padres son voluntariosos —desde luego, más que él—, y por eso piensa que si dicen eso es porque así será. Él a la única que ve rezar es a su abuela —vive con sus padres—, una viejecita bastante mayor que reza rosarios todo el día. Jaime considera a esa “máquina de rezar rosarios” casi como un ser de otro planeta, le parece lo más aburrido del mundo, no entiende que alguien pueda repetir lo mismo una y otra vez, y no le ve utilidad ninguna. Es más, eso es un nuevo motivo que le inclina a dar la razón a sus padres. Continuar leyendo “36. La oración”

Alfonso Aguiló, “El lecho de Procusto”, Hacer Familia nº 163, 1.IX.2007

Procusto era el apodo del mítico posadero de Eleusis, aquella ciudad de la antigua Grecia donde se celebraban los ritos misteriosos de las diosas Deméter y Perséfone. Era hijo de Poseidón, el dios de los mares, su estatura era gigantesca y poseía una fuerza descomunal.

Su verdadero nombre era Damastes, pero le apodaban Procusto, que significa “el estirador”, por su peculiar sistema de hacer amable la estancia a los huéspedes de su posada. Procusto les obligaba a acostarse en una cama de hierro, y a quien no se ajustaba a ella, porque su estatura era mayor que el lecho, le serraba los pies que sobresalían de la cama; y si el desdichado era de estatura más corta, entonces le estiraba las piernas hasta que se ajustaran exactamente al tamaño de aquel fatídico camastro.

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Sexo y sentimientos: ¿es necesario aprender?

Cuanto más vacío
está un corazón,
más pesa.

Madame Amiel Lapeyre

El amor y el sexo

El amor es la realización más completa de las posibilidades del ser humano. Es lo más íntimo y lo más grande, donde se encuentra la plenitud, lo que más puede absorberle por entero. El entusiasmo mayor que tienen en su vida la mayoría de los seres humanos.

Cuando el placer y el amor se unen a la entrega mutua, es posible entonces alcanzar un alto grado de felicidad y de placer. En cambio, cuando prima la búsqueda del simple placer físico, ese placer tiende a convertirse en algo momentáneo y fugitivo, que suele dejar un poso de insatisfacción. Porque la satisfacción sexual es en realidad solo una parte, y quizá la más pequeña, de la alegría de la entrega sexual con alma y cuerpo propia de la entrega total del amor conyugal.

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¿Hay algo malo en el placer?

Si las acciones humanas
pueden ser nobles, vergonzosas o indiferentes,
lo mismo ocurre con los placeres correspondientes.
Hay placeres que derivan de actividades nobles,
y otros de vergonzoso origen.

Aristóteles

Una ansiosa búsqueda

«Buscaba el placer, y al final lo encontraba —cuenta C. S. Lewis en su autobiografía.

»Pero enseguida descubrí que el placer (ese u otro cualquiera) no era lo que yo buscaba. Y pensé que me estaba equivocando. Aunque no fue, desde luego, por cuestiones morales. En aquel momento, yo era lo más inmoral que puede ser un hombre en estos temas.

»La frustración tampoco consistía en haber encontrado un placer rastrero en vez de uno elevado.

»Era el poco valor de la conclusión lo que aguaba la fiesta. Los perros habían perdido el rastro. Había capturado una presa equivocada. Ofrecer una chuleta de cordero a una persona que se está muriendo de sed es lo mismo que ofrecer placer sexual al que desea lo que estoy describiendo.

»No es que me apartara de la experiencia erótica diciendo: ¡eso no! Mis sentimientos eran: bueno, ya veo, pero ¿no nos hemos desviado de nuestro objetivo?

»El verdadero deseo se marchaba como diciendo: ¿qué tiene que ver esto conmigo?».

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¿Una obsesión inducida?

El amor casto
engrandece a las almas.

Víctor Hugo

La omnipresencia del sexo

Es cierto que, desde que el mundo es mundo, el sexo ha tenido siempre una gran presencia en todas las civilizaciones. El instinto de conservación y el instinto sexual (que es como el instinto de conservación de la especie) son los impulsos más fuertes a los que la humanidad, desde siempre, ha estado sometida.

Sin embargo, estamos quizá ahora en una época un tanto especial. Como escribió Julián Marías, “el sexo ocupa un espacio absolutamente incomparable con el que le correspondía en cualquier otra época”. Es un reclamo comercial que se difunde masivamente, y la presencia de imágenes y estímulos sexuales en la vida cualquier persona no tiene comparación con ningún otro tiempo ni cultura. Basta pensar que la mayoría de esos impulsos eróticos proceden casi siempre de medios que hace unas décadas no existían, o se tenía a ellos un acceso muy limitado.

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¿Se puede superar la adicción al sexo?

El amor consiste
en sentir que el ser sagrado
late dentro del ser querido.

Platón

Adictos al sexo

En un amplio estudio sobre la adicción sexual, Patricia Matey comenzaba diciendo: “La adicción al sexo es una de las dependencias menos confesadas y visibles de todas las que existen. No obstante, ha aumentado el número de pacientes que pide ayuda debido a las consecuencias de su trastorno: ruina económica, matrimonios rotos, problemas laborales, ansiedad y depresión”.

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¿Un respiro de vez en cuando en cuestión de sexo?

Cuando el amor desenfrenado
entra en el corazón,
va royendo todos los demás sentimientos;
vive a expensas del honor,
de la fe y de la palabra dada.

Alejandro Dumas

Somos humanos…

—Todo el mundo tiene deseos y apetencias sexuales. Y como somos humanos, no podemos ignorar que lo natural es que tengamos debilidades. Muchos piensan que no se le debe dar mayor importancia.

Cuando se dice “somos humanos”, muchos parecen querer justificar que lo natural en las personas es no tener dominio sobre sus pasiones e instintos.

Sin embargo, debemos esperar algo más de nosotros mismos. Somos seres dotados de inteligencia, voluntad y libertad. Dios nos ha otorgado el don de la sexualidad no para deshonrarlo, abusar de él y degradarlo, sino para darle un uso conforme a su naturaleza.

Decir “somos humanos”, en ese sentido, conduce a un lenguaje equívoco:

  • He estado viendo una película pornográfica cuando mi mujer estaba fuera. ¿Qué quieres que te diga…? Somos humanos.
  • Mi novio me dice… lo que dicen todos. Que si es verdad que le quiero, que se lo demuestre. Que todo el mundo lo hace. Que es muy importante para enamorarse de una persona “saber cómo funciona en eso”. Somos humanos.
  • La otra noche, en un congreso en otra ciudad, coincidí en el hotel con una chica encantadora. Todo el mundo lo hace. Las cosas son así hoy día. Somos humanos.
  • En internet te encuentras a veces con páginas “para adultos”. Es verdad que son bastante fuertes, pero me he acostumbrado y no lo puedo dejar. Somos humanos.

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¿Qué hacer con el deseo sexual no legítimo?

No huye el que se retira;
por que has de saber, amigo Sancho,
que me he retirado, no huido;
y en esto he imitado a muchos valientes,
que se han guardado para tiempos mejores,
y de esto están las historias llenas.

Don Quijote de la Mancha

Siempre el mismo regate

El regate de la tentación es muy parecido en todos los ámbitos de la vida humana.

Si una persona quiere abandonar el alcohol, pero tiene a mano la botella, y su deseo es más fuerte que su razón, sucumbirá tarde o temprano. Y eso aunque luego no tarde mucho en darse cuenta de que la tentación le ha vuelto a engañar de nuevo. Y que además le ha engañado con el mismo quiebro de siempre.

Toda persona tiene en su interior zonas más o menos extensas de oscuridad, de confusión, de ofuscación. Momentos de obcecación que hacen posible que ejecute una acción mala atraído por los aspectos engañosamente buenos que esa acción presenta.

Quizá por eso, la mejor baza de la tentación siempre ha sido lograr que, mientras dure, el resto del mundo parezca carente de interés. Su gran logro es cortar cualquier discurso racional en contra del deseo. Por eso, en muchos casos, lo más inteligente, la forma más segura de preservar la lucidez de la mente, es, simplemente, mantenerse a cierta distancia de la tentación. Conociendo la fuerza del instinto y la resistencia de la propia voluntad, sabremos a qué podemos exponernos y a qué no.

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Te querré… ¿mientras me apetezcas?

El amor,
para que sea auténtico,
debe costarnos.

Madre Teresa de Calcuta

Placer individual, aunque en compañía

En el ser humano no hay épocas de celo que garanticen el ejercicio instintivo de la sexualidad, como sucede con los animales. Las personas han de controlar su sexualidad, que no puede reducirse a una necesidad biológica, sino que debe responder a una libre decisión.

Cuando una persona no busca al otro o a la otra como fin, sino como un medio que proporciona un placer, podría decirse —en palabras de Carmen Segura—, que entonces, en esa actitud, hacer el amor sería más bien hacerse el amor, lo cual, evidentemente, tiene más que ver con la masturbación —pues se circunscribe a la búsqueda individualista de la propia satisfacción— que con el acto sexual, pues, en definitiva, aunque se realice por medio de otro, es algo que se hace para uno mismo.

Cuando lo que se busca sobre todo es aplacar el ansia de sexo, ese placer no alcanza a satisfacer, aunque calme provisionalmente la apetencia, porque todo placer corporal desvinculado de lo espiritual acaba resultando frustrante. Y su búsqueda aislada —individual o en compañía—, cuando se convierte en hábito, llega pronto a saturar y defraudar (y todo eso aunque resulte difícil dejarlo).

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¿Por qué tantas pegas a la anticoncepción?

El amor es una fuente inagotable de reflexiones:
profundas como la eternidad,
altas como el cielo
y grandiosas como el universo.

Alfred de Vigny

Paternidad responsable

—¿Por qué la Iglesia católica parece empeñada en que todo el mundo tenga “los hijos que Dios le mande”?

Esa afirmación es un tanto equívoca. La Iglesia católica habla sobre todo de “paternidad responsable”, que en absoluto significa una procreación ilimitada, ni una falta de consideración ante las dificultades que conlleva criar a los hijos. Se trata de que los padres usen de su inviolable libertad con sabiduría y responsabilidad, teniendo en cuenta su propia situación y sus legítimos deseos, a la luz de la ley moral.

La Iglesia católica no sostiene la idea de una fecundidad a toda costa. La Iglesia alaba y promueve la generosidad que supone formar una familia numerosa. Como es lógico, cuando hay serios motivos para no procrear, o para espaciar los nacimientos, esa opción es lícita. Pero permanece el deber de hacerlo con criterios y métodos que respeten la verdad total del encuentro conyugal en su dimensión unitiva y procreativa, como es sabiamente regulada por la naturaleza misma en sus ritmos biológicos.

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