Actuar con buen criterio

El 14 de octubre de 1998, en un vuelo trasatlántico de la línea aérea British Airways tuvo lugar el siguiente suceso. A una señora la sentaron en el avión al lado de un hombre de raza negra. La mujer pidió a la azafata que la cambiara de sitio, porque “no podía sentarse al lado de una persona tan desagradable”. La azafata argumentó que el vuelo estaba muy lleno, pero que iría a ver si acaso podría encontrar algún lugar libre en primera clase. Todos los pasajeros observaban la escena con disgusto, no solo por el hecho en sí, sino por el hecho de que además se le ofreciera un sitio a esa mujer en primera clase. Minutos más tarde regresó la azafata y le informó a la señora: “Discúlpeme señora, efectivamente todo el vuelo está lleno, pero afortunadamente encontré un lugar vacío en primera clase. Para hacer este cambio tuve que pedir autorización al capitán, que me indicó que no se podía obligar a nadie a viajar al lado de una persona tan desagradable.” La señora, con cara de triunfo, intentó salir de su asiento, pero la azafata en ese momento se volvió hacia el hombre de raza negra y le dijo: “¿Señor, sería usted tan amable de acompañarme a su nuevo asiento?”. Todos los pasajeros aplaudieron la acción de la azafata. Ese año, la azafata y el capitán fueron premiados por esa actuación.

Mantener la mente abierta

Verdi, aquel famoso compositor italiano, creó su obra “Falestaff” con ochenta años, después de ímprobos esfuerzos, siendo ya una celebridad. Ante la pregunta de un curioso de por qué estando ya en el cénit de su carrera y ya tan anciano se había sometido a esa exigencia tan grande, el maestro contestó: “Toda mi vida he sido músico. He buscado la perfección y siempre me ha esquivado. Pero siempre he pensado que debía hacer un nuevo intento.” Es preciso no dejar nunca de esforzarse, no jubilar nuestra mente ni nuestro espíritu, mantener la inteligencia atenta y abierta a nuevos saberes, y pensando siempre en lo que supone de aportación a la vida de los demás.

Angel García Prieto, “Conflictos en la adolescencia: de Edipo a Narciso”, PUP, 14.I.03

Las dificultades que tenía que superar un adolescente, para enfrentarse a una vida de autonomía personal; todo el conjunto de experiencias, tensiones y aprendizajes que conducían a conseguir la madurez emocional, laboral y relacional de un adulto, están cambiando a fuerza de las presiones que sufre nuestra sociedad postmoderna. Aquello que dio en denominarse el “complejo de Edipo” –con demasiada frecuencia malinterpretado, al ser reducido a cuestiones represivas del instinto y comportamiento sexuales, cuando su realidad es mucho más rica – está pasando a la historia, para proyectar ahora el conflicto fundamental de la adolescencia en otro mito griego, el de Narciso, aquel joven que se enamoró de su propia figura reflejada en el agua del arroyo al que acudía para buscar sus anhelos y deseos en sí mismo.

Sí, adolescentes ensimismados, que pasan por una infancia en la que los adultos no han sabido, querido o podido ponerles límite a sus deseos, caprichos y satisfacciones. Y acaban llegando a esa época crucial de la vida, que es la adolescencia, sin hábitos ni adquisiciones internas que sirvan de base a la autodisciplina necesaria para la madurez, la autonomía que pueda proyectarse en bien hacia los demás.

En este sentido se han manifestado los psicólogos y psicoanalistas participantes, el pasado otoño en Murcia, en una reunión que llevaba el título de “La adolescencia, un reto para la salud mental”. Así, la profesota titular de Psicología Clínica de aquella universidad, Concha López Soler, manifestaba: “Creemos que dándoselo todo a los niños y evitando negativas les hacemos felices, pero ¿qué clase de adultos estamos creando?”, criticando el exceso de gratificaciones inmediatas y la necesidad de comenzar a desarrollar el autocontrol en el primer año de vida, pues si se llega a los cuatro sin arraigarlo, en la adolescencia habrá problemas. Los padres se cansan de mantener la disciplina, el ambiente social no la favorece y en las aulas escolares tampoco parece que haya vientos favorables, entre un profesorado al que se le han quitado los recursos y las motivaciones para educar con cierto control de las conductas. Los expertos reunidos en ese congreso monográfico coincidían, como tantos otros de distintos ambientes y localizaciones, en que el entorno familiar ha pasado del recurso frecuente del castigo, el autoritarismo y la imposición a la ausencia de disciplina. Ya no existen represiones – y el concepto represión no tiene porqué ser siempre algo indeseable – por lo que deseos e impulsos campan a sus anchas durante la infancia, para desembocar en la adolescencia en una situación que desencadene la impotencia de autocontrol ante requerimientos de la vida, para conducir a los chicos a la depresión y la desorientación, cuando no a otros patrones de conducta más patológicos y conflictivos.

Ignacio Sánchez Cámara, “Catolicismo débil”, ABC, 17.I.03

El Papa, en un documento titulado «El compromiso y la conducta de los católicos en la vida política», ha propinado un pertinente y merecido varapalo a los políticos católicos y a las organizaciones y publicaciones que se declaran católicas y que abdican de la defensa pública de sus convicciones morales. Juan Pablo II les invita a construir una nueva cultura inspirada en el Evangelio. Los casos más flagrantes citados son los que se refieren al desprecio a la vida y a los derechos de los más débiles y a la equiparación del matrimonio con la situación de las parejas de hecho. La marea progresista de la corrección política y la asunción masiva del relativismo ético han provocado una cobarde estrategia de repliegue de muchos católicos ante una propaganda más ruidosa que conforme a las convicciones mayoritarias. Vivimos en muchos países occidentales en una sociedad desacralizada en la que los valores cristianos ocupan un lugar residual. En suma, vivimos un catolicismo débil.

Ni los más obtusos portavoces del progresismo retrógrado podrán reprochar al Pontífice la defensa de posiciones acomodaticias. Ni en este caso, ni en su actitud hacia el eventual ataque de Estados Unidos contra Irak. Pero no parece aventurado esperar la avalancha de críticas que tratarán de verter sobre el limpio y claro documento las falsas manchas de fundamentalismo o totalitarismo. Equivocan el blanco. Refutar el relativismo ético y llamar al compromiso político de los católicos nada tiene que ver con la imposición a todos de las convicciones de algunos que, por otra parte, son muchos. El texto defiende explícitamente el carácter laico de la sociedad y la separación de las esferas civil y religiosa. Por otra parte, la mayoría de los principios de la moral cristiana no son asunto de fe sino que aspiran a la universalidad mediante la asunción libre. El católico que opina y vota en conciencia no impone nada a nadie. Hace lo mismo que el que no lo es. ¿Acaso concebir el aborto como un derecho es una opinión lícita y negarlo un ejercicio dogmático? ¿Acaso equiparar el matrimonio a las parejas de hecho está permitido y distinguirlos es intolerable? Al menos, habrá que discutirlo. Mas es una curiosa, y dogmática y totalitaria, extravagancia, presuponer, ante una disyuntiva moral, que sólo una de las alternativas puede ser defendida. Estrafalaria concepción del pluralismo.

Naturalmente, hay que distinguir entre el ámbito del derecho y el de la moral. No todo el orden moral debe ser impuesto a través de la coacción jurídica, pero eso no impide que la moral deba inspirar el contenido del derecho. Y de lo que se trata es de precisar cuáles son esos principios, cuál su contenido. La estrategia es clara. Se trata de confundir las cosas y equiparar la libertad religiosa con la reclusión del fenómeno religioso en la mera vida privada. De manera que cualquier pretensión de que los valores cristianos puedan inspirar la vida pública es refutada con el estigma del fundamentalismo. Ante este acoso, muchos católicos, quizá por debilidad o cobardía, acaban por defender lo que menos riesgos provoca. Y más aún cuando se dedican a la política y tienen que buscar el voto. Pero acaso el ruido progresista sea mayor que las nueces de su vigencia. Por lo demás, en las cuestiones mencionadas no se ventila ningún asunto de fe sino algo que pueden resolver la conciencia moral, la racionalidad y el sentido común. No hay aquí nada que imponer y sí mucho que defender. Cada uno debe aferrarse a sus principios, y no imponerlos sino convencer.

José Ramón Ayllón, “Filosofía mínima”

FILOSOFÍA MÍNIMA
José Ramón Ayllón, ed. Ariel, 2003, 322 págs., 15 euros.
El último ensayo de José Ramón Ayllón, publicado por Ariel, lleva el título de “Filosofía mínima”. Ese adjetivo responde a su estilo descomplicado y coloquial, sin galimatías innecesarios. Responde también a su brevedad: apenas trescientas páginas para unos pocos temas esenciales: la verdad, la ciencia, el origen del hombre, las dimensiones de la persona, la libertad, el trabajo, el arte y la cultura, la conducta ética, la justicia y el derecho, las formas de gobierno… Esta invitación a la filosofía es mínima en un tercer sentido: incluye los contenidos fijados en el decreto oficial de mínimos para el primer curso de bachillerato. Por eso nos encontramos, en formato ensayo, un libro de texto con varias ventajas sobre los tradicionales: es más manejable, más ameno y mucho más barato. Continuar leyendo “José Ramón Ayllón, “Filosofía mínima””

Ana Mª Romero Iribas, “La amistad, un tesoro”, Nuestro Tiempo, I.03

Para Aristóteles la amistad era “lo más necesario para la vida”, y nosotros cuando oímos decir que “un amigo es un tesoro” o que “donde está tu amigo, está tu tesoro”, nos damos cuenta de que esas palabras resuenan como un aldabonazo en nuestro interior. No nos dejan indiferentes, porque todos sabemos o intuimos qué clase de tesoro puede llegar a ser una amistad.

A las personas nos gusta tener amigos: gente con la que compartir vida, experiencias, tiempo, conversación… Nos gustan los amigos y nos parecen muy importantes, incluso imprescindibles. La amistad es una relación humana con un valor muy especial. Junto con la familia y el trabajo, es algo que nos parece que merece la pena y a lo cual dedicamos tiempo y esfuerzo. Queremos tener amigos en la vida: para no estar solos —a veces se siente la soledad incluso estando rodeados de gente—, para vivir la vida más a fondo y para disfrutarla de verdad. Como escribió Aristóteles, “sin amigos nadie querría vivir aun cuando poseyera todos los demás bienes”.

Quizá por eso escribo esto. Escribir sobre la amistad me ayuda a saber qué espero yo de ella, qué doy yo a mis amigos, si mi amistad con ellos es plena o sólo algo “satisfactorio”. Reflexionar sobre las cosas ayuda a vivirlas mejor. Reflexionar es un modo de vivir.

La amistad como regalo Decía más arriba que dedicamos esfuerzo a hacer amigos. Y el esfuerzo es necesario porque las cosas no salen solas. Sin embargo, la amistad no se puede forzar. Por eso también puede decirse que la amistad surge siempre como un regalo, como un don que se recibe. En un momento dado, aparece entre dos personas un deseo de compartir, de comunicarse, de contar lo que se lleva dentro y de contrastarlo, de ser conocido muy a fondo. De hecho, cuando uno vislumbra en el horizonte la posibilidad de hacer una nueva amistad, de esas profundas y verdaderas, que aportan y llenan tanto por dentro, parece que su espíritu se hincha y crece. Es como ver nacer un día radiante. La vida se ve de otro color porque los amigos hacen cobrar sentido a nuestras vivencias: éstas no van a ser sólo para nosotros. Las cosas son distintas porque las vivimos pensando en compartirlas, en transmitirlas, en discutirlas, en compararlas. De nuestros amigos nos interesa todo: lo que piensan, lo que hacen, cómo viven las cosas. Lo importante no es sólo lo que cuentan ni lo que les pasa; lo importante es que eso “es tuyo”, “eres tú”.

Desde mi adolescencia he experimentado disgusto ante las cartas meramente descriptivas de los acontecimientos, o las que eran como una reseña informativa de lo que había ocurrido en el verano. Las cartas verdaderas eran aquellas en las que los acontecimientos del lunes o del viernes se describían como cosas que me pasaban y no sólo como cosas que pasaban a mi lado. Lo interesante y lo que hacía disfrutar era ver cómo esas cosas se vivían desde dentro de mi amigo. Como si fuera con él en un submarino: en el suyo. ¡Y qué deseos tan enormes se sentían de entrar en el submarino! ¡Qué maravilloso era todo desde allí dentro! Aunque no siempre fueran cosas bonitas las que se veían, se veían desde la casa de tu amigo, y estar en el interior de la casa, contemplar el mundo desde allí, era un privilegio. El grado de amistad con los amigos podía distinguirse precisamente por eso. Por si las cartas estaban llenas de preguntas convencionales y frases que se repetían del mismo modo en todas las demás cartas o si en ellas te dejabas llevar, trayendo a colación esto o aquello, y acabando en lugares desconocidos para ti misma, pero bonitos y en los que habías disfrutado. Escribir para los amigos era descubrir el mundo con unos ojos nuevos para dárselo a ellos.

La amistad es un regalo porque es vivir otra vida además de la propia. Es poder vivir dos veces. Y es también reafirmar tu propia existencia porque hay alguien que la quiere así: incondicionalmente. En el amigo encontramos aceptación plena. La amistad es don porque, en cierto modo, llega cuando y como quiere; no es programable; simplemente, surge y es como un regalo, un don que uno recibe. Esa comunión del espíritu que hay entre los amigos, ese compartir denso e intenso, ese vivir y ser sin dar explicaciones porque éstas no son necesarias para nuestro mutuo entendimiento, ese encontrar las puertas del alma siempre abiertas y acogedoras para ti porque eres tú, es el tesoro incalculable. No es extraño que los griegos la calificaran como regalo de los dioses.

Regalo es también en el sentido de que nunca es verdaderamente merecida. Si se puede hablar así, algunos podrían merecer más que otros el tener amigos. Pero en el fondo, la amistad de una persona difícilmente es algo que uno llegue a “merecer”. Se pueden tener de modo habitual disposiciones personales adecuadas para la amistad, para tener amigos (no todo el mundo las tiene). Pero no se puede decidir en qué momento aparecerá el amigo o de quién seré amigo. Por ejemplo, todos contamos con momentos imborrables de la vida en los que comprendes repentinamente que tienes delante a alguien que puede leer dentro de ti como si fueras tú quien lo hicieras; que puede pasearse por tu alma sin explicaciones de tu parte; sin necesidad de mapas, brújulas o palabras clave que le hagan entender lo que se va a encontrar. Es la empatía, una sintonía especialísima que se establece con muy pocas personas a lo largo de la existencia, y que es un descenso y un ascenso vertiginoso por las entrañas de la verdadera vida.

Mirar a las personas Cuando nos sentimos así, vistos con unos ojos ajenos que al mismo tiempo son como los nuestros propios, es como si todo nuestro ser despertara. Querríamos saberlo todo acerca de aquella persona y que ella conociera nuestro yo hasta el final. Las conversaciones se convierten en un continuo maravillarse y mutuo aportarse. Sentimos el mundo como un pequeño globo terráqueo que gira entre nuestras manos y el motor de ese movimiento es la corriente que entre nosotros se ha creado. Es un encuentro con otro yo, sin que ese yo se refiera a un yo idéntico, a un “alma gemela”; pues puede serlo o no. Es otro yo porque se pone en nuestra piel como si fuéramos nosotros mismos; pero al tiempo que mantiene su mismidad y su alteridad. Y por eso, hay mucha riqueza en el trato con el amigo, porque lo distinto siempre nos enriquece.

Mirarnos en un amigo es mirarnos en un espejo. En un espejo que devuelve algo más que una simple reproducción de la propia imagen. Mirarnos en un amigo es encontrarnos a nosotros mismos vistos desde fuera y con mayor perspectiva, pero con el cuidado con que nosotros mismos pondríamos al mirarnos: “a través de él, los amigos se enriquecen y perfeccionan, se descubren e interpretan. Se podría decir que, al ver al otro, cada uno de ellos aprende a conocerse” (Marías). La acción de mirar que tanto aparece entre los amigos, es algo que me parece esencial para que pueda surgir amistad entre dos personas: para tener amigos hay que saber mirar.

En una carta que recibí hace unos meses me decía una amiga que “había encontrado el camino para trascender lo inmediato. El despertador para mirar (…) era el del pensamiento filosófico y la contemplación de las cosas bellas”. En mi respuesta, le reafirmé en su descubrimiento porque me parecía realmente valioso: la filosofía y la contemplación estética son dos medios muy buenos para acceder a lo más hondo de la realidad.

La belleza es un camino hacia la verdad especialmente bueno. Porque la belleza no produce únicamente la mera delectación estética; posee una cualidad inestimable, y es que exige contemplación por nuestra parte. Ante las cosas bellas no basta pasear la vista. Para disfrutarlas verdaderamente hay que mirarlas con detenimiento , con miramiento. Con ellas, hay que andarse con contemplaciones. Y contemplar es importante porque hace que nos detengamos y miremos las cosas tal como son, “dejando” que sean así.

La contemplación es un camino abierto hacia la verdad. Hacia la verdad personal, la de los demás y la del universo entero. Eso lo expresa muy bien de otro modo Lorenzo Silva en una de sus novelas. Escribía que “el mundo está lleno de tesoros sin descubrir porque no hay quien se pare a mirarlos. Pero en cuanto hay alguien que se detiene ante ellos, se abren ante esa persona como una maravillosa realidad llena de riqueza y significado ofreciéndole nuevos horizontes”. Yo he pensado muchas veces que eso exactamente pasa con las personas.

Por eso, para tener amigos hay que saber mirar. Mirar es ver con atención, es contemplar, es concentrar nuestro ser entero en los ojos deseando captar lo que hay frente a ellos. Mirar presupone una vista limpia, sin prejuicios ni cargas anteriores, para captar lo que hay y no lo que yo he puesto o quiero poner. Mirar no es ver lo que yo quiero ver sino percibir cómo son las cosas o las personas en sí. Y además de limpieza interior, la mirada requiere también aceptación, renuncia a dominar. Cuando miramos de verdad, estamos dispuestos a dejar ser a las cosas y a las personas tal y como son. Esto es especialmente importante con las personas. A las personas hay que dejarlas ser, hay que aceptarlas como son. Sin esa condición nunca sabremos lo que es una verdadera amistad; nunca llegaremos a saborear el gozo inmenso que produce esa identificación con el otro, ese compartir la vida, los sueños, los deseos, los fracasos. Habrá siempre en el amigo una zona de acceso prohibido o de “reservado”.

Para mirar de verdad hay que aprender a hacerlo. Los hay que conocen ese arte de modo natural o han sido educados en él. Pero también puede aprenderse. Para mirar hay que pararse, parar la rueda de la actividad exterior y parar también nuestro ruido interior (qué tengo que hacer luego, cómo resolveré la cena en casa de mi hermano, qué ropa necesito, a ver cómo queda el Madrid, a ver si consigo cerrar un buen trato con este cliente…) Para mirar hay que perder el miedo a “pasar tiempo” sin haber sido “eficaces”.

Todos hemos conocido personas que provocan que los que están a su lado den lo mejor de sí mismos. Son personas que logran que los demás quieran —parafraseando a Salinas— “sacar de sí su mejor yo”. Es así porque son personas que saben mirar y que por eso han sabido encontrar la llave interior de las personas. Esa llave de la confianza que uno entrega sólo cuando va a saberse visto, aceptado y querido por sí mismo.

La morada del yo Llegar a la intimidad del alma, al centro de la persona o sólo rozar su periferia, exige rodeos: rodeos que son esencialmente contemplación, escucha atenta y activa, mirada abierta y receptiva. Sólo cuando una persona percibe ese clima de confianza a su alrededor, es capaz de empezar a abrir las rendijas de su yo. Y a través esas rendijas pueden empezar a filtrarse los rayos de la luz que toda persona esconde. La intimidad, la interioridad es siempre luminosa en el sentido de iluminadora. Porque muestra siempre algo desconocido para quien no está allí dentro. No siempre será lo original y nuevo el qué diga esa persona pero sí el cómo ella lo vive. Esta es la llave que entregamos a nuestros amigos, y que hace que quedemos totalmente al descubierto: vulnerables, también.

Algunas veces, tras haber desnudado la intimidad del alma en conversación con la persona que nos ha inspirado esa confianza, uno siente el vértigo del miedo a romperse, a que le rompan, a que se burlen, a que no comprendan, al silencio indiferente o superficial. Hasta ahora, esos pensamientos, deseos, aspiraciones, miedos y preguntas más íntimas habían quedado dentro de nuestra alma. A veces nos angustiaban, otras nos elevaban, otras nos desbordaban por dentro de tal forma que había que expresarlos de algún modo (quién no ha cantado, llenado de piruetas su salón, compuesto una melodía o garrapateado un poema, historia o carta, por puro desbordamiento. Tanto no cabía dentro; fuera crecía, pero tenía más apoyos para ser sostenido, para ser vivido). Sin embargo, no dejaban de ser nuestros: los demás sólo poseían de ellos su cara externa, lo que era fruto de la superabundancia. Por lo demás, no habían sido escuchados por nadie hasta el final y sólo de vez en cuando abríamos a alguien una pequeña ventanita de nuestro interior, observando con atención la reacción del interlocutor ante aquello.

Pero, de repente, hemos encontrado alguien que ha provocado que primero quisiéramos abrir una ventanita y después otra, y otra… Luego le hemos pasado al interior de la casa, y —poco a poco— le hemos encendido todas las luces que había en ella, iluminando incluso rincones sucios, destartalados, rincones sin ordenar, o habitaciones llenas de trastos que no sabemos en dónde colocar. Le hemos enseñado el sillón de los sueños, frente a la ventana, y le hemos invitado a sentarse allí porque desde él puede conocerlos mejor. Le hemos presentado el rincón de los miedos, ese sí está a oscuras porque nos parece que la luz acabará por hacerlos crecer. Es un rincón siempre difícil de enseñar; se supone que de esos no tenemos, y nos cuidamos mucho de dejarlos salir. También le hemos pasado al cuarto de las preguntas; esa habitación está llena de frases sueltas, de pensamientos, de párrafos incluso y hasta de alguna página escrita. Pero sobre todo está lleno de interrogantes; es una habitación poblada de signos de interrogación que hemos ido recogiendo a lo largo de nuestra vida: por qué las relaciones humanas son tan complicadas, por qué hay personas que no miran hacia adentro, por qué las focas son más importantes que los países del Sur… Hay también un cuarto sin techo que mira directamente al sol, o al firmamento si es de noche. Ese es el cuarto de las aspiraciones grandes, el cuarto en el que respiro hondo, el cuarto al que hay que acudir siempre que hemos pasado un día entre mucho polvo, o mucho tiempo en el sillón. También ha conocido la buhardilla; allí no vamos demasiadas veces porque es donde están los pedazos rotos de nuestra vida y todavía nos cuesta mirarlos sin sentir dolor o pena.

Hay personas a las que paseamos por nuestra morada interior sin miedo alguno; es más, deseamos desde lo más íntimo de nuestro ser hacerlo. Sentimos desde muy hondo que apreciará, entenderá y comprenderá cada objeto que encuentre en ella. No le importarán los cacharros rotos, aunque tengamos la estantería llena de ellos; no querrá reírse de nuestras inquietudes: se le iluminará la mirada al conocerlas porque también ella las había sentido latir más de una vez. Le encantará que tengamos un sillón de sueños y un cuarto sin techo, y querrá saber qué nos dicen los astros por la noche y cómo es el vuelo de los pájaros que vemos pasar. Son personas que hacen que sintamos la necesidad de hacer crecer todo eso, de mostrárselo, de hacerlo vivir para ellas .

Esas personas son los amigos, el amigo: aquel con quien me atrevo a ser yo misma; sin restricciones y sin temores. Esa persona con la que puedo decir todo porque todo lo va a entender en su contexto; esa persona con la que puedo hablar en borrador: sin orden, sin hilazón, sin sentido algunas veces. Con rabia o ira otras, con desesperación, con alegría exultante, desvariando. Descubriendo todas las raíces de mi alma y sabiendo que en ningún momento se aprovechará de ello para arrancarme de mi lugar. “Y sabiendo que —como escribió alguien— “comprende esas contradicciones en mi naturaleza que llevarían a otros a juzgarme mal”. Eso es un amigo.

Amistad y silencio La amistad se nutre más de la comunicación que del silencio. Sin embargo, el silencio es precisamente en algunos casos el medio de comunicación que utilizan los amigos: es necesario tanto saber estar en silencio como transmitir lo que uno lleva dentro.

Asistir al desvelamiento de un secreto, al desvelamiento de la intimidad de las personas, produce en el ser humano un enmudecimiento del espíritu, un sentimiento de gratitud por lo que se percibe como un don o regalo inmerecido, una impresión de estar pisando terreno sagrado. De hecho, todos podemos remitirnos a alguna ocasión en la que, en conversación íntima con un amigo, al acabar de escuchar, no hemos encontrado palabras adecuadas para decir nada. En esos casos, quizá la prueba de mayor gratitud o de “correspondencia” sea precisamente el silencio; un silencio, eso sí, cuajado de respuesta.

Hay veces en las que no se puede decir nada… porque las palabras lo estropean todo. Hay cosas que la única contestación que merecen o que exigen es el silencio; hay cosas con las que sólo puede mantenerse conversación en silencio. Porque o el lenguaje es limitado, o uno es limitado, o ambas cosas. Pero algunas cosas, si se expresan, se profanan. Así ocurre en las experiencias de encuentro: con un amigo, con un paisaje, una obra de arte. En esos momentos, pronunciar algo es mancharlo; hablar es romperlo. Algunas veces la comunicación con las cosas y también con las personas requiere como condición que haya silencio; solamente silencio. Y no un silencio para llenar, sino como medio de entendimiento.

Cuando se tiene la suerte de topar con alguien que tiene algo —poco o mucho— que decir; cuando se tiene la suerte de que esas personas te abran sus puertas y dejan que te asomes y penetres en su mundo interior, en la mayor parte de los casos sólo se puede contestar enmudeciendo. Y ese silencio quiere ser entonces un homenaje: la mayor muestra de agradecimiento y de admiración. Porque no se trata de un silencio vacío sino pletórico de contenido: no significa carencia sino plenitud.

El silencio es importante en la amistad. Estar con un amigo es también poder estar en silencio sin miedo a que éste tenga que romperse y sin sentir la necesidad perentoria de tener que llenarlo con palabras. No hay verdadera amistad entre dos amigos si no saben disfrutar y valorar su silencio. El silencio es en sí mismo un espacio y un tiempo para compartir. Rico de contenido y esencialmente valioso porque supone una íntima comunión de espíritus.

La interioridad La amistad está también muy relacionada con la interioridad. Entre dos amigos ésta es más rica y sólida cuanta mayor sea la intimidad, la interioridad de cada uno de ellos. Hay quienes tienen un gran mundo interior; tienen mucho que decir porque son personas que integran en sí todo lo que hay a su paso: una frase que ha dicho en clase el catedrático, la actitud de tal o cual persona, la satisfacción de haber llegado al pico de la montaña, la crisis que le produce una situación difícil de trabajo, una novela que ha leído, los tirones de la madurez.

Así es como las personas se van enriqueciendo por dentro y como su interioridad cobra cada vez mayor volumen: integrando la experiencia, la vivencia personal y las de las otras personas. Aprendemos también a través de las vivencias de los demás, de la experiencia ajena. Quien está atento a su alrededor aprovecha todo intensamente.

Se puede aprender a sentir de un modo distinto al propio; se puede aprender a pensar de manera diferente a la que uno piensa; se puede aprender a valorar cosas que yo no valoro. Escuchar a las personas y tratar de ser ellas, nos permite conocer el mundo desde mil perspectivas diferentes a las nuestras. Y eso conlleva ampliación personal, crecimiento, enriquecimiento, altura, perspectiva y profundidad. La interioridad rica hace que la relación entre los amigos se amplíe. Una amiga me decía hace poco —hablando de otra persona— la satisfacción que le producía tratar con ella “porque es de esas personas que tienen algo que aportar”.

El conocimiento que alimenta la intimidad es —una vez más— el que sabe mirar, sabe escuchar, sabe estar. La sola convivencia con las personas, o el mero estar junto a las cosas o entre las cosas (junto al mar rodeado de un bellísimo paisaje, o entre las obras magníficas del Louvre) no basta. Más de una vez las ratas habrán correteado por los pasillos del Louvre; sin embargo todavía no hemos tenido ocasión de encontrarlas embelesadas frente a la Venus de Milo, tras haber pasado frente a ella toda la noche. Para las personas, las que son capaces de ello, las cosas tienen una historia que contar, la naturaleza tiene algo que transmitir y todo lo que encuentran es capaz de darles un mensaje. El hombre con interioridad es capaz de ver sentido a todas las cosas; y en cierto modo de darles él mismo el sentido puesto que es él quien lo capta, lo descubre y —en ese sentido— lo crea, lo recrea. Por eso, forma parte del “tesoro” de la amistad tener amigos con un gran mundo interior.

La amistad de las personas es un regalo. El regalo es mayor cuanta mayor sea la interioridad y la intimidad compartida. Esta debe cuidarse y en ella juega un papel muy importante el saber mirar porque puede franquearnos el paso al alma del amigo. Una vez dentro, el mundo se abre ante nosotros de un modo desconocido y luminoso que provoca en nosotros muy diversos sentimientos (admiración, compasión, respeto, etc.), pero siempre el de “desear el bien del amigo, por el amigo mismo” (Aristóteles).

Ana Mª Romero Iribas a_romeroiri@hotmail.com

Massimo Introvigne, “Los raelianos, una religión atea tras el anuncio de la clonación”, 14.I.03

Massimo Introvigne Director del Centro de Estudios para las Nuevas Religiones.

VILNIUS, 14 enero 2003 (ZENIT.org).- El anuncio del nacimiento por clonación de un bebé hecho público por «Clonaid», empresa basada en Las Vegas, cuyo fundador ha dado también origen a la «secta» de los Raelianos, ha atraído la atención del mundo sobre este grupo poco conocido.

Para comprender mejor lo que se esconde detrás del anuncio, Zenit ha entrevistado a Massimo Introvigne, director del Centro de Estudios para las Nuevas Religiones (http://www.cesnur.org), en Vilnius (Lituania), donde prepara la Conferencia mundial 2003 de esta institución (10 al 12 de abril).

–¿Cómo ha nacido esta secta? ¿Quién es Rael? –Massimo Introvigne: Ante todo quisiera dejar claro que yo no utilizo la palabra «secta», que hoy por hoy ha adquirido un significado más polémico que científico. Claude Vorilhon, que se encuentra en el origen de los Raelinos, nace en Vichy, en 1946. Apasionado de automovilismo, funda y dirige una revista deportiva dedicada a los automóviles. El 13 de diciembre de 1973, en el cráter de Puy de Lassolas, uno de los volcanes que destacan en Clermont-Ferrand, entra en «contacto» (al menos eso es lo que dice) con un extraterrestre, del tamaño de un niño, que le invita a subir abordo de un OVNI, donde le revela la verdad sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento, que será completada por sucesivas revelaciones.

Según estas revelaciones, hace muchos años, extraterrestres semejantes a los hombres, aprendieron a crear la vida en laboratorio. Una parte de los habitantes del planeta se escandalizó del descubrimiento, y obligó a los científicos a continuar sus experimentos en un planeta lejano, la Tierra. Aquí los Elohim (es decir, los extraterrestres, «los que vinieron del Cielo», según la palabra utilizada en la Biblia, impropiamente traducida por «Dios») crean a los hombres por clonación, a su imagen y semejanza. Después, sorprendidos por la agresividad de sus creaturas, les desterraron del «laboratorio», el «Paraíso terrestre».

Sin embargo, después, algunos Elohim se unen con mujeres terrestres, dando origen así al pueblo judío. Mientras tanto, en el planeta de los Elohim, un grupo de oposición –guiado por Satanás– piensa que en la Tierra han sido creados seres peligrosos, y pide su destrucción. Las tesis de Satanás prevalecen, y es provocado el diluvio (en realidad un bombardeo atómico). Un grupo de Elohim, sin embargo, logra salvar a algunas criaturas en el Arca de Noé (una nave espacial). Después del diluvio, los Elohim se dan cuenta de que han sido creados a su vez por seres venidos de otro planeta (y así al infinito) y hacen el voto de no destruir nunca más a la humanidad. Es más, envían a la Tierra mensajeros (Moisés, Jesús –nacido de la unión entre el jefe de los Elohim y una terrestre–, Buda, Mahoma, y otros) para revelar la verdad, aunque en un inicio de forma alegórica y velada.

Pero en 1945, el año de la explosión atómica de Hiroshima y de la concepción de Vorilhon, comienza la época del Apocalipsis: la «revelación», la época en la que la verdad puede ser presentada en términos científicos, y no alegóricos.

El extraterrestre impuso a Vorilhon el nombre de «Rael» («el mensajero», en francés se escribe con diéresis, Raël) y le da una serie de consejos para la humanidad de nuestro tiempo.

En 1974, Rael publica «El libro que dice la verdad» y funda el MADECH (Movimiento para la Acogida de los Elohim creadores de la humanidad). Dentro del MADECH surgieron desacuerdos entre apasionados en OVNIS, curiosos, y los seguidores de Rael en lo que se refiere a la creación de una nueva religión atea. Por este motivo, en 1975, Rael dejó el MADECH. El 7 de octubre de 1975, en el Roc Plat, en Brantôme, se encuentra de nuevo con extraterrestres y esta vez le permiten visitar incluso el planeta de los Elohim.

Surgen así nuevas revelaciones, en las que se dice, entre otras cosas, que Rael es el fruto de una relación entre el jefe de los Elohim, Yaveh, y su madre, secuestrada en un platillo volante e inseminada como de hecho lo fue la madre de Jesús), que recogió en varios volúmenes. En 1976, Rael funda el Movimiento Raeliano.

Después del éxito de una gira de conferencias celebrada en ese mismo año, Rael se fue a vivir a Québec (Canadá), tierra particularmente tolerante con las minorías religiosas, donde estableció el centro internacional del Movimiento Raeliano internacional, al que en 1998 dio el nombre de Religión Raeliana.

–¿Cómo se organizan los Raelianos? –Massimo Introvigne: El movimiento tiene una organización jerárquica que hace una distinción entre la «Estructura», compuesta por unos 1.500 miembros más involucrados en el movimiento, que tiene en la cúpula a los Guías, y los simples miembros (unos 50.000). Dentro de la Estructura, hay seis niveles: comienzan por el Ayudante animador, Animador, Asistente Guía, Guía Sacerdote, Guía Obispo y, por último, Guía Planetaria o «Guía de los Guías» (cargo desempeñado por Rael). En los años noventa, se creó también una «orden» religiosa, sólo para mujeres, la Orden de los Ángeles de Rael. En ella hay ángeles «rosas» (por ahora sólo seis) y «blancos» (más de 160), con el objetivo de atender afectiva y sexualmente a Rael (así como a los 39 profetas y Elohim, pero sólo cuando los profetas y Elohim regresen a la Tierra), y difundir el mensaje raeliano entre las mujeres que no forman parte del movimiento. El regreso de los Elohim está previsto para el 2035. Los raelianos proyectan construir una embajada para acogerlos (quizá no puedan hacerlo en Israel, lugar previsto en un primer momento, por encontrar enormes dificultades). Este proyecto era preparado también por las actividades de Ovnilandia, una especie de museo propagandista sobre ovnis en Valcourt (Québec), pero cerrado en 2001. En Francia, los raelianos han sido uno de los objetivos principales del movimiento contra las sectas, pero han reaccionado con firmeza, obteniendo incluso algún éxito importante en los tribunales.

–¿Qué enseña Rael? –Massimo Introvigne: Los Elohim, creadores del hombre, habrían revelado a Rael todos los elementos para fundar su «religión atea»: no existe ni Dios ni alma, ni Paraíso ni Infierno. Tras la muerte, quienes lo merecen, serán «vueltos a crear» en el planeta de los Elohim. Para lograrlo, es necesario que un Guía (un dirigente raeliano) transmita el plan celular del fiel a los Elohim, en una ceremonia especial, y que en el momento de su muerte el hueso frontal (del que comenzará de nuevo la «re-creación») sea entregado al jefe del movimiento (el Guía de los Guías: Rael). La extracción del hueso frontal ha obligado a hacer acuerdos específicos entre la Religión Raeliana y algunas agencias de pompas fúnebres. Entre los consejos prácticos de los Elohim, hay algunos de carácter por así decir político, entre los cuales se encuentra el de la «geniocracia», es decir, el electorado activo y pasivo debería componerse sólo por personas con un coeficiente intelectual superior. Respondiendo a las críticas, Rael ha presentado la geniocracia como una utopía clásica, propuesta como ideal provocador, pero que no está destinado a ser realizado literalmente.

–¿Qué es la clonación para los Raelianos? –Massimo Introvigne: La clonación, como hemos visto, es la manera en que, según las revelaciones de Rael, han sido «creados» (en realidad, más bien «fabricados» en laboratorio) los seres humanos por los extraterrestres. Estos últimos, a su vez, fueron un día clonados basándose en otros extraterrestres, y así hasta el infinito. Rael no nos dice de dónde proceden los primeros extraterrestres, que deberían conformar el origen de toda la cadena. Por tanto, al clonar a los hombres, no hacen más que repetir el experimento de los extraterrestres del que son el producto. Hay que aclarar que la auténtica clonación sería la que consiste en reproducir al hombre adulto en el mismo estado en que se encuentra, es más, en un estado mejor, libre de las enfermedades y la vejez. Según Rael, no se trata de la clonación que del hombre saca un bebé. Ésta es sólo un primer paso.

–¿De dónde viene esta fascinación por el progreso científico sin ética tan típico de los Raelianos? –Massimo Introvigne: Según Rael (Claude Vorilhon, fundador de los Raelianos), los extraterrestres enseñan que, en cuanto creaciones suyas, los hombres no están llamados a limitar las posibilidades de la ciencia, es más, tienen que tratar de aprovechar todas las posibilidades que los extraterrestres han inscrito en su cuerpo y en su mente: por este motivo, a partir del año 2000, lanzaron los experimentos de clonación humana. Esta idea, según la cual no existen límites éticos a la ciencia y todo lo que es técnicamente posible es automáticamente lícito, ha hecho que algunos investigadores que no soportan los límites de la ética y de la ley se sientan atraídos y pasen a formar parte de las filas de los Raelianos. Por otra parte, si los hombres son creaciones de laboratorio, no tienen ningún deber de reprimir sus deseos o su sexualidad. La Religión Raeliana desconfía del matrimonio, considerándolo un contrato inútil, y enseña la máxima libertad sexual, según la cual, la sexualidad puede manifestarse libremente, siempre y cuando no se abuse de los demás. La propaganda explícita de los Raelianos por la masturbación, el control de los nacimientos, las relaciones prematrimoniales (con frecuencia con tonos anticatólicos, manifestadas en los «condon-autos», es decir, coches especiales encargados de distribuir preservativos ante las escuelas canadienses, u operaciones de distribución de preservativos durante el Jubileo), ha aparecido en las crónicas de Quebec y de otros países. La «meditación sensual», enseñada por Rael, que en realidad no se reduce a los aspectos sexuales, sino que busca la restauración de la armonía entre el hombre y el cosmos, promete entre otras cosas una mayor plenitud en las relaciones amorosas.

–¿Son influyentes? ¿Tienen dinero? ¿Son peligrosos para sus miembros? –Massimo Introvigne: Los Raelianos tienen influencia sólo sobre sus miembros y sobre los clientes de Clonaid. La prensa mundial y la comunidad científica hablan de ellos más bien mal, y en los mismos ambientes que creen en platillos voladores y en los extraterrestres, Rael es considerado como un personaje que con sus comentarios corre el riesgo de descalificar a todo el movimiento de quienes creen en ovnis. Ciertamente Rael ha conseguido conquistar a muchos seguidores, y muchos de ellos pagan una contribución al movimiento. Hay además varias personas ricas que no son técnicamente Raelianos, pero que contribuyen económicamente esperando ser clonados. Como ya no creen en nada, ven en la clonación la única inmortalidad posible.

Por lo que se refiere a su grado de peligrosidad, creo que es necesario distinguir rigurosamente entre peligro espiritual, moral y social. Desde un punto de vista espiritual, desde una perspectiva católica, la doctrina raeliana recuerda al «hombre-máquina» de ciertos filósofos de la Ilustración y representa la modernidad en todo lo que tiene de brutalmente anticatólico.

Desde el punto de vista moral, en caso de que fuera posible, estoy convencido de que la clonación humana es reprobable e ilícita, y que en general el principio raeliano, según el cual todo lo que es técnicamente posible es también lícito, destruye la moral. Por desgracia, esta idea no sólo es de los Raelianos.

Desde el punto de vista social, en una sociedad pluralista, cada quien es libre ante la ley (no ante la propia conciencia, aunque los dos niveles son diferentes) de creer o no creer lo que quiera, por tanto, de creer que Rael se pasea en platillos voladores con los extraterrestres, que predican la revolución sexual y el ateísmo.

La distinción entre estos tres niveles (peligro espiritual, moral y social) es muy importante para salvar tanto el derecho de los católicos a testimoniar su fe, como el deber de respetar la libertad religiosa y la libertad de pensamiento, según las enseñanzas de su doctrina social.

Los peligros espirituales y culturales se combaten desde el púlpito, y difundiendo valores positivos, no hay que llamar a la policía. Los peligros sociales, sin embargo, se combaten a través de la policía y en los tribunales.

La clonación humana debe ser prohibida porque es socialmente destructiva, no porque la proponen los Raelianos; y debe ser prohibida a todos, no sólo a los Raelianos. Lo mismo se puede decir de la distribución de preservativos a menores de edad, y a personas que de todos modos no quieren recibirlos. Esto también debe ser prohibido, pues perturba el bien común, independientemente de quien sea el causante, y no porque sean los Raelianos, tipos raros que creen en platillos voladores. En algunos países, el Estado distribuye los preservativos a menores de Edad, a una escala mucho más amplia, y por tanto, violando más gravemente el bien común que los Raelianos. Es perfectamente posible defender al mismo tiempo la libertad religiosa (o de pensamiento) de los Raelianos y su derecho a creer en los extraterrestres (y de propagar sus creencias sobre el argumento) y al mismo tiempo pedirles que pongan punto final a sus experimentos sobre la clonación humana o sus campañas de distribución de preservativos. Se les debe tratar como a cualquier otra persona, repito.

–¿Cree que realmente han clonado seres humanos? –Massimo Introvigne: Es posible que hayan realizado verdaderamente esos experimentos: entre los Raelianos hay personas con capacidades científicas, aunque no de altísimo nivel, y hay también científicos que no toleran ningún límite ético o jurídico a la experimentación, y que les ayudan. Pero es posible que se trate de un engaño total.

Aunque parezca difícil de creer, desde el punto de vista personal, para Rael esto no podría tener ninguna importancia. La auténtica capacidad de Rael (recuerde que fue periodista) es la de convertir todo lo que le rodea en una noticia de primera página: la noticia de las clonaciones, aunque se revelara falsa, de todos modos habría dado una publicidad increíble en todo el mundo a los Raelianos, algo que no hubiera podido pagarse nunca con dinero.

He entrevistado en dos ocasiones a Rael, y me he convencido de que se da cuenta perfectamente que hoy es imposible el que los medios de comunicación internacionales hablen bien de él. ¿Quién hablaría bien de un personaje que se pasea con extraterrestres y dice que éstos tienen una máquina para clonar mujeres preciosas con el único objetivo de satisfacer sus deseos? Desde hace muchos años, Rael ha asumido el lema de Oscar Wilde (retomado también por George Bernard Shaw), según el cual, sólo hay algo peor que tener mala prensa, que la prensa no hable de ti. Los preservativos que distribuyeron durante el Jubileo y la clonación serían golpes suicidas, en caso de que Rael quisiera tener buena prensa, pero son golpes maestros si lo que quiere es atraer el interés de la prensa. Sabe muy bien que de todos modos hablarán mal de él.

Rael será un mal profeta, pero es un óptimo publicista. Si nos rasgamos demasiado las vestiduras ante Rael, en el fondo le estamos haciendo el juego. Rael provoca precisamente porque espera que alguien responda.

Aquí se abre un amplio campo de investigación: desde tiempo Aleister Crowley, o quizá incluso antes, los movimientos religiosos más extremistas han razonado como Rael y han ofrecido conscientemente material a la prensa que les atacaba. Según una tesis defendida en la Universidad de Princeton, sabemos hoy que Aleister Crowley, uno de los personajes más controvertidos de la historia del ocultismo, ofrecía material a escondidas contra su propia persona a los periódicos populares ingleses que le atacaban definiéndole «el hombre más malo de la Tierra» y «un hombre que nos gustaría ahorcar». Se llevaba incluso un porcentaje de sus ventas.

Se puede sospechar que muchos de los nuevos movimientos religiosos –o al menos los que han renunciado a tener buena prensa– se comportan como Crowley… o como Rael, y alimentan conscientemente campañas hostiles, con tal de seguir saliendo en primera página. Desde este punto de vista, el teatro de los medios de comunicación, en particular la televisión, promueve a los mismos personajes que dice atacar.

Tomado de ZS03011406 y ZS03011501

Juan Luis Lorda, “No tan hereje: dialoguemos con rigor”, PUP, 1.II.2003

Recientemente un artículo titulado “Herejes”, de Tomás Yerro, salía en defensa del teólogo Tamayo, recordando lo que les pasaba a los herejes de otros tiempos. Es un mal argumento, además de muy sobado. Con la historia en la mano, sólo se puede demostrar lo brutos que han sido nuestros antepasados (los de todos) y lo poco que calaron en el mensaje cristiano. Pero no sirve para juzgar el presente. Es como si cada vez que hablara un socialista, se le mentase a Stalin. Y cada vez que hablara un alemán, se le recordara el Holocausto. Y cada vez que saliera un ilustrado, se le leyeran las horrorosas opiniones de Voltaire sobre la trata de esclavos (de la que era decidido partidario); o se le contara lo que pasó con los hijos de Rousseau. O cada vez que se menciona la izquierda española, se recordara lo que le sucedió al obispo de Barbastro durante la guerra civil. Esta retórica sirve para confundir los sentimientos, pero no aclara la razón.

Para aclararse, hay que atenerse a los datos. Los datos son que, en estos años, el señor Tamayo ha discrepado con frecuencia y duramente de la Iglesia. Y ha dejado claro que no piensa lo que la Iglesia piensa en muchos puntos. Cualquiera que haya leído el periódico en el que escribe, lo sabe. Esta vez sucede lo contrario y es la Iglesia la que discrepa públicamente de Tamayo. Y lo ha hecho en términos mucho menos agresivos, y con muchos menos miles de ejemplares.

Desde el punto de vista democrático, sin querer entrar en la cuestión religiosa, hay que respetar los derechos de las dos partes. Tamayo tiene el derecho de discrepar y no creer lo que cree la Iglesia. La Iglesia tiene el derecho de discrepar y no creer lo que cree Tamayo. Tamayo tiene el derecho de separarse de la Iglesia. Y la Iglesia tiene el derecho de separarse de Tamayo. En un debate público, todos los derechos que se le concedan a Tamayo se le deben conceder a la Iglesia, por el mismo título.

Pero si se quiere entrar en la cuestión religiosa, nos encontramos con un problema doctrinal, que es preciso resolver con criterios doctrinales. Aquí lo que está en juego es que la Iglesia tiene dos mil años de existencia, una confesión de fe y un Catecismo de la Iglesia Católica. Y esa Iglesia, que sabe algo de lo que dice, declara que Tamayo no dice lo mismo. Ante tal discrepancia, Tamayo tiene varias posibilidades: aceptar que no dice lo mismo y corregirse; demostrar que dice lo mismo y no corregirse; demostrar que tiene razón y corregir el Catecismo; hacer su propio Catecismo y fundar otra iglesia. Sólo a esto último se le llama herejía. Y sólo si Tamayo lo hace, puede ser considerado un hereje; no porque lo diga la Iglesia, sino porque lo dice el Diccionario de la Real Academia.

De momento, aparte del señor Yerro, nadie ha llamado hereje al señor Tamayo. La Iglesia no se dedica a ofender a las personas, sino a defender su doctrina. Es seguro que todo el proceso se habrá hecho con mucha delicadeza, probablemente mucha más de la que usa Tamayo cuando le da por discrepar. No sé cuáles serán los sentimientos de Tamayo: si se sentirá mal o se sentirá bien. Si esto le hará feliz o le causará pesar. Si la publicidad gratuita que ha conseguido le resultará ofensiva o la agradecerá por lanzarle a la fama y permitirle vender masivamente sus libros. Si es el momento más bajo o el más alto de su carrera. Si le gusta sentirse un cristiano como todos, o prefiere ser el héroe transgresor que se opone al Catecismo. Cada uno tiene un margen para elegir el papel que quiere jugar en la vida y en la Iglesia. Pero, como en el matrimonio, cuando se trata de dos, la otra parte también tiene derecho a decir algo.

A Tomás Yerro, que compara a Tamayo con San Juan de la Cruz, le reconforta “saber que, en una sociedad cada vez más narcotizante del pensamiento, aún pueden surgir intelectuales disidentes, insumisos, rebeldes, réprobos y heterodoxos”. Cree que hacen falta herejes de la política, la economía, la ciencia, la filosofía, el arte y la literatura. Para Yerro, Tamayo ya ha conseguido ser hereje de la doctrina católica. Hoy por hoy, es lo más fácil y lo menos arriesgado. Ahora debería intentarlo con la economía y convertirse en disidente, insumiso, rebelde, réprobo y heterodoxo con la declaración de hacienda. A ver qué pasa.

Una historia casi verdadera

Es la tarde de un viernes típico y estás conduciendo hacia tu casa. Sintonizas la radio. Las noticias cuentan una historia de poca importancia: en un pueblo lejano han muerto tres personas de alguna gripe que nunca antes se había visto. No le pones mucha atención a tal acontecimiento. El lunes cuando despiertas, escuchas que ya no son 3, sino 30.000 personas las que han muerto en las colinas remotas de la India. Personal del Control de Enfermedades de EEUU ha ido a investigar. El martes ya es la noticia más importante en la primera página del periódico, porque no sólo es la India, sino Pakistán, Irán y Afganistán y pronto la noticia sale en todos los telediarios. Todos se preguntan cómo van a controlar la epidemia. A los pocos días, Europa cierra sus fronteras: no habrá vuelos a desde la India, ni de ningún otro país en el cual se haya visto la enfermedad. Al día siguiente, en Francia hay un hombre en el hospital muriendo de esa enfermedad. Hay pánico en Europa. La información dice que cuando tienes el virus, es por una semana y ni te das cuenta. Luego tienes cuatro días de síntomas horribles y mueres. Inglaterra cierra también sus fronteras, pero es tarde, pasa un día más y el presidente de los EEUU cierra las fronteras a Europa y Asia, para evitar el contagio en el país, hasta que encuentren un modo de curar esa enfermedad. Al día siguiente la gente se reúne en las iglesias a rezar. Pero en la radio se oye la noticia: dos mujeres han muerto en Nueva York. En horas, parece que la epidemia invade todo el mundo. Los científicos siguen trabajando para encontrar el antídoto, pero nada funciona. Y de repente, viene la noticia esperada: se ha descifrado el código de ADN del Virus. Se puede hacer el antídoto. Va a requerirse la sangre de alguien que no haya sido infectado y de hecho en todo el país se corre la voz que todos vayan al hospital más cercano para que se les practique un examen de sangre. Vas de voluntario con tu familia, junto a unos vecinos, preguntándote ¿Qué pasará? ¿Será esto el fin del mundo? De repente el doctor sale gritando un nombre que ha leído en su cuaderno. El más pequeño de tus hijos está a tu lado, te agarra la chaqueta y dice: “¿Papá?, ¡Ese es mi nombre!”. Antes de que puedas reaccionar se están llevando a tu hijo y gritas: “¡Esperen!”. Y ellos contestan: “Todo está bien, su sangre está limpia, su sangre es pura. Creemos que tiene el tipo de sangre correcta”. Después de cinco largos minutos salen los médicos con cara de satisfacción, emocionados. Es la primera vez que has visto a alguien sonreír en una semana. El doctor de mayor edad se te acerca y dice: “¡Gracias! La sangre de su hijo es perfecta, está limpia y pura, se puede hacer el antídoto contra esta enfermedad”. La noticia corre por todas partes, la gente esta pletórica de felicidad. Entonces el doctor se acerca a ti y a tu esposa y dice: “¿Podemos hablar un momento? Es que no sabíamos que el donante sería un niño y necesitamos que firmen este formato para darnos el permiso de usar su sangre”. “¿Cuánta sangre?”. “No pensábamos que era un niño. ¡La necesitamos toda!”. No lo puedes creer y tratas de contestar: “Pero, pero…”. El doctor te sigue insistiendo: “Usted no entiende, estamos hablando de la cura para todo el mundo. Por favor firme este documento, la necesitamos… toda”. Tu preguntas: “Pero no pueden darle una transfusión?”. “Si tuviéramos sangre limpia, podríamos… ¿Firmará? Por favor…”. En silencio y sin poder sentir los mismos dedos que tienen la pluma en la mano lo firmas. Te preguntan: “¿Quiere ver a su hijo?”. Caminas hacia esa sala de emergencia donde tu hijo esta sentado en la cama. Tomas su mano y le dices: “Hijo, tu madre y yo te amamos y nunca dejaríamos que te pasara algo que no fuera necesario, ¿comprendes eso?”. Y cuando el doctor regresa y te dice: “Lo siento, necesitamos empezar, gente en todo el mundo está muriendo…”, ¿te puedes ir?, ¿puedes darle la espalda a tu hijo y dejarlo allí?… mientras el te dice: “¿Papá?, ¿Mamá? ¿por qué me están abandonando?”. Y a la siguiente semana, cuando hacen una ceremonia para honrar a tu hijo, algunas personas se quedan dormidas en casa, otras no vienen porque prefieren ir de paseo o ver un partido de fútbol y otras vienen a la ceremonia con una sonrisa falsa fingiendo que les importa. Quisieras pararte y gritar: “¡Mi hijo murió por ustedes!, ¿es que no les importa?”. Tal vez eso es lo que Dios nos quiere decir: “Mi hijo murió, ¿todavía no saben cuanto los amó?”.

El tapiz

El nuevo sacerdote, recién asignado a su primer ministerio pastoral para reabrir una iglesia en los suburbios de Brooklyn, New York, llegó a comienzo de octubre entusiasmado con sus primeras oportunidades. Cuando vio la iglesia se encontró conque estaba en pésimas condiciones y requería de mucho trabajo de reparación. Se fijó la meta de tener todo listo a tiempo para oficiar su primera Misa en la Nochebuena. Trabajó arduamente, reparando los bancos, empañetando las paredes, pintando, etc., y para el 18 de diciembre ya habían casi concluido con los trabajos, adelantándose a su propia meta. Pero el 19 de diciembre cayó una terrible tormenta que azotó la zona durante dos días completos. El día 21 el sacerdote fue a ver la iglesia. Su corazón dio un vuelco cuando vio que el agua se había filtrado a través del techo, causando una gotera enorme en la pared frontal, exactamente detrás del altar, dejando una mancha y un destrozo como a la altura de la cabeza. El sacerdote limpió el suelo, y no sabiendo que más hacer, salió para su casa. En el camino vio que una tienda local estaba llevando a cabo una venta de liquidación de cosas antiguas, y decidió entrar. Uno de los artículos era un hermoso tapiz hecho a mano, color hueso, con un trabajo exquisito de aplicaciones, bellos colores y una cruz bordada en el centro. Era justamente el tamaño adecuado para cubrir el hueco en la pared frontal. Lo compró y volvió a la iglesia. Ya para ese entonces había comenzado a nevar. Una mujer mayor iba corriendo desde la dirección opuesta tratando de alcanzar el autobús, pero finalmente lo perdió. El sacerdote la invito a esperar en la iglesia, donde había calefacción, pues el siguiente autobús tardaría 45 minutos en llegar. La señora se sentó en el banco sin prestar atención al sacerdote, mientras este buscaba una escalera, ganchos, etc., para colocar el tapiz como tapiz en la pared. El sacerdote estaba muy satisfecho de lo bien que quedaba, y de cómo cubría toda la superficie estropeada. Entonces vio que la mujer venía hacia él, desde el pasillo del centro. Su cara estaba blanca como una hoja de papel: “Padre, ¿dónde consiguió usted ese tapiz?”. El sacerdote le explicó. La mujer le pidió que le permitiera ver la esquina inferior derecha para ver si las iniciales EBG aparecían bordadas allí. Sí, estaban. Eran las iniciales de aquella mujer, y ella había hecho ese tapiz 35 anos atrás en Austria. La mujer apenas podía creerlo cuando el sacerdote le contó cómo acababa obtener el tapiz. La mujer le explicó que antes de la guerra ella y su esposo tenían una posición económica holgada en Austria. Cuando los nazis llegaron, la forzaron a irse. Su esposo debía seguirla la semana siguiente. Ella fue capturada, enviada a prisión y nunca volvió a ver a su esposo ni su casa. El sacerdote ofreció regalarle el tapiz, pero ella lo rechazó diciéndole que era lo menos que podía hacer. Se sentía muy agradecida pues vivía al otro lado de Staten Island y solamente estaba en Brooklyn por el día para un trabajo de limpieza de casa. El sacerdote le pidió sus señas, con idea de hacerle llegar el tapiz unos días después. En la Misa de la Nochebuena la iglesia estaba casi llena. La música y el espíritu que reinaban eran increíbles. Al final, el sacerdote despidió a todos en la puerta y muchos expresaron que volverían. Un hombre mayor, que el pastor reconoció del vecindario, seguía sentado en uno de los bancos mirando hacia el frente, y el sacerdote se preguntaba por qué no se iba. El hombre le preguntó dónde había obtenido ese tapiz que estaba en la pared del frente, porque era idéntico al que su esposa había hecho años atrás en Austria antes de la guerra, y no entendía cómo podía haber dos tapices tan idénticos. Le relató cómo llegaron los nazis y cómo el forzó a su esposa a irse, para la seguridad de ella, y cómo él no pudo seguirla, pues fue arrestado y enviado a prisión. Nunca volvió a ver a su esposa ni su hogar en todos aquellos 35 años. El sacerdote le preguntó si le permitiría llevarlo con él a dar una vuelta. Se dirigieron en el carro hacia Staten Island, hacia la casa de aquella mujer que estuvo tres días atrás en la iglesia. Subieron los tres pisos de escalera que conducían al apartamento de la mujer, llamaron a la puerta y presenció el más hermoso encuentro de Navidad que pudo haber imaginado.