Alfonso Aguiló, “¿Una sociedad adolescente?”, Hacer Familia nº 280, 1.VI.2017

En la novela de Philip Roth, “La mancha humana”, la vida del decano Coleman Silk se viene abajo tras preguntar un día por dos estudiantes que han faltado a todas sus clases, “¿Conoce alguien a estos alumnos? ¿Tienen existencia real o se han desvanecido como humo negro?”, pregunta en el aula. Desgraciadamente para Coleman, uno de los aludidos resulta ser afroamericano y, cuando llega a sus oídos la pregunta, la interpreta como un ataque racista. Aunque no había ánimo ofensivo en las palabras de Silk, pues jamás había visto al estudiante, el profesor es acusado de racista, cesado como decano y despedido. En poco tiempo se encuentra rechazado por la comunidad universitaria y rehuido por sus amigos y conocidos.

Aunque se trata solo de una novela, su figura refleja el drama de no pocos profesores norteamericanos que han sido censurados o expulsados de la universidad porque sus palabras no se ajustaron en algún momento a lo políticamente correcto y molestaron a un alumnado cada vez más sobreprotegido e infantilizado.

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Alfonso Aguiló, “La presión del grupo y el deseo de ser aceptado”, Hacer Familia nº 279, 1.V.2017

Jill es la primera novela del escritor británico, escrita entre 1943 y 1944, cuando tenía solo veintiún años y era un inadaptado estudiante de St John’s College, en Oxford. Tiempo después, en 1946, consiguió que se publicara.

La novela es como un autorretrato de esos primeros tiempos que el autor pasó como estudiante de literatura inglesa durante los años de la Segunda Guerra Mundial. El protagonista se llama John Kemp y es un joven provinciano de familia obrera, que llega a la universidad más prestigiosa de Inglaterra y le toca compartir habitación con Christopher Warner, un londinense adinerado y aficionado al alcohol. John es la figura típica del chico inteligente, responsable y aplicado, cuyo talento le ha permitido recibir una beca sin la cual jamás hubiera soñado con estudiar en Oxford, pero al llegar allí se siente atraído por la vida imprudente y disipada de su compañero, hasta el punto de que enseguida se deja seducir por los vicios de su amigo y los asume él mismo con toda su pasión.

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Alfonso Aguiló, “El triunfo y el fracaso, esos dos impostores”, Hacer Familia nº 278, 1.IV.2017

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Del escritor Rudyard Kipling (Premio Nobel de Literatura en 1907) se decía que, después de Shakespeare, era el único británico que escribía con todo el diccionario. Sabía administrar una inmensa profusión léxica sin caer en la pedantería. Cada línea y cada palabra suya habían sido sopesadas con todo cuidado.

Fue autor de poemas, relatos y cuentos. Quizá su obra más conocida fue “El libro de la selva”. Sus relatos han inspirado y siguen inspirando muchas películas de éxito. De la misma manera, casi todos sus escritos han sido objeto recurrente de citas y frases lapidarias. Sin buscarlo, ha inspirado multitud de recomendaciones que hoy encontramos en los libros de autoayuda.

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Alfonso Aguiló, “Educar en humildad”, Hacer Familia nº 277, 1.III.2017

No hace mucho podía leerse en la prensa una curiosa noticia: “Pagar 30.000 libras para que enseñen humildad a tu hijo: Avenues llega a Londres”. Hubo un tiempo en que los colegios más exclusivos ofrecían ese valor añadido a través de sus instalaciones deportivas, idiomas o cursos de intercambio. Sin embargo, lo que ahora parece que muchos buscan en las escuelas de élite es que enseñen humildad. Y las familias más pudientes hacen cola para poder pagar esas cantidades en Avenues, The World School.

El primer campus fue inaugurado en septiembre de 2012 en Nueva York, en el selecto barrio de Chelsea, con una inversión de 60 millones de dólares. Hay muchos otros colegios prestigiosos, como Eton donde la matricula ronda los 37.000 libras anuales, pero esto de la humildad aparece ahora como algo novedoso. La pregunta es: ¿es fácil enseñar humildad a unos alumnos cuyos padres pagan esas cuotas? Los fundadores de Avenue no lo explican con mucha claridad, pero cada año hay lista de espera para poder acceder al centro.

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Alfonso Aguiló, “No lo sé”, Hacer Familia nº 276, 1.II.2017

Leo un simpático relato sobre un docente que cierto día se atrevió a responder con un “no lo sé” a un alumno. Proviene de un libro escrito por el profesor de economía Steven Levitt y el periodista Stephen Dubner, y que lleva por título “Piensa como un freak”.

El escenario es una clase en la que se propone a los alumnos la siguiente narración: “Una niña llamada Mary va a la playa con su madre y su hermano. Viajan en un coche rojo. En la playa nadan, comen un helado, juegan en la arena y almuerzan unos sándwiches.” Y estas son las preguntas que se plantean al hilo de esta narración: 1) ¿De qué color era el coche? 2) ¿Comieron pescado con patatas para almorzar? 3) ¿Escucharon música en el coche? 4) ¿Tomaron limonada en el almuerzo?

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Alfonso Aguiló, “Nudo gordiano”, Hacer Familia nº 275, 1.I.2017

Cuenta una vieja leyenda griega que los habitantes de Frigia (en la actual Anatolia, Turquía) necesitaban elegir rey. Según su costumbre, consultaron al oráculo, que les respondió asegurando que el nuevo rey vendría por la Puerta del Este acompañado de un cuervo que se posaría en su carro, y que debían escoger a ese hombre como rey.

Ese hombre fue Gordias, un labrador que tenía por toda riqueza una carreta con sus bueyes. Cuando le proclamaron rey fundó la ciudad de Gordio y, en señal de agradecimiento, ofreció su carro al templo de Zeus, atando la lanza y el yugo con un nudo cuyos cabos se escondían en el interior del propio nudo. Tan complicado resultó el nudo, al decir de la leyenda, que nunca nadie lo pudo soltar, y se aseguraba que quien lo consiguiese desatar se haría dueño de toda Asia.

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Alfonso Aguiló, “Los malos tienen también su papel”, Hacer Familia nº 274, 1.XII.2016

Frodo y Sam lograron escapar de las cavernas de Ella-Laraña y llegaron a la caldera volcánica de Sammath Naur en el Orodruin (el Monte del Destino). Gollum los siguió durante todo este camino, esperando una oportunidad de tomarlos por sorpresa y robar el Anillo. Cuando Frodo y Sam casi llegaban a su destino, él los atacó, pero falló. Momentos más tarde, Frodo estaba parado en el borde de la grieta de la montaña y, en ese momento, casi con sorpresa para sí mismo, no se mostró dispuesto a destruir el Anillo, sino que lo reclamó como suyo y se lo puso en su dedo.

Entonces Gollum le atacó de nuevo. Ambos lucharon y finalmente Gollum le arrancó a Frodo el dedo de un mordisco. Para celebrar su logro, Gollum bailó al borde del abismo, levantando en alto su tan preciado tesoro. Fue entonces cuando dio un paso en falso al borde del gran pozo, perdió el equilibrio y cayó mientras sujetaba el dedo de Frodo junto con el Anillo, y cayendo daba un último grito de “¡Tessssssorooo!”.

Así, el Anillo, Gollum y el dedo de Frodo fueron destruidos en la lava del Monte del Destino. Gollum cayó junto con el Anillo al fuego del que había sido forjado, y al morir cumplió, por medio de su mala acción, la buena misión que Frodo y Sam no habían logrado culminar: destruir el Anillo y con él, el poder de Sauron en la Tierra Media.

Se podría decir que Gollum terminó involuntariamente haciendo el bien, pues si no hubiera atacado a Frodo, éste se habría quedado con el Anillo y eso le habría convertido en un nuevo Señor Oscuro; sin embargo, gracias a la maligna intervención de Gollum, el Anillo fue destruido.

Esta historia nos puede hacer pensar en todas esas ocasiones en que comprobamos cómo “los malos” tienen también su papel, y que muchas veces, sin querer, acaban facilitando o provocando cosas buenas, o incluso decisivamente buenas.

Quizá la primera enseñanza es que “los buenos”, por el hecho de serlo, no lo hacen todo bien: tienen fragilidades, errores, incoherencias. Frodo había sido fiel a su misión hasta el final, a lo largo de innumerables peripecias, siempre al borde de la muerte. Pero cuando logra llegar al borde mismo de la infernal grieta de la montaña, y ya solo tiene que dejar caer el Anillo al fondo del abismo, su voluntad se quiebra. Se descubre entonces la ancha fractura que había permanecido oculta a lo largo de su azarosa y heroica historia. Se encuentra sorprendido a sí mismo por una impetuosa fuerza interior que le impulsa a no dejar caer el anillo, y decide quedarse con él. Enloquecido, el virtuoso Frodo se ve entonces como el nuevo amo. No quiere o no puede ver en ese momento que, al hacer eso, quedará eternamente esclavizado bajo el poder de Saurón, condenado a la soledad y el odio eternos. Es entonces cuando Gollum le ataca súbitamente, ambos luchan a muerte, con feroz determinación, y el monstruo inicialmente vence, pero a continuación resulta vencido porque, víctima de su propia presunción y su maldad interior, oscila al borde del abismo y cae.

Frodo se salva en el último instante, a pesar de él mismo, aun habiendo tomado una mala decisión. Y se salva gracias precisamente a que alguien peor que él, queriendo hacer y hacerle el mal, le arrebata el anillo y, celebrándolo, cae al abismo y hace y le hace un gran bien. Y entonces Frodo se encuentra ante la oportunidad de rectificar y aceptar con resignación un grave contratiempo a sus deseos pero que en realidad le salva la vida y le reencamina hacia el bien. Es esto quizá algo cotidiano de todos los mortales, en situaciones diarias grandes o pequeñas que nos contrarían y que nos cuesta entender, pero que a lo mejor nos traen un bien que en ese momento desconocemos, y todo eso constituye un misterio de los distintos efectos del ansia de posesión y de poder que nos acechan a todos, por buenos que nos consideremos o seamos.

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”

Alfonso Aguiló, “Hombres perdidos”, Hacer Familia nº 273, 1.XI.2016

En el cementerio parisino de Thiais hay una tumba con una frase que revela al paseante curioso la identidad de su inquilino: “Escritor austriaco muerto en París”. Es una lápida sobria, fría, granítica. Allí descansa Joseph Roth, uno de los mejores escritores que dio el siglo XX, que vivió solo 44 años.

Joseph Roth había nacido en 1894 en Brody, una población de Galitzia, entonces en el Imperio Austrohúngaro. De familia judía, su padre los abandonó antes de nacer. Su infancia y adolescencia fueron difíciles. Acabó sus estudios de literatura y filosofía en Viena. Sirvió en el ejército austríaco durante la Primera Guerra Mundial. Después trabajó como periodista en diversas capitales europeas. Pronto empezó a publicar unas novelas que le proporcionaron una merecida fama como escritor, aunque la enfermedad, el alcohol y las penurias económicas nunca le abandonarían hasta su prematuro fallecimiento.

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0. Introducción

LA LLAMADA DE DIOS

Anécdotas, relatos y reflexiones sobre la vocación

Vocación no es algo que tienen algunos, sino todos. La vocación es el encuentro con la verdad sobre uno mismo. Un encuentro que proporciona una inspiración básica en la vida, de la que nace el compromiso, el cometido principal que cada persona tiene, y que quien es creyente percibe como los planes de Dios para él.

Por eso, saber cuál es nuestra misión en la vida es la cuestión más importante que debemos plantearnos cada uno, y que podemos plantear a quienes queremos ayudar a vivir con acierto.

Dios busca la felicidad del hombre, y la vocación es el descubrimiento de ese designio y ese plan que Dios ha previsto para que cada uno alcance la máxima realización personal. La vocación es como el reto que nos plantea nuestra vida. Es una nueva luz, un acontecimiento que nos da una nueva visión de la vida, y la llena de sentido.

A través de relatos, ejemplos y anécdotas de la vida cotidiana y de la historia de los santos, en estas páginas se ofrecen algunas ideas sobre cómo conocer cada vez mejor ese designio de Dios y sobre cómo incorporarlo a nuestra vida. Mediante un diálogo con el lector, se abordan las principales dudas y cuestiones que se plantean en torno a esa gran pregunta del hombre que es la vocación, un enigma que a cada uno toca descifrar.

1. El encuentro con la verdad sobre uno mismo

Dios no habla,
pero todo habla de Dios.

Julien Green

Cuenta Gorki la historia de un pensador ruso que pasaba por una etapa de cierta crisis interior y decidió ir a descansar unos días a un monasterio. Allí le asignaron una habitación que tenía en la puerta un pequeño letrero en el que estaba escrito su nombre. Por la noche, no lograba conciliar el sueño y decidió dar un paseo por el imponente claustro. A su vuelta, se encontró con que no había suficiente luz en el pasillo para leer el nombre que figuraba en la puerta de cada dormitorio.

Fue recorriendo el claustro y todas las puertas le parecían iguales. Por no despertar a los monjes, pasó la noche dando vueltas por el enorme y oscuro corredor. Con la primera luz del amanecer distinguió al fin cuál era la puerta de su habitación, por delante de la cual había pasado tantas veces, sin reconocerla.

Aquel hombre pensó que todo su deambular de aquella noche era una figura de lo que a los hombres nos sucede con frecuencia en nuestra vida. Pasamos muchas veces por delante de la puerta que conduce al camino que estamos llamados, pero nos falta luz para verlo.

Saber cuál es nuestra misión en la vida es la cuestión más importante que debemos plantearnos cada uno, y que podemos plantear a quienes queremos ayudar a vivir con acierto. La vocación es el encuentro con la verdad sobre uno mismo. Un encuentro que proporciona una inspiración básica en la vida, de la que nace el compromiso, el cometido principal que cada persona tiene, y que quien es creyente percibe como los planes de Dios para él. La vocación incluye todo aquello que una persona se ve llamada a hacer, lo que da sentido a su vida.

-¿Y si no quisiera conocerla?

Quizá la mayor desgracia que puede sufrir una persona sea la de desconocer la voluntad de Dios para ella. La vocación es como el reto que el Señor nos plantea en nuestra vida, lo que nos hará más felices que cualquier otra opción. Por eso, la ayuda que pueda darse a otra persona para encontrar la voluntad de Dios, sea probablemente el mejor servicio que se le puede prestar. Porque no se trata de una cuestión accesoria o puntual de la que dependa solo un poco más de felicidad en la vida de esa persona, sino algo que afecta al resultado global de su existencia.

-¿Te refieres a la felicidad en la vida eterna?

Me refería a la felicidad aquí en la tierra, aunque, al fin y al cabo, son cuestiones muy relacionadas, pues quienes buscan la felicidad del Cielo encuentran también el ciento por uno aquí en la tierra.

Cualquier ideal humano, cualquier cambio en la vida de un hombre, nace del descubrimiento de una verdad. El encuentro más profundo con la verdad, después de la fe, es la vocación. La vocación es una nueva luz, un acontecimiento que nos da una visión nueva de la vida. Una luz para acertar con nuestro camino y para no tropezar en él.

La vocación es una llamada que pide respuesta dentro de nosotros. Y dentro de nosotros hay muchas respuestas, que pueden encarnar muchos modos de desarrollar nuestra vida, con más o menos generosidad. Nuestra vida puede ser muy distinta, según sean esas respuestas, porque, como dice un proverbio indio, allí donde el hombre pone su pie, pisa mil caminos. La libertad solo recorre uno, pero está abierta a muchos.

Por esa razón, los relatos y reflexiones que irán saliendo a lo largo de estas páginas no pretenden convencer dialécticamente acerca de lo que Dios pueda pedir a una persona, sino ayudar a que cada uno tenga ese encuentro con Jesucristo, ya que, en definitiva, eso es la vocación. He procurado recoger muchos testimonios y textos, provenientes de muchas fuentes, así como algunas de las muchas preguntas que ordinariamente se plantean en torno a este tema. Las ideas, las anécdotas o los ejemplos de la vida de los santos, nos abren un panorama que nos invita a buscar ese encuentro. Y las consideraciones que se hacen, nunca pretenden ser exhaustivas, sino meras pautas de reflexión, consideraciones, nunca respuestas concluyentes.

-¿Pero la vocación es encontrar una verdad, o es encontrar a Jesucristo?

Para quien es cristiano y creyente, viene a ser lo mismo, pues en el Nuevo Testamento puede leerse bien claro que Él es la Verdad. Por eso, conocer cada vez mejor a Jesucristo es algo central para el discernimiento de la vocación. No se suele comenzar a ser cristiano, ni a entregarse a Dios, por una decisión ética, o por una gran idea, sino más bien por el encuentro con la persona de Jesucristo, o al menos con lo que ese encuentro ha supuesto para otras personas.

Conocer a Jesucristo no es una mera curiosidad piadosa, o un grado más en el camino de la vida ascética. Es algo que afecta muy seriamente a nuestra existencia. “Porque -como ha escrito José Luis Martín Descalzo- con Jesús no ocurre como con otros personajes de la historia. Que César pasara el Rubicón o no lo pasara, es un hecho que puede ser verdad o mentira, pero que en nada cambia el sentido de mi vida. Que Carlos V fuera emperador de Alemania o de Rusia, nada tiene que ver con mi salvación como hombre. Que Napoleón muriera derrotado en la isla de Santa Elena o que llegara siendo emperador hasta el final de sus días, no moverá hoy a un solo ser humano a dejar su casa, su comodidad y su amor y marcharse a hablar de él a una aldehuela del corazón de África.

“Pero Jesús no, Jesús exige respuestas absolutas. Él asegura que, creyendo en él, el hombre salva su vida e, ignorándole, la pierde. Este hombre se presenta como el camino, la verdad y la vida. Por tanto -si esto es verdad- nuestro camino, nuestra vida, cambian según sea nuestra respuesta a la pregunta sobre su persona. ¿Y cómo responder sin conocerle, sin haberse acercado a su historia, sin contemplar los entresijos de su alma, sin haber leído y releído sus palabras?”.

La convicción de que Dios existe no es una idea más. Creer no es añadir una opinión a otras. El hecho de creer, cambia nuestra vida, la llena de luz, nos da una orientación para saber cómo vivir. Creer es seguir la senda señalada por la palabra de Dios. Y la elección de Dios que supone la vocación, es una elección de amor, una iniciativa de Dios, que ha pensado lo mejor para cada uno de nosotros.

En los Evangelios pueden leerse numerosas escenas en las que el Señor pasa y llama. Llama y espera una respuesta. “Llamó a los que quiso”, recalcan los evangelistas. Y relatan el caso de alguno que se ofrece a seguir determinado camino  y no es admitido. Han pasado veinte siglos, y hoy el Señor sigue llamando, y sigue llamando a cada uno según quiere.

Una mirada al mundo muestra enseguida la inmensidad del trabajo pendiente. “Alzad los ojos y ved los campos, dispuestos para la siega”. El campo está listo, las necesidades son enormes, pero los trabajadores son escasos. ¿Cómo van a conocer a Dios si no hay quien dé testimonio de Él? Hacen falta personas que entreguen su vida para llevar la luz del Evangelio a todo el mundo, a los dirigentes de la sociedad, a los empresarios, a los intelectuales, a los abatidos, a los enfermos, a las zonas más remotas de la tierra, a quienes viven sin esperanza.