Aprender sin pensar es inútil.
Pensar sin aprender, peligroso.
Confucio
- Fortalecer la voluntad
- Criterio propio. Algunos desengaños
- Observar, leer, pensar
- La personalidad y el entorno. Modelos
- Una vieja especie: el opinador
- ¿Comprometerse?
- Desconfiados y resentidos
Fortalecer la voluntad Ya hemos hablado al comienzo sobre la importancia de la fuerza de voluntad para formar el carácter.
—De que es importante no tienes que convencerme. El asunto es ¿qué hacen, o qué hacemos, los que hemos nacido con menos voluntad? La voluntad crece con su ejercicio continuado y cuando se va entrenando en direcciones determinadas. Y eso sólo se logra venciendo en la lucha que —queramos o no— vamos librando de día en día.
Esta consolidación de la voluntad admite una sencilla comparación con la fortaleza física: unos tienen de natural más fuerza de voluntad que otros; pero sobre todo influye la educación que se ha recibido y el entrenamiento que uno haga.
Una voluntad recia no se consigue de la noche a la mañana. Hay que seguir una tabla de ejercicios para fortalecer los músculos de la voluntad, haciendo ejercicios repetidos, y que supongan esfuerzo.
—¿Una tabla? Sí, e insisto en que si no suponen esfuerzo son inútiles. Ahora hago esto porque es mi deber; y luego esto otro, aunque no me apetece, para agradar a esa persona que trabaja conmigo; y en casa cederé en ese capricho o en esa manía, en favor de los gustos de quienes conviven conmigo; y evitaré aquella mala costumbre que no me gustaría ver en los míos; y me propongo luchar contra ese egoísmo de fondo para ocuparme de aquél; y superar la pereza que me lleva a abandonarme en mi preparación profesional, mi formación cultural o mi práctica religiosa.
Sin dejar esa tabla a la primera de cambio, pensando que no tiene importancia.
Ejercítate cada día en vencerte, aunque sea en cosas muy pequeñas.
Recuerda aquello de que por un clavo se perdió una herradura, por una herradura un caballo, por un caballo un caballero, por un caballero una batalla, por una batalla un ejército, por un ejército, por un ejército un imperio…
Con constancia y tenacidad, con la mirada en el objetivo que nos lleva a seguir esa tabla. Porque, ¿qué se puede hacer, si no, con una persona cuyo drama sea ya simplemente el hecho de levantarse en punto cada mañana, o estudiar esas pocas horas que se había propuesto? ¿Qué soporte de reciedumbre humana tendrá para cuando haya de tomar decisiones costosas? Los padres deben alabar más el esfuerzo de los hijos y elogiar menos sus dotes intelectuales, pues lo primero produce estímulo, y lo segundo vanidad.
Además, muchas veces las grandes cabezas, ésas que apenas tuvieron que hacer nada para superar holgadamente sus primeros estudios, acaban luego fracasando porque no aprendieron a esforzarse. Y quizá aquel otro, menos brillante, que se llevaba tantos reproches y que era objeto de odiosas comparaciones con su hermano o su primo o su vecino listo, gracias a su afán de superación acaba haciendo frente con mayor ventaja a las dificultades habituales de la vida.
Criterio propio. Algunos desengaños Los que nos dedicamos profesionalmente a la educación nos llevamos a veces unos chascos tremendos. Son desengaños que llevan a pensar.
Ves a lo mejor chicos o chicas de doce o trece o dieciséis años que son encantadores, excelentes estudiantes y que prometen una brillante trayectoria, pero que pasan los años y acaban en un desastre.
Y también al revés, otros un poco grises que luego resultan ser personas fenomenales. Es sorprendente ver cómo a veces, con los años, se cambian los papeles.
—Pues eso va un poco en contra de lo que decías sobre la importancia de educar bien en la infancia y primera adolescencia, ¿no? Ya hemos dicho que la educación no lo es todo, y que no es un seguro a todo riesgo, entre otras cosas porque hay que contar con la libertad. La buena educación es sólo encaminar bien a los hijos (que no es poco).
Hay que decir también que la mayoría sí suele continuar la línea de sus primeros años. Pero es verdad también que son muchos los que luego se tuercen. Y si analizáramos las razones de los fracasos de esos chicos o chicas que tanto prometían, es muy probable que encontráramos una deficiente educación en la libertad.
No se trata de formar chicos o chicas sumisos y dóciles, que dependen para todo de sus padres, que carecen de juicio propio y que se limitan a ejecutar lo que se les dice. Es preciso formar personas de criterio.
Para acrecentar la sensatez y el buen criterio de un chico o una chica joven es preciso enseñarles a razonar debidamente, y, junto a ello, lograr que crezcan en las diversas virtudes básicas (sinceridad, fortaleza, generosidad, laboriosidad, reciedumbre, valentía, humildad, etc.).
—¿Y por qué relacionas tanto la virtud con la sensatez? Porque cuando falta la virtud es fácil que se extravíe la razón.
—¿Por qué? Cuando falta la virtud, la razón se ve presionada por los halagos del vicio correspondiente, y es más fácil que se tuerza para así ceder a esos requerimientos. Quizá por eso Aristóteles insistía tanto en que el hombre virtuoso es regla y medida de las cosas humanas.
Observar, leer, pensar Alexander Fleming era un bacteriólogo escocés que disponía de un laboratorio francamente modesto, casi tanto como los mercadillos de baratijas de Praed Street que se veían a través de su ventana.
Un día, avanzado el verano de 1928, mientras conversaba animadamente con un colega, observó algo que le pareció sorprendente. Él solía abandonar los platillos de vidrio después de hacer el primer examen de los cultivos microbianos. Uno de ellos aparecía ahora cubierto de un moho grisáceo, pero… ¡qué raro!: alrededor de ese moho las bacterias se habían disuelto. En lugar de las habituales masas amarillas bacterianas, surgían anillos muy definidos allá donde el cultivo entraba en contacto con el moho. Raspó una partícula de esa sustancia y la examinó al microscopio: era un hongo del género Penicilium.
Así fue como Alexander Fleming llegó a conocer lo que sería el primer antibiótico: la penicilina, que abriría posibilidades insospechadas a la medicina moderna. Aún se tardaría quince años, hasta 1943, en lograr aislar este hongo y encontrar un sistema masivo de producción. Sus resultados eran casi increíbles. Jamás se había conocido medicamento tan poderoso. Al final de la Segunda Guerra Mundial se trataban ya con penicilina más de siete millones de enfermos al año. Todo empezó por aquel descubrimiento casual, porque alguien observó algo y ese algo le llevó a pensar.
Muchos otros descubrimientos se han producido también de forma parecida.
El físico alemán W. Roentgen se sorprendió un día de 1895 al ver que unas placas fotográficas habían quedado veladas sin aparente motivo. No conseguía explicarse cómo esas placas podían haberse impresionado atravesando cuerpos opacos. Sus investigaciones acabaron llevándole al descubrimiento de una radiación —que llamó Rayos X— que atravesaba objetos consistentes y que pronto tuvo innumerables aplicaciones.
Brown construyó el primer puente colgante sostenido por cables inspirándose en cómo estaba tejida una telaraña que observó en su jardín, tendida de un arbusto a otro.
Newton, según se cuenta, llegó a enunciar la ley de gravitación universal después del famoso episodio de la manzana.
Aristóteles, en el año 340 a. C., ya habló de que la Tierra podía ser redonda, cuando a nadie se le había pasado por la cabeza semejante idea, y lo dedujo a partir de observar cómo, en el mar, se ven primero las velas de un barco que se acerca en el horizonte, y sólo después se ve el casco. Luego lo confirmó estudiando las estrellas y los eclipses.
—¿Y por qué crees que, ante los mismos sucesos, unos hacen grandes descubrimientos y otros no se enteran de nada? Me imagino que porque unos son más observadores que otros, y unos reflexionan más y otros menos.
—¿Y piensas que ser despistado o distraído es un defecto? No sé si tanto como un defecto, pero desde luego no se puede decir que sea una virtud ni que directamente enriquezca el carácter.
Algunos adolescentes son despistados o distraídos simplemente porque han comprobado que, con unos padres tan complacientes, resulta un papel muy cómodo. Así se lo dan todo hecho y eluden cosas que les cuestan.
Es importante hacer que los hijos adquieran cierta calma y capacidad de reflexión, porque la vida constantemente nos interroga, y a veces se presentan situaciones a las que no encontramos salida simplemente porque el atolondramiento y la precipitación nos impiden pensar.
La sociedad actual presenta ciertas circunstancias que favorecen ser engullidos por el activismo. Y lo malo es que ese estado habitual de prisa disminuye notablemente la capacidad de reflexión. Parece como si no quedara tiempo para fijar la atención en las cosas que en realidad más importan.
No debemos considerar superfluo el esfuerzo por buscar de vez en cuando la calma necesaria para reflexionar intensamente en una lectura, o en torno a unas ideas, e interpretarlas, viendo la forma de enriquecer nuestra vida y de transmitirlas luego a los demás.
El arte de pensar bien no interesa solamente a los filósofos, sino a todo el mundo.
Hace falta un poco de calma y serenidad para poder analizar las situaciones que a cada uno se le presentan y así sopesar con prudencia las ventajas e inconvenientes de cada solución. Para observar y darse cuenta de lo que pasa, y de si hay o no que intervenir.
Además, la prisa y el aceleramiento no suelen ir unidos a la eficacia, pues la gente que se sumerge en una actividad extraordinaria pero irreflexiva suele acabar haciendo mucho, sí, pero en gran parte inútil o innecesario. Su ansiedad por la acción les impide decidir serenamente.
Cuántas veces, una idea considerada con calma, una lectura, un comentario, una argumentación, remueven el fondo de una persona y hacen brotar de ella una claridad y una energía nuevas. Es como si se removiera un pequeño obstáculo que impedía la comunicación con el aire libre, y gracias a eso una vida se llena de frescura y de lozanía.
Como ha señalado Jesús Ballesteros, lo más revolucionario hoy en día es el hecho de pensar. En realidad, pensar es lo que tiene mayor capacidad transformadora, y el ejercicio del pensamiento y su extensión, a través del diálogo y la comunicación, puede ser lo que abra más posibilidades a una vida distinta.
—De nuevo me parece muy bien, pero muy difícil de meter en la cabeza de un adolescente.
Hay algo que puede ayudar mucho en la labor que hagas en tus conversaciones con ellos. Se trata de formarles a través de buena lectura.
Leer es para la mente como el ejercicio para el cuerpo. Y como el tiempo es limitado, conviene afinar la puntería al elegir los libros, para que sean de la máxima calidad.
—Pero si no quieren leer nada que sea de pensar…
Hay muy buena literatura que gusta a los chicos y chicas de esta edad, y que, poco a poco, les lleva a pensar. Tampoco se trata de empezar por cosas muy elevadas.
No importa que al principio sean sólo novelas sencillas o libros de aventuras, porque lo primero que hace falta es que se acostumbren a leer. Hasta que no pierdan el miedo a los libros no conseguimos nada. Es interesante que lean el periódico, alguna buena revista de información general, biografías, historia, buena literatura. Muchas veces se sorprenden ellos mismos al ver que entienden y les gusta mucho más de lo que pensaban.
Es una buena costumbre, por ejemplo, leer en familia. Para eso hace falta que haya en la casa libros adecuados y que los padres fomenten la lectura sugiriendo títulos, leyendo ellos también, procurando que la televisión no esté siempre encendida, etc. Es fundamental el fin de semana y las vacaciones, aunque también es sorprendente lo que se puede llegar a leer al cabo de un año con un simple cuarto de hora cada día.
No digas que leerás cuando tengas tiempo, porque entonces no leerás nunca.
Produce verdadera lástima conocer a personas que son incapaces de sostener siquiera unos minutos una conversación interesante sobre algo ajeno a su especialidad, porque jamás han leído nada con un poco de contenido. Personas que apenas saben lo que sucede en el mundo, porque no leen el periódico. Ni lo que piensa nadie, porque hay muy pocas cosas que despierten su interés.
Bacon decía que la lectura hace al hombre completo; la conversación lo hace ágil; el escribir lo hace preciso. Quienes no se cultivan un poco, parece como si no supieran disfrutar de las satisfacciones que permite el hecho de ser seres inteligentes.
—Efectivamente la lectura es un gran medio de formación, pero supongo que cabe el peligro por exceso, de leer continuamente, o indiscriminadamente…
Hay que leer más y leer mejor. Séneca decía que no era preciso tener muchos libros, sino que fueran buenos. Junto a la capacidad de lectura hay que desarrollar la capacidad de discernimiento, porque las promociones publicitarias de las editoriales y el atractivo de las portadas no son garantía de calidad.
—El problema es que los padres no siempre estamos en condiciones de aconsejarles, sobre todo cuando los chicos van siendo mayores, o si son lecturas algo más específicas.
Te será fácil si pides consejo a alguna persona con experiencia que comparta tus valores, y supongo que no te será difícil encontrarla.
La personalidad y el entorno. Modelos En un reciente congreso de filósofos y pensadores de ámbito internacional se analizaron diversas cuestiones relativas a las corrientes de pensamiento actualmente más en boga. Una de las conclusiones se refería a algo que quizá, a primera vista, puede parecer muy simple. Podría resumirse en que: El atractivo de la persona individual tiene mucha fuerza, más que las doctrinas y que las ideologías.
Lo normal es seguir a las personas, más que a las ideas. Y ese natural deseo de emulación, muchas veces casi imperceptible, no es algo que se reduzca a los niños, o al seno de la familia, o a la educación.
Siempre, pero quizá más en tiempos de controversias ante los valores, emerge con fuerza inusitada el hombre concreto, el modelo individual. Más que ideas generales, se buscan modelos humanos vivos, personalidades concretas que sirvan de referencia. Se escriben y se venden infinidad de biografías. Se buscan vidas que, por su categoría humana o espiritual, sean dignas de admirar o imitar. La gente no quiere teorías, busca la elocuencia de los hechos.
—Pues sería interesante pensar cuáles son los modelos humanos con los que tienen oportunidad de identificarse nuestros hijos.
Chesterton decía que los profesores son las primeras personas adultas distintas de sus propios padres que el niño conoce con cierta continuidad. Y que, por tanto, de ellos es quizá de quienes más aprenda a hacerse adulto.
—Desde luego, parece una razón de peso para elegir bien el colegio al que va.
Por supuesto. Primero sus maestros, y después sus profesores, tienen un gran protagonismo en su educación. Porque hasta el simple trato humano tiene ya un gran poder formativo o deformativo.
De todas formas, quizá de unos años a esta parte ha aumentado bastante la influencia de otros muchos modelos. Un deportista famoso, una cantante, o el protagonista de una película o una serie de televisión, pueden producir en los chicos una fuerte tendencia a asumir detalles que consideran atractivos en el carácter de esas personas.
—Lo malo es que a veces esos modelos son muy poco positivos.
Quizá de ahí arranque la falta de pautas morales válidas en la vida de algunos jóvenes. Es decisivo que quien está a punto de ser hombre o de ser mujer tenga ante sus ojos modelos atractivos y logrados, de modo que pueda adquirir criterios de estimación válidos. No olvides que el entorno es muy importante.
—Debe serlo, porque a veces parece que lo menos importante es lo que decimos los padres. No se sabe por qué, pero a veces parece como si nuestra opinión fuera para ellos la que menos vale…
Creo que es una actitud muy propia del adolescente y contra la que resulta difícil luchar de frente. Quizá de modo indirecto puedas hacer más.
Muchas veces no basta con charlar con ellos y procurar hacerles razonar, porque quizá su autosuficiencia adolescente les retrae de hablar confiadamente con sus padres.
—Entonces, ¿qué puedo hacer si mis hijos son ya adolescentes y no estoy nada seguro de haberles educado con acierto? Por tu parte, todo lo que puedas; pero quizá, considerando esto de los modelos y del entorno, procura también que tus hijos tomen contacto con personas que puedan hacerles bien.
Por ejemplo, resumiendo lo que hemos tratado, puede ser positivo:
Si en las edades clave falla el entorno, de poco sirven los razonamientos teóricos con los hijos. Decía Confucio que no son las malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del campesino. Un colegio equivocado, un lugar de veraneo de bajo nivel moral, o una indigestión habitual de televisión indiscriminada, por ejemplo, pueden echar por tierra muchos esfuerzos hechos en casa por mantener limpias las mentes de los chicos.
Si no se actúa sobre el entorno, puede suceder como en aquel dicho del cadáver en la piscina: mientras no se saque el muerto, de poco vale echar cloro.
Una vieja especie: el opinador El opinador es un personaje que acostumbra a opinar sobre cualquier cuestión, y con una soltura olímpica. No es que sepa mucho de muchas cosas, pero habla de todas ellas con un aplomo que llama la atención. Nada escapa de los perspicaces análisis que hace desde la atalaya de su genialidad.
¿Es que acaso no tengo libertad para opinar?, dirá nuestro personaje. Y darán ganas de responderle: libertad sí que tienes, lo que te falta es cabeza; porque la libertad, sin más, no asegura el acierto.
Pertenecer al sector crítico y contestatario es para esas personas la mismísima cima de la objetividad.
—Pero la crítica puede hacer grandes servicios a la objetividad.
Indudablemente, y ya hemos hablado de cómo la crítica puede ser positiva si se atiene a ciertas pautas. Pero detrás de una actitud de crítica tozuda y sistemática suelen esconderse la ignorancia y la cerrazón. Si hay algo difícil en la vida es el arte de valorar las cosas y hacer una crítica. No se puede juzgar a la ligera, sobre indicios o habladurías, o sobre valoraciones precipitadas de las personas o los problemas.
La crítica debe analizar lo bueno y lo malo, no sólo subrayar y engrandecer lo negativo. Un crítico no es un acusador, ni alguien que se opone sistemáticamente a todo. Para eso no hacer falta pensar mucho, bastaría con defender sin más lo contrario de lo que se oye, y eso lo puede hacer cualquiera sin demasiadas luces. Además, también es muy cómodo, como hacen muchos, atacar a todo y a todos sin tener que defender ellos ninguna posición, sin molestarse en ofrecer una alternativa razonable —no utópica— a lo que se censura o se ataca.
—Tengo la impresión, además, de que quienes están todo el día hablando mal de los demás, tienen que amargarse ellos también un poco la vida.
Sí. Parece como si vivieran proyectando alrededor su propia amargura. Como si de su desencanto interior sobrenadaran vaharadas de crispación que les envuelven por completo. Les disgusta el mundo que les rodea, pero quizá sobre todo les disgusta el que tienen dentro. Y como son demasiado orgullosos para reconocer culpas dentro de ellos, necesitan buscar culpables y los encuentran enseguida.
—Pienso que la agresividad que observan en algunos medios de comunicación produce a veces una actitud demasiado ligera en las valoraciones y que influye bastante en los chicos: creen que aumentan su prestigio intelectual empinándose sobre un exagerado escepticismo crítico.
Sí, y hay que estar atentos, porque se contagian casi imperceptiblemente de esas actitudes, que además muchas veces les lleva a hacer una intensa propaganda de su laxitud ante muchos valores importantes en la educación.
¿Comprometerse? Para algunos padres y educadores, la gran norma pedagógica parece que es: “En caso de duda, apueste usted por el no, elija el estarse quieto”.
Es una mentalidad de gran resistencia a complicarse la vida, de una desusada exigencia de garantías. Tanto temen equivocarse que prefieren esquivar cualquier riesgo, y pasan a vivir como refugiados. Se vuelven un poco solemnes y secos, quizá perfectísimos y superprevisores, y vivirán con un método y una higiene absolutos, pero quizá eso no sea vivir.
No se trata de apostar por la irreflexión, la frivolidad o el aventurismo barato. Pero cualquier objetivo medianamente valioso está rodeado de unas tinieblas por las que hay que avanzar en terreno desconocido. Toda empresa, todo camino en la vida, tiene algo de riesgo, de apuesta, de salto hacia adelante, y hay que asumirlo. Si no, más vale quedarse en la cama por el resto de la vida.
Para que los hijos sean decididos es preciso que vean esa actitud en los padres. Que no se queden paralizados ante la duda. Que no tiren la toalla a la primera dificultad. Que no cambien inmediatamente de objetivo si éste se presenta costoso.
—Pues hay mucha gente emprendedora y audaz cuyos hijos son asombrosamente apáticos.
Es que, además de dar ejemplo, hay que hacer algo más. Quizá esos padres debieran preguntarse si no han superprotegido a sus hijos, si no les habrán dado todo hecho, si no les impidieron tomar decisiones y abrirse camino. Porque con tanto desvelo protector pueden haberles hecho un flaco servicio.
“A mí no me gusta comprometerme con nada ni con nadie”, se oye a veces a esos chicos, con frase lapidaria y sentenciosa (y casi nunca original suya). Y si una cosa no sale a la primera…, “pues lo dejo”. Y parece como si todo fuera transitorio, a prueba, “a ver qué tal”.
Sin embargo, es ineludible comprometerse, porque la vida está llena de compromisos. Compromisos en el plano familiar, en el profesional, en el social, en el afectivo, en el jurídico y en muchos más. La vida es optar y adquirir vínculos. Quien pretenda almacenar intacta su capacidad de optar, no es libre: sería un prisionero de su indecisión.
Saint-Exupéry dijo que la valía de una persona puede medirse por el número y calidad de sus vínculos. Por eso, aunque todo compromiso en algún momento de la vida puede resultar costoso y difícil de llevar, perder el miedo al compromiso es el único modo de evitar que sea la indecisión quien acabe por comprometernos. Quien jamás ha sentido el tirón que supone la libertad de atarse, no intuye siquiera la profunda naturaleza de la libertad.
Desconfiados y resentidos Muchas personas tienen un profundo convencimiento de que en el mundo todo es egoísmo y mezquino interés.
Y como ellos así lo piensan, les parece que lo normal y lo corriente es que todos los humanos sean también, como ellos, unos egoístas redomados.
Viven así una vida empobrecida, parece como que miran siempre de reojo. Son desconfiados. Es algo casi enfermizo.
No hace falta insistir en lo negativo de ese planteamiento para la educación del carácter de los hijos. La familia debe convivir en un clima
Hay padres y educadores que empujan habitualmente a desconfiar, y cometen con eso un grave error.
—Bueno, pero tampoco hay que pasarse por el otro extremo, porque pueden efectivamente acabar siendo unos ingenuos y que luego todo el mundo les engañe y nunca espabilen.
Tendríamos que volver a hablar de aquello de encontrar un equilibrio. Es verdad que ese peligro que dices también existe, pero creo que es bastante menor que su contrario, y, además, es más fácil de corregir.
Repasemos algunas ideas para facilitar un clima de confianza en la familia:
La desconfianza está detrás de los resentidos que, después de recibir una herida, están decididos a no volver a confiar. Detrás de los solitarios, de los desamorados. De los viejos que se esconden desconfiados porque piensan que ya no valen para nada y todos les desprecian. De los enfermos que piensan por sistema que nadie les comprende. De los jóvenes que ven a los mayores como gente que jamás les podrán entender. De los tímidos, que se encierran dentro del propio corazón por miedo a abrirse.