Es muy difícil lograr cambios en el mundo sin el conocimiento de la historia. Cada sociedad, con sus características específicas es un reto para el hombre valioso, que quiere hacer las cosas bien y se da cuenta que está llamado a dar más de sí, a exigirse, a luchar, para llegar a las metas, no previstas por él sino por el Señor de la historia, Aquel que tiene los planes más importantes para el mundo y quiere llegar a todas las gentes, de todas las épocas, sin distinciones, para hacerlas felices con un destino final muy superior a las mejores riquezas de este mundo.
El hombre en la historia tiene trazado un camino exigente para llegar a su fin: per aspera ad astra, un camino áspero, difícil, lleno de contrariedades pero que termina en las estrellas.
Mons. Orbegozo pocos días antes de morir comentaba que había ido siempre a contrapelo. Luego en el umbral de la muerte continuaba avanzando de la misma manera hasta el final, ofreciendo los dolores sin quejarse y haciendo bromas divertidas. Las figuras de los payasos que le gustaba coleccionar, tenían su filosofía: ir a contrapelo y sonreír. Vivir para hacer sólo la Voluntad de Dios y ser fiel hasta el final.
Conocer la historia de buenas personas Conocer la historia es un deber para una persona que quiera hacer el bien. Conocer la historia es también contar con la experiencia de los buenos, valorar los trabajos bien hechos, reconocer los frutos y querer el buen camino. Es una meta que todo hombre debe conquistar. Las personas buenas son las que han sabido caminar a pesar de las dificultades.
La historia nos permite conocer mejor al hombre, con sus virtudes y defectos. Al que lucha por un ideal sin irse para atrás, al humilde que sabe contar con los demás y trabajar en equipo, al grande que se hace pequeño por amor. Conociendo la historia podemos agradecer a quienes dieron realmente sus vidas, sacrificándose por los demás y por un motivo correcto.
El hombre debe conocer la historia del mundo, la de su país y la de su pueblo. El fiel debe conocer la historia de la Iglesia universal y local, la historia de los santos y de las vidas ejemplares.
Quien conoce la historia se siente propietario de un tesoro que no tiene precio. Pero en estos casos el sentido de la propiedad no es egoísta, se quiere dar a conocer a todo el mundo. Hay tantas cosas buenas que ocurren y no se conocen. El mundo que está acostumbrado a publicar lo malo, hace daño con esas visiones negativas, que aunque sean verdad, son parciales y limitadas.
Hoy más que nunca es importante dar a conocer el bien, para formar las cabezas y los corazones de los hombres. Los seres humanos necesitamos de la ejemplaridad de los hombres que supieron vivir coherentemente, de acuerdo con la verdad y gastando sus vidas por ideales nobles. Brille vuestra luz delante de los hombres de modo que glorifique a nuestro Padre que está en los Cielos (Mt. 5,16).
40 años después Como en los grandes días de fiesta la noche del 2 de octubre de 1997 fue más larga que las demás. Al terminar la ceremonia los rostros de las gentes irradiaban alegría mientras se desplazaban con orden hacia la puerta de salida. Retornaban a sus casas después de haber vivido un día de acción de gracias y de haber estado con los primeros que llegaron a Yauyos.
En el seminario mayor se habían dispuesto las cosas para que anfitriones e invitados hicieran un brindis por los 40 años de la Prelatura.
La tertulia de sabor ancestral, parecía una reunión del estado mayor después de haber ganado la guerra, pero en estos casos la guerra no tiene fin, ¡qué panoramas de futuro, aquí en la Prelatura y para toda la Iglesia en el milenio que se avecina! Estamos en los avatares de toda una generación y la prelatura es ahora, gracias a Dios, un hontanar de vocaciones para la Iglesia.
Más tarde en el living del obispado los sacerdotes asistían a una tertulia familiar con Mons. Orbegozo. ¡Qué reunión más entrañable! –recordaba uno- aquí se encuentran los sacerdotes jóvenes junto a los históricos. En efecto allí estaba Mons. Enrique Pélach que con sus 80 años cumplidos y un cigarrillo en la mano sonreía y apuntalaba, con una memoria prodigiosa, los relatos de Mons. Orbegozo. Era el obispo con su vicario después de 40 años. Buen artista, de sentimientos finos y un excelente taumaturgo, con proyectos bien elaborados al servicio de los demás. Aún continúa, lápiz en mano, diseñando nuevas iglesias para Abancay (estaban también Mons. Frutos Berzal, el primer párroco de Yauyos y uno de los cinco primeros sacerdotes, los padres Agapito, Plácido, Esteban y Eulogio que estuvieron trabajando en la Prelatura en distintos años. Allí se encontraba también el Vicario del Opus Dei en el Perú Mons. José Luis López Jurado y muchos sacerdotes mayores y jóvenes de la Prelatura).
En esta noche de fiesta Mons. Orbegozo estaba especialmente lúcido y locuaz. Las anécdotas de los inicios que se han contado tantas veces sonaban a nuevas y eran un motivo constante de acción de gracias. La emoción no se podía esconder, lo único que se temía era la hora que amenazaba avanzando y que iba a terminar con nuestra reunión. Al poco rato tuvimos que lamentar el final de la tertulia, que nos pareció brevísima. Nos fuimos felices de haber estado en ese momento histórico y único con los pioneros de la Prelatura, 40 años después del día en que llegaron.
Aquellos primeros tiempos Mons. Frutos Berzal, uno de los cinco primeros sacerdotes, tiene un aspecto juvenil envidiable, conversar con él es como tener un libro abierto sobre la historia de la Prelatura, recuerda con verdadera nostalgia los primeros años de Yauyos cuando había que ir a caballo o a pie por aquellos accidentados caminos de la sierra. El Beato Josemaría le regaló un libro de cocina que hasta ahora lo conserva junto a otros tesoros de esos años: fotografías, cartas y algún apunte que vale la pena guardar.
Cuando nos habla de los comienzos no puede ocultar su emoción y algunas veces prefiere no seguir para no ponerse sentimental, pero como la historia hay que contarla para los que vienen después, accede rápidamente a todo lo que se le pregunta.
Nuestro objetivo de ahora no es el de escribir la historia de Yauyos sino poder contar lo más significativo de los comienzos. Le pedimos a Mons. Frutos que nos haga un brevisimo resumen de lo más relevante y nos mira un tanto desconcertado, como si no llegáramos a entender que ¡hay tantas cosas que contar! y que ¡lo más importante es todo! Efectivamente, todo resultaría interesante y al mismo tiempo importante.
— Fueron años de trabajar en equipo –empieza su relato Mons. Frutos haciendo un esfuerzo de síntesis–, se vivía siempre la fraternidad, el pensar en el otro. En mí están muy grabadas las veces en que me pedían ir a buscar al hermano que no llegaba, en acudir para ayudar al que había sufrido un pequeño accidente, a ir a la vera del que apenas sabía montar a caballo o ir a buscar una pequeña comida sencilla y apetitosa para que un sacerdote no sintiera la ausencia de su madre. Vivíamos muy acompañados de Mons. Orbegozo, visitando todas las parroquias por los agrestes caminos de la sierra de Yauyos para dar aliento y ánimo a todos. Mons. Orbegozo era un padre, un hermano, un hombre santo e inteligente a quien la Iglesia del Perú le debe mucho.
Interrumpe el relato movido por la emoción mientras saca unos papeles para enseñarnos algo.
— Estas son unas cartas que Mons. Orbegozo escribió en aquellas épocas, aquí está la fecha –dijo señalando una de ellas– es de 1958, al año siguiente de haber empezado…, y lee un párrafo dedicado a los sacerdotes: “Puedes imaginarte mi alegría, mi orgullo y todo lo que quieras por esos sacerdotes que son heroicos hasta decir basta, alegres, humildes y dóciles. ¡Jamás encuentran tropiezo, nada es difícil, todo se puede! Para mi son estímulo permanente y fuente de maravillosa paz. ¡Otro gran milagro de la Gracia…! Las parroquias de la Sierra Nos parece muy interesante el relato de la Toma de Posesión, es emocionante escuchar lo que nos cuenta, pero quisiéramos ir más lejos y conocer cómo era la vida diaria de aquellos primeros sacerdotes que llegaron de España a Yauyos, y seguimos preguntando: — Seguramente fue un día impactante e histórico para todos los que se encontraban allí, el 2 de octubre de 1957 pero al día siguiente cuando se fueron todos los invitados ¿Qué ocurrió? — Al amanecer salí por el portachuelo hacia Ayavirí –eran 12 horas a caballo– para celebrar la fiesta del pueblo. Yo era el párroco de Yauyos y los demás viajaron para tomar las riendas de sus parroquias, algunas eran tan grandes como sus diócesis de origen.
El P. Alfonso fue a Ricardo Palma, atendía el valle de Santa Eulalia y subía a Casapalca; el P. José de Pedro fue párroco de Matucana y un año fue considerado héroe porque salvó a todo el pueblo de un huaico, lo mismo le ocurrió años más tarde al P. Ignacio Hernandez. Matucana tiene dos padrecitos héroes. El P. Jesús María fue a Huarochirí. Mons. Enrique Pélach que era vicario General y Mons Orbegozo residían en Yauyos.
Notábamos que Mons. Frutos se encontraba muy a gusto conversando y recordando los albores de esa empresa divina; contagiados de su entusiasmo con alborozo continuamos el diálogo: — Era realmente una labor de titanes el trabajo que tuvieron que realizar, con esas extensiones de territorio y esas condiciones de vida. Nos habían contado que rara vez se encontraba a un sacerdote por esas zonas, no obstante la gente aún conservaba sus antiguas costumbres cristianas, por ejemplo hacían la Vela al Santísimo todos los primeros viernes, sin tener la Eucaristía, rezaban frente a la Custodia.
Parecía que todos estaban muy protegidos por la Providencia y ustedes también porque nunca tuvieron un accidente de consideración, sólo pequeños sustos… — Alguna caída de caballo, raspetones… y el obispo era el primero que se preocupaba nosotros aprendíamos.
La actividad pastoral en la zona andina Quien hace un viaje a la sierra se topa con la majestuosidad de los Andes: sus enormes cordilleras y sus variados paisajes son el atractivo de aventureros y turistas. Sin embargo son muy pocas las ciudades grandes que ofrecen un futuro de progreso a los hombres si las comparamos con la infinidad de pueblos de escasos recursos.
En nuestra sierra peruana suelen convivir desde hace siglos la belleza de los paisajes con la pobreza de vida de sus habitantes, salvo contadas excepciones, que no se dan en nuestra Prelatura.
La sierra de Yauyos y Huarochirí no es atractiva para el hombre que busca un trabajo bien remunerado que le permita sostener a su familia y educar bien a sus hijos. Las escuelas carecen de recursos, no hay universidades, es difícil encontrar calidad en los centros de enseñanza y la gente que quiere destacar suele emigrar a otros lugares en busca de mejor suerte. Esta es la realidad de nuestra sierra.
Siempre han existido muchos proyectos para el progreso y desarrollo de las zonas más deprimidas que ayudan a resolver los problemas más urgentes. Proyectos asistenciales y de promoción humana, necesarios para la gente. ¡Qué hubiera sido de ellos sin esas ayudas! Son esfuerzos e iniciativas que hay que agradecer porque ayudan a vivir una mejor solidaridad entre los hombres. Pero los proyectos no son suficientes, unos porque no están bien enfocados, por problemas coyunturales que muchas veces son inevitables y otros porque terminan cuando cumplen con su función. Son esfuerzos que valen la pena, pero limitados. Para el progreso de los pueblos son necesarias las personas. Es el hombre como proyecto, que aporta con su propia vida y sus virtudes lo que él es. El hombre que debe responder con su actuación lo que es propio de su finalidad: ir a Dios y llevar a otros hacia Dios. Este proyecto siempre funciona, va acorde con el ser del hombre.
La Iglesia y el crecimiento del hombre La Iglesia católica llega donde están las almas sin hacer distingos de razas, culturas o condiciones económicas. Su misión es salvar a todos y para eso envía a sus pastores a los lugares más apartados, aunque haya carestía de recursos. Y no va para resolver un problema político o social, sino para extender el Reino de Dios en la tierra.
La misión de los sacerdotes es pastoral: organizan la catequesis, la asistencia de los fieles con los sacramentos, la búsqueda de vocaciones y ser instrumentos de unidad. El Sacerdote está unido a la Iglesia universal: al Santo Padre, a su obispo, a los demás sacerdotes y a los fieles. Es un sacerdote de la Iglesia, un ministro de Dios.
Todos los sacerdotes procuran cumplir con la misión que Dios encargó a los apóstoles: Id y predicad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos (Mt.28,19-20).
Misión y vida de los sacerdotes rurales A todos los sacerdotes que venían a trabajar a la Prelatura se les explicaba como eran las condiciones de vida que se iban a encontrar. Ellos, por ser sacerdotes y por querer venir a lugares de escasos recursos ya tenían una buena disposición para adaptarse.
Los que llegaron se adaptaron rápido. Aceptaron las limitaciones y estrecheces sin hacer aspavientos. No hicieron grupos a parte, ni buscaron comodidades para ellos. Vinieron y se hicieron del lugar con mucho cariño. Se sentían peruanos, yauyinos, cañetanos, etc. Vivían felices y la gente los consideraba como suyos. Ellos saben que su corazón está también aquí, entre la gente de esta tierra que los recuerda con cariño.
Fueron conscientes la misión que debían cumplir como sacerdotes de la Iglesia católica. No venían a una aventura, ni como asistentes sociales, tampoco huyendo de otra realidad. El tipo de identificación que tiene un aventurero o un personaje original con el pueblo no tiene nada que ver con la identificación de un sacerdote que aspira ser santo y quiere que su pueblo se acerque a Dios.
La labor de formación les exigía un constante sacrificio. La ignorancia y la miseria eran obstáculos de consideración, también las ideologías anticatólicas que penetraban en esos ambientes, hoy las sectas. La promiscuidad por falta de recursos y el alcoholismo continúan siendo dificultades que impiden un crecimiento armónico.
Los sacerdotes, conducidos por su obispo fueron organizando la pastoral poco a poco y con mucha iniciativa: concursos de catecismo en los colegios, Asociación de Acólitos, formación de catequistas, clubes juveniles y muchas horas dedicadas a confesar y administrar sacramentos. La gente iba respondiendo y se sentían felices por el progreso espiritual que experimentaban: familias sanas, gente piadosa, vocaciones.
La primera vocación para el sacerdocio surge de un niño que bajaba de las minas de las alturas de San Mateo para cumplir con el precepto dominical y ayudar al P. José Pérez. Poco a poco fue creciendo en el amor a Dios y el sacerdote lo envió al seminario menor de la Prelatura. Cuando terminó sus estudios se ordenó, al poco tiempo se fue a estudiar a Europa y regresó con un doctorado en teología. Ese niño en Mons. José María Ortega, el actual rector del seminario mayor.
Los detalles de la vida de los sacerdotes de la Prelatura de esos primeros años están recogidos en un libro que ha dado la vuelta al mundo con varias ediciones en castellano y una francesa: Yauyos, una aventura en Los Andes, del P. Samuel Valero, sacerdote que trabajó en la Prelatura en aquellas épocas de los comienzos.
Tomado de: www.3i.com.pe/pych/index Prelatura de Yauyos Cañete y Huarochirí