No huye el que se retira;
por que has de saber, amigo Sancho,
que me he retirado, no huido;
y en esto he imitado a muchos valientes,
que se han guardado para tiempos mejores,
y de esto están las historias llenas.
Don Quijote de la Mancha
Siempre el mismo regate
El regate de la tentación es muy parecido en todos los ámbitos de la vida humana.
Si una persona quiere abandonar el alcohol, pero tiene a mano la botella, y su deseo es más fuerte que su razón, sucumbirá tarde o temprano. Y eso aunque luego no tarde mucho en darse cuenta de que la tentación le ha vuelto a engañar de nuevo. Y que además le ha engañado con el mismo quiebro de siempre.
Toda persona tiene en su interior zonas más o menos extensas de oscuridad, de confusión, de ofuscación. Momentos de obcecación que hacen posible que ejecute una acción mala atraído por los aspectos engañosamente buenos que esa acción presenta.
Quizá por eso, la mejor baza de la tentación siempre ha sido lograr que, mientras dure, el resto del mundo parezca carente de interés. Su gran logro es cortar cualquier discurso racional en contra del deseo. Por eso, en muchos casos, lo más inteligente, la forma más segura de preservar la lucidez de la mente, es, simplemente, mantenerse a cierta distancia de la tentación. Conociendo la fuerza del instinto y la resistencia de la propia voluntad, sabremos a qué podemos exponernos y a qué no.
Es lo que, según cuenta la Odisea, decidió hacer Ulises al pasar por delante de aquel lugar en que todos los navegantes quedaban embaucados por el canto de las sirenas y acababan perdiéndose contra los arrecifes. Ulises pidió a sus hombres que todos se taparan con cera los oídos, y que a él le ataran con cuerdas al mástil del barco, y ordenó que no le soltaran por mucho que luego lo pidiera. Así lo hicieron, y gracias a eso logró superar aquel difícil trance. El mérito de Ulises no estuvo en su resistencia en el momento de la tentación, sino en el previo reconocimiento de su propia debilidad. Ulises sabía de la gran fuerza del instinto y de la flaqueza de su voluntad, pese a ser un gran héroe. Sabía que no resistiría a la incitación de ese momento y tuvo la lucidez de precaverse.
Todas las personas pasamos con frecuencia también, como Ulises, por mares y costas peligrosas. Somos atraídas por deseos que nos seducen y nos pierden. Escuchamos voces sugestivas que se alían con nuestra debilidad. Por eso, como hemos dicho, lo más inteligente mantenerse a cierta distancia de la tentación. Porque no debemos olvidar que es difícil tomar contacto temerariamente con el vicio y no dejarse luego arrastrar por él.
Desarrollar buenas razones
Para hacer frente al viejo regate de la tentación, es preciso, en primer lugar, hacer un serio esfuerzo por clarificar la inteligencia. Así se consolidarán las propias convicciones morales y serán más firmes.
Por ejemplo, es importante desarrollar argumentos y razones interiores que ayuden a hacer frente a esos deseos no legítimos.
- Quizá a un chico o una chica joven le ayude pensar que, si no aprende a dominar su pasión sexual en la juventud, igual o más difícil le resultará después ser fiel en el matrimonio, con la consiguiente amenaza para la estabilidad de su futura familia.
- A otros, les convendrá entender que la obsesión por el sexo desnaturaliza el trato entre chicos y chicas, y lleva con facilidad a una relación insulsa y zafia.
- O considerar que el señorío sobre la sexualidad es básico para poder amar limpiamente a quien en el futuro vaya a ser la madre o el padre de sus hijos.
- O pensar quizá en que esa persona a la que está induciendo al sexo tiene una familia —unos padres, o bien un marido o una mujer, o unos hijos—, que han puesto en ella tantas ilusiones y esperanzas, y está poniendo en grave riesgo su honestidad.
- O darse cuenta de que aprender a tratar con mayor consideración a la mujer o al varón aumenta la probabilidad de elegir pareja con acierto cuando llegue la hora.
- O comprender que abalanzarse sobre el placer es un acto de egoísmo que se acaba pagando con el tiempo (a veces, al poco tiempo).
Si se piensa serenamente, es poco sensato vivir tan pendientes del sexo. Cuando una persona no se esfuerza en dominar sus impulsos sexuales, estos tienden a invadir el espacio natural de otros intereses y proyectos mucho más decisivos en la construcción de la propia vida. Dejar que el sexo ocupe demasiado espacio en la propia vida conduce a la ansiedad y la decepción.
—De todas formas, no es fácil mantener a raya una pasión únicamente a base de argumentos y de consideraciones de tipo intelectual.
Está claro que no basta con el mero conocimiento del bien para practicarlo. Pero comprender con claridad que algo es malo ya es un paso, y un paso importante.
Estas consideraciones sobre la castidad me recuerdan lo que me contaba no hace mucho un viejo amigo mío, bien situado en la vida y con un cargo profesional importante, al que habían intentado sobornar. Le ofrecieron dinero de forma muy delicada e indirecta, como suele hacerse. No tenía que hacer nada, bastaba con que no preguntara por un determinado asunto. La cantidad que le ofrecían era muy importante.
“Te puedo asegurar —me decía— que esa tentación del dinero no legítimo es muy parecida a la del sexo no legítimo. ¡Es tan fácil, tan seguro, tan apremiante, tan fascinante…! Creo que si lo superas es porque dices inmediatamente que no y pones tierra por medio. Si no, acabas cayendo. Luego quizá te intentes convencer de que es lo normal, que no pasa nada, que no hay que exagerar, que va a ser solo una vez, que lo hace todo el mundo, que no hace falta darle más vueltas… La realidad, lo sabemos todos, es que los que caen no suelen caer solo una vez, y que no es cierto tampoco que no pase nada, ni que lo haga todo el mundo, ni que no haga daño a nadie…”
Empleamos la misma voluntad para rechazar la lujuria que para rechazar una comisión ilegal, trabajar bien, sacrificarnos por los demás o decir la verdad cuando cuesta hacerlo.
Es obvio que no todo lo que nos apetece nos conviene. Me gusta tomar el sol, pero debo tomarlo con moderación para no quemarme; me gusta comer bien, pero tengo que cuidar de no engordar como una foca; no me apetece estudiar, pero si no lo hago suspenderé; tengo a veces impulsos de irascibilidad, pero no debo decir lo primero que me venga a la cabeza; siento impulsos sexuales, pero no todos ellos deben satisfacerse. Son ejemplos de deseos personales que cuando se satisfacen sin respetar lo que exige su naturaleza producen un deterioro, que luego exigirá, según los casos, un tratamiento para las quemaduras, una dieta más rigurosa, más horas de estudio, una petición de perdón y, en general, un renovado esfuerzo por recuperar el terreno perdido en la virtud correspondiente, cosa que no siempre será fácil. Una persona fortalecida en la educación de sus impulsos será capaz de hacer justicia a la dignidad que merece.
Contar con otros factores
Hay otros factores que también desempeñan un papel importante en apoyo de la razón. Por ejemplo:
- Fortalecer la voluntad. No hay que rendirse con la excusa de que tarde o temprano se acabará por volver a caer en ese mismo error. Como decía C. S. Lewis, “las personas hambrientas buscan alimento y las enfermas buscan salud, pese a saber que, tras la comida o la curación, les siguen aguardando todavía los comunes altibajos de la vida”.
- Eludir situaciones de riesgo innecesario. El deseo sexual es un impulso muy intenso, pero relativamente breve en el tiempo, y las más de las veces inducido por un estímulo muy puntual. Lo más inteligente y menos costoso es procurar no exponerse tontamente a esas situaciones que cada uno conoce bien.
- Buscar el auxilio de sentimientos favorables. El correcto uso de la sexualidad está asociado a toda una serie de sentimientos humanos nobles; en cambio, el abuso del sexo conduce a muchos problemas sentimentales y afectivos.
- Centrar la vida en los demás. En ocasiones, la razón se oscurece porque estamos encerrados en un individualismo que lo distorsiona todo. Habrá entonces que desarrollar acciones concretas de generosidad hacia las personas que tratamos, descubrir sus necesidades y procurar atenderlas, pensar más en ellos, visitar a compañeros enfermos, ayudar a los más desfavorecidos, prestar servicios de utilidad social, etc.
- Contar con la ayuda de Dios. Para clarificar su inteligencia, la persona creyente no debe desdeñar ni los argumentos que le aporta la razón ni los que le aporta la fe. Para fortalecer su voluntad debe apoyarse en su propio esfuerzo, pero también debe contar con la ayuda de Dios. Y para educar su afectividad, puede ayudar mucho contar también con el deseo de agradar a Dios. Lo mejor es no prescindir de ninguna de esas ayudas, pues cualquiera de ellas puede ser decisiva en determinado momento. Contar con Dios es decisivo, pues lo basado únicamente en la propia razón, el propio esfuerzo o las propias motivaciones, puede un día resultar insuficiente en medio de la tempestad de la tentación, en la que a veces se desploman, como un castillo de naipes, muchas otras consideraciones.
A mí no me afecta
«Hace ya unos meses que nuestro matrimonio pasa una crisis —explicaba una mujer de unos cuarenta años.
»Puede parecer una tontería, pero fue a raíz de la lectura de un libro cuando empecé a pensar que mi matrimonio no me satisfacía, que no era feliz.
»El caso es que me encantaba esa escritora. Me leí todas sus obras. Cada vez me gustaban más. Me ayudaban a comprender que en la vida hay muchas cosas que disfrutar, y que después de mis quince años de matrimonio y mis cuatro hijos hasta ahora apenas había podido hacerlo.
»Además, tengo una amiga a la que le ha pasado algo parecido. La he conocido hace poco, y supongo que ha influido mucho en mí. Me ha hecho ver que en la vida hay algo más que la familia.»
Siguió hablando bastante tiempo. Explicó con detalle a la Madre Angélica toda su situación. Apenas había nada objetivo en aquella crisis matrimonial. Sin embargo, aquella mujer estaba a punto de alterar por completo su vida. Anhelaba el romance. Quería vivir las emociones de su amiga recién divorciada. Todo en su vida estaba ahora enfocado hacia la satisfacción, al estilo de una novela rosa, y estaba dispuesta a pagar por ello el precio que hiciera falta.
Si un año antes hubieran preguntado a aquella mujer si creía que un puñado de novelas rosas y una amiga un poco frívola podrían destrozar su matrimonio, se habría reído de buena gana. Pero deslizarse por esa pendiente es más fácil de lo que a veces uno se imagina.
Hay momentos en la vida en que a duras penas se logran controlar esas influencias, pero esas ocasiones son precisamente las más importantes, y esa mujer se encontraba en un momento sumamente vulnerable.
Es difícil saber a priori cuáles serán los pequeños incidentes que a cada uno puedan afectar, pero están ahí, normalmente incubándose detrás de pequeñas claudicaciones o mentiras que jalonan la vida de una persona:
- Cuando entras en esas páginas web, o mantienes esos contactos, y dices que puedes controlarlo, te engañas a ti mismo.
- Cuando ves esas películas “para adultos” y dices que no te afectan, es fácil que te estés mintiendo a ti mismo.
- Cuando entras en determinado lugar, o cuando propicias determinados encuentros, y dices que solo buscas un rato de conversación, o distraerte un poco, es probable que hayas acabado por creerte tus propias mentiras.
No conviene engañarse. Esos incidentes no son tan insignificantes. Cada uno de ellos tiene importancia. Además, no es tan fácil controlarlos. No hay que ser presuntuoso: es probable que tu autocontrol no sea tan fuerte, y estás arriesgando con cuestiones importantes.
Hay situaciones a las que hay que procurar no llegar nunca. Para cada persona hay cierto tipo de circunstancias en las que es enormemente vulnerable. Son momentos en que toda la lógica del mundo, todo el sentido común del mundo, parecen quedar reducidos a unas flacas fuerzas incapaces de competir con la avasallante zancada de la pasión sexual, que inflama a la persona, invade sus sentidos, excita su cuerpo, envuelve sus sentimientos y se adueña de su corazón.
La persona sensata debe saber que necesita algo más que sentido común para hacer frente a la lujuria: es necesario alejar las ocasiones propicias. Cada vez que resistas a la tentación frente a la pornografía, reforzarás tu voluntad y estarás mejor preparado para cuando se presente de nuevo. Y evitando esas otras ocasiones, que conoces bien, te harás más fuerte y te darás más cuenta de que en realidad todo eso te está haciendo bastante daño. Y cuando dejes de ver a la persona con quien desearías tener una relación adúltera, adquirirás mayor fuerza para alejar los sentimientos de lujuria. Reconocer los límites de la propia debilidad es siempre un síntoma de sabiduría.
Alfonso Aguiló