Sor María Luz lleva 25 años dedicándose a la pastoral penitenciaria y no tiene ninguna intención de abandonar su tarea. Cada mañana se levanta a las cinco y media para tener un rato de oración y coger fuerzas -«porque yo sola no puedo hacer nada»- antes de entrar al patio de una cárcel y hablar del amor de Dios a violadores, toxicómanos, criminales y atracadores. Se llama María Luz, pero los presos la conocen como «sor Tripi», porque, dicen, sus palabras les ponen más eufóricos que cualquier droga.
– ¿Qué es lo que más le gusta de esta tarea? – Dedicarme a ellos, que tienen vidas tan rotas, que nunca han recibido amor de nadie. Es maravilloso poder darles el amor de Dios que recibo cada día en la oración, decirles, aunque sean criminales, «Tú corazón es bueno y está hecho a imagen y semejanza de Dios. Esas heridas que tienes sólo Cristo las puede curar. Tú eres importante y especial para Dios. Él te ama tanto que sólo quiere que seas feliz. Aunque tú hayas andado a tu rollo, Él viene a rehacer tu vida».
– ¿Y cómo reaccionan los presos? – Muchos se ponen a llorar al ver que Dios les ama realmente. Una vez, en la cárcel de Carabanchel me querían prohibir ver a un preso porque era muy peligroso. Al final conseguí hablar con él y se dio cuenta de que era hijo de Dios. Empezamos a hablar y le dije la verdad: «Dios te ama mucho. Eres capaz de rehacer tu vida si te apoyas en Él». Se puso a llorar y a contarme cosas de su vida y, sobre todo, empezamos a orar. Siempre llevo la Biblia y les hablo desde la Palabra para tratar de su vida. Cuando un criminal dice: «Cristo, te adoro como Dios y Señor; creo que Tú has venido a salvarme, estoy dispuesto a abandonar el pecado», es capaz de cambiar de vida. Me preguntan: «¿Eso es verdad?, ¿Dios me quiere?, ¿A mí?». Y se sienten felices al ver el amor gratuito de Dios.
– Debe ser una tarea muy dura, ¿de dónde saca las fuerzas? – Los presos me dan mucho más de lo que puedo darles yo. Dios se identifica con ellos. No quiere que estén ahí, pero no los deja sólos. Jesucristo sufrió en la cruz de una forma desgarradora y terrible, pero eso no es nada comparado con lo que sufre por los hijos que pasan de él. Yo no puedo dejar de ir a verlos. Es más fuerte que una droga. Te quieren por la alegría que les das en ese infierno terrible que son los patios. Si veo a uno llorar, le doy un abrazo. Y le digo: «¿Sabes lo que te ama Dios, que a mí me da fuerzas, aunque soy mayor, para venir a verte y decirte que te quiere?».
– Escuchar a presos debe ser duro…
– A veces sí, porque cuentan cada historia… Hay padres que los han violado, prostituido, explotado, pegado… ¡Cómo no voy a ir, si me dicen «si hubiese conocido a Cristo antes, yo no estaría aquí»! – ¿Ha visto muchas conversiones? – ¡Sí! Dios se manifiesta a través de ellos. Cristo está en ellos, a mí me enseñan, me evangelizan. Algunos cambian. Pasan de ser agresivos a ir con la Biblia y el rosario por el patio. Y dicen entre sí: «Tío, Jesucristo ha cambiado mi vida totalmente; su poder es increíble». Y eso que los patios son un infierno. Voy a la cárcel porque veo la alegría que a través de mí da el Señor a mis hermanos.
– ¿Se siente alguna vez impotente? – Muchísimo. Él ha venido a salvarnos y hay tantas veces que no soy capaz de transmitirlo. Me da paz saber que todo está en sus manos. Yo no hago nada, es Cristo quien lo hace.
– ¿Cómo le gustaría terminar esta entrevista? – Con una bendición a los lectores, para que lean buenas noticias y vean la presencia de Dios en el mundo.
Entrevista de José Antonio Méndez en La Razón, 10.III.06