Sin duda es una mujer especial. Ama la cocina y el campo (vive con caballos, perros, gatos y cabras). Le gusta tocar la flauta, leer y, sobre todo, escribir. La autora de «Donde el corazón te lleve» y «Respóndeme», ha fundado varias asociaciones benéficas y dice odiar todo lo que sea estrecho: desde los vestidos hasta los sentimientos y las ideologías. Susanna Tamaro, de 44 años y una de las heroínas de la literatura actual (nueve millones de copias vendidas de «Donde el corazón…»), vive esquivando las tortas lo mejor que puede en un mundo en el que parecen pulular las malas lenguas. ¿Será la envidia? Ella misma, aburrida ya y algo ajena, confiesa: «Han dicho de mi que he intentado suicidarme, que soy una neurótica, budista, new age, fascista e integrista católica». En fin, una cosa es cierta, y es lo que ha dicho de sí misma en una entrevista concedida a Michele Brambilla y recogida en el libro «Gente que busca. Entrevistas sobre Dios», del periodista italiano. Susanna no se avergüenza de publicar en la revista «Familia Cristiana» y en San Paolo, una gran editorial, pero… católica. Es decir, una editorial, «perteneciente a otro mundo , ignorado por la cultura oficial», en palabras de Brambilla.
«Soy católica» Incluso en el mundo católico hay quien piensa que es adepta de la Nueva Era (New Age). «Eso es una estupidez explica Susanna al periodista. Yo creo que Dios se ha encarnado en Jesús, que ha muerto y ha resucitado. Soy una católica practicante, no una secuaz de la New Age. La cual, es una espía de la necesidad de sagrado que tiene la gente, y esto debería, más bien, hacer reflexionar a los sacerdotes: si tantas personas terminan en ciertas sectas o movimientos, quizá es porque la Iglesia no consigue responder a la demanda de lo sobrenatural». Y añade modestamente: «A veces, me parece, se insiste demasiado en la ética, con el riesgo de mostrar la fe como un paquete de preceptos y no aquel mensaje de profunda liberación que es. Sólo quien vive la fe experimenta cuánta paz viene del respeto de la ley de Dios.
En su última obra, «Ánima Mundi», una religiosa simboliza la Gracia, con la que Susanna quiere mostrar que la Salvación viene de fuera, dando así una lección a los que se creen amos de su vida y del propio destino, y no aceptan la idea de ser salvados por Otro. «Mis libros no son de consumo, sino de reflexión, si los críticos me censuran no me importa nada». Queda patente la decisión de esta mujer de no ocultar su fe con la intención de hacer guiños al mercado.
Para Susanna cada palabra es una semilla y el terreno donde se siembra es el corazón del hombre. Recientemente decía durante un discurso pronunciado en el Encuentro Internacional para la Paz organizado por la Comunidad de San Egidio: «Hay palabras instigadoras y palabras reflexivas, palabras que explotan en forma de rabia y de resentimiento y otras que, en cambio, son capaces de detener cualquier tipo de explosión. Precisamente por eso la escritura consume, porque es un peso, y ahora más que nunca, una responsabilidad».
¿Y cómo construir la paz? En su alocución apuntaba que el mal no se puede vencer con el mal, pero tampoco con la retórica del bien y de los buenos sentimientos. «Combatir el mal con el mal conduce a un círculo vicioso cada vez más estrecho. Tendremos que sembrar más palabras continúa. Palabras que golpeen, que hieran. Palabras que hagan levantar la vista. Palabras que, en la estación justa, sepan germinar y transformarse en plantas. Las plantas de la esperanza, del amor y la misericordia».
Idolatría Tamaro no tiene reparo en hablar de la existencia del pecado, y así, nos advierte de que «el pecado de este tiempo y de todo tiempo no es el mal, sino la idolatría. Ella es la que conduce al hombre a la deriva y transforma la historia en una carrera sin frenos hacia la aniquilación.
En cuanto a la paz interior Susanna explica que practica el yoga y las artes marciales porque le ayudan a la reflexión, el equilibrio interior y también a la oración, pero las considera tan sólo técnicas. Sabe que a Dios no se le alcanza a fuerza de puños y admira la sencillez evangélica, que es la que nos acerca a la entrada al Reino de los Cielos.
Altagracia Domínguez, La Razón, Madrid, 9.X.02