La sátira
es una crítica que, casi siempre,
se transforma en disculpa.
Eduardo Terrasa
Falta de pluralismo
—Algunos afirman que en la Iglesia hay poco pluralismo, porque se quita de sus puestos a quienes manifiestan honrada y sinceramente su disconformidad con la doctrina oficial.
No dudo que las personas que han sido sancionadas por ese motivo hayan llegado de forma sincera a esas opiniones que se apartan del Magisterio de la Iglesia. Y tampoco dudo que las defiendan con honradez. Lo que parece poco honrado es que quieran continuar enseñando esas opiniones no católicas en las iglesias, aulas o catequesis de la Iglesia católica.
Un hombre que se ganara la vida como representante de una empresa, una fundación, un partido político, un sindicato, o cualquier otra organización, puede honradamente cambiar de opinión y hacerse sinceramente seguidor de otra empresa, partido o sindicato, y pasar entonces a defender rectamente otras ideas. Lo que no sería nada honrado ni recto es que quisiera seguir como representante de uno apoyando la política de otro (y además cobrando su sueldo de aquel a quien ataca). Cuando la Iglesia católica retira a alguien el permiso para enseñar en su nombre no hace más que aplicar el sentido común.
—Pero la Iglesia podría ser más sensible a las propuestas de cambio que hacen algunos, incluso desde dentro de la Iglesia…
Me parece que la Iglesia es una institución en la que hay una gran pluralidad de opiniones, y en la que se puede hablar con bastante más libertad que en la mayoría de las instituciones de nuestro tiempo. Pero la Iglesia predica el cristianismo como cree que es, como lo ha recibido de Jesucristo, no como le gustaría que fuera a un colectivo pequeño o grande de una época o de otra.
La Iglesia está vinculada a una herencia que ha recibido, de manera semejante, por poner un ejemplo, a como puede estar vinculado un científico a los resultados de su experimentación. No dice lo que le gusta, sino lo que es. Todo hombre está sometido a la verdad: a la verdad que gusta más, y también a la que gusta menos. Cuando un científico obtiene unos datos experimentales que no concuerdan con una teoría científica admitida en ese momento, eso le obliga a hacer nuevas consideraciones y le encamina hacia nuevos conocimientos. Y la ciencia progresa gracias precisamente a que los científicos no rehúyen ni esconden los fenómenos molestos para sus teorías, sino que sacan a la luz esos datos y siguen investigando hasta dar con una solución, se tarde el tiempo que se tarde. De modo semejante, y salvando las distancias, el conocimiento cristiano progresa en gran parte gracias al desafío que entrañan algunas verdades cristianas que quizá nos cuesta más comprender o aceptar. Pero un cristianismo que recurriera a modificar la fe cada vez que le pareciera difícil de entender o de vivir, sería como el científico poco honrado que retoca los datos del laboratorio para ajustar la realidad a su realidad.
¿Son necesarios los dogmas?
—¿Y es necesario que la Iglesia tenga dogmas, y una autoridad y un Magisterio? ¿No bastaría que cada uno procurara vivir lo que dijo Jesucristo y lo que viene recogido en la Biblia?
Lo que dices es la tesis protestante de la “sola Scriptura”. Sin embargo, si se trata de vivir lo que dice la Sagrada Escritura, convendría tener presente que en ella se dice con claridad que Jesucristo fundó la Iglesia (por ejemplo, en Mt 16, 16-19; Mt 18, 18; etc.). Y puestos a dar también algunas razones de orden práctico, cabe añadir que desde los tiempos de Lutero hasta ahora han surgido ya más de veinticinco mil diferentes denominaciones protestantes, y que en la actualidad nacen cinco nuevas cada semana, en un proceso progresivo de desconcierto y atomización. Por eso ha escrito Scott Hahn que una Sagrada Escritura sin Iglesia sería algo parecido a lo que habría supuesto que los fundadores del Estado norteamericano que promulgaron la Constitución se hubieran limitado a añadir una genérica recomendación diciendo “que el espíritu de George Washington guíe a cada ciudadano”, pero sin prever un gobierno, un congreso y un sistema judicial, necesarios para aplicar e interpretar la Constitución. Y si hacer eso es imprescindible para gobernar un país, también lo es para gobernar una Iglesia que abarca el mundo entero. Por eso es bastante lógico que Jesucristo nos haya dejado su Iglesia, dotada de una jerarquía, con el Papa, los obispos, los Concilios, etc., todo ello necesario para aplicar e interpretar la escritura.
El prestigio de la Iglesia
—¿Y qué opinas del prestigio de la Iglesia católica?
La situación de la Iglesia católica en el comienzo de este tercer milenio reviste un extraordinario interés. Como ha escrito José Orlandis, nunca en la historia había sido la Iglesia tan universal como ahora, por la diversidad nacional y étnica de sus fieles; nunca el Papa había gozado de un prestigio moral tan alto, no solo entre sus fieles, sino también entre hombres del mundo entero, que le consideran como la más alta autoridad espiritual.
Se trata de un fenómeno sin precedentes, pues los grandes Papas medievales tenían como marco una cristiandad europea, espiritualmente compacta pero de dimensiones bastante más reducidas. La Iglesia católica aparece hoy con una inequívoca personalidad internacional, con mil millones de fieles, con más de ciento veinte mil instituciones asistenciales y con unas escuelas en las cuales se forman cincuenta millones de estudiantes. Aparece, además, firme y coherente en sus enseñanzas en cuestiones doctrinales y morales, en contraste con la inestabilidad y las ambigüedades de muchas confesiones religiosas, que presentan a menudo la apariencia de naves desarboladas, a merced del oleaje de las modas o de los antojos de sus bases, ansiosas de acomodarse a las preferencias de la opinión pública.
Superar viejos estereotipos
—Hay personas que sienten la necesidad de llenar su vida con algo espiritual, pero rechazan la posibilidad de acercarse a la Iglesia porque consideran que es un montaje opresivo y anticuado.
En bastantes ocasiones, todas esas prevenciones contra la Iglesia se desvanecen cuando se llega a conocerla más de cerca. Cuando se ha estado lejos mucho tiempo, es fácil haber asumido estereotipos que luego se demuestran falsos o inexactos en cuanto se hace el esfuerzo de acercarse y observar las cosas por uno mismo y de primera mano.
Se ve entonces que la realidad tiene unos tonos distintos. Que en la Iglesia hay bastante más libertad de lo que pensaban. Que hay muchos sacerdotes ejemplares, inteligentes, cultos y que hablan con brillantez. Que la liturgia tiene mayor fuerza y atractivo de lo que creían. Que hay ciertamente un conjunto de normas morales bastante exigentes, pero que son precisamente la mejor garantía que tiene el hombre para alcanzar su felicidad y la de todos. Es más, el hecho de que, pese a la permisividad actual, la Iglesia se niegue a bajar el listón ético y no ceda a las presiones de unos y otros, es un extraordinario motivo de admiración y de atractivo. La Iglesia no quiere ni puede hacer rebajas de fin de temporada en asuntos de moral para así atraer a las masas, sino que continúa presentando el genuino mensaje del Evangelio. Las rebajas y los sucedáneos cansan enseguida, y la historia está llena de cadáveres que cedieron a la acomodación a los errores del momento y no consiguieron nada.
Cuando se conoce de verdad la Iglesia se desenmascaran muchas falsas imágenes. Se descubre entonces que la moral cristiana no es un conjunto de prohibiciones y obligaciones, sino que lleva a un gran ideal de excelencia personal. Un ideal que no consiste solo en prohibir tal o cual cosa, sino que sobre todo alienta de modo positivo a hacer muchas cosas. Ser católico practicante no es cumplir el precepto dominical, sino algo mucho más profundo y más grande. La fe pone al cristiano frente a sus responsabilidades ante sí mismo, su familia, su trabajo, ante la tarea de construir un mundo mejor. El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo, ni les lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, por el contrario, les impone como un deber el hacerlo. Es cierto que hay malos ejemplos, como cualquiera podría encontrarlos en tu vida o en la mía. Donde hay hombres hay errores. Si en la Iglesia no pudiera haber hombres con defectos, nadie tendría cabida en ella. No es que nos gusten esos errores, que hemos de procurar corregir, pero lo primero que debemos considerar es que la Iglesia está formada por personas como tú y como yo. Bueno, quizá un poco mejores.
Alfonso Aguiló