Hace algunos años, un tren que atravesaba los vastos despoblados de los Estados Unidos, fue el escenario, de un espectáculo terrible. El fogonero del tren había abierto la puerta del horno para echar más carbón. En el mismo instante una columna de aire que entró por la chimenea arrojó una llamarada de fuego en el rostro de aquel hombre, quien loco de dolor abandonó su puesto, no cerrando la puerta como debía, lo que llevó a las llamas a prender fuego en el depósito del carbón. La poderosa máquina marchaba a gran velocidad, y nadie podía ocuparse del control de la misma. Los viajeros que habían montado en aquel tren eran víctimas del miedo y el terror, viendo su trágico fin. De repente José Sieg, el maquinista del tren avanzó entre las llamas hasta llegar a la puerta del horno; con un supremo esfuerzo cerró la puerta que estaba casi incandescente, parando el tren a continuación. Cuando volvió a salir de aquel mar de fuego su cuerpo estaba envuelto en llamas, y sin dilación se precipitó en el depósito del agua, para mitigar su dolor. Lo sacaron al momento, pero el cuerpo de aquel héroe, dio su espíritu, víctima de tan terribles quemaduras. El tren ya había parado, y aquellos setecientos viajeros se habían congregado ante el cadáver de su salvador, mostrando en sus rostros el profundo agradecimiento que sentían hacia aquel que les había salvado la vida. Cristo, puso su vida en rescate de muchos. Es preciso expresarle también nuestro agradecimiento.