Hace unos pocos años, en torno al 2015, la fragmentación política que supuso el alejamiento del bipartidismo en España, así como el cansancio de la politización del debate educativo, generó la esperanza de un nuevo escenario en el que todos podían pensar más en un gran pacto por la educación, como resultado de un gran acuerdo de Estado apoyado en la responsabilidad general de todos los partidos cara a la educación de las nuevas generaciones, que fuera capaz de prescindir de los intereses momentáneos de cada grupo político.
Todos los partidos encabezaron por entonces sus programas con llamamientos al pacto nacional por la educación. Se hizo mucho énfasis, también en las organizaciones sociales, en ser responsables y generosos a la hora de alcanzar acuerdos, pensando siempre en el bien de la educación y no en otros objetivos. Estaba claro entonces, y ahora, que las principales barreras contra ese pacto provienen de intereses ajenos a la educación, y que quienes usan la educación para lucrar réditos políticos demuestran una notable falta de rectitud.
La realidad del devenir de los siguientes años no ha sido muy exitosa en ese sentido. La sociedad está cansada de la ideologización del debate educativo y de los frentismos políticos en los que parece que importa más rebatir las ideas de otros que buscar solución a los problemas. Por eso el debate sobre educación en nuestro país mantiene un sesgo político e ideológico que lleva a debatir asuntos colaterales y acaba impidiendo abordar los temas realmente importantes.
La educación no necesita ir contra nadie. No sobra nadie en esta grande y noble tarea de educar. Hay que evitar ese frentismo del que hemos hablado, que se manifiesta en dualidades del tipo pública versus concertada, o laico versus confesional, o izquierdas versus derechas, o conservador versus progresista. Porque al final son retóricas maniqueas que contaminan los debates y quitan del horizonte la verdadera búsqueda del bien del alumno, de las familias, de los profesores, de los centros, de toda la comunidad educativa y la sociedad en general. El pacto educativo debe proteger la diversidad de centros, que garantiza una oferta plural.
Es preciso apostar por una educación de calidad, plural, accesible a todos. Apostar por la equidad, por la igualdad de oportunidades, por la mejora continua de la educación, una buena educación sin apellidos, sea pública, privada o concertada.
Quienes trabajamos en la enseñanza privada o concertada debemos ser también personas con un profundo aprecio por la escuela pública, precisamente porque tenemos un profundo aprecio por la pluralidad y queremos trabajar codo con codo con todos. Queremos poder mirar a la cara a la gente y decirles que ponemos la educación en primer lugar, por encima de los intereses de nadie.
Me gusta citar a Ángel Gabilondo, cuando decía que para alcanzar un pacto lo que hace falta es «más generosidad y más amor a la educación». Dejar en segundo plano los intereses políticos particulares y centrarse con generosidad en lo que de verdad necesita la educación.
Alfonso Aguiló, “Educar en una sociedad plural”, Editorial Palabra, 2021