“La euforia perpetua. Sobre el deber de ser feliz” (L´euphorie perpétuelle. Essai sur le devoir de bonheur). PASCAL BRUCKNER. Tusquets Editores. Barcelona, 2001. 233 págs. 2.600 ptas.
La búsqueda de la felicidad es una de las constantes históricas de la civilización humana. Con razón se ha dicho que toda pretensión humana es pretensión de felicidad. Pascal Bruckner, agudo observador de la sociedad contemporánea –como quedó patente en su anterior obra La tentación de la inocencia– nos presenta ahora un sugerente ensayo sobre el “deber de ser feliz” que se ha impuesto el hombre moderno a sí mismo. Se trata de un libro algo redundante, pero enormemente lúcido, que nos ayudará sin duda a conocer un poco mejor el mundo en el que vivimos.
El punto de partida parece un problema de sustitución: al hombre de hoy “le preocupa tanto su felicidad como a otros que le precedieron les preocupaba la salvación de su alma”. El tema, evidentemente, no es sencillo. Cuanto más urgentemente se busca la felicidad, más esquiva se vuelve, para desesperación de nuestros contemporáneos, que ven amenazada su vida por un aburrimiento voraz o por un sufrimiento sin sentido. Ya lo dijo Voltaire con acierto: el hombre actual ha nacido “o bien para vivir entre las convulsiones de la inquietud, o bien en el letargo del aburrimiento”. Quizá sea precisamente la Ilustración quien nos ha metido en este callejón sin salida, al intentar dar una explicación del mundo y del hombre prescindiendo de Dios, dando lugar a una sociedad que apuesta por la “regeneración de la especie humana –como nos recuerda Bruckner– a través de los esfuerzos conjugados del saber, la industria y la razón”. Una sociedad que tiende a confundir la felicidad con el bienestar, en la que además “resulta inmoral no ser infeliz”.
Buena parte del problema, según el autor, se debe al pegajoso hedonismo que domina el panorama de nuestra sociedad. El abandono de los planteamientos religiosos hace que el dolor carezca de significado pero, al intentar eliminarlo a toda costa, éste se instala en el corazón mismo del sistema, de manera que el hombre de hoy sufre por no querer sufrir y es capaz de enfermar a fuerza de buscar el cuerpo perfecto. Ahora siempre hay que huir de algo: de una tensión demasiado alta, de una digestión imperfecta, de una tendencia a engordar, etc. nunca estamos lo bastante delgados, o bronceados, o musculosos. Contradictoria situación la de “una sociedad entregada al hedonismo a la que todo le produce irritación y le parece un suplicio”. No es extraño que con estos planteamientos se produzca el triunfo universal de la comodidad, que Bruckner describe como “la apoteosis de lo acolchado, lo forrado, lo blando, todo lo que amortigua los choques y garantiza el placer”.
Tampoco faltan en esta obra interesantes consideraciones sobre la “movida” juvenil. Pensemos en un fenómeno tan extendido en esta sociedad como las discotecas, que se presentan a los ojos del autor como “burbujas de efervescencia en la monotonía de los días”, pero también “espacios histéricos donde la risa y la alegría son siempre un poco forzadas, y que a menudo producen un ambiente festivo mecánico a golpes de ruido, jaleo y humo”. La conjunción del hedonismo con la dinámica del mercado terminará de configurar nuestra sociedad en un decidido consumismo, convirtiendo lo que eran medios en fines. La economía es el nuevo absoluto, la nueva religión de la burguesía. De ahí tanto la veneración por el dinero como la confusión entre felicidad y bienestar. Por ese camino difícilmente alcanzaremos nuestra plenitud; “todos moriremos –como bien decía Rilke– en algún lugar de lo inacabado”.