ROMA, 2 Oct. 01 (ACI).- Ji Huansheng tiene un nombre extraño para los chinos. Su nombre significa “vuelta a la vida por los periodistas” y lo recibió porque la prensa permitió que se salvara de una muerte segura. La bebé -hoy de cinco meses- sobrevivió a un aborto y a ser abandonado en medio del gélido invierno por funcionarios sanitarios obsesionados con reducir la población china.
La política del hijo único en China impide a los pobladores tener más de un bebé. Sin embargo, en las comunidades rurales más pobres como Wang Ha donde el control puede tener vacíos, algunas familias tienen más hijos. Ese es el caso de Zhang Chunhong, una mujer de 31 años que tiene tres hijos varones y cuando salió embarazada por cuarta vez, fue obligada a abortar a su hija.
El 23 de abril, Zhang Chunhong fue sometida a un aborto obligado en Harbin. La policía “del útero” descubrió que bajo su traje de campesina llevaba un vientre de gestante con 36 semanas de embarazo.
Recibió una solución salina en el vientre para quemar a su bebé y expulsar un feto muerte. Pro su hija estaba lista para nacer y adelantó su llegada. La mujer escuchó el llanto de su hija, el veneno había fallado y pidió que le entregaran a su bebé, pero no quisieron siquiera mostrársela.
Su esposo, Zhai Zhicheng, llegó a mirar a la niña y la vio saludable, pero cuando la reclamó las enfermeras arguyeron que no podían entregarla.
“Una enfermera me dijo que la bebé ya tenía la droga y que si no estaba muerta, sería retardada. Al día siguiente volví a pedirla, pero me dijeron que había fallecido”, recuerda Zhai. “Sentí un dolor inmenso en mi corazón, ella era nuestra carne y sangre”, dijo y agregó que nunca le quisieron entregar el cuerpo.
Sin embargo, la bebé no estaba muerta sino que luchaba por vivir en la maternidad de Daoli. La doctora Yuan Yinghua, directora de la maternidad, ordenó a la enfermera Wang Weimin privara a la bebé de alimento alguno y dejarla semidesnuda en el balcón de la sala de aborto para que muriese de frío.
En medio de la nieve que caía sobre la localidad de Harbin -donde ocurría todo esto-, la enfermera Wang no pudo soportar ver a la bebé congelarse y la llevó dentro del recinto antes que muriese.
Cuando Yinghua vio a la bebé de vuelta y alimentada, amenazó con despedir a todos los que ayudaron para alimentarla. Sin embargo, las enfermeras y médicos siguieron arriesgando sus carreras pidiendo leche a las madres que daban a luz. “Sólo lo hacíamos cuando la directora se marchaba a casa o sabíamos que estaba ocupada”, señaló una de las enfermeras.
La pequeña Ji se aferraba a la vida y todos se sorprendían por su fortaleza a pesar de ser tan diminuta. Todos los días a su llegada, lo primero que preguntaban los médicos era si seguía vida.
El escándalo que finalmente salvó a Ji comenzó el 9 de mayo, cuando un periodista de la televisión local recibió las declaraciones de los médicos. “Decidí contarle al periodista porque quería darle al bebé la posibilidad de vivir. No sabía cuánto tiempo la bebé iba a soportarlo”.
Cuando el periodista llegó a la sala donde estaba la bebé, ésta había desaparecido misteriosamente. Luego de buscarla cuidadosamente, la encontraron en una caja de esterilización y ahí fue filmada. Las imágenes eran tan aterradoras que la estación de TV bloqueó su transmisión pero cinco periódicos siguieron la historia.
Si bien los medios de comunicación en China siguen sometidos al gobierno, hay una tendencia a atender los temas sociales y de interés humano.
El 10 de mayo, la condición de Ji empezó a mejorar, recibió vestidos y alimentos, pero al día siguiente desapareció de nuevo. La última vez que la vieron, estaba en la oficina de Yuan y fue sacada por funcionarios del Partido Comunista.
Con el temor de que Yuan enterrara literalmente el caso, los periodistas alertaron a la policía de Harbin, que rápidamente encontró a los padres. Dos días después su familia la reclamaba junto a una multitud que llegó hasta el hospital.
“Estaba en shock. No sabía qué había pasado. En un momento estaba viva, luego me dijeron que había muerto, después regresaría con nosotros. Era tan pequeña que parecía un ratón y no un bebé. Estaba muy sucia. Cuando me la dieron lloré por días”, recuerda su madre.
De los 2.5 kilos que pesó al momento de su nacimiento, llegó a pesar sólo un kilo. Su piel estaba transparente, su ombligo dañado, pero regresó a casa con sus hermanos de 11, 9 y 4 años. Contra la tradición china, Ji no recibió el nombre de alguno de sus padres. “Sin los periodistas, habría muerto”, señaló su padre.
Los problemas, sin embargo, no han acabado para su familia. Por ser una niña que excede la cifra de hijos establecida por el gobierno, sus padres deben pagar una multa de 60,000 renminbi. Si no lo hacen, tampoco podrán registrar a la bebé en la burocracia china y será una persona a la que el estado le niegue la educación y los servicios de bienestar.
Con la ayuda de los periodistas, los familiares están dispuestos a demandar al hospital pero lograr una victoria en un eventual juicio demandará otro milagro. Por ahora, los funcionarios sanitarios de la localidad huyen de la prensa y han prohibido tratar el tema Ji.
En la aldea Wang Ha, Zhang Chunhong mira a su hija y se seca las lágrimas. “No entiendo porqué la hicieron sufrir tanto. No creo que otro bebé hay sufrido lo que padecía mi hijita”, señaló.